domingo, 27 de noviembre de 2016

Un mal ejemplo para los niños (2º fragmento)

Un mal ejemplo para los niños

—En fin… —Sebastián centró sus ojos de nuevo en Juanjo y sonrió forzosamente, ya que se había perdido en el camino del discurso—. Yo era un funcionario, trabajaba en el ayuntamiento de Barcelona, no importa de qué. Me harté de ver cuántas personas entraban por amiguismo o clientelismo, individuos menos preparados que yo ejercían puestos de responsabilidad importantes, eran salvados por mi profesionalidad, aunque no cobraba como ellos. Aprendí que en nuestra España no se sube por competente, hay que tener otras cualidades. —Bebió el daiquiri, Fidel lo imitó, Juanjo se quedó inmóvil escuchando a ese hombre—. ¿No bebes? Está bien, como te decía, tenía contacto con la policía por mi tipo de trabajo, allí conocí a un hombre que me liberó de mis prejuicios, te lo resumiré para que no te aburras.
»Me enseñó un camino para ganar dinero directamente. ¿Por qué matarme a trabajar por cuatro duros? El mundo de la cocaína era mucho más productivo, no te hablo únicamente del polvo blanco, vendemos de todo: heroína, pastillas, costo, pope… todo lo que exista o se invente en nuestros laboratorios. No me mires con esa cara, ¿piensas que soy cruel? Se puede decir que en esta empresa soy el gerente, la mano derecha del único accionista, y me va muy bien. Tengo una vida holgada, lógicamente ya no trabajo en el ayuntamiento, tengo mis contactos, siempre es importante, por eso estoy donde estoy.
—Sebastián, por una parte opino como tú, vengo del mundo de la construcción, he trabajado duro muchos años, me he peleado con niñatos que tenían la carrera de algo y no tenían ni puta idea, tan solo pensaban en gastar poco dinero en la obra para embolsarse así más ganancias. Mi mundo era más peliagudo que el tuyo, más rudo, da igual. Pienso que eso no justifica tu actitud, simplemente eres un capitalista más, ávido de dinero, que ha construido un océano de excusas. —Juanjo bebió largamente por primera vez.
—¡Juanjo! —gritó Fidel muerto de miedo—. Nadie habla así a Sebastián.
—No Fidel, tranquilo, tu amigo tiene más valor que tú. Me habías dado a entender que era un esclavo de su mujer, amigo. La ignorancia curva para abajo tus dotes de psicoanalista. Juanjo, ¿crees que tienes principios?
—Los principios nacen en la época de bonanza y mueren en el período de crisis. La verdad es que estoy cansado de todo, de pensar si hago bien o mal, de decepcionar a mi mujer, claro que me importa su opinión, no voy a vivir como un soltero sin tenerla en cuenta. Me moriría de vergüenza si se enterasen mis padres, ellos me enseñaron unos modales, ya no digo nada si mis hijos tienen que vivir con esa vergüenza.
—Juanjo, Juanjo. —Sebastián subió su tono de voz —. Te enseñaron el estoicismo, aguantas, te resignas, sucumbes, te dejas pisar. ¿Eso es ser bueno? A decir verdad, así actúa la mayoría de la sociedad.
—Si actuar bondadosamente es ser tonto, entonces yo he sido tonto durante muchos años, aunque ahora que conozco los dos caminos, ahora que puedo elegir, si ellos son libres para comprar mierda, yo soy libre para hacer el bien. Según tú, opinas que eso es de idiotas, yo creo todo lo contrario, tiene mucho mérito que haya gente que elija la honradez aun siendo conscientes de que así llegarán al vacío material.
»El mundo lo domináis los fuertes, sí, es cierto, tenéis muchos perros interesados como Fidel que os siguen el juego, pero en el mundo somos muchas personas, también son unos cuantos los que actúan honradamente, a los que les motiva más el flujo personal que el simple dinero que te robarán en cualquier momento. Qué mundo el tuyo que se autodestruye, que no puedes confiar en nadie, de tanto cubrir tu espalda no puedes presenciar una simple salida del sol, una luna llena, disfrutar un pícnic con los tuyos o ver una película con tu mujer.
»Considero que no eres tonto y lo sabes, por tanto, creo que eres una persona autodestructiva, caerás tarde o pronto por tu estilo de vida, pero igualmente lo prefieres, algo que no entiendo.
—¡Juanjo! ¿Cómo puedes hablar así? —Fidel estaba indignado, jamás Juanjo le había escupido así.
—Fidel, no te metas, es una conversación interesante. Juanjo, no me da miedo ir a la cárcel, he sido libre hasta ahora. Cuando te he argumentado las «excusas de océano» no eran mis medicamentos que sirven para que duerma mejor, los he comentado para ti. Pensaba que eras un alma azotada por la cobardía, no creía estar ante una persona con dolores éticos.
