La
escritora.
Dedicado a José.
“¡Es que yo no comprendo…! ¡Yo no comprendo
nada…! ¡Y yo quisiera comprender!”
Miguel Mihura. Maribel y la extraña familia.
El televisor estaba mudo y está claro que sus
gestos no molestaban al escritor, el cual estaba atrapado en la sima de su
nueva composición. Su intención era escribir como un buen escritor. ¿Cómo
escribe un buen escritor? Un colega de profesión le comentó que mezclando
frases cortas con largas para componer un buen ritmo literario, más un estilo
poético para no tirotear la historia. El escritor respondió un rico sarcasmo, «¿nada
más?».
En ese preciso momento se acordó de la
literata, ella era la máxima expresión de la pasión, al menos suficiente para
cometer la locura de fundar una revista literaria en edición papel en la época
de Internet, y precisamente el dinero no la veneraba, ni ella lo pretendía. Era
la única persona que conoció que realmente no escribía por disfrutar de altas
ganancias económicas que podían ganar artistas con nombre y apellidos
fácilmente olvidables, ganancias que permitían comprar un par de libros y
comida congelada, hasta, con un poco de suerte, un paquete de seis cervezas. Los
males de la vejez no atacaron a la revista, ya que falleció de hambre en su juventud,
la pobreza económica y artística fueron circunstancias demasiadas poderosas.
Sin dinero estaba claro que ningún compositor de mediano reconocimiento
publicaría en ella, así que la efímera editora publicó a sus socios, conocidos
y algún que otro escritor que mandó sus relatos. No todos eran artistas que
componían mediocridad, el escritor recordaba haber leído composiciones
decentes, causalidad que una de ellas estampaba su firma. La certeza de que la
escritora había aprendido una lección habría sido incuestionable en otra
persona, no obstante, su compañera de miserias era una emprendedora para
algunos y una idealista inmadura para otros.
Todavía la recordaba sonreír cuando le
explicó su nuevo proyecto literario, esta vez se financiaría a ella misma para
publicar su propia obra. El escritor preguntó cómo conseguía el dinero, ella
respondió que llevaba meses trabajando de camarera en un bar del centro de
Barcelona, fue contratada porque hablaba inglés, algo perfecto en un sitio
turístico, ¿no? Ya había pagado la insignificante deuda de la revista, era el
momento de batallar sola en la publicación, complicada era la victoria
artística en la guerra contra el anonimato. Luchó, sudó, habló con miles de
librerías, algunas aceptaron vender su libro quedándose un porcentaje
importante del libro, las más conocidas por los literatos no mostraron interés
alguno en promover presentación, así que su autoedición de quinientos libros
todavía queda por venderse hoy en día.
De poco sirvió ir a las presentaciones de
otros escritores, ella los esperaba fuera y les hablaba de su libro, no
consiguió nada, bueno, alguna proposición indecente que no aceptó. Envió su
libro a varias editoriales y tampoco, ninguna contestación. ¿Qué ocurría? El
escritor leyó la novela que ella había escrito, era una historia de amor entre tres
mujeres, difícil de comprender que tres mujeres se amen y vivan juntas, pero la
escritora confesó que era una historia autobiográfica, lo reveló una tarde
tomando café en una cafetería del barrio de Collblanc de la ciudad de
L`Hospitalet de Llobregat, en la que vivía el escritor. Estaba dolida porque
había recibido críticas inquinas por ser una historia irreal, imposible que
tres personas se amasen en porcentajes parecidos, no iguales, porque como
reconoció ella esa misma tarde, aquella relación múltiple se fue al traste por
no amar a partes iguales. La artista creyó en su idea en el amor platónico
multiplicado en dos, o incluso en tres o cuatro personas. ¿Y el sexo? Fue el
motor para las dos amantes más que para la escritora, la cual con el correr de
los meses cambió de idea y concluyó que no funcionaba aquella relación
platónica afrodisíaca, ya que era un concepto contradictorio, el Eros del Banquete había sido vomitado por el
empacho sexual.
A parte de la historia, la novela tenía un estilo
literario descompensado, sus personajes y sus perfiles psicológicos eran
tratados con la misma elegancia que Cervantes escribió su Novela del curioso impertinente, aunque los detractores de la
escritora dijeron que esa obra tenía una escritura antigua que les recordaba a
Unamuno, Baroja y otros escritores españoles de la Generación del 98. Parecía
que la autora había leído hasta esa época y no conociese a Borges, Cortázar,
Bolaño, Vila-Matas y una larga lista interminable. Sus eternos diálogos
teatralizados fueron sucumbidos en la palestra literaria de principios del
siglo XXI, el cual el cine llevaba décadas torturando a la prosa para la
escritora. Ponía como ejemplo la influencia exagerada del séptimo arte en las
novelas de sus coetáneos, marginando los ricos diálogos de tiempos anteriores.
