jueves, 11 de enero de 2018

El sacrificio (tercer fragmento)

5

Los siguientes meses fueron buitres que devoraron al cadavérico matrimonio. Las discusiones, primero, y el distanciamiento, después, fueron gusanos que pudrieron la manzana. Patricia cedió en su vehemencia contra Nico, que no compraba libros, pero sí seguía escribiendo y leyendo a su ritmo. Cada día hablaban menos, cada día se miraban menos, ni de reojo. Llegó un momento en que solo se saludaban al despertar.
El niño todavía era muy pequeño para ser consciente de asistir a un entierro. Los esposos despidieron para siempre a sus alianzas, que cavaron a una profundidad considerable. Quien dio el primer paso en reconocer que ya habían cavado suficiente fue Patricia.
No lo expresó con la saturación emocional de tiempos anteriores. Llevaba tiempo reflexionado, era consciente de que hacía lo mejor para ella y para el niño. Sabía perfectamente que Nico la veía como un obstáculo en su maratón, y todo el mundo sabe que en las maratones no hay vallas para saltar. No expresó todos sus pensamientos, no valía ya la pena.
El abuelo no protestó ni reanimó al muerto, pensaba que así sería mejor para él. Aceptó la custodia compartida, alabó la madurez de Patricia por no intentar robarle a su hijo. Ahorrarse una guerra era liberar al niño de una tensión emocional inmerecida. Por dentro creía que, con esa fórmula, tendría una semana para escribir y otra para estar con mi padre en exclusiva. Se prometió a sí mismo que estaría con Dani en todo momento cuando viviera con él.
Incluso en el tema del piso no hubo discusión, era una propiedad compartida. Los dos se irían a vivir con sus padres, porque necesitaban de su ayuda. La vivienda la alquilarían y dividirían las ganancias a partes iguales. Fue una separación racional, excesivamente racional después de las discusiones. A ambos los tranquilizó no haber estallado en una pelea de reproches, pero también algo les disgustó: ver que su matrimonio importaba tan poco a la otra parte.
En los siguientes días, visitaron por separado a un abogado para iniciar los trámites del divorcio. No tuvieron que tragar más con la manzana podrida. Al estar de acuerdo en todo, fue un proceso rápido. No tuvieron que vivir juntos hasta el divorcio, como hacían muchas parejas por miedo a ser denunciadas por abandono del hogar. Incluso se separaron antes de firmar ningún papel y respetaron los turnos para estar con el niño.
Cuando el abuelo se fue a vivir con sus padres, Daniel tenía tres años y medio. Aun con los trámites del divorcio, Nico no perdió la devoción por escribir y pudo volver a comprar libros. Tuvo unas duras discusiones con los bisabuelos, ellos no querían tanta literatura o lo que fuera, parecía que nadie entendía al escritor.
Al final encontró la solución: arrendó un local cerca de la casa de sus padres, se lo podía permitir con la mitad del alquiler de su piso, y lo convirtió en su despacho. Así, cuando no estuviera con Daniel, estaría escribiendo o leyendo en el local. Dejó algún libro en casa de los bisabuelos para leer cuando Dani viviera con él, para dar ejemplo se decía a sí mismo.
Su padre lo ayudó a pintar y organizar el despacho, era una persona habilidosa con las manualidades. Nico solo miraba o lo ayudaba a llevar alguna herramienta, a pesar de tener veinticinco años menos. Esa semana, el niño estaría con su madre. Trabajaron hasta las ocho de la tarde. Al volver a casa, Nico vio a su antiguo amigo Álex. Se saludaron:
—Cuánto tiempo —dijo Álex sin expresar ninguna alegría por ver a mi abuelo.
—Sí.
—Ya me he enterado de que te has separado.
—¿Cómo lo sabes?
—Vi a Patricia con el niño hace un par de días y me lo explicó. Lo siento.
—Es lo mejor para todos.
—Ya me contó que os lo habéis tomado bien, dentro de lo que cabe.
—Sí. —El abuelo no sabía de qué hablar después de tanto tiempo sin ver a Álex. Tras un silencio incómodo pensó en Toni —. Por cierto, ¿te ha contado Toni que hace un par de semanas lo vi y no me saludó?
—Lo sé.
—Iba con su novia.
—Su prometida.
—Vaya, dale la enhorabuena de mi parte.
—Lo haré.
—¿Y a ti cómo te va con esa chica?
