jueves, 22 de junio de 2017

La ladrona de vidas (primer fragmento)

La ladrona de vidas

Comprendí que el trabajo del poeta no estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable.
Jorge Luis Borges. El Aleph.
1

Otra escritora joven que habla con aburrimiento de Nietzsche, es lo que pensé cuando tomábamos los cafés. Hay muchos artistas que aún no se han enterado de que Dios ha muerto y Nietzsche también. Para colmo, Ceres tampoco interpretaba al maestro con sabiduría, escupía los tópicos de siempre: que Platón ha sido una cruz para la cultura europea, filósofo que más tarde reconoció no haber leído; que el alemán no fue entendido por los nazis, que si abrazó un caballo y otras sandeces. La charla estaba ahíta por el exceso del tema, apunto estuve de hablar de Schopenhauer, ya que el primero bebía mucho de la fuente del segundo. Finalmente lo desestimé, al considerar que a Ceres le gustaba hablar, aunque no escuchar.
El aburrimiento me enjauló, bostecé como si fuera una protesta. Yo en aquella época ya estaba jubilada. Me matriculé en Filología Hispánica para ampliar mis conocimientos literarios, era mi pasión. Solía y suelo escribir poemas, que nunca publico, porque mi timidez me prohíbe hacerlo.
Fui a tomar un café con Ceres porque creía que era una chica inteligente, éramos compañeras de la asignatura de la literatura del Siglo de Oro. Quedamos para iniciar un trabajo que analizara la influencia de Garcilaso de la Vega en Cervantes. Un trabajo sencillo, porque hay muchos estudios sobre el tema. No imaginé que hablaríamos de todo, excepto del trabajo. Al principio, sentí curiosidad por Ceres al reconocer, sin interrogatorio, que le gustaba escribir. La charla se torció cuando averigüé por su temática y referencias que era una de tantas escritoras que no llegaría ni al portal de una editorial.
Según me contó, tenía un debate intenso con su padre, intenso para ella y estéril para la humanidad. El padre, que se llamaba Roberto, le hizo un comentario inocente a Ceres. Le aseguró a su hija que ninguna obra artística, grande o pequeña, se había creado de la nada, que toda obra literaria tenía influencia de una obra anterior. Por referirnos a nuestra temática, todo hijo literato proviene de madre literata. Esta opinión tan simple y sencilla no habría sido criticada por nadie, pero Ceres sentía rabia hacia su padre. No me explicó la causa de dicha frustración, se interpretaba claramente escuchándola hablar de Roberto.
Ceres manifestó que no siempre era así. Según ella, muchas obras solo tenían influencia de las personas, no del arte anterior. Su padre, según lo que contaba ella, defendió que el arte siempre ha existido, somos artistas por naturaleza, dicho arte maduró con los años gracias a la influencia de los primeros tiempos. Por supuesto que la vida real influía en cualquier pieza.
Atacó a su padre cuando él acabó de exponer su idea. Para ella, las primeras obras no tenían obras anteriores, su padre dijo que sí, realmente no conocíamos nuestros orígenes. Roberto puso como ejemplo la Teogonía de Hesíodo, cuyos mitos los recopiló de la herencia oratoria de generaciones anteriores. Incluso estas tradiciones griegas venían del Próximo Oriente. Los mitos demostraban que existía una elaboración artística en la oratoria, en las composiciones de tales historias. Remató Roberto su opinión reconociendo que los mitos tenían influencia de personas reales, incluso manipulación del poder establecido, aunque desde la perspectiva del artista.
Ceres me explicó que, lógicamente, no le dio la razón. Cabía la posibilidad de componer una pieza literaria sin ningún tipo de influencia, bastaba la vida de la calle. Le pregunté si la imaginación no podría modificar la vida de un personaje real. Me respondió afirmativamente, era obligación del escritor no corromperse por su propia imaginación. Con la vida real era más que suficiente, «la realidad supera la ficción», dijo.
Igual que un galán, me rescató una llamada telefónica a mi móvil. Era mi hija, había enfermado mi nieto, me pidió si podía ir a buscarlo a la guardería. Por supuesto que fui, no me costó nada interrumpir el monólogo de Ceres. Escapé de la colmena de tonterías. Hablamos, de quedar otro día para, por fin, organizar el trabajo.
Para mi sorpresa, me llamó al día siguiente. Otra vez se puso a hablar sin escuchar. Lo sentía mucho, no podía hacer el trabajo, no hace falta que cuente mi disgusto tras la noticia. Había tomado la decisión de abandonar la carrera para demostrar su teoría. Estaba dispuesta a escribir sin leer nada, escribir a partir de la vida de las personas, «el arte de la calle», concluyó. Le deseé mucha suerte, nunca más supe de ella ni me interesé por saber cómo iba su vida, estaba convencida de que acabaría estrellándose.
Usted me ha pedido escribir un texto de mi relación con Ceres, poco he podido escribir, porque mi relación con ella fue corta como la noche de San Juan. Espero que haya servido.
2