La autora reflexionaba si realmente la gente hablaba tan poco como en las
novelas de algunos colegas que habían tenido fortuna en el mercado libre.
La única crítica no caracterizada por unas
palabras hirsutas y sí unos comentarios inteligentes fueron las que analizaron
el concepto de narrador que tenía la escritora. Si los diálogos y la
construcción de los personajes fueron su cara, se puede decir que el desarrollo
del narrador fue su cruz, igual que un cambio de marchas de un automóvil que no
entra bien la primera era la lectura de aquella novela, costaba encontrar un
aliciente en aquella banda de música que no tocaba al unísono y así costaba
escuchar la música. El lector en un segundo entendía que a la escritora le
costaba ciudades de sufrimiento narrar una historia, construía grandes perfiles
psicológicos en narraciones excrementadas.
El escritor aconsejó a su amiga que tenía que
variar sus lecturas, leía a Valle-Inclán, Buero Vallejo o Mihura, a pesar de que
ella no escribía con la sátira del último, pero también tenía que leer a poetas
como Lorca, Alcántara o Falcón, por nombrar unos cuantos al azar. Ella tenía
espíritu de superación, se tomó en serio aquellos consejos, tanto que fueron a
una librería a comprar libros de aquellos autores una vez terminado el segundo
café. Se despidieron cuando salieron de la librería, ella tenía prisa por
aprender de aquellos artistas, no volvió a tener noticias de ella hasta seis
meses después. Fue en la presentación de un abogado en una librería, que había
pagado más de seis mil euros para que una famosa cadena de libros española le
organizase la promoción, en la que pudo por fin saber los cambios en la vida de
su amiga. El escritor llevaba tiempo sin llamar a su teléfono móvil, porque el
número había desaparecido y no contestaba a los correos electrónicos, ni muchos
menos se conectaba al Messenger. Preguntó al abogado por la escritora, porque
él fue uno de los socios de la revista que fundaron, sabía que el abogado y la
escritora habían enfriado su relación desde aquel proyecto, aunque tenía la
esperanza de que tuviese información sobre ella. Aquella pregunta conmovió el
rostro del abogado. Sí, muy a su pesar conocía los últimos párrafos de su vida,
comentó párrafos con desmayado interés, parecía que la escritora no se
mereciese protagonizar capítulos, entre calificaciones destructivas resumió los
cambios de la escritora.
Vivía en una casa okupa de la ciudad de
Cornellà de Llobregat, una de las más laureadas del movimiento anarquista
barcelonés, llevaba meses sin trabajar, su dedicación era leer, y principalmente,
escribir prosa anarquista en favor de la clase obrera y los oprimidos. Curiosamente,
ironizó, el abogado, ninguno de los miembros era obrero u obrera. El tris de
tales comentarios ensordeció al escritor, que no escuchaba nada de alrededor,
le costaba creer que su amiga había mutado de una persona que únicamente
escribía sobre las relaciones personales a una activista política, a pesar de que
ellos se llamasen apolíticos. Al fin de semana siguiente fue a la casa okupa
llamada El Pati Negre, eran las
cuatro y poco de la tarde, había un cartel en la entrada con la programación de
aquella jornada, a las cinco había una charla que dirigía una persona, a la
cual jamás había leído o escuchado. Llamó a la puerta, un joven fue a preguntar
quién era él y el porqué de venir tan pronto. El escritor preguntó por su
amiga, el chico respondió que en ese momento ella no se encontraba en la
comuna, estaba en el local del sindicato de la ciudad. El escritor preguntó la
dirección de tal local y el okupa se sorprendió negativamente de que no lo
supiese, demostraba que no era de los suyos. No obstante, le indicó lo mejor
que pudo el local de la CNT de Cornellà, que no estaba alejado del centro
cultural.