»Yo soy consciente de que hago el mal y no me arrepiento, puedo vivir sabiendo que soy malo, es más, siento placer cuando estoy en mi yate o viajo al mejor hotel de la ciudad que visito. En ningún momento pienso en esos desgraciados que quieren morirse, ellos sí que son autodestructivos y no tienen el valor de que una cuchilla les quite de este mundo. Fui un estudiante excelente, he sido amante de la cultura y aún la amo, fui un buen trabajador hasta que me harté de ver cómo la mediocridad zanjaba mi carrera profesional, ellos hacían un acto pícaro típico de nuestro carácter español.
»¿Por qué un hombre con cualidades como yo tendría que estar debajo de unos mediocres sin conciencia? Si yo fuese como ellos, ascendería a lo más alto y así ha sido. Ellos en ningún momento pensaban que estaban haciendo algo malo, por estar introducidos en una especie de clientelismo. Yo estoy solo, es verdad, no me fío de los que dicen ser mis amigos, ni siquiera de mi esposa. Tengo tres hijos, de momento no han hecho nada merecedor para que piense mal de ellos, aunque aun así no me importaría que fuesen mis hijos los que me destronasen. Sería el hecho de que han aprendido bien la lección, estaría orgulloso de mi sangre, son mis hijos, al fin y al cabo.
»Sé que alguien como tú no me entiende, tú crees en muchas creencias, herramientas que utilizamos los fuertes para controlar a los débiles. ¿Has leído el Nuevo Testamento? ¿No? Hay dos evangelios, Mateo y Lucas, que escribieron la parábola del árbol y sus frutas. El árbol bueno no puede dar frutos malos y el árbol malo no puede dar frutos bueno… Bueno, te lo voy a resumir, a los hombres se les conoce por sus acciones y no por las palabras hermosas de las cuales te quieres santificar. Entonces yo me pregunto cómo puede ser que tú seas bueno y vendas cocaína, cuando te mueras tendrán que escribir un libro sobre tu vida. ¿Qué te parece este título?: Hagiografía de un criminal.
—No entiendo del todo tu ironía, nunca había escuchado la primera palabra, me da igual, he perdido mi sentido del humor. En ningún momento he dicho que sea bueno, he comentado sobre la actuación del bien. En mi vida he aprendido poco, pero observando a la gente he comprendido que no existen los buenos ni los malos, en nosotros desde que nacemos existe el bien y el mal, por eso te he dicho que soy libre para elegir uno o el otro. Antes no lo era porque no conocía el mal, por fin entiendo esas clases de religión que estudiaba cuando era pequeño, por fin entiendo el significado moral de redimirse, de perdonarse, una vez consciente del poder del mal y vencerlo, uno es libre. Aunque hablo de ideas que tengo en la cabeza, no soy lo suficiente valiente para llevarlas a la práctica.
—¿Así que no te consideras libre?
—No, no lo soy. Me he dejado vencer por las circunstancias, han sido más fuertes que yo, no tengo excusas ni me he perdonado. Por eso estoy aquí, pienso únicamente en mi familia, que no sufran inútilmente. Creo que es bueno sacrificar mi libertad por mi familia, espero no sacrificar también su libertad por mi culpa, que no carguen con mi crimen.
—¿Tú crees en Dios?
—No, el resto de mi familia sí… —A Juanjo le sorprendió hablar extensamente sobre estos temas y, en concreto, la nueva pregunta de Sebastián— ¿Por qué?
—Tienes las típicas y simples contradicciones de una persona educada en el catolicismo. El cristianismo os enseñó a obedecer, a resistir pacíficamente ante la autoridad, a perder pasivamente, a morir sin luchar pensando en el regalo de la vida eterna, eso os hace personas mediocres. A ti te gusta pensar que ahora podrías ser libre, que elegirías el bien, pero no puedes para que a tu familia no le falte de nada. Mientes, mientes como todos, te atrae el dinero, entiendo que no quieres olfatear tus contradicciones.
—Yo no me considero un perro. Una cosa es cierta: estoy hecho un lío, aunque estoy aquí, ¿no? Quizás eres tú el que no ves ni escuchas todas esas personas que hacen el bien. Él es humilde y nunca busca el protagonismo.
—¿Entonces por qué vienes a mí?
—Porque no soy libre, porque no soy valiente, porque busco la solución rápida para los míos, pero no sé si será para mí, porque el bien es lento y no me sobra a mí. —Juanjo acabó su daiquiri, Sebastián también y Fidel imitó cuando vio cómo el segundo bebía.
—Juanjo, eres más valiente de lo que crees, otros se hubiesen hundido con su familia, o peor aún, se hubiesen fugado como tu cuñado. Quizás vas a redimirte, y así liberar a tu familia, si aceptas mi propuesta. Eres más valiente que Fidel por aceptar tu miseria y tu cobardía, él sí que es un perro, tú no, no has querido lamer mis gracias en ningún momento y darme la razón en todo. —Fidel se sorprendió, pero calló y no replicó como en el ataque de Juanjo—. Entonces, dime sí o no antes de escuchar nada, si no me voy y santas pascuas.
—Acepto…
—Bien, escucha bien. Esta noche... 

