5
Los siguientes meses fueron buitres que
devoraron al cadavérico matrimonio. Las discusiones, primero, y el
distanciamiento, después, fueron gusanos que pudrieron la manzana. Patricia cedió
en su vehemencia contra Nico, que no compraba libros, pero sí seguía
escribiendo y leyendo a su ritmo. Cada día hablaban menos, cada día se miraban
menos, ni de reojo. Llegó un momento en que solo se saludaban al despertar.
El niño todavía era muy pequeño para ser
consciente de asistir a un entierro. Los esposos despidieron para siempre a sus
alianzas, que cavaron a una profundidad considerable. Quien dio el primer paso
en reconocer que ya habían cavado suficiente fue Patricia.
No lo expresó con la saturación
emocional de tiempos anteriores. Llevaba tiempo reflexionado, era consciente de
que hacía lo mejor para ella y para el niño. Sabía perfectamente que Nico la
veía como un obstáculo en su maratón, y todo el mundo sabe que en las maratones
no hay vallas para saltar. No expresó todos sus pensamientos, no valía ya la
pena.
El abuelo no protestó ni reanimó al
muerto, pensaba que así sería mejor para él. Aceptó la custodia compartida,
alabó la madurez de Patricia por no intentar robarle a su hijo. Ahorrarse una
guerra era liberar al niño de una tensión emocional inmerecida. Por dentro
creía que, con esa fórmula, tendría una semana para escribir y otra para estar con
mi padre en exclusiva. Se prometió a sí mismo que estaría con Dani en todo
momento cuando viviera con él.
Incluso en el tema del piso no hubo
discusión, era una propiedad compartida. Los dos se irían a vivir con sus
padres, porque necesitaban de su ayuda. La vivienda la alquilarían y dividirían
las ganancias a partes iguales. Fue una separación racional, excesivamente
racional después de las discusiones. A ambos los tranquilizó no haber estallado
en una pelea de reproches, pero también algo les disgustó: ver que su
matrimonio importaba tan poco a la otra parte.
En los siguientes días, visitaron por
separado a un abogado para iniciar los trámites del divorcio. No tuvieron que
tragar más con la manzana podrida. Al estar de acuerdo en todo, fue un proceso
rápido. No tuvieron que vivir juntos hasta el divorcio, como hacían muchas
parejas por miedo a ser denunciadas por abandono del hogar. Incluso se
separaron antes de firmar ningún papel y respetaron los turnos para estar con
el niño.
Cuando el abuelo se fue a vivir con sus
padres, Daniel tenía tres años y medio. Aun con los trámites del divorcio, Nico
no perdió la devoción por escribir y pudo volver a comprar libros. Tuvo unas
duras discusiones con los bisabuelos, ellos no querían tanta literatura o lo
que fuera, parecía que nadie entendía al escritor.
Al final encontró la solución: arrendó
un local cerca de la casa de sus padres, se lo podía permitir con la mitad del
alquiler de su piso, y lo convirtió en su despacho. Así, cuando no estuviera
con Daniel, estaría escribiendo o leyendo en el local. Dejó algún libro en casa
de los bisabuelos para leer cuando Dani viviera con él, para dar ejemplo se
decía a sí mismo.
Su padre lo ayudó a pintar y organizar el
despacho, era una persona habilidosa con las manualidades. Nico solo miraba o
lo ayudaba a llevar alguna herramienta, a pesar de tener veinticinco años
menos. Esa semana, el niño estaría con su madre. Trabajaron hasta las ocho de
la tarde. Al volver a casa, Nico vio a su antiguo amigo Álex. Se saludaron:
—Cuánto tiempo —dijo Álex sin expresar ninguna
alegría por ver a mi abuelo.
—Sí.
—Ya me he enterado de que te has
separado.
—¿Cómo lo sabes?
—Vi a Patricia con el niño hace un par
de días y me lo explicó. Lo siento.
—Es lo mejor para todos.