Ella estaba sola en el local cuando llegó su
amigo, sus ojos estaban picados por la rabia de su composición. Estaba
escribiendo un relato sobre una familia de inmigrantes, los cuales habían
llegado de Bolivia para buscar una vida más digna en España, sin embargo, eran
explotados por pequeños burgueses sin escrúpulos y odiados por otros
trabajadores, cuando todos los trabajadores tienen en común su clase social, esa
tendría que ser su única patria, el internacionalismo. La escritora recibió con
sorpresa y alegría a su amigo, a pesar de la interrupción, preguntó cómo había
sabido de ella, él le comentó todo y mostró su sorpresa por su cambio en tan
pocos meses. Ella le contestó que tenía que ir al Pati Negre para asistir a la conferencia, pero luego podrían
platicar con tranquilidad. La conferencia estaba dirigida al anarquismo en
Cuba, las dificultades de sobrevivir en un régimen dictatorial, pero que nadie
engañase a los oyentes, España tampoco era una democracia sana. Las palabras
entronizadas del conferenciante hacían mover a una calma mutua a los oyentes,
los cuales no debatieron ni la respiración del primero y estuvieron de acuerdo
con todo como buenos demócratas directos, únicamente el escritor asaltaría con
crítica en aquel acuartelamiento ideológico. El escritor contó ocho personas,
incluyendo él y su amiga, no parecían tener mucho éxito tales charla, a pesar
de estar en una de las casas okupas más famosas de la provincia de Barcelona y
de Cataluña.
El debate que hubo al final de la conferencia
básicamente trató de insultar a todo aquel que no pensase igual que ellos: los
traidores de los social-demócratas, los obreros que no se enteraban de nada y
votaban al Partido Popular, la obediencia ciega de la población en general
hacia una bandera monárquica, etcétera. El flujo de la tranquilidad fue arrollado
por un torrente de arrepentimiento por quedarse en esa conferencia, no aguantó
amordazar más su opinión y el escritor habló qué le parecía todo aquello. Comentó
que tenían razón en sus críticas al sistema y al borreguismo de las personas, aunque
sus modales de superioridad rompían la idea de igualdad que predicaban en sus
manifestaciones, él no creía ni en el internacionalismo ni el nacionalismo. Sin
embargo, estaba claro que el segundo había humillado al primero, puso como
ejemplo a los trabajadores que se alistaron en los ejércitos nacionales cuando
estalló la Primera Guerra Mundial, desde entonces pocos ya hablaban del
internacionalismo marxista o anarquista. Siguió hablando de historia, explicó
que la CNT obligó a colectivizar a algunos pueblos de Aragón sin poder elegir
democráticamente tal acción, cuestionó la adhesión de algunos miembros
anarquistas en el gobierno republicano, como los de Joan Peiró y Federica
Montseny. ¿Por qué entraban en una institución que odiaban y deseaban destruir,
por ser la pira que sacrificaba a las personas igual que animales en los
antiguos sacrificios a los dioses? Simplemente por el poder, ya no pudo acabar
su intervención, porque a punto estuvieron de tirarlo desde el campanario como
a las cabras. Respondieron que le habían comido la mollera con la historia
escrita de los burgueses, todas aquellas animaladas no sucedieron realmente. ¿No
creía en nada? Dijo que no creía en el género humano, sino en algunas personas,
quizás era un estoico, nadie pareció entenderlo y la escritora lo invitó a
marcharse de aquel lugar, a tomar un café con ella como en tiempos anteriores,
ahora bien, tendría que invitar él, porque ella no tenía dinero.
El escritor sentía una agonía calmada al
estar en la cafetería, tranquilo por haberse ido de ese sitio y agónico por
platicar con la escritora. No obstante, preguntó a su amiga cómo había acabado
en un sitio así y sobretodo el porqué de tantos cambios. La escritora inició un
largo monólogo, explicó que a partir de las lecturas reivindicativas de Falcón
buscó literatura social, también leyó a Marx, Bakunin, Trotsky, Kropotkin y un
largo listado de autores. Hubo dos personas que le cambiaron la forma de
pensar: la crítica política al capitalismo imperial de Estados Unidos de
Chomsky y la novela Homenaje a Cataluña de
Orwell. A pesar de que este último no era anarquista, describió con arte el
desfile de las milicias de la CNT en las Ramblas de Barcelona. Nadie utilizaba
las palabras don o señor, se tuteaban y se saludaban con salud, para la
escritora el anarquismo era la galería de libertad de columnas adosadas de
igualdad. El escritor la interrumpió, estaba asombrado por aquella expresión,
estaba de acuerdo con la crítica de Chomsky, pero realmente no era un activista
que propusiese una alternativa, confiaba en la mayoría para practicarla,
seguramente que su error era el mismo que el de Marx, no conocían cómo eran
realmente los trabajadores.
La escritora argumentó que no podía comparar
épocas con tanta alegría como estaba haciendo en ese momento y anteriormente en
la conferencia, él tenía la visión de su generación y no conocía a ni Marx ni a
los trabajadores decimonónicos. Él cambió de tema, comentó a su amiga que según
su exótico comentario primero era la libertad y luego vendría la igualdad. Así
era, aseguró ella, la igualdad podría venir bajo una dictadura socialista, pero
no con el anarquismo que masillaba la humanidad, un sellador que evitaba la
impureza del capitalismo, la idea más moderna y armoniosa de la historia. El
anarquismo se avanzó en su época, tal vez por este motivo se cometieron errores
en el pasado, dijo queriendo responder por segunda vez a las duras palabras de
su amigo en la casa okupa.