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viernes, 16 de septiembre de 2016

Interiores (Fragmento V)

VII

Antonio se había recuperado y estaba descansando en su casa. La única secuela que le había provocado el ictus cerebral fue una depresión. Sin embargo, el escritor percibió que María estaba más apocada que nunca, hecho que le llamó la atención, no mostraba ninguna alegría por su regreso ni interpretó su personaje de fiel ama de casa. Se limitaba a pasear por el piso, cuidar de Antonio y beber. Él intentó iniciar una conversación pero ella lo evitaba. «Cuando estés bueno, hablaremos», le dijo en más de una ocasión. Una tarde, Ana fue a visitar a María y Antonio. La conversación con el escritor fue áspera y corta, él se excusó diciendo que se encontraba cansado y se iba a la cama para dormir la siesta. Las dos mujeres aprovecharon la ocasión para hablar en el comedor, ellas no sabían que Antonio no había ido a su habitación, la cual estaba lejos del comedor, sino que había ido a su despacho, desde donde podía escuchar perfectamente la plática. María y Ana no se percataron porque habían ido un momento a la terraza y cuando volvieron creyeron que Antonio habitaba en la modorra.
—¿Cuándo te vas a decidir? —Ana preguntó a María.
—No lo sé.
—¿Tú quieres estar aquí? —María tenía la cara lívida a causa del exceso de alcohol. Miró unos segundos a su amiga, lloró y se sentó en un sofá. Ana la consoló, abrazó y encomió—. María, mi única amiga, la mejor amiga que una persona puede tener. Siento si te presiono, te prometo que no volveré a hablar del tema hasta que tú quieras.
—No, no es eso. Necesito hablar contigo seriamente, no quiero mentir más. Primero siéntate, por favor, y escúchame, quiero que me escuches y lo entiendas. Gracias por tus palabras, pero lo único que consigues es ponerme más nerviosa, son palabras amables que no me merezco.
—No digas eso, si las personas fuesen como tú, el mundo sería un lugar hermosísimo —Ana hablaba mientras se sentaba en el sofá y cuando vio el rostro descompuesto de su amiga cesó de hablar.
—Todos creéis que soy una santa, pero no lo soy. Escucha, Ana, tú me has visto como estaba estos días en el hospital, tú crees que estaba destrozada por el infarto cerebral de Antonio, y en parte era cierto y en parte no, déjame explicarte por favor —dijo cuando Ana iba a interrumpir a su amiga para loarla otra vez—. Si estaba tan mal en el hospital es porque me he dado cuenta de que no soy tan buena persona como vosotros pensáis. Si sufría era por temor a que Antonio sobreviviese, deseaba su muerte, y al mismo tiempo me atormentaba ser esclava de este deseo, digo esclava porque no sé cómo ha salido dentro de mí, te juro que no ha sido provocado, todo fue muy natural. Había momentos en que me aliviaba pensar que sería libre otra vez, que Antonio se iría de mi vida; otras veces creía que era peor que mi padre, me sentía un ser despreciable y no sabía qué pensar, estaba hecho un lío. Luego vino Celia y lo empeoró todo, defendí a Antonio y a Pedro, aunque no creía en mis palabras del todo. Sé que Antonio es así por culpa de Celia, pero no tiene excusa, si está mal consigo mismo es porque es débil, tal como dijo Celia. Pensándolo bien, yo también soy débil por haber aguantado a Antonio durante tantos años. ¡Y no me digas que soy buenísima!
Ana se sorprendió del comentario desabrido de su amiga, y más teniendo en cuenta que ella no tenía la intención de hablar. María comentó rápidamente la última frase porque tenía pocas fuerzas y le costaba sincerarse con Ana a pesar de estar beoda. Esta entendió que era mejor dejar concluir el monólogo.
—Tu proposición de irme contigo y dejar Antonio me lio aún más. Para que veas lo ruin que soy, no quiero dejar a Antonio, prefiero que se muera, si él sigue vivo no descansaré en paz, desconozco el motivo, aunque es así. Necesito su muerte, me lo debe. Sí, he perdido a Pepe y he sobrevivido, mis padres han muerto y he sobrevivido, la muerte de Antonio podría significar el fin de una etapa mía… No sé qué demonios digo. ¿Tú me entiendes?
Ana estaba sorprendida por la confesión, no podía creer que María sintiese tanto odio. Siempre creyó que no soportaba a Antonio, no obstante, María había silenciado su locura. Entendió que María también era una mujer, una mortal, no era una enviada de Dios ni ninguna santa, María sentía amor y odio como las demás personas. Ana interpretó por sus palabras que la primera sorprendida por tales sentimientos era la propia María. La periodista pensó durante unos largos segundos una frase adecuada que no irritase a su amiga.
—Creo que tienes que hablar de tus sentimientos con Antonio. Cierto es que el tema no es fácil de explicar, sin duda tendrás que emplear otras frases más correctas. Piensa que Antonio está enfermo, escuchar algo así le puede hundir más aún en la depresión.
—Ana, también tengo síntomas de depresión.
—¿Cómo?
—Sí, los he leído por Internet y tengo varios síntomas que están escritos en la página. Estoy siempre cansada, no tengo ganas de hacer nada, tengo deseos suicidas desde hace tiempo pero no me mato porque sé que Antonio no va sentir nada.
—Estás segura de que él no te quiere nada, o hasta que te odia.
—Me odia y me echa la culpa de todos sus males, incluso los de su hijo.
—¿Cómo está?
—Sigue en la clínica. Dios, yo quería mucho a ese muchacho, se deshizo de mí cuando intenté encaminarlo —Ana estuvo más avispada que en el hospital y sí se dio cuenta de algo e interrumpió a María.
—Has dicho que lo querías, es decir, ya no lo quieres.
—Quiero al niño que fue, no al hombre en el que se ha convertido. Fue un niño caprichoso y egoísta, aunque no era mala persona. Vivía con su madre pero venía a mí para contarme algo, pedirme dinero, que le dejase el coche o las llaves del apartamento para llevarse una chica.
»Fui muy dura con él cuando lo pillé esnifando coca. Le dije que acabaría siendo un marginado y un inútil, le molestó mucho mi comentario, creo que le recordé a su madre. Desde entonces rompimos nuestra buena relación, hasta llegaba a reírse de mí.
»Un día, no recuerdo por qué, me dijo que «no leyese a Góngora porque acabaría mareada de leer la primera frase», algo estúpido cuando su padre asegura que Pedro no ha leído a ese.
—María, te repito que creo que Antonio y tú tenéis que tener una conversación sobre vosotros dos y también  sobre vuestra relación con Pedro. Está claro que una vez fuisteis una familia, no sería la familia perfecta aunquem era una familia al fin y al cabo. Abre tu corazón antes de que acabes enferma de verdad y cometas alguna tontería. Has aguantado mucho, ahora que te aguanten.
—Sí, tienes razón, Pedro ha influido mucho en mi relación con Antonio —María recordó cuando descubrió a Pedro con la droga y cerró los ojos pensando que así saldría la imagen de su cabeza, lo cual no sucedió. Entonces entendió que no se atrevía a hablar claramente con Antonio—. No sé si podré hablar con Antonio, es pronto.
—No, no es pronto. No tienes veinte años, no sois novios. Sois un desastre y una farsa de matrimonio. Date una oportunidad, si hablas con él, quién sabe, a lo mejor también das una oportunidad a Antonio.
—Visto así parece bonito… Creo que tienes razón.

La plática duró unos minutos más, Ana se fue porque tenía que trabajar. María se quedó sola, estaba sentada en el sofá, escuchando el mutismo y pensando a través de este. «¿Cómo hablo con Antonio? ¿Cómo empiezo la conversación? ¿Cuándo? ». Sin embargo, el mutismo y sus pensamientos desaparecieron a causa de los sollozos de Antonio en su despacho. María lo entendió todo, él había escuchado la charla. Por una parte mejor, ya no tenía excusa para interrumpir su verdad. La lástima era que se iniciaba la plática por un suceso patético, o lo era para María. «En fin, como mi matrimonio con Antonio», reflexionó. Se dirigió al despacho del escritor, abrió la puerta y allí estaba Antonio llorando, sentado en su asiento, la cabeza agachada, apoyada en las manos y mirando con los ojos casi cerrados al suelo. Antonio alzó la cabeza al escuchar el ruido, respiró profundamente e inició la plática.

domingo, 10 de julio de 2016

Ana y Pepe

Ana y Pepe

Ana y Pepe eran dos primos de tres años, jugaban siempre en la habitación del niño cuando la madre de Ana iba a ver a su hermana gemela. Ana y Pepe eran muy amigos, se estimaban mucho, no obstante, exactamente ellos no sabían aún que era el amor o la amistad, simplemente jugaban y se lo pasaban bien.
-        Quiero probar algo – dijo Ana una tarde.
-        ¿Qué? – preguntó inocentemente Pepe.
-        Lo he visto en la tele…