—Ya me contó que os lo habéis tomado
bien, dentro de lo que cabe.
—Sí. —El abuelo no sabía de qué hablar
después de tanto tiempo sin ver a Álex. Tras un silencio incómodo pensó en Toni
—. Por cierto, ¿te ha contado Toni que hace un par de semanas lo vi y no me
saludó?
—Lo sé.
—Iba con su novia.
—Su prometida.
—Vaya, dale la enhorabuena de mi parte.
—Lo haré.
—¿Y a ti cómo te va con esa chica?
—Bien, vivimos juntos, pero ella no es
de casarse. Tenemos claro que vamos a buscar un bebé a partir de ya.
—Muy bien, me alegro mucho por ti.
—Gracias.
—Pues bueno, Álex…
—Sí. —Le cortó rápidamente, porque
también quería irse, como Nico—. Nos veremos por el barrio, cuídate.
—Igualmente.
El abuelo, por dentro, agradeció el
detalle de Álex al saludarlo, el cual no tuvo Toni, aunque, en el fondo,
entendía al segundo. Álex tenía un carácter más bondadoso que el de Toni. Habló
con él sin echarle en cara que se había comportado como un mal nacido con sus
dos mejores amigos. No entendían que no se comunicara con ellos por el hecho de
no compartir la pasión por la lectura. El comentario ficticio siguió. El Álex
del magín de Nico le decía que habían pasado juntos buenos momentos. Él podría
entender que buscara otros amigos para charlar sobre literatura, ahora bien,
sus dos mejores amigos lo habrían ayudado sin tener en cuenta gustos o
ideologías. No había entendido que la bondad era el fondo común de las relaciones
humanas para que prosperara una amistad o un matrimonio.
Al llegar a su nuevo hogar escribió cómo
conoció a sus dos antiguos amigos. Podría decirse que eran sus dos primeras
amistades. Nico los vio por primera vez en una academia de inglés, cuando los
tres tenían diecisiete años. Mi abuelo no era una persona echada para delante,
pero tuvo buena química con Toni y Álex. El primero, sobre todo, era una persona
muy alegre y extrovertida, Álex era tranquilo y con un sentido del humor muy
fino. Nico entró en el grupo de los amigos de ellos dos, todos conectaron muy
bien.
Los dos chicos eran perros rabiosos que
ladraban excitados a la noche estrellada de alcohol. Descubrieron un mundo
nuevo a Nico, un mundo distorsionado en que se sintió actuar como nunca jamás
creyó que lo haría. Sus dos amigos serían dos perros rabiosos, pero él era un
caballo silvestre totalmente desbocado en el caos nocturno.
Protagonizó escenas, que incluso a
alguien como a Toni, le parecían locuras sin límite. Nico se sentía inmortal
por su juventud; bebía ríos de whisky,
ron, ginebra, cerveza… o lo que fuera que tuviera su elixir. Ya no era aquel
chico del que se reían por sus andares, era todo un bohemio como los
modernistas, un artista que descubría nuevos mundos.
Llevaba una pequeña libreta con un
bolígrafo, como los malditos, por si tenía una idea que no pudiera esperar al
día siguiente para ser escrita, ya que se la podría olvidar. Cuando escribía su
reflexión en medio de la pista de una discoteca provocaba centenares de
carcajadas, aunque también, en varias ocasiones, fue un buen anzuelo para que
alguna bohemia se dirigiera para iniciar una conversación. Como fue un episodio
que se repitió en varias ocasiones, Álex y Toni empezaron a imitarlo en
diferentes puntos de la discoteca, sino rompían la magia. A ellos no les fue
tan bien, no eran auténticos como Nico en ese sentido.
La abuela fue la última chica que fue a
hablar así al escritor. Este ya estaba un poco harto de tanta locura nocturna,
después de nueve años ya hasta el propio cuerpo pedía una tregua. Los dos se
enamoraron, poco a poco dejaron las locuras por una vida tranquila en pareja,
la cual llenó muchísimo a Nico. Aunque después se derramó el recipiente del
matrimonio, como el de la amistad.