—Bien, vivimos juntos, pero ella no es de casarse. Tenemos claro que vamos a buscar un bebé a partir de ya.
—Muy bien, me alegro mucho por ti.
—Gracias.
—Pues bueno, Álex…
—Sí. —Le cortó rápidamente, porque también quería irse, como Nico—. Nos veremos por el barrio, cuídate.
—Igualmente.
El abuelo, por dentro, agradeció el detalle de Álex al saludarlo, el cual no tuvo Toni, aunque, en el fondo, entendía al segundo. Álex tenía un carácter más bondadoso que el de Toni. Habló con él sin echarle en cara que se había comportado como un mal nacido con sus dos mejores amigos. No entendían que no se comunicara con ellos por el hecho de no compartir la pasión por la lectura. El comentario ficticio siguió. El Álex del magín de Nico le decía que habían pasado juntos buenos momentos. Él podría entender que buscara otros amigos para charlar sobre literatura, ahora bien, sus dos mejores amigos lo habrían ayudado sin tener en cuenta gustos o ideologías. No había entendido que la bondad era el fondo común de las relaciones humanas para que prosperara una amistad o un matrimonio.
Al llegar a su nuevo hogar escribió cómo conoció a sus dos antiguos amigos. Podría decirse que eran sus dos primeras amistades. Nico los vio por primera vez en una academia de inglés, cuando los tres tenían diecisiete años. Mi abuelo no era una persona echada para delante, pero tuvo buena química con Toni y Álex. El primero, sobre todo, era una persona muy alegre y extrovertida, Álex era tranquilo y con un sentido del humor muy fino. Nico entró en el grupo de los amigos de ellos dos, todos conectaron muy bien.
Los dos chicos eran perros rabiosos que ladraban excitados a la noche estrellada de alcohol. Descubrieron un mundo nuevo a Nico, un mundo distorsionado en que se sintió actuar como nunca jamás creyó que lo haría. Sus dos amigos serían dos perros rabiosos, pero él era un caballo silvestre totalmente desbocado en el caos nocturno.
Protagonizó escenas, que incluso a alguien como a Toni, le parecían locuras sin límite. Nico se sentía inmortal por su juventud; bebía ríos de whisky, ron, ginebra, cerveza… o lo que fuera que tuviera su elixir. Ya no era aquel chico del que se reían por sus andares, era todo un bohemio como los modernistas, un artista que descubría nuevos mundos.
Llevaba una pequeña libreta con un bolígrafo, como los malditos, por si tenía una idea que no pudiera esperar al día siguiente para ser escrita, ya que se la podría olvidar. Cuando escribía su reflexión en medio de la pista de una discoteca provocaba centenares de carcajadas, aunque también, en varias ocasiones, fue un buen anzuelo para que alguna bohemia se dirigiera para iniciar una conversación. Como fue un episodio que se repitió en varias ocasiones, Álex y Toni empezaron a imitarlo en diferentes puntos de la discoteca, sino rompían la magia. A ellos no les fue tan bien, no eran auténticos como Nico en ese sentido.
La abuela fue la última chica que fue a hablar así al escritor. Este ya estaba un poco harto de tanta locura nocturna, después de nueve años ya hasta el propio cuerpo pedía una tregua. Los dos se enamoraron, poco a poco dejaron las locuras por una vida tranquila en pareja, la cual llenó muchísimo a Nico. Aunque después se derramó el recipiente del matrimonio, como el de la amistad.
No obstante, esa noche el abuelo recordaba que Patricia tuvo una buena relación con sus dos amigos. Ellos siguieron unos años más con su vida alocada, pero no por eso dejaron de verse, los tres creían que su amistad era muy fuerte.
Primero Nico dejó de ver las amistades menos intensas. Antes de que naciera mi padre tenía tiempo para ver a sus amigos, no mucho, pero cada vez que los veía parecía que no había pasado el tiempo. Todo cambió con la responsabilidad paternal. Desde luego, Nico no echaba la culpa a su hijo, no era cuestión de culpas, sino de varias causas.
Patricia, como sabemos, cambió su sensibilidad por la persistencia del abuelo en publicar su obra. Tampoco podemos olvidar que el escritor perdía muchas horas en conocer a profesionales literarios. Esta etapa empezó con el embarazo de la abuela. Nico creía que ya estaba preparado para profesionalizarse. Sus relatos, antes, como mucho los publicaba en su blog o en revistas digitales desconocidas. Así esperaba los comentarios de lectores anónimos que lo ayudaran a crecer artísticamente. Y a los treinta años consideró que había llegado el momento de publicar, se acabó el juego festivo del veinteañero que ya no era.