Ana besó a Pepe, fue un beso con lengua. El primo no sabía exactamente qué era lo que hacían. Sintió un escalofrío por todo el cuerpo, un goce extraño. No era el típico encanto sexual de un adulto, era más bien un mareo que le provocaba un contradictorio bien estar. Hasta sentía un pequeño dolor por la laringe ya que a tan corta edad su cuerpo era muy sensible a cualquier ataque con napalm. Ana sentía una sensación parecida, no sabía qué era exactamente aquello del beso pero le gustaba morrearse con su primo. Continuaron aquella tarde intercambiando sus fluidos, si bien, debido a su corta experiencia no hicieron nada más. Al fin de semana siguiente, cuando las madres mandaron a sus inocentes hijos a la habitación de Pepe para jugar. Ana se tumbó directamente al pequeño cuerpo de su primo y se fusionaron sus almas. No era sexo, era amor, el sexo es sucio y placentero, no obstante, aquellos dos niños sentían extraños sentimientos que no entendían: era inocencia, pureza, comodidad, respeto, no sabían qué era el incesto… sólo imitaban a unos actores de quizás una película barata que había visto Ana en la caja tonta. Casi no sabían hablar pero sí besar, un logro para dos católicos. Volvieron a repetirlo las siguientes semanas aunque la historia terminó rápida ya que sus respectivas madres se pelearon por la herencia de la fallecida abuela tras un infarto inesperado. Pasarían muchos años hasta que las dos familias hicieran las paces. Ana y Pepe eran dos jóvenes con sus respectivas parejas. Los dos se acordaban de aquellos momentos, sin embargo, jamás lo mencionaron por vergüenza y por miedo a que su primer amor no recordarse aquellos días tan gloriosos.

lunes, 13 de junio de 2016

Casi me mato

Casi me mato


La historia que voy a contar sucedió hace dos años en el día de hoy. No me quería. Nadie me quería. Me veía feo e inferior a cualquier persona. Una día, harto de mi soledad y de mi marginación en este mundo decidí suicidarme. ¿Qué mis problemas eran estúpidos comparados con un niño tercermundista? Poco me importaba a mí todos los problemas del mundo, sólo pensaba en mí.
No sabía cómo morirme. Siempre he sido muy cobarde en todos los aspectos de la vida. Nunca me he atrevido a plantar cara a nada ni a nadie. Pensé en abrirme las venas, pero era demasiado lento ¡dejaría el baño hecho un desastre! Mi asistenta se cagaría en mi tumba. Tampoco España es los Estados Unidos, país en que todo el mundo tenía una pistola o escopeta para reventarse la cabeza como Kurt Cobain.
El metro era la solución. Tan sólo tenía que tirarme y cerrar los ojos… lo otro era cosa del conductor. Por fin se acabaría mis sueños solitarios. Mis domingos aburridos por la tarde sin nada que hacer preparándome psicológicamente para aguantar otra dura semana en el trabajo.
Llegué al metro. Aún quedaban cinco minutos. Lógico en un domingo por la tarde. Pasó el metro, no me levanté. Tenía demasiado miedo. ¿Qué pasa si hubiese un cielo? ¿Iría al infierno por matarme? Salí a calle para fumar mi último cigarrillo, el cual no me sentó muy bien.
Volví a bajar y espero de pie mi final. Sudo sin para y hasta tiemblo. Pero por fin llega el metro, en aquel momento ya estoy decidido en matarme. No pienso en mi vida ni en si aún me queda alguna esperanza. Únicamente quiero que todo acabé de una vez. Cuando hago un pequeño impulso de saltar, notó el roce de una mujer joven y guapa. Una preciosa rubia de ojos azules con una piel blanquísima. La cual con un acento de rusa, me dice:
-        ¿Se encuentra bien, señor?
-        No mucho.
Sin decir nada más, sin saber qué decir. Pensando que ni para suicidarme valía me fui de ella diciendo “hasta luego”. No quería llorar, no quería que me viese llorar. Pero no aguantaba, me conformaba con aguantar hasta la calle sin mis lágrimas pero iba acostarme mucho… lo que jamás esperé fue el comentario de ella.
-        ¿Se iba a suicidar verdad?
-        Perdón…
-        Si. Lo he notado, no sé cómo, pero lo sé – me quedé en blanco, no sabía qué decir. Ella volvió hablar – Venga conmigo, por favor.
Ya dentro del vagón, ahora me alegro de acabar dentro y no abajo, hablamos un poco. Le conté que tenía veinte ocho años. Trabaja en una biblioteca y vivía solo desde hace un año porque mis padres se habían ido a vivir a su pueblo, lejos de la ciudad. Ella me preguntó por qué estaba tan triste, yo no respondí…
-        ¿Es soltero? – me preguntó.
-        Sí.
-        ¿Le ha dejado la novia? Por eso está tan triste.
-        La verdad es que nunca he tenido novia – confesé avergonzado.
-        ¿Y eso?
-        No soy muy guapo y como persona soy un desastre.
-        Seguro que tiene muchas cualidades de las cuales usted no valora – dijo ella.
-        ¿Cómo te llamas?
-        Ana
-        Yo Onofre.
-        Onofre es un nombre poco común – dijo ella sorprendida.
-        Como yo.
-        Esta es mi parada ¿me acompañas?
-        Sí.
Obedecí como un perro. Fui tras ella como la rata que siempre habría creído ser. No sabía dónde íbamos, ni me importaba, la verdad es que ni lo pensé. La curiosidad únicamente me picaba para saber quién era esa chica. Finalmente fuimos a su casa, no tardamos mucho. No había nadie en ese momento, me dijo que vivía con tres rusas más. Ahí me explicó un poco más su vida.
-        Yo me ganó la vida en tu país como puta.
-        ¡¿Qué dices?! – dije sorprendido.
-        ¿Nunca has ido?
-        No – negué ofendido.
-        Por eso estás tan jodido, no voy a darte ninguna clase teórica, en este autoescuela se empieza por las practicas.
¿Qué más puedo contar? Esa muchacha me devolvió la alegría de vivir por unos instantes ¡Qué placer! ¡Qué diosa del sexo! ¡En unos minutos cambió toda mi vida! Resucitó la esperanza en mí y ya no me sentía tan feo ni inferior a nadie. Era algo brutal, había perdido tanto tiempo.

No volví a ver a Ana no tampoco hizo falta porque desde aquel día no he pasado penurias grandes en mi vida. Hasta que conseguido ligar, aunque algunas veces aún me equivocó, no por eso pierdo el valor ni el optimismo. Desde entonces tengo claro que quiero vivir, y sí quiero volver a morirme, tan sólo tengo que hacer tal como dice la canción Casi me mato de Barón Rojo: “de vuelta a casa vi la solución, lo más seguro es la televisión, con una dosis de publicidad es suficiente para palmar”.

domingo, 15 de mayo de 2016

Con el Corazón

Con el Corazón es el primera relato que escribí hace diez años. Un cuento divertido, alegre de un escritor de 23 años . Espero que os guste. 