No obstante, esa noche el abuelo
recordaba que Patricia tuvo una buena relación con sus dos amigos. Ellos
siguieron unos años más con su vida alocada, pero no por eso dejaron de verse,
los tres creían que su amistad era muy fuerte.
Primero Nico dejó de ver las amistades
menos intensas. Antes de que naciera mi padre tenía tiempo para ver a sus
amigos, no mucho, pero cada vez que los veía parecía que no había pasado el
tiempo. Todo cambió con la responsabilidad paternal. Desde luego, Nico no
echaba la culpa a su hijo, no era cuestión de culpas, sino de varias causas.
Patricia, como sabemos, cambió su
sensibilidad por la persistencia del abuelo en publicar su obra. Tampoco
podemos olvidar que el escritor perdía muchas horas en conocer a profesionales
literarios. Esta etapa empezó con el embarazo de la abuela. Nico creía que ya
estaba preparado para profesionalizarse. Sus relatos, antes, como mucho los
publicaba en su blog o en revistas digitales desconocidas. Así esperaba los
comentarios de lectores anónimos que lo ayudaran a crecer artísticamente. Y a
los treinta años consideró que había llegado el momento de publicar, se acabó
el juego festivo del veinteañero que ya no era.
Volviendo al tema de la inversión de
horas, utilizó todo el tiempo en componer y leer para seguir aprendiendo. Y
claro, lógicamente a su hijo también había que dedicarle un cierto tiempo, el
suficiente para que lo llamara papá. Nico durante el período de descomposición
de sus amistades y su matrimonio, era consciente de que estaba prefiriendo
correr la maratón de la literatura a disfrutar con sus relaciones íntimas. Le
dolía, le dolía un poco por eso, fue su elección, siempre fue consecuente. Pero
realmente quería estar con su hijo, así lo escribió. Ese texto lo guardó toda
la vida, nos lo enseñó a mi hermano Agustín y a mí. Mi padre nunca quiso verlo
hasta ese momento.
¿Qué sucedió durante ese año con su
relación amistosa con Sergio? Este volvió a su antiguo trabajo y abandonó la
maratón. Era buena persona, nadie sabe el motivo, pero ayudó al abuelo. Quizás
le caía bien, quizás era lástima, quizás creía en su obra, o quizás era una
persona sin personalidad, fácil de manipular. Le presentó a un escritor profesional,
al que conocía porque habían publicado con la misma editorial.
Para el abuelo fue una alegría que solo
podía compararse con el nacimiento de tener un hijo. En ese período, tan
complicado para él, estaba escribiendo una nueva novela. Su padre y su madre lo
veían sonreír igual que a un beodo cuando cenaban en la mesa. Cuando le
preguntaban por qué sonreía solo, sin motivo ni comentario alguno, respondía
que era por los cambios positivos que tendría en su carrera como escritor. Iba
a adelantar a un grupo importante de corredores. La bisabuela lo desanimaba
expresando su duda, pero a su hijo ya no le dolía su nula fe en él. Se había
fabricado unas ilusiones perennes.
Aunque, algunas veces, el escritor
volvía frustrado del local. Parecía consciente de que no había corrido con
todas sus energías. Cuando su madre lo veía llegar con la cara tan larga, no le
decía nada. Él se encerraba en su cuarto, entonces ella se acercaba y escuchaba
como hablaba solo:
—¡Ya lo sé! Ya lo sé, hoy he escrito
fragmentos incoherentes con el resto de la historia. Soy consciente de ello.
Pero tú, Preocupación, no te aproveches de ello. Vete de aquí, solo necesito
dormir, mañana me levantaré y escribiré mejor al estar descansado. Es sábado,
el día de hoy no he avanzado nada, pero no es el fin. No significa que no sea
un buen escritor como tú quieres hacerme creer. ¡Te lo demostraré! Y ahora,
fuera.