Volviendo al tema de la inversión de horas, utilizó todo el tiempo en componer y leer para seguir aprendiendo. Y claro, lógicamente a su hijo también había que dedicarle un cierto tiempo, el suficiente para que lo llamara papá. Nico durante el período de descomposición de sus amistades y su matrimonio, era consciente de que estaba prefiriendo correr la maratón de la literatura a disfrutar con sus relaciones íntimas. Le dolía, le dolía un poco por eso, fue su elección, siempre fue consecuente. Pero realmente quería estar con su hijo, así lo escribió. Ese texto lo guardó toda la vida, nos lo enseñó a mi hermano Agustín y a mí. Mi padre nunca quiso verlo hasta ese momento.
¿Qué sucedió durante ese año con su relación amistosa con Sergio? Este volvió a su antiguo trabajo y abandonó la maratón. Era buena persona, nadie sabe el motivo, pero ayudó al abuelo. Quizás le caía bien, quizás era lástima, quizás creía en su obra, o quizás era una persona sin personalidad, fácil de manipular. Le presentó a un escritor profesional, al que conocía porque habían publicado con la misma editorial.
Para el abuelo fue una alegría que solo podía compararse con el nacimiento de tener un hijo. En ese período, tan complicado para él, estaba escribiendo una nueva novela. Su padre y su madre lo veían sonreír igual que a un beodo cuando cenaban en la mesa. Cuando le preguntaban por qué sonreía solo, sin motivo ni comentario alguno, respondía que era por los cambios positivos que tendría en su carrera como escritor. Iba a adelantar a un grupo importante de corredores. La bisabuela lo desanimaba expresando su duda, pero a su hijo ya no le dolía su nula fe en él. Se había fabricado unas ilusiones perennes.
Aunque, algunas veces, el escritor volvía frustrado del local. Parecía consciente de que no había corrido con todas sus energías. Cuando su madre lo veía llegar con la cara tan larga, no le decía nada. Él se encerraba en su cuarto, entonces ella se acercaba y escuchaba como hablaba solo:
—¡Ya lo sé! Ya lo sé, hoy he escrito fragmentos incoherentes con el resto de la historia. Soy consciente de ello. Pero tú, Preocupación, no te aproveches de ello. Vete de aquí, solo necesito dormir, mañana me levantaré y escribiré mejor al estar descansado. Es sábado, el día de hoy no he avanzado nada, pero no es el fin. No significa que no sea un buen escritor como tú quieres hacerme creer. ¡Te lo demostraré! Y ahora, fuera.
La bisabuela le comentaba a su marido lo que había escuchado. Este le decía que le diera tiempo, quizás estaba estresado por el divorcio. Era delicado sacar un tema como ese a un hombre como Nico. En el futuro conocería  a otra mujer y todo se arreglaría. El bisabuelo no sabía que su hijo, antes del divorcio, ya hablaba con alguien en voz alta, que la separación no era la causa, sino la consecuencia. Lo que pasaba realmente era que al padre del artista no le apetecía afrontar ese problema, nunca se molestó de hablar en mi abuelo.
Sergio presentó a ese escritor a mi abuelo en una cafetería. Hablaron de sus autores favoritos, de la prosa de cada uno. Nico intentó convencer a Sergio para que no abandonara la maratón, aunque el profesional le dio la razón a su amigo. Correr era un deporte de desgaste y lo saludable era caminar.
—Sí, pero corriendo se notan más cambios en el físico —opinó Nico.
—Sí, aunque por fuera, por dentro estás mejor cuando caminas —se defendió el profesional.
—¿De qué habláis? —preguntó Sergio.
Fue el primer choque entre trenes, no el último. El profesional era de escribir con un bolígrafo de color azul, el abuelo con el de color negro. El primero no bebía café, Nico era un cafetero empedernido. El que publicó estaba a favor de un estado literario, el abuelo en ese sentido era un libertario. El primero quería tener razón en todo, en eso ambos coincidían.
—¿Cuál es tu escritor vivo favorito? —preguntó el profesional esperando escuchar un tontería—. ¡Bah! Ese no vale mucho, yo lo conozco, depende excesivamente de la opinión de los demás para atreverse a publicar sus escritos.