Con el Corazón

Quiero mucho a mi coche, es una de las maravillas de esta vida de las cuales más aprecio y por eso siempre intento cuidarlo con máximo estupor. Mi imagen puede parecer del típico prototipo de persona que le gusta tunear su automóvil y correr a velocidades tan elevadas que te hacen sentir una sensación magnánima, sin embargo, suelo ser bastante prudente a la hora de conducir.
Para mí fue algo anómalo darle al coche de  mi vecina del aparcamiento mientras estaba estacionando, fue un error. Colisioné con el guardabarros y un poco con el parachoques, al principio de la maniobra estaba entrando de cara y sentí un poco el roce del coche de la vecina, cuando quise retroceder fue cuando le di en su automóvil ya que no giré el volante al otro lado creyendo que los dos automóviles no estaban tan juntos. En general la gente suele decir que esto me pasó por exceso de confianza, perdí el respeto y a este amigo nunca hay que perderlo, sólo tenemos que “deshacernos” de nuestro siempre fiel y odiado miedo. Pero esta no es la historia en concreto que quiero contar, sino la consecuencia de mi desventurada acción. Aunque para entender lo sucedido primero voy a retroceder un poco, así se entenderá la causa de este cuento un poco mejor.
Mi coche en aquel momento era mi receptáculo tras la ruptura de una relación de tres años con mi ex-pareja sentimental. No voy a vituperarla ya que el aburrimiento había llegado a su máximo esplendor en esta relación, no obstante, a mí no me importaba en absoluto porque lo había aceptado como hacen a diario todas las parejas duraderas y pensaba que ella también estaba conforme. Me equivoqué, me dejó por un compañero de su universidad, alegando que gente con 21 años como nosotros no podíamos encerrarnos en tan pocas experiencias porque perder el tiempo era perder la vida. Yo en un principio me lo tomé a mal, me había acomodado en esa vida, aunque ahora que escribo estas líneas le doy toda la razón y le estoy agradecido por tomar ella esa decisión.
Mi hastío y mi exceso de confianza fueron las dos causas del accidente. No sabía qué hacer en un principio, finalmente le dejé una nota con mi número de teléfono móvil para poder quedar y hacer el parte de lo sucedido. A la tarde siguiente me llama una mujer de unos treinta años con una voz segura:
-      Hola, soy Natalia. He visto tu nota en mi coche. Te agradezco tu detalle, poca gente hubiese actuado como tú. Por cierto: ¿Cómo te llamas? No lo pusiste en tu nota.
-      Me llamo Juan. Gracias a ti por tomártelo todo tan bien. ¿Cuándo puedes quedar?
-      Si quieres quedamos en mi casa, vivo encima del parking. En la portería número sesenta y nueve, cuarto segunda.
-      Está bien, yo vivo dos calles más abajo. ¿A qué hora?
-      A las seis de la tarde ¿Puedes? – preguntó ella.
-      Sí, ahí estaré. Nos vemos mañana entonces. Hasta luego – dije yo.
-      Hasta mañana.
No volví a pensar, únicamente pensaba en mi desgracia, en el asunto hasta que entré en su casa y la vi. ¡Qué beldad! Metro casi ochenta, sino llegaba. Un pelo moreno y liso que le pegaba con esos ojos castaños, que contrastaban con su piel blanquísima y que todavía lo perfeccionaba más con ese suéter de líneas lilas y negras; sus pantalones azules marinos hacían juego con sus botas negras. El resto diré que era apreciable para los ojos superficiales de cualquier persona que le guste las mujeres. Nos pusimos en la mesa de lo que se podría decir un despacho personal,  ahí había un libro con una pintura que ella copiaba. En un principio me callé por ser cortés, poco duré en mantener callada mi curiosidad ya que cuando acabamos el parte -diez minutos como mucho duró su trascripción-, le pregunté qué era esa pintura.
-      Estoy intentando copiar Le déjeuner sur l`herbe de Édouard Manet.
-      No tengo ni idea de pintura… - dije avergonzado.
-      ¿Estás en la universidad? – me interrumpió ella.
-      Estudio informática en un ciclo superior de formación profesional ¿Qué representa esta pintura?
-      Nada en particular. Lo que hoy en día se diría un picnic. Esta obra para mí significa mucho, no por su tema, sino por todo lo que ha pasado… pero, bueno, no te voy agobiar con eso.
-      No, no me agobias. Cuéntame un poco, sin hacer un gran monólogo – nunca una pintura me había llamado la atención, pero entre Natalia que era muy atractiva y esa chica desnuda que salía en el cuadro me moría de ganas de saber qué pasaba por la cabeza de la copiona de pinturas.
-      Manet pintó este cuadro en 1.863 en la época del impresionismo en su Francia natal. Esta pintura fue criticada por sus coetáneos por representar una mujer desnuda y por su uso de la técnica pictórica que usaba colores planos. No mucho tiempo después Manet fue modelo para los impresionistas. El artista nunca se vio en ese estilo, pero esta obra se califica como tal.
-      ¿Y lo copias por cuestiones de trabajo o simplemente es un hobby? – intentaba penetrar en su mente, ya no pensaba en mi ex novia. Pensaba que sería fantástico hablar con una mujer tan bella y culta…
-      Tengo la carrera de artes gráficas, pero no sé cómo he acabado criticando películas en una revista de cine. Esto lo hago como algo muy personal. Yo me siento igual que este cuadro en sus principios: rechazada por la hipocresía de la sociedad. Quizás he nacido en una época demasiada conservadora. Yo hubiese pegado más en la Grecia Clásica.
-      ¿No eres…? Perdona… - estaba muy confundido, pensaba que si era lesbiana se había ido por los suelos mi sueño erótico.
-      Estoy casada, pero mi marido y yo… como te lo diría, intercambiamos parejas… así el sexo no se hace aburrido. No sé qué me pasa contigo, contándote toda mi vida por las buenas.
-      Perdona, mejor que paremos.
-      No, ahora te toca a ti.