La bisabuela le comentaba a su marido lo
que había escuchado. Este le decía que le diera tiempo, quizás estaba estresado
por el divorcio. Era delicado sacar un tema como ese a un hombre como Nico. En
el futuro conocería a otra mujer y todo
se arreglaría. El bisabuelo no sabía que su hijo, antes del divorcio, ya
hablaba con alguien en voz alta, que la separación no era la causa, sino la
consecuencia. Lo que pasaba realmente era que al padre del artista no le
apetecía afrontar ese problema, nunca se molestó de hablar en mi abuelo.
Sergio presentó a ese escritor a mi
abuelo en una cafetería. Hablaron de sus autores favoritos, de la prosa de cada
uno. Nico intentó convencer a Sergio para que no abandonara la maratón, aunque
el profesional le dio la razón a su amigo. Correr era un deporte de desgaste y lo
saludable era caminar.
—Sí, pero corriendo se notan más cambios
en el físico —opinó Nico.
—Sí, aunque por fuera, por dentro estás
mejor cuando caminas —se defendió el profesional.
—¿De qué habláis? —preguntó Sergio.
Fue el primer choque entre trenes, no el
último. El profesional era de escribir con un bolígrafo de color azul, el
abuelo con el de color negro. El primero no bebía café, Nico era un cafetero
empedernido. El que publicó estaba a favor de un estado literario, el abuelo en
ese sentido era un libertario. El primero quería tener razón en todo, en eso
ambos coincidían.
—¿Cuál es tu escritor vivo favorito? —preguntó
el profesional esperando escuchar un tontería—. ¡Bah! Ese no vale mucho, yo lo
conozco, depende excesivamente de la opinión de los demás para atreverse a
publicar sus escritos.
—Eso no lo convierte en un mal escritor.
—Un escritor sin personalidad no puede
escribir nada decente, es su caso.
—No creo que no tenga personalidad.
—Tú no lo conoces, Nico.
—¿Y tú sí?
—No es amigo íntimo, pero algo sí.
—¿Cuál es tu escritor vivo favorito?
—preguntó Nico—. Ahora lo entiendo todo, si te gusta ese inútil no puedes
interpretar correctamente al otro —concluyó el abuelo.
—¿Por qué es un inútil?
—Porque exagera su forma de escribir, de
tanto embellecer su prosa se convierte en excesiva y gratuita.
—Es una de mis grandes influencias.
—Vaya.
—Así que para ti, Nico, también yo soy
excesivo y gratuito.
—No he leído tu obra.
—Ya te digo que escribo parecido a mi
maestro, al cual tú has despreciado.
—Despreciado no sería la palabra
adecuada —dijo Nico, pensando en que había cometido un gran error al criticar a
ese literato.
—¿Cuál es?
—Equivocación.
—Sí, ¿por qué?
—Me he confundido con otro escritor.
—No lo creo.
—Es la verdad.
—Entonces no tienes calidad para
publicar en mi editorial. Prueba con una de autopublicación, los propios
autores pagan una pequeña edición de dos cientos ejemplares u otra cantidad.
También cabe la posibilidad bajo el formato Kindle o Taugus.
—Jamás, yo estoy preparado para ser un
profesional.
—Pues nada, Nico. Nunca vivirás de tus
escritos.
Fue un jarro de agua fría para el
abuelo. No esperaba recibir un golpe tan duro. Tuvo que dejar el sueño de
publicar en ese momento, aunque luego recordó que él era el hombre destinado a
ser uno de los mejores escritores de todos los tiempos, a que la gente le
llamara la atención por la calle para agradecerle los servicios prestados con
su literatura. Su amistad con Sergio sobrevivió a la crisis explicada, pero no
a la siguiente, que se podrá leer en el próximo capítulo.