—Eso no lo convierte en un mal escritor.
—Un escritor sin personalidad no puede escribir nada decente, es su caso.
—No creo que no tenga personalidad.
—Tú no lo conoces, Nico.
—¿Y tú sí?
—No es amigo íntimo, pero algo sí.
—¿Cuál es tu escritor vivo favorito? —preguntó Nico—. Ahora lo entiendo todo, si te gusta ese inútil no puedes interpretar correctamente al otro —concluyó el abuelo.
—¿Por qué es un inútil?
—Porque exagera su forma de escribir, de tanto embellecer su prosa se convierte en excesiva y gratuita.
—Es una de mis grandes influencias.
—Vaya.
—Así que para ti, Nico, también yo soy excesivo y gratuito.
—No he leído tu obra.
—Ya te digo que escribo parecido a mi maestro, al cual tú has despreciado.
—Despreciado no sería la palabra adecuada —dijo Nico, pensando en que había cometido un gran error al criticar a ese literato.
—¿Cuál es?
—Equivocación.
—Sí, ¿por qué?
—Me he confundido con otro escritor.
—No lo creo.
—Es la verdad.
—Entonces no tienes calidad para publicar en mi editorial. Prueba con una de autopublicación, los propios autores pagan una pequeña edición de dos cientos ejemplares u otra cantidad. También cabe la posibilidad bajo el formato Kindle o Taugus.
—Jamás, yo estoy preparado para ser un profesional.
—Pues nada, Nico. Nunca vivirás de tus escritos.
Fue un jarro de agua fría para el abuelo. No esperaba recibir un golpe tan duro. Tuvo que dejar el sueño de publicar en ese momento, aunque luego recordó que él era el hombre destinado a ser uno de los mejores escritores de todos los tiempos, a que la gente le llamara la atención por la calle para agradecerle los servicios prestados con su literatura. Su amistad con Sergio sobrevivió a la crisis explicada, pero no a la siguiente, que se podrá leer en el próximo capítulo.

6

Nico insistió a Sergio en que aquel escritor que le presentó era un idiota. Seguro que conocía a otro tipo más amable y elegante en su escritura. Su amigo le dijo que tendría que ser más frío y calculador en la conversación. No podía ser tan infantil y soltar lo primero que se le pasaba por la cabeza. El abuelo le dio la razón.
Pasaron varias semanas hasta que Sergio le presentó a otro literato profesional. Nico lo conocía por sus artículos periodísticos en un diario. A decir verdad, lo de escribir solo era un sueldo extra para el periodista, algo que no le gustó al abuelo. Sergio lo convenció para quedar con él porque era un hombre con muchos contactos.
La conversación fue más animada que la anterior, Nico aprendió de los errores de la primera. Hubo una química especial.
—Nico, te recomiendo que entres en la prensa —dijo el hombre.
—¿Cómo? No lo entiendo.
—Sí, escribir en un periódico. Te abrirá muchas puertas, sobre todo si estás en la sección literaria.
—Nunca lo había pensado.
—Pues hazlo. ¿No te has dado cuenta de que muchos escritores son periodistas?
—Sí.
—O al revés —dijo Sergio.
—Tienes que aguantar así unos años, hasta poder ganarte la confianza de autores, editores, etc. Luego presentas tu novela a un concurso en que el sepas que están tus compinches. Les dices que vas a presentarte a tal concurso, por supuesto, son personas de las que tú siempre has escrito bien. No hace falte que les digas nada a la cara, ellos sabrán devolverte el favor. —Acabó la frase guiñando el ojo.
—Vaya… —El abuelo no esperaba que la conversación tomara esa dirección y no sabía qué decir.
—Así es este mundo —dijo Sergio a Nico en un tono con el que le advertía de que no era divertido correr la maratón.
—Así es en todos los mundos de este mundo, Nico. Todo funciona igual, dime a quién conoces y te diré cuántos libros podrás vender, o cuántos CD, o en qué teatros o películas podrás actuar.
—Entiendo.
—Te veo en estado de shock.
—No, no, no te preocupes, estoy bien. Sabía que había que tener contactos, aunque no tantos.
—Si te interesa, primero tendrás que pasarme una crítica literaria de una publicación reciente, de la obra que te dé la gana. Quizás tenga que corregirte algún vicio poético que en un artículo no encaje, espero que no te ofenda.
