viernes, 16 de septiembre de 2016

Interiores (Fragmento V)

VII

Antonio se había recuperado y estaba descansando en su casa. La única secuela que le había provocado el ictus cerebral fue una depresión. Sin embargo, el escritor percibió que María estaba más apocada que nunca, hecho que le llamó la atención, no mostraba ninguna alegría por su regreso ni interpretó su personaje de fiel ama de casa. Se limitaba a pasear por el piso, cuidar de Antonio y beber. Él intentó iniciar una conversación pero ella lo evitaba. «Cuando estés bueno, hablaremos», le dijo en más de una ocasión. Una tarde, Ana fue a visitar a María y Antonio. La conversación con el escritor fue áspera y corta, él se excusó diciendo que se encontraba cansado y se iba a la cama para dormir la siesta. Las dos mujeres aprovecharon la ocasión para hablar en el comedor, ellas no sabían que Antonio no había ido a su habitación, la cual estaba lejos del comedor, sino que había ido a su despacho, desde donde podía escuchar perfectamente la plática. María y Ana no se percataron porque habían ido un momento a la terraza y cuando volvieron creyeron que Antonio habitaba en la modorra.
—¿Cuándo te vas a decidir? —Ana preguntó a María.
—No lo sé.
—¿Tú quieres estar aquí? —María tenía la cara lívida a causa del exceso de alcohol. Miró unos segundos a su amiga, lloró y se sentó en un sofá. Ana la consoló, abrazó y encomió—. María, mi única amiga, la mejor amiga que una persona puede tener. Siento si te presiono, te prometo que no volveré a hablar del tema hasta que tú quieras.
—No, no es eso. Necesito hablar contigo seriamente, no quiero mentir más. Primero siéntate, por favor, y escúchame, quiero que me escuches y lo entiendas. Gracias por tus palabras, pero lo único que consigues es ponerme más nerviosa, son palabras amables que no me merezco.
—No digas eso, si las personas fuesen como tú, el mundo sería un lugar hermosísimo —Ana hablaba mientras se sentaba en el sofá y cuando vio el rostro descompuesto de su amiga cesó de hablar.
—Todos creéis que soy una santa, pero no lo soy. Escucha, Ana, tú me has visto como estaba estos días en el hospital, tú crees que estaba destrozada por el infarto cerebral de Antonio, y en parte era cierto y en parte no, déjame explicarte por favor —dijo cuando Ana iba a interrumpir a su amiga para loarla otra vez—. Si estaba tan mal en el hospital es porque me he dado cuenta de que no soy tan buena persona como vosotros pensáis. Si sufría era por temor a que Antonio sobreviviese, deseaba su muerte, y al mismo tiempo me atormentaba ser esclava de este deseo, digo esclava porque no sé cómo ha salido dentro de mí, te juro que no ha sido provocado, todo fue muy natural. Había momentos en que me aliviaba pensar que sería libre otra vez, que Antonio se iría de mi vida; otras veces creía que era peor que mi padre, me sentía un ser despreciable y no sabía qué pensar, estaba hecho un lío. Luego vino Celia y lo empeoró todo, defendí a Antonio y a Pedro, aunque no creía en mis palabras del todo. Sé que Antonio es así por culpa de Celia, pero no tiene excusa, si está mal consigo mismo es porque es débil, tal como dijo Celia. Pensándolo bien, yo también soy débil por haber aguantado a Antonio durante tantos años. ¡Y no me digas que soy buenísima!
Ana se sorprendió del comentario desabrido de su amiga, y más teniendo en cuenta que ella no tenía la intención de hablar. María comentó rápidamente la última frase porque tenía pocas fuerzas y le costaba sincerarse con Ana a pesar de estar beoda. Esta entendió que era mejor dejar concluir el monólogo.
—Tu proposición de irme contigo y dejar Antonio me lio aún más. Para que veas lo ruin que soy, no quiero dejar a Antonio, prefiero que se muera, si él sigue vivo no descansaré en paz, desconozco el motivo, aunque es así. Necesito su muerte, me lo debe. Sí, he perdido a Pepe y he sobrevivido, mis padres han muerto y he sobrevivido, la muerte de Antonio podría significar el fin de una etapa mía… No sé qué demonios digo. ¿Tú me entiendes?