6
Nico insistió a Sergio en que aquel
escritor que le presentó era un idiota. Seguro que conocía a otro tipo más
amable y elegante en su escritura. Su amigo le dijo que tendría que ser más
frío y calculador en la conversación. No podía ser tan infantil y soltar lo
primero que se le pasaba por la cabeza. El abuelo le dio la razón.
Pasaron varias semanas hasta que Sergio
le presentó a otro literato profesional. Nico lo conocía por sus artículos
periodísticos en un diario. A decir verdad, lo de escribir solo era un sueldo
extra para el periodista, algo que no le gustó al abuelo. Sergio lo convenció
para quedar con él porque era un hombre con muchos contactos.
La conversación fue más animada que la
anterior, Nico aprendió de los errores de la primera. Hubo una química
especial.
—Nico, te recomiendo que entres en la
prensa —dijo el hombre.
—¿Cómo? No lo entiendo.
—Sí, escribir en un periódico. Te abrirá
muchas puertas, sobre todo si estás en la sección literaria.
—Nunca lo había pensado.
—Pues hazlo. ¿No te has dado cuenta de que
muchos escritores son periodistas?
—Sí.
—O al revés —dijo Sergio.
—Tienes que aguantar así unos años,
hasta poder ganarte la confianza de autores, editores, etc. Luego presentas tu
novela a un concurso en que el sepas que están tus compinches. Les dices que
vas a presentarte a tal concurso, por supuesto, son personas de las que tú siempre
has escrito bien. No hace falte que les digas nada a la cara, ellos sabrán
devolverte el favor. —Acabó la frase guiñando el ojo.
—Vaya… —El abuelo no esperaba que la conversación
tomara esa dirección y no sabía qué decir.
—Así es este mundo —dijo Sergio a Nico
en un tono con el que le advertía de que no era divertido correr la maratón.
—Así es en todos los mundos de este
mundo, Nico. Todo funciona igual, dime a quién conoces y te diré cuántos libros
podrás vender, o cuántos CD, o en qué teatros o películas podrás actuar.
—Entiendo.
—Te veo en estado de shock.
—No, no, no te preocupes, estoy bien.
Sabía que había que tener contactos, aunque no tantos.
—Si te interesa, primero tendrás que
pasarme una crítica literaria de una publicación reciente, de la obra que te dé
la gana. Quizás tenga que corregirte algún vicio poético que en un artículo no
encaje, espero que no te ofenda.
—Para nada, todo lo contrario, te lo
agradezco —dijo reaccionando por fin el abuelo.
—Está bien, yo me tengo que ir, ahora
voy a un programa de radio. Si te va bien, también podrás ser colaborador en
programas radiofónicos o televisivos. No se cobra mucho, pero algo es algo.
El abuelo se despidió efusivamente de su
nuevo amigo, le sonreía como si fuera un verdadero estúpido. Sergio y Nico se
quedaron en la cafetería charlando un rato más.
—¿Qué te ha parecido? —preguntó Sergio
al abuelo.
—No esperaba para nada ese ofrecimiento.
Es raro, siempre he visto a escritores que han empezado de periodistas, nunca
había pensado que yo podría hacer lo mismo.
—Te aseguro que también es muy duro.
—Siempre pesimista. —Rio Nico.
—Bueno, soy realista.
—Supongo que son muchas horas.
—Claro, vas a dejar tu puesto de funcionario
para ser autónomo y trabajar para varios tacaños.
—No había caído en que…
—Es complicado que seas de una
plantilla, a las malas un contrato precario. No sé qué es peor. Te llevaría más
horas que tu actual trabajo, ya lo has escuchado, si te va bien irías a la
radio o a la televisión. Como puedes imaginarte, entre el desplazamiento y la
colaboración es más del tiempo que uno cree en principio. Tendrás poco tiempo
para ti, y para los tuyos ni te digo.
—Lo complicas todo mucho, Sergio.
—Es mi opinión, te aseguro que yo soy
más feliz ahora. Escribo en mis ratos libres, estoy con mi familia, no necesito
nada más.