—Para nada, todo lo contrario, te lo agradezco —dijo reaccionando por fin el abuelo.
—Está bien, yo me tengo que ir, ahora voy a un programa de radio. Si te va bien, también podrás ser colaborador en programas radiofónicos o televisivos. No se cobra mucho, pero algo es algo.
El abuelo se despidió efusivamente de su nuevo amigo, le sonreía como si fuera un verdadero estúpido. Sergio y Nico se quedaron en la cafetería charlando un rato más.
—¿Qué te ha parecido? —preguntó Sergio al abuelo.
—No esperaba para nada ese ofrecimiento. Es raro, siempre he visto a escritores que han empezado de periodistas, nunca había pensado que yo podría hacer lo mismo.
—Te aseguro que también es muy duro.
—Siempre pesimista. —Rio Nico.
—Bueno, soy realista.
—Supongo que son muchas horas.
—Claro, vas a dejar tu puesto de funcionario para ser autónomo y trabajar para varios tacaños.
—No había caído en que…
—Es complicado que seas de una plantilla, a las malas un contrato precario. No sé qué es peor. Te llevaría más horas que tu actual trabajo, ya lo has escuchado, si te va bien irías a la radio o a la televisión. Como puedes imaginarte, entre el desplazamiento y la colaboración es más del tiempo que uno cree en principio. Tendrás poco tiempo para ti, y para los tuyos ni te digo.
—Lo complicas todo mucho, Sergio.
—Es mi opinión, te aseguro que yo soy más feliz ahora. Escribo en mis ratos libres, estoy con mi familia, no necesito nada más.
—No seas tan modesto, ahora publicas tus novelas por Internet y vendes un buen número de libros. Mucha gente te conoce gracias a haber publicado.
—No tanta como crees. Es verdad que va bien la venta de los libros electrónicos, los vendo a cuatro euros y quedan para mí más de tres euros. En la editorial no ganaba tanto por libro.
—Sergio, un editor invirtió su dinero para publicar tu obra, la obra de un desconocido. La librería también se queda un porcentaje importante y, como sea una cadena, quiere aún más. La distribuidora también cobra su porcentaje. Eso no lo ves, es lógico que quiera cubrirse las espaldas. Si hubieras seguido con un ritmo de ventas decente te habría subido tu ganancia.
—No te puedo discutir que un editor arriesga mucho. Es el riesgo de un empresario. Lo que tú hoy has visto aquí es, cómo funciona este mundo, no dejan de ser empresas que contratan a sus trabajadores. La típica política entre personas para subir en la empresa, que si yo me voy con Pascual y el otro con Fulano.
—Así también funciona el mundo público, te lo aseguro. Yo no lo critico, porque así he conseguido vivir bien. Si tuve suerte con el trabajo, puedo construir unas nuevas relaciones entre toda esa gente.
—Lo tienes muy claro.
—Sí.
—Pues adelante, Nico, sigue. Yo no te frenaré ni te molestaré más con mis opiniones. Espero que te vaya bien y para cualquier consejo llámame.
—Gracias.
Los dos amigos se fueron del local. Mi abuelo se fue bastante más tranquilo de lo que había estado durante la conversación con el periodista. La Preocupación del abuelo quedó arrinconada en esa cafetería, la dejó allí y le dijo claramente que no fuera a buscarlo. Esa noche escribió un artículo sobre una novela que había leído recientemente. Tuvo suerte, porque esa semana no le tocaba estar con Dani. Al día siguiente envió el escrito a su nuevo amigo, el abuelo nunca me dijo cómo se llamaba.
El hombre le respondió pidiéndole que también le enviara su última composición. Nico se excitó al leer la petición, sus ojos fueron dos focos intensos de luz de la felicidad que irradiaba. Estaba convencido de la actitud pusilánime de Sergio y le demostraría que se equivocaba.
Quedaron diez días después en la misma cafetería, en aquella ocasión los dos solos. El nuevo amigo fue directo al grano.
—Voy a ser sincero contigo.
—Perfecto. —El abuelo estaba ensayando dentro sí mismo una humildad lo más espontánea posible tras escuchar el elogio
—He leído tu crítica literaria y me ha gustado mucho…
—Gracias. —Sonreía demasiado.
—En cambio, tu prosa no es muy literaria.
—¿Cómo?