Me quedé cortadísimo. Comencé hablando de mis estudios, en seguida pasé por mi coche. Mi monólogo se estaba haciendo demasiado tábano, en ese momento me di cuenta que si tenía alguna posibilidad de acostarme con ella tendría que hablar de mis intimidades, ya que si era ella quien cortaba mis palabras a la vez me rechazaría por inseguro, algo que no gusta en las mujeres. Al final le expliqué porque cogía tanto últimamente el coche y mis sentimientos… para que se entienda: se lo expliqué todo.
-      Ahora que eres joven tienes que aprovechar el tiempo. Tu ex tiene razón. Con el paso del tiempo os hubieseis arrepentido los dos. Aprovecha el presente para conocer gente nueva.
-      ¿Gente como tú? – no podría creer lo que estaba diciendo, pero en esos momentos no hablaba ni mi corazón ni mi cerebro.
-      ¡Qué poca vergüenza que tienes! – podría parecer un comentario grosero, sin embargo, tenía una mirada muy pícara – Te saco nueve años, nos acabamos de conocer… hasta para mí esto es una experiencia nueva. Vamos un momento a mi habitación.
No le pregunté nada, no quería estropear nada, cuando entramos en su habitación solamente me dijo:
-      ¿Te piensas que el número de mi portería es por casualidad?
No diré mucho más que pueda perturbar la mente del lector avispado que ha cogido esta directa al vuelo como yo lo capté en su momento. El resto se puede imaginar. Después de hacer algo tan maravilloso como es esta posición le dije:
-      Me apetece comer dos turrones de azúcar.
-      Está bien, casualidad que yo tenga dos de los que quieres tú y sin silicona.
Y finalmente ella culminó diciendo:
-      ¿Te gusta el golf?
-      No sé, nunca he jugado – me quedé en blanco.
-      Está el juego tradicional, aunque mi marido y yo jugamos de esta manera: consiste en impeler con un palo especial una pelota pequeña para introducirla en una serie de hoyos abiertos en un terreno extenso cubierto ordinariamente de césped, aunque algunos como el mío están segados por una máquina corta césped. En este campo donde estamos tú y yo sólo hay un agujero, además el palo únicamente consta de una funda, aunque corte un poco el placer del tiro, asegura que el golpe no tenga después connotaciones negativas ambientales para el campo del golf, tranquilo es igual de divertido.
Esta historia puede parecer sacada de una película de Celia Blanco, pero querida gente, fui protagonista de esta increíble aventura. Después de jugar al golf dos veces, y fumarnos el tradicional pitillo, dentro de mí hervía la etiología de lo sucedido:
-      Natalia… - no sabía cómo comenzar.
-      Dime, se sincero, no tengas vergüenza – me animó ella.
-      ¿Cómo ha pasado esto? Yo no lo sé.
-      La verdad es que cuando te he visto me has gustado. Mientras estábamos haciendo el parte pensaba en lo divertido que sería hacerlo con un joven y más en nuestras circunstancias. No conozco a nadie que le haya sucedido algo así. Mi marido dice que podría ser escritora por mi gran imaginación.
-      ¿Y por eso me has hablado de ti?
-      Sí, quería inducirte poco a poco. No ir directamente. En el fondo sé que deseabas hacer esto y poco a poco veías más posibilidades. Cuantas más crecían tus esperanzas, a la vez más loco estabas por llevarme a la cama.
-      Tienes razón ¿Cuándo llega tu marido? – pregunté asustado.
-      No te preocupes – dijo Natalia - No llega hasta dentro de dos horas. Normalmente no suelo hacer esto. Él y yo siempre hablamos antes de tener una relación sexual con otra persona, ya sea cuando vamos a un club que hay para gente como nosotros o alguien que hemos conocido en la vida cotidiana. Aunque no siempre es así, a veces tenemos resbalones. Nos lo contamos y mientras no exista el amor, todo perdonado.
-      Nunca había conocido a alguien como tú, Natalia. La verdad es que estoy muy sorprendido. La gente convencional suele ser tan cerrada.
-      Tú lo has dicho, Juan: “la gente convencional”. Ellas y ellos viven en su mundo aburrido e hipócrita. Tienen miedo de lo que piensen las personas, cuando todos tenemos el mismo vicio, en cambio, unos se ocultan tras una máscara cívica utópica. Hay que ser fuerte, la gente que crítica muchas veces lo hace por envidia porque yo soy libre, hago lo que quiero y soy una mujer con una emoción estable. No me quemo como ellos, es ahí donde salen los violadores, maltratadores y las mujeres se convierten en marujas cuyo único sentido en su existencia es amargar a la gente que queremos aprovechar la vida. Su misión es la de convertirnos como ellas y ellos porque no pueden soportar pensar que han desaprovechado su vida por culpa de su falsa moral impuesta por la sociedad y la familia. Y tú no tienes que preocuparte más por lo de tu ex. Que te rompan el corazón puede ser una de las peores maldades de este mundo. Con tu juventud lo superarás y si tienes ganas de vivir prueba varias mujeres porque a nadie le gusta comer pollo cada día. Ahora bien, no confundas el gozar, con el romper corazones. Los extremos no son buenos, busca el equilibrio, algo que no es fácil, pero si se consigue puedes disfrutar mucho de la vida.
La conversación duró un poco más antes de que yo me marchase de ese piso, nada importante para anotar aquí. Quedé con ella dos veces más, luego dijo que ya tendría que buscarme a otra porque ella para repetir ya tenía a su marido, que era a quien amaba. También apuntó que los tres primeros años con su amor fueron totalmente fieles, sin embargo, cuando se fue la etapa de enamoramiento de locura transitoria y quedó un amor racional ya no les molestaba estar con otras personas. Su marido, según ella, era su hombre para toda la vida, no se veía con otro. Los demás, según Natalia, éramos menús del restaurante al que solía ir ella. Yo no objeté nada. Escrito así puede parecer muy fría y egoísta la filosofía de Natalia, ella puede estar muy confiada de que nunca se va enamorar de otro hombre, no obstante es su ideal y del ideal a la práctica siempre hay un paso. Siempre hay posibilidades de que crezca el amor con otra persona, aunque para ella eso no es suficiente miedo para reprimirse en una vida acomodada. Al igual que es imposible que yo me acueste con chicas y no les rompa o me rompan el corazón. Esto es ley de vida y nadie puede evitarlo.