—No seas tan modesto, ahora publicas tus
novelas por Internet y vendes un buen número de libros. Mucha gente te conoce
gracias a haber publicado.
—No tanta como crees. Es verdad que va
bien la venta de los libros electrónicos, los vendo a cuatro euros y quedan
para mí más de tres euros. En la editorial no ganaba tanto por libro.
—Sergio, un editor invirtió su dinero
para publicar tu obra, la obra de un desconocido. La librería también se queda
un porcentaje importante y, como sea una cadena, quiere aún más. La
distribuidora también cobra su porcentaje. Eso no lo ves, es lógico que quiera
cubrirse las espaldas. Si hubieras seguido con un ritmo de ventas decente te
habría subido tu ganancia.
—No te puedo discutir que un editor
arriesga mucho. Es el riesgo de un empresario. Lo que tú hoy has visto aquí es,
cómo funciona este mundo, no dejan de ser empresas que contratan a sus
trabajadores. La típica política entre personas para subir en la empresa, que
si yo me voy con Pascual y el otro con Fulano.
—Así también funciona el mundo público,
te lo aseguro. Yo no lo critico, porque así he conseguido vivir bien. Si tuve
suerte con el trabajo, puedo construir unas nuevas relaciones entre toda esa
gente.
—Lo tienes muy claro.
—Sí.
—Pues adelante, Nico, sigue. Yo no te
frenaré ni te molestaré más con mis opiniones. Espero que te vaya bien y para
cualquier consejo llámame.
—Gracias.
Los dos amigos se fueron del local. Mi
abuelo se fue bastante más tranquilo de lo que había estado durante la
conversación con el periodista. La Preocupación del abuelo quedó arrinconada en
esa cafetería, la dejó allí y le dijo claramente que no fuera a buscarlo. Esa
noche escribió un artículo sobre una novela que había leído recientemente. Tuvo
suerte, porque esa semana no le tocaba estar con Dani. Al día siguiente envió
el escrito a su nuevo amigo, el abuelo nunca me dijo cómo se llamaba.
El hombre le respondió pidiéndole que
también le enviara su última composición. Nico se excitó al leer la petición,
sus ojos fueron dos focos intensos de luz de la felicidad que irradiaba. Estaba
convencido de la actitud pusilánime de Sergio y le demostraría que se
equivocaba.
Quedaron diez días después en la misma
cafetería, en aquella ocasión los dos solos. El nuevo amigo fue directo al
grano.
—Voy a ser sincero contigo.
—Perfecto. —El abuelo estaba ensayando
dentro sí mismo una humildad lo más espontánea posible tras escuchar el elogio
—He leído tu crítica literaria y me ha
gustado mucho…
—Gracias. —Sonreía demasiado.
—En cambio, tu prosa no es muy
literaria.
—¿Cómo?
—Sí, primero leí la crítica, me dije que
eras un tipo que sabía diferenciar claramente un trabajo periodístico de uno
artístico. Cuando leí fragmentos de tu novela cambié de opinión, tu don está en
criticar obras literarias. Tienes conocimientos, conoces la teoría técnica e
incluso has estudiado la historia de la literatura. Conoces a los clásicos y a
los grandes de nuestros días. Has trabajado mucho para tener dicha técnica,
pero, Nico, el arte es más que técnica.
—Lo sé, y sé que soy una artista de los
pies a la cabeza —dijo el abuelo molesto.
—Es normal que uno mismo no juzgue su
propia obra con la misma lucidez que lo hace con la de los demás. Nos pasa a
todos.
—Supongo…
—De verdad, es impresionante cuántos
conocimientos tienes, ni yo he estudiado tanto la literatura. Pero no tienes el
genio artístico. Tengo un amigo que es la hostia tocando el piano; interpreta
perfectamente a Mozart, Beethoven, Verdi, Bach, incluso a mí también me entras
ganas de conquistar Polonia al escuchar las composiciones de Wagner tocadas por
él. Pero te aseguro que ese crack no
compone ninguna pieza hermosa, nunca lo ha hecho y nunca lo hará.
