sábado, 9 de septiembre de 2017

Barbecho (primer fragmento)

Barbecho

La hipocresía es un vicio de moda y todos los vicios de moda pasan por virtudes.
Molière. Don Juan.

Mi prosa nunca fue, ni es ni será una tierra fértil. Ahora sé que yo no tengo el abono adecuado para fertilizar mi escritura. Hubo una época en que creí realmente tener posibilidades de publicar mi obra, no obstante, nadie me hacía caso, no ganaba ni en concursos literarios amañados por mis conocidos, ningún colega me tomaba en serio ni muchos menos los agentes literarios y editores.
Yo opinaba que era por mi anonimato el no escapar de tal soledad. Envíe una de mis tantas novelas a una correctora literaria, porque no entendía cuál era el problema. A cambio de trescientos euros criticaron de manera constructiva mi composición, criticaron, de manera constructiva también, que no desarrollaba por completo la idea del texto, el estilo sabía a rancio y solo escribía sobre personajes locos.
Me desanimé como un enamorado que ve a su amor besándose con otro. Parecía ser que no tenía suficiente talento por mucho que trabajara. Fue una respuesta que me provocó una crisis interna y, tras varios días, pensando decidí que dejaría la escritura durante un año. Descansaría mi prosa para volver a sembrar en el futuro y así cosechar una escritura rica. Lógicamente, no dejé la lectura, ya que era la única forma de seguir aprendiendo.
Mi relación con otros escritores no cesó, ni tampoco con otros seres humanos, de todos se puede aprender algo bueno o lo que no hay que hacer. Una noche salí con un amigo a la discoteca Salamandra de nuestra ciudad, L`Hospitalet de Llobregat. Allí conocí a Carol, una joven actriz que actuaba en teatros pequeños. No era una de esas personas sobre las que yo solía escribir, estaba cuerda y era seria. Estuvimos hablando toda la noche de libros. Intenté besarla y, no lo conseguí, pero sí su número de teléfono móvil. Al sábado siguiente volvimos a quedar en una cafetería en el barrio de Gràcia de Barcelona, donde ella vivía. No esperaba para nada lo que iba a decirme.
—La semana pasada te mentí, no soy actriz, lo siento.
—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me dices ahora la verdad?
—No me apetecía hablar de mi vida, es una gran mentira, me sentía cómoda contigo hablando de literatura.
—No lo entiendo. Tendrás que darme más detalles, Carol.
—Está bien. —Se tambaleó y al segundo volvió hablar-— Yo no soy conocida, mi familia sí. Mi madre es Bárbara Notable Pena, la fundadora y líder del Partido Republicano de los Pueblos Españoles, el PRPE.
—La conozco, es una de las candidatas a presidenta del Gobierno de España. Gracias a personas como tu madre el republicanismo ha resucitado en nuestra sociedad. Yo los votaré en las próximas elecciones generales. Me gusta su progresismo político y su concepto de una España plural. —Puede parecer que fui un lame culos, pero no fue así, decía lo que pensaba.
—Gracias por tus elogios…
—Y a tu hermano también, es un luchador contra la homofobia, es de los pocos políticos que reconoce sin tapujos su homosexualidad. Bárbara y Alberto forman un buen tándem para acabar con la vieja política.
—Mi hermano ha sabido sacar tajada de este tema.
—Sí, pero era algo muy arriesgado. —Callé, porque ya no parecía estar tan cómoda conmigo como el sábado anterior.
—Si no te hablé de mi familia es por lo que está pasando ahora mismo, digamos que yo no soy la protagonista de nuestra conversación. A mí no me interesa la política, es un tema cansino para mí, veo poco a mi familia por la política.
—Entiendo, no volveré a machacarte más con el asunto.
—Gracias.
—¿Trabajas?
—Sí.
—¿De qué? —pregunté extrañado porque no me lo había dicho.
—Soy informática, te instalaré el último Windows cuando tú quieras.
—¿De verdad eres informática?
—Sí, ¿por qué te extraña?
—Ese mundo no tiene nada que ver con tu familia.
—No, por eso me gusta.
—Ya.
—Yo pensaba que lo decías porque no suele haber informáticas en la informática.
—Buena indirecta, Carol. Puede ser que me haya extrañado, pero para bien.
—Me alegro de escuchar algo así. —Sonrió levemente—. Te he espiado por Internet y he leído tus escritos.
—Joder…
—¿Qué pasa? Te has puesto gris en un momento.
—Me da vergüenza, no soy un buen escritor.
—No lo sé, no entiendo tanto.
—Tienes cierta cultura literaria, conocías a los escritores de los que te hablé el sábado pasado.
—Sí, mi madre me obligó a leerlos en mi adolescencia, no tenía otro remedio. Lo importante es que te gusta y que sigas escribiendo para mejorar.
—Claro. —Respondí mirando la mesa avergonzado.
—¿Estás escribiendo algo ahora?
—No, voy a estar un año sin escribir, como un barbecho.
—Entiendo, seguro que tendrás buenas ideas para escribir el próximo año.
—Eso espero.
Nos seguimos viendo en las siguientes semanas. Nos gustamos, iniciamos una relación en la más estricta seriedad, con toda la palabrería empalagosa y todas las típicas características del martelo. Yo no solía hablar a Carol de su familia, lo cual me agradecía. Me chocaba que ella tampoco abriera la boca para hablar de ellos. Sin embargo, cuando llevábamos cinco meses saliendo me preguntó si quería conocer a su hermano. Respondí afirmativamente. Al siguiente sábado por la noche quedamos para cenar en un restaurante sirio en su barrio. El lugar lo eligió Alberto, era una forma pública de demostrar su progresismo.