—Sí, primero leí la crítica, me dije que eras un tipo que sabía diferenciar claramente un trabajo periodístico de uno artístico. Cuando leí fragmentos de tu novela cambié de opinión, tu don está en criticar obras literarias. Tienes conocimientos, conoces la teoría técnica e incluso has estudiado la historia de la literatura. Conoces a los clásicos y a los grandes de nuestros días. Has trabajado mucho para tener dicha técnica, pero, Nico, el arte es más que técnica.
—Lo sé, y sé que soy una artista de los pies a la cabeza —dijo el abuelo molesto.
—Es normal que uno mismo no juzgue su propia obra con la misma lucidez que lo hace con la de los demás. Nos pasa a todos.
—Supongo…
—De verdad, es impresionante cuántos conocimientos tienes, ni yo he estudiado tanto la literatura. Pero no tienes el genio artístico. Tengo un amigo que es la hostia tocando el piano; interpreta perfectamente a Mozart, Beethoven, Verdi, Bach, incluso a mí también me entras ganas de conquistar Polonia al escuchar las composiciones de Wagner tocadas por él. Pero te aseguro que ese crack no compone ninguna pieza hermosa, nunca lo ha hecho y nunca lo hará.
—Yo no soy ese amigo tuyo, lo que pasa es que se ha autoconvencido de esa mentira —respondió el abuelo enojado.
—No te enfades, Nico. Voy a hablar bien de ti a varios periódicos y revistas. No te faltará trabajo, incluso alguien como tú podría dar conferencias o ser jurado de concursos importantes.
—¡Yo no quiero eso! —Se levantó totalmente fuera de sí.
—Perdón.
—Yo no he nacido para ser un crítico frustrado que no sabe escribir…
—Nico, no es nada malo, eres bueno en algo.
—Yo no quiero ser bueno en algo, quiero ser un gran escritor.
—Solo hay unos pocos en cada siglo.
—Algún día, mi obra será reconocida, algún día seré reconocido como uno de los más grandes.
—Nico, estás desvariando. No eres un veinteañero, espabila.
—¡Ya sé lo que pasa! Has leído mi novela y tienes envidia, no puedes aceptar que haya alguien tan bueno, y eso te da mil patadas.
—¡Estás loco! Olvídate de mí. ¡Conspiraciones contra tu mierda de novela! Ja, ja, ja, un chiste muy bueno. —No dijo nada más, se levantó y se fue.
—¡Vete, vete, vete! No te necesito a ti ni a ninguno de tus amigos, el que vale llegará tarde o temprano a la cima del Parnaso.
Los clientes de la cafetería callaron al unísono y miraron estupefactos la excentricidad del abuelo. Este se dio cuenta de que la Preocupación se había sentado enfrente de él y se reía. Pagó la cuenta y se fueron del local.
En el camino hacia el metro, Nico estaba sudando, no se quitaba de encima a esa pesada. Normalmente ella lo seguía unos minutos, pero luego se cansaba, porque el abuelo tenía una personalidad muy fuerte, o al menos eso pensaba él. Para seguir corriendo en la maratón, o para escalar Parnaso, había que tener mucho carácter, según se decía a sí mismo en ese momento.
La Preocupación le estuvo pisando los talones, tanto que podía oler su hedor. Antes de llegar a casa de sus padres se dio media vuelta, la golpeó y se fue corriendo, escuchando la promesa de ella de que volvería.
Sergio llamó a los quince minutos de que el escritor empezara a leer en su habitación para tranquilizarse.
—¡Cómo te atreves! Nico, no puedes tratar así a la gente. Todo el que es sincero contigo crees que va contra tu obra.
—Es cierto, Sergio. Tú nunca me has dicho eso, entonces tiene que ser porque ves posibilidades en mí.
—Lo que veo es un loco de remate sin solución.
—Me ha enfadado mucho que un periodista vaya de gran conocedor de las letras.
—Ese hombre escribe mucho mejor que nosotros y se ha ofrecido a ayudarte cuando podría haber pasado de ti. ¿No lo ves?
—Quería ayudarme hasta que ha visto que podía eclipsarle con mi novela.
—¡Es increíble! Te dejo por imposible. Nico, no me llames más, ¿me has escuchado? No me molestes más, te faltan varias neuronas. No quiero saber nada de ti.

El abuelo tuvo suficiente esa noche. Se fue a la cama y hasta se le quitaron las ganas de leer. No durmió mal, a pesar del disgusto. 

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