—Yo no soy ese amigo tuyo, lo que pasa
es que se ha autoconvencido de esa mentira —respondió el abuelo enojado.
—No te enfades, Nico. Voy a hablar bien
de ti a varios periódicos y revistas. No te faltará trabajo, incluso alguien
como tú podría dar conferencias o ser jurado de concursos importantes.
—¡Yo no quiero eso! —Se levantó
totalmente fuera de sí.
—Perdón.
—Yo no he nacido para ser un crítico
frustrado que no sabe escribir…
—Nico, no es nada malo, eres bueno en
algo.
—Yo no quiero ser bueno en algo, quiero
ser un gran escritor.
—Solo hay unos pocos en cada siglo.
—Algún día, mi obra será reconocida,
algún día seré reconocido como uno de los más grandes.
—Nico, estás desvariando. No eres un
veinteañero, espabila.
—¡Ya sé lo que pasa! Has leído mi novela
y tienes envidia, no puedes aceptar que haya alguien tan bueno, y eso te da mil
patadas.
—¡Estás loco! Olvídate de mí. ¡Conspiraciones
contra tu mierda de novela! Ja, ja, ja, un chiste muy bueno. —No dijo nada más,
se levantó y se fue.
—¡Vete, vete, vete! No te necesito a ti
ni a ninguno de tus amigos, el que vale llegará tarde o temprano a la cima del Parnaso.
Los clientes de la cafetería callaron al
unísono y miraron estupefactos la excentricidad del abuelo. Este se dio cuenta
de que la Preocupación se había sentado enfrente de él y se reía. Pagó la
cuenta y se fueron del local.
En el camino hacia el metro, Nico estaba
sudando, no se quitaba de encima a esa pesada. Normalmente ella lo seguía unos
minutos, pero luego se cansaba, porque el abuelo tenía una personalidad muy
fuerte, o al menos eso pensaba él. Para seguir corriendo en la maratón, o para
escalar Parnaso, había que tener mucho carácter, según se decía a sí mismo en
ese momento.
La Preocupación le estuvo pisando los
talones, tanto que podía oler su hedor. Antes de llegar a casa de sus padres se
dio media vuelta, la golpeó y se fue corriendo, escuchando la promesa de ella
de que volvería.
Sergio llamó a los quince minutos de que
el escritor empezara a leer en su habitación para tranquilizarse.
—¡Cómo te atreves! Nico, no puedes
tratar así a la gente. Todo el que es sincero contigo crees que va contra tu
obra.
—Es cierto, Sergio. Tú nunca me has
dicho eso, entonces tiene que ser porque ves posibilidades en mí.
—Lo que veo es un loco de remate sin
solución.
—Me ha enfadado mucho que un periodista
vaya de gran conocedor de las letras.
—Ese hombre escribe mucho mejor que
nosotros y se ha ofrecido a ayudarte cuando podría haber pasado de ti. ¿No lo
ves?
—Quería ayudarme hasta que ha visto que
podía eclipsarle con mi novela.
—¡Es increíble! Te dejo por imposible.
Nico, no me llames más, ¿me has escuchado? No me molestes más, te faltan varias
neuronas. No quiero saber nada de ti.
El abuelo tuvo suficiente esa noche. Se
fue a la cama y hasta se le quitaron las ganas de leer. No durmió mal, a pesar
del disgusto.
Esta historia está entera en el libro Literaturismo. A la venta como libro electrónico en Amazon por 2,99 euros o gratis con Kindleunlimited.
https://www.amazon.es/Literaturismo-Lluís-Llurba-Torre-ebook/dp/B06ZZL9CN8/ref=sr_1_2?ie=UTF8&qid=1515698834&sr=8-2&keywords=Lluís+Llurba+Torre
No hay comentarios:
Publicar un comentario