Esperaba que él tuviera otra forma de ser. Me saludó fríamente, parecía que no le apetecía estar en aquel lugar, esa noche creí que era porque era un tipo famoso y mucha gente lo molestaba. Hablaba con un tono suave y lento. No lo estoy definiendo como un pusilánime, no. Me miraba de tú a tú a los ojos, sin mostrar prepotencia ni humildad. Para mi sorpresa, me escuchó atentamente, dejó que yo hablara de mí y de mi exitosa carrera literaria, pero un político suele ser una persona egocéntrica que no soporta no ser el centro de atención, a pesar de no mostrar soberbia en sus acciones.
—Yo soy aficionado a la poesía. —Me cortó cuando hablaba del fracaso de mi última historia.
—¿Te refieres a leerla?
—Leo y compongo.
—Muy bien, es un buen ejercicio. —No sabía qué contestar. Carol no hablaba, pero su mirada no era de alegría.
—Sí, no todo tiene que ser política. Compréndeme, adoro la política, es la única herramienta para luchar contra las injusticas, pero no toda mi vida puede ser política. La poesía es mi válvula de escape. Además, a Carol no le gusta hablar del partido ni de la sociedad.
—Sí, ya me lo ha comentado en más de una ocasión. ¿Tienes algo escrito?
—No.
—¿No?
—No.
—¿Entonces?
—Mi mente escribe en el aire.
—¿Cómo?
—No necesito escribir, todo es mental, de mi mente afuera, todo es natural, limpio y sin contaminar. ¿Quieres que te recite mi última composición? Incluso de hace muchos años, tengo una memoria prodigiosa.
—Ya está bien, Alberto —cortó por fin Carol.
—Deja que responda —se defendió él.
—Mejor otro día —contesté no, o de lo contrario hubiera enojado a Carol.
—Disculpa las molestias, Alberto, ¿podría hacer un selfi contigo? —interrumpió la conversación una mujer cincuentona.
—Claro que sí.
Ella se puso al lado de Alberto, apretó la cámara del teléfono móvil e hizo la fotografía. Muy contenta le dijo que, gracias a él, había recuperado la esperanza en los políticos. Los halagos fueron creciendo.
—Una persona tan joven como tú, que solo tienes veintinueve años, y hablas con una madurez de un adulto de mi edad. Tú representas el cambio que necesitan las Españas. Eres el símbolo de la lucha del ciudadano, el camino de la igualdad entre mujeres y hombres. Tus declaraciones a favor de los más desfavorecidos me llegan al corazón. Has ayudado a muchos adolescentes a salir del armario sin mal de conciencia, mi hijo es uno de ellos, gracias a ti siempre te estaremos agradecidos.
—Es un placer escuchar sus palabras, todavía nos queda mucho por hacer…
En ese preciso momento, Carol se disculpó con la excusa de salir del restaurante para fumar. Yo la acompañé, ya que interpreté por su mirada que no aguantaba aquella escena. Ya en la calle, se sinceró conmigo.
—Perdona, no aguanto estas situaciones.
—¿Por qué?
—Porque son mentiras.
—Me imagino que Alberto, como cualquier político, tiene que guardar las formas.
—No, no es eso.
—Pues explícate mejor, no te entiendo.
—Es muy sencillo: Alberto no es homosexual.
—¿Cómo?
—Todo fue idea de mi madre. Apostó, cuando fundó el partido hace cuatro años, porque una forma de darse a conocer sería luchar contra la homofobia, demostrar ser un partido abierto y progresista. En esos momentos había pocos afiliados al PRPE, tenía prisa por la publicidad y subir en la montaña rusa que es la política. Convenció a Alberto para que se hiciera pasar por homosexual, sería la forma de controlar este tema. Idearon la figura de un homosexual serio, fuera del estereotipo de la loca festiva, una persona madura e idealista a la vez.
—Es increíble, difícil de creer.
—¿Conoces alguna pareja de Alberto?
—Ahora que lo dices, no.
—De muchos políticos de su talla sí, ¿verdad? Ahora mi madre tiene miedo, el partido ha subido tanto que pueden ser descubiertos.
—Y aún queda un año para las elecciones generales. No pueden ser descubiertos hasta entonces.
—Exacto, no se le puede ver con una mujer, es más, actualmente no tiene novia, pero sí amantes, ni te imaginas lo complicado que es poder verse en secreto sin ser descubiertos. En más de una ocasión, Alberto ha reservado una habitación en el hotel, su chica otra. Él entra con un compañero de confianza del partido, que interpreta el personaje de amante. Cuando han subido a la habitación se queda el actor y Alberto se va en la alcoba de su chica.
—Joder, estoy alucinando. Aun así, les pueden coger in fraganti, por ejemplo: si llaman al servicio de habitaciones o entra la señora de la limpieza.
—Nunca se queda una noche entera ni, mucho menos, llaman al servicio de habitaciones.
—Cuesta asimilar algo así, yo confiaba en el PRPE.
—Mi madre y Alberto no dejan de tener una ambición política. Ella ha trabajado muchos años en los servicios sociales, nunca se aprovechó de nadie, ni ha robado desde que está en este mundillo. Pero no los conocía nadie, tenían prisa por todo… —Carol calló, entendió que se estaba repitiendo.
—Hasta el día de hoy les ha salido bien la jugada.
—Sí, aunque a mí me desagrada, no está bien engañar así a la gente. Mira con qué admiración miraba esa mujer a mi hermano.
—Carol, es una mentira que ha hecho bien.
—Mi temor es que cuando se descubra. La desilusión de estas personas puede ser muy fuerte.
—El tiempo lo dirá. Vamos a entrar, que tu hermano debe estar ya solo.

—O con otra fan.

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