Gracias a Natalia fue más fácil superar lo de mi ex, aunque me costó unos meses de dolor. Con el tiempo volví a tener interés por las mujeres y a tener una vida más entretenida que en tiempos pasados. 

sábado, 6 de febrero de 2016

Maribel

Maribel

Estaba yo tomando unas cervezas tranquilamente en un bar de mala muerte de mi barrio. Mis acompañantes esa noche fueron Pepe, Julio, Enrique y su novia María. Pepe, Julio y yo llevábamos toda la tarde bebiendo cerveza en ese bar, el cual nunca antes habíamos ido, luego fuimos a cenar con Enrique y María para luego volver al mismo bar a tomar más cerveza. Ya estábamos yo y mis dos amigos en un estado un poco ebrio, aunque controlando nuestras locuras. En el momento de una plática amable y educada con el camarero del bar, nos contaba su vida en su Pakistán natal, entró una mujer rubia de más de cuarenta años, una cara fea, un poco arrugada y con una nariz muy grande y torcida pero un bonito cuerpo, sus tetas y su culo aún se mantenían en una buena posición y no tenía grasa, lo cual era algo maravilloso para alguien de su edad, no obstante, percibí que habría problemas al ver esa mirada de loca. Pidió un gin tonic en la barra y se fue a la mesa a beber sola, malo pensé yo, una mujer sola más tarde de las doce la noche significa que está loca, sobre todo si tiene más de treinta años, teniendo en cuenta que la rubia tenía o aparentaba más de cuarenta no daba buenas señales de su salud psicológica. Seguimos nuestra conversación hasta que la rubia nos interrumpió para preguntarnos el número de alguna agencia de taxis.

-        Yo tengo un número – dijo Enrique.
-        ¡OH! Que bien – respondió la rubia –, es que he quedado con mi querido.
-        Mira – Enrique enseñó el número a la rubia.
-        Gracias, voy a llamar – se fue a la calle, hizo que llamó y volvió al bar a jodernos de nuevo – No lo coge la agencia de taxis, he llamado a mi querido y tampoco lo coge, estoy preocupada, he quedado con él en Plaza España. Ahora a lo mejor no lo veo, menuda mierda.
-        ¿Es tu novio? – Preguntó Enrique, mientras Pepe, Julio y yo intentábamos ignorarla, el bueno de Enrique y María escuchaban con un gran corazón la historia de la rubia.
-        No, es mi amante, somos amantes, él es marroquí, llevamos cuatro años viéndonos a escondidas – respondió la rubia.
-        ¿Y eso? – Dijo María, lo que faltaba pensé, le están dando protagonismo a esa loca y ni siquiera se dan cuenta.
-        Yo llevó casada casi veinte años pero de vez en cuando me veo con mi marroquí, mi amante es amigo del camarero ¿verdad? – El camarero respondió afirmativamente con un gesto de la cara – Y hoy había quedado, pero… - la muy loca se calló, hablaba con los ojos muy abiertos, como una farlopera, no paraba de mover la cabeza y estaba muy nerviosa, yo intenté sacarla de nuestras vidas.
-        Tienes acento de pija – le dije sin ton ni sol, todos me miraron sin saber a qué venía tal comentario, era cierto, era una estupidez pero quería librarme de esa petada.
-        ¡OH! ¡OH! – Gritó algo más – Tú eres un racista, me dices eso porque mi novio es marroquí, eres un ignorante, un cabrón, un gilipollas, pues que sepas que ese camarero paquistaní me pone más que tú, no eres tan guapo como crees – santo dios, encima yo le molaba, tales palabras de una mujer no podrían expresar otros sentimientos, mientras decía todas esas gilipolleces me miraba de una manera obsesiva, no movía para nada los ojos, sólo se centraba en mí y todavía tenía los ojos más abiertos.
-        Jeje – se río el bullanguero de Pepe – Te equivocas mucho… mmm...… perdona no sé tu nombre.
-        Maribel.
-        Bien, Maribel, mi amigo Lorenzo es una gran persona, no tiene ningún problema con los inmigrantes, es más, hasta hace poco salió con una negra, tengo que confesar muy espectacular, una negra que él la trató como una reina, te lo puedo asegurar, y fue ella quien lo dejó, no él.
-        ¡Pobre! Lo siento, Lorenzo ¿por qué te dejo?
-        Cuestiones muy privadas, lo siento – respondí yo.

Creí que siendo zafiro podría esquivar una larga y pesada conversación, sin embargo, ella cogió uno de los taburetes y se sentó a mi lado con una cara cariñosa y una sonrisa maquiavélica, no paraba de mirarme fijamente y a mí eso me molestaba. Julio, que se encontraba de pie a mi izquierda, se alejó de mí y de Maribel ya que no se fiaba nada de ella. En cambio, Pepe, que se encontraba a la izquierda de Julio, se posicionó cerca de mí ideando un plan para echar unas risas con o de Maribel. La pareja estaba a la derecha de la rubia, también sentados en taburetes, escuchando las paridas que soltaba esa loca, mientras no paraba de mirarme con esa puta sonrisa y para colmo con su mano tocaba la mía, lo cual lógicamente a mí me producía una nueva opinión sobre ella, uno no es de pierda y más con un cuerpo bonito, ya había olvidado la cara.

-        Sois unos críos – dijo Maribel - ¿cuántos años tenéis?
-        Veinte uno – respondieron Pepe y Enrique.
-        Veinte tres – respondió María.
-        Veinte cuatro – respondí yo, Julio no se dignó ni en responder ya que estaba hablando de no sé qué con el camarero, Maribel tampoco le hizo caso, sólo estaba por mi cuerpo - ¿y tú?
-        Cuarenta y dos.
-        No son tantos, guapa – ya he dicho que uno no es de pierda y más con esa mano por mi cuerpo.
-        Sois muy niños – volvió a decir – mejor así, aprovechar ahora.
-        ¡Claro! La vida es para vivirla – dijo Enrique.
-        Si, sin duda, mi vida es una mierda – en ese momento se acabó su copa y se pidió otro cubata de esa ginebra de mierda que tenía el camarero pakistaní. Maribel bebió un largo trago.
-        ¿Por qué dice eso? – Preguntó Enrique – La vida puede tener contragolpes, pero hay que saber llevarlos.
-        No los míos – respondió Maribel, mientras yo deseaba que la pareja cerrase la boca.
-        ¿Qué te pasa? – Preguntó María, maldita sea.
-        Vosotros no podéis comprenderlo, sois muy jóvenes – dijo tristemente mirando el suelo.
-        Quizás te podamos ayudar – argumentó estúpidamente Enrique.
-        Claro – le defendió María.
-        No lo creo. No sabéis lo que es llegar a casa y que tu marido te trate como una mierda. Que te diga que eres una mierda constantemente, que te pegué, que te humillé cada día – dijo Maribel con la mirada perdida.
-        Tienes que dejarlo – opinó María.
-        Tengo un hijo de catorce años y una hija de once, trabajo sólo cuatro horas limpiando una casa ¿con qué dinero voy alimentar a mis niños?
-        Con el dinero que tendría que pasarte tu marido – respondió Enrique.
-        No me lo pasaría, me lo ha dicho.
-        Denúnciale – argumentó María.
-        No sirve de nada.
-        Vete con tu amante – volvió hablar María.
-        No, no puedo romper mi familia.
-        No la rompes, la ayudas – dijo otra vez María.
-        No es tan fácil como tú crees.