Ana estaba sorprendida por la confesión, no podía creer que María sintiese tanto odio. Siempre creyó que no soportaba a Antonio, no obstante, María había silenciado su locura. Entendió que María también era una mujer, una mortal, no era una enviada de Dios ni ninguna santa, María sentía amor y odio como las demás personas. Ana interpretó por sus palabras que la primera sorprendida por tales sentimientos era la propia María. La periodista pensó durante unos largos segundos una frase adecuada que no irritase a su amiga.
—Creo que tienes que hablar de tus sentimientos con Antonio. Cierto es que el tema no es fácil de explicar, sin duda tendrás que emplear otras frases más correctas. Piensa que Antonio está enfermo, escuchar algo así le puede hundir más aún en la depresión.
—Ana, también tengo síntomas de depresión.
—¿Cómo?
—Sí, los he leído por Internet y tengo varios síntomas que están escritos en la página. Estoy siempre cansada, no tengo ganas de hacer nada, tengo deseos suicidas desde hace tiempo pero no me mato porque sé que Antonio no va sentir nada.
—Estás segura de que él no te quiere nada, o hasta que te odia.
—Me odia y me echa la culpa de todos sus males, incluso los de su hijo.
—¿Cómo está?
—Sigue en la clínica. Dios, yo quería mucho a ese muchacho, se deshizo de mí cuando intenté encaminarlo —Ana estuvo más avispada que en el hospital y sí se dio cuenta de algo e interrumpió a María.
—Has dicho que lo querías, es decir, ya no lo quieres.
—Quiero al niño que fue, no al hombre en el que se ha convertido. Fue un niño caprichoso y egoísta, aunque no era mala persona. Vivía con su madre pero venía a mí para contarme algo, pedirme dinero, que le dejase el coche o las llaves del apartamento para llevarse una chica.
»Fui muy dura con él cuando lo pillé esnifando coca. Le dije que acabaría siendo un marginado y un inútil, le molestó mucho mi comentario, creo que le recordé a su madre. Desde entonces rompimos nuestra buena relación, hasta llegaba a reírse de mí.
»Un día, no recuerdo por qué, me dijo que «no leyese a Góngora porque acabaría mareada de leer la primera frase», algo estúpido cuando su padre asegura que Pedro no ha leído a ese.
—María, te repito que creo que Antonio y tú tenéis que tener una conversación sobre vosotros dos y también  sobre vuestra relación con Pedro. Está claro que una vez fuisteis una familia, no sería la familia perfecta aunquem era una familia al fin y al cabo. Abre tu corazón antes de que acabes enferma de verdad y cometas alguna tontería. Has aguantado mucho, ahora que te aguanten.
—Sí, tienes razón, Pedro ha influido mucho en mi relación con Antonio —María recordó cuando descubrió a Pedro con la droga y cerró los ojos pensando que así saldría la imagen de su cabeza, lo cual no sucedió. Entonces entendió que no se atrevía a hablar claramente con Antonio—. No sé si podré hablar con Antonio, es pronto.
—No, no es pronto. No tienes veinte años, no sois novios. Sois un desastre y una farsa de matrimonio. Date una oportunidad, si hablas con él, quién sabe, a lo mejor también das una oportunidad a Antonio.
—Visto así parece bonito… Creo que tienes razón.

La plática duró unos minutos más, Ana se fue porque tenía que trabajar. María se quedó sola, estaba sentada en el sofá, escuchando el mutismo y pensando a través de este. «¿Cómo hablo con Antonio? ¿Cómo empiezo la conversación? ¿Cuándo? ». Sin embargo, el mutismo y sus pensamientos desaparecieron a causa de los sollozos de Antonio en su despacho. María lo entendió todo, él había escuchado la charla. Por una parte mejor, ya no tenía excusa para interrumpir su verdad. La lástima era que se iniciaba la plática por un suceso patético, o lo era para María. «En fin, como mi matrimonio con Antonio», reflexionó. Se dirigió al despacho del escritor, abrió la puerta y allí estaba Antonio llorando, sentado en su asiento, la cabeza agachada, apoyada en las manos y mirando con los ojos casi cerrados al suelo. Antonio alzó la cabeza al escuchar el ruido, respiró profundamente e inició la plática.