Citó un artículo del año anterior de Castells,
persona que no predicaba con el anarquismo dijo la escritora, el cual aseguraba
que las personas del movimiento antiglobalización se movilizaban desde
conceptos anarquistas, sin ser conscientes de serlo. Ella no pregonaba la
violencia contra el Estado hasta destruirlo, la violencia estaba monopolizada
por el poder, el pueblo siempre había perdido en las guerras y siempre las
perdería en el futuro, los trabajadores tenían que organizarse federativamente
entre ellos a nivel local, no gastar su dinero en el consumismo y sí en
escuelas modernas, iguales que las fundó Ferrer Guardia, o ayudar a los parados
hasta que encontrasen trabajo.
El escritor se quedó sorprendido, se alegró de
que su amiga tuviese una visión propia de la Revolución, mostraba aún ser ella
misma, seducida por unas ideas, sí, pero las había moldeado en su personalidad.
Él replicó que le parecía una idea perfecta en el mundo de ella, aunque abajo,
en la realidad, no sería posible, porque los primeros en corromper tal acción
justa serían los propios trabajadores, quizás funcionase en círculos reducidos
y con poca influencia social. Puso como ejemplo el poco número de asistentes en
la conferencia, escupió un sarcasmo, ya que esa misma noche en el concierto que
marcaba el programa de la jornada habría mucho más público. La escritora no lo
negó, ahora bien, no le gustó la forma de hablar de su amigo. A partir de ese
momento fue una conversación más tensa, respuestas martilladas por la rabia que
atornillaban cualquier comentario del escritor.
Se despidieron minutos después, él no recordó
pedir algún relato suyo por la tensión vivida. Buscó por Internet información
de su amiga, pudo leer un relato social en una página anarquista bien
organizada. Era la historia de la idea que había explicado esa tarde en el bar,
había madurado su técnica, no obstante, estaba leyendo un panfleto político. Tuvo
la misma sensación que cuando leyó la novela Resurrección de Tolstoi, bastante citada en el relato. Leyó los
comentarios de los suscriptores de aquella página, bastantes criticaban
duramente que la autora no expresase un mensaje violento contra el Estado y las
empresas capitalistas. Desde ese momento supo que la escritora acabaría
rebelándose contra sus camaradas o ellos mismo la desterrarían.
Las siguientes semanas a su reencuentro ella había
denegado hablar con él cuando iba al Pati
Negre en Cornellà, así que él esperó su llamada. La última tarde que
intentó verla escribió en la página web que había publicado su relato, creía
que sería una forma de comunicarse con ella. Escribió un comentario, criticó
que si los trabajadores no consumiesen, muchas empresas como agencias de
viajes, hoteleras, empresas automovilísticas, electrónicas, electrodomésticas y
otras más, despedirían trabajadores, sin duda que era necesaria dicha
cooperación, aunque no financiar con todo el dinero de los compañeros. Puso
como referencia un artículo del idolatrado Chomsky en que reflexionaba sobre
los efectos adversos del boicot a una empresa, tal acción podría provocar más
despidos. Los lectores respondieron a tal comentario con insultos, el escritor
era para ellos un capitalista que para justificar el sistema había escrito
todas las sandeces del mundo. No comentaron sobre el artículo de Chomsky,
excepto una persona que también lo había leído; la solución para este
suscriptor era la llamada caja mutua de solidaridad entre los trabajadores, era
la forma más adecuada para cooperar. El escritor no respondió a tales
comentarios, pensaba en la cara de sus compañeros en el trabajo si se
propusiese algo así, pero claro, estaban manipulados por el sistema.
Estuvo mirando la página unos días para leer
alguna respuesta de la escritora, nada de nada, semanas después dejó de mirar
el enlace y meses después no leyó más los relatos que publicaba su amiga en
varias páginas revolucionarias. Pasaron tres años, tanto tiempo estuvo sin
tener noticias de su amiga. Durante ese tiempo mantuvo la comunicación con el
que fue el círculo de la escritora, nadie sabía nada de ella, podía estar perdida
en un dédalo literario como atrapada en una venera ideológica. En ocasiones vio
al abogado, que autoeditó un libro y fracasó; tiempo después naufragó en la isla
de los agentes literarios, homicidios de su obra para pender en la literatura
de escaparate. Únicamente publicó una novela tímida de ventas, desde ese
momento escribía con menos intensidad y se preocupaba de decorar su cuerpo como
soldar su piel con rayos industriales, parecía el éxito de una persona que se
miente a sí misma.
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