Dijo Maribel ya un poco irritada por los comentarios de mis buenos amigos, eso sí, a mí no paraba de mirarme igual aunque ya no me tocaba, cuando acabó esa frase fui yo quien le acarició su mano diciendo lo valiente que era, pero fui breve, sabía que ser muy pesado sería un grave error, mientras Pepe estaba callado ya que entendía que con un tema tan en serio no se podía hacer broma, Julio seguía la conversación con el camarero, Maribel le dio otro largo trago a su copa, Enrique tras ver su adicción al alcohol tuvo unos ideas… clasifícalas tú que lees este cuento.

-        Maribel, eres tú quien te creas los problemas.
-        ¿Qué?
-        Si. No afrontas tu vida.
-        ¿Cómo la voy afrontar? – Dijo ella irritada ante tales comentarios inocentes.
-        Maribel, engánchate a la vida – aquí apuntó estuve de hablar para callar a Enrique pero no me atreví.
-        Quieres que te demuestra mi día a día.
-        Te lo agradecería mucho – Maribel se colocó justo en frente de mi amigo y lo miró duramente a los ojos, la expresión de la loca cambió totalmente - ¿De dónde vienes? ¿EH? ¿De dónde vienes? Te he dicho de dónde vienes, de dónde vienes pedazo de mierda, que eres una mierda, (aquí Maribel pegó un guantazo al pecho de Enrique) pedazo de puta (le pegó otra vez pero más fuerte), guarra de mierda…

Maribel pegó con mucha más fuerza a Enrique y sin parar de mover la cabeza gritando “pedazo de puta”, sin querer tiró su cubata, su pelo largo y bien recogido se deshizo por tanto movimiento violento y dolor, la pobre loca lloraba mientras la agarramos, el camarero fue a tranquilizarla, habló un rato con ella, ésta le decía todo el rato que su amado le estaba esperando, que era lo mejor de su vida. El paquistaní volvió a la barra para poner otra copa a Maribel, pobrecilla, su vida había sido pisada por un cerdo, encima se inventaba historias absurdas como su amante marroquí, entonces lo comprendí todo, comprendí las miserias del mundo, lo absurdo de los ideales, la perdida del tiempo de algunos en hacer el bien, quien era malo era, es y será dueño del mundo, los demás únicamente somos peones insignificantes, por eso, simplemente por eso aún pensaba en follármela, un polvo rápido para tranquilizar mis hormonas, un aquí te pillo y nunca más te veo, era cruel, lo sé, sólo cumplía con nuestras leyes más íntimas, con nuestra naturaleza, nuestro tabú, era un simple ser primitivo que no olvidaba su verdadero ser, que sabía donde vivía, también era consciente de la perdida de tiempo en poder ayudar a una persona, no obstante, Enrique y María insistían en poder hacer algo por ella, era imposible, al menos para nosotros, cómo gente de veinte pocos años podríamos comprender a esa pobre víctima de cuarenta y tantos, ni me podía imaginar su sufrimiento, lo mejor, era consolarla, sin consejos, sólo los engreídos, los estúpidos dan consejos, yo nunca he dado y nunca he escuchado ningún consejo, soy un libertino de mente, de espíritu. A veces, es mejor dar simplemente un abrazo cariñoso, yo es lo que hice con Maribel, para poder tranquilizarla, pero Enrique volvió a querer ser bueno.

-        Maribel…
-        Perdona ¿te he hecho daño? – Preguntó Maribel tras cambiarle otra vez el carácter.
-        No, no me has hecho daño – respondió Enrique – es más, te agradezco que me hayas pegado para poder comprender tu situación.


Santa inocencia, pero no bendita por nuestra sociedad o la gente que nos rodea. Ni Maribel pudo contener una sonrisa tras aquel comentario, me gustaría decir que este cuento es pura ficción, no puedo, es totalmente autobiográfico. La loca nos dijo que éramos muy buena gente, fue un momento al lavabo, los cuales se encontraban subiendo unas escaleras circulares. Mientras ella estaba arriba Pepe me animó a subir, “es tuya, si quieres” me dijo, tenía razón, yo lo sabía, sin embargo, no era nada ético, pero el alcohol de mi cuerpo borró toda bondad posible. Sin decir nada subí yo también a los servicios, la esperé mientras hacía que me lavaba las manos en la pica, ella salió, me miró, cuando iba a hablar, la abracé y la besé, ella me dejo hacer. De repente paró y me dijo que era un crío, sólo respondí “ya ¿y?”. La llevé dentro de los servicios de caballero y la besé más, ella me bajó los pantalones y me masturbó para luego introducir mi verga en su boca. No duró mucho la felación, paró enseguida, le bajé los pantalones, me puse el condón (siempre llevo encima, nunca sé sabe lo qué puede pasar) y la penetré con mucha violencia, pareció gustarle, tenía un coño muy grande y peludo, yo soy de la nueva generación y como buen miembro me gustan los coños depilados o con poco pelo, no podría ni imaginarme comer un coño peludo, tenía experiencias anteriores bastante negativas. Se la metía como quería, fue un polvo de mierda, me corrí, por fin tranquilicé mi cuerpo y bajamos, “la próxima vez hay que cerrar la puerta”, bromeé, ella sonrió un poco, no hablaba nada. Cuando bajamos el camarero me miró mal, él era su amante, no me importaba, yo ya había terminado. La conversación siguió con ese caos, Maribel hablaba poco, el paquistaní iba a cerrar ya el bar, María iba a coger su bolso cuando vio que lo tenía Maribel, ésta se hizo la tonta diciendo que no se había dado cuenta, lo sentía mucho. Nos fuimos de ese antro y nunca más volvimos, el camarero cerró la persiana con su amante. Lo jodido de ese bar es que está en mi calle, cada día paso aunque no siempre recuerdo a esa loca, a esa pobre mujer. Con el tiempo he encontrado a más mujeres o hombres de la misma generación de Maribel que estaban muy locos, la generación del caballo, una generación perdida, personas que andan borrachas o drogadas a altas horas de la madrugada por el barrio, buscando una plática o una pelea que les quite por fin la vida, no tienen miedo de la muerte, el castigo para ellos es la vida.