Ceres fue mi amiga en el instituto hasta que dejó la universidad. Como amiga era leal a ella misma; solo hablaba de ella, de libros y las investigaciones de su padre. No hizo más amigos que yo, no era tímida, la verdad es que no paraba de hablar, pero a nadie le interesaba excepto a mí, que también era y soy escritora.
A Ceres no le importaba su impopularidad, opinaba que nuestros compañeros estaban remansados en la vida a causa de la cultura de masas. Ella no se consideraba superior, aunque estaba orgullosa de su diferencia con los demás. Yo me hice amiga suya porque era con la única persona que podía conversar sobre literatura.
Mi examiga, como he dicho, tenía el defecto de no dejar hablar, es un vicio que tenemos todos los escritores, en otras palabras, discursamos monólogos sobre nuestras obras y autores favoritos. Yo, en aquella época, encontraba interesantes sus comentarios literarios por mis escasos conocimientos. Intentaba escribir una novela psicológica, andaba desubicada con mi estilo. Escuchar a alguien que tenía su propio criterio sobre diferentes autores de distintos períodos me cautivó. Con el tiempo averigüé que plagió las opiniones de su padre.
Ceres escribía una prosa volátil como la pólvora, que explotaba en una lectura aburrida, las causas eran varias:
1ª) Reflexiones metaliterarias teóricas, que no escalaban a la práctica.
2ª) Ni las comas tenían sentido de humor, hecho importante al menos para mí ya que sin humor el ritmo de lectura se ralentizaba todavía más.
3ª) Su obsesión por superar a su padre, un genial investigador, uno de los filólogos clásicos más reconocidos en Europa.
Ceres tenía unos sentimientos contradictorios. Criticaba a su padre para demostrar que ella también se había forjado una valía literaria, ahora bien, leyendo esas opiniones se podía interpretar la admiración a la lucidez paternal, la impotencia ante una figura indiscutida por muchos en su campo. Todas estas críticas vertían emoción en exceso. Cuando se tomaba tantas molestias en importunar a Roberto era porque, en el fondo, reconocía su trabajo académico.
Conocí a Roberto en unas vacaciones de verano. Él me invitó a ir con ellos al pueblo soriano en que nació, Quintanilla de Tres Barrios, sabía que era la única amiga de su hija. Era el 1999, ambas teníamos dieciocho años, estábamos emocionadas porque en septiembre iniciábamos nuestro nuevo período en la universidad. Fue un viaje que me apetecía por muchos motivos, uno de ellos era que Antonio Machado era mi poeta favorito. Me llevé al viaje Campos de Castilla para leerlo en la tierra del libro, es un bello recuerdo para mí, aunque quizás esta anécdota no sea destacable.
Soria me cautivó, me robó el corazón, me enamoró. Veía noches cenicientas, suaves como su clima. El Cañón de Río Lobos fue, y es, porque aún visito esa tierra, uno de los paseos más agradables de mi vida. Una vista armoniosa desde la cueva, que protegía a nuestros antepasados cuando la noche los amorataba a golpes.
Roberto me explicaba la historia de su tierra, amaba a Soria. Tuvo que emigrar a Barcelona como tantas personas en la etapa franquista. Vimos más santuarios o paisajes como el castillo de Gormaz, la catedral del Burgo de Osma y la laguna Negra. El lugar favorito de Roberto era el yacimiento arqueológico de Tiermes, las ruinas de Tiermes para muchos. Roberto nos explicó la historia del lugar, los orígenes celtibéricos y la etapa romana.
El profesor era un hombre simpático, serio pero simpático desde la educación y el respeto. Tantas virtudes parecían molestar a Ceres, la cual intentaba explicarme también alguna anécdota de Tiermes, que daba la casualidad que también era su rincón favorito. Cuando acababa la historia su padre lo corregía, a ella le molestaba claramente, lo veía como una arrogancia de Roberto. Yo no lo veía así, utilizaba un tono suave y agradable.
Cuando estuvimos en Quintanilla coincidió que eran las fiestas del pueblo y Roberto fue el invitado estrella en una cena popular. Ceres no quiso ir, se quedó en casa. Intenté hablar con ella, no hubo manera, era testaruda igual que un tauro. Me fui con Roberto, cenamos y nos quedamos hasta la una de la madrugada. Cuando volvimos, Ceres estaba escribiendo, ella se negó a enseñarle su composición, chilló que no quería y se fue llorando a su cuarto.
Al día siguiente, no quiso hablar del tema, la di por perdida. Nuestra amistad duró unos años más. La gota que colmó el vaso fue cuando me habló de la idiotez de escribir sin leer. Yo en esa época ya conocía a muchos escritores noveles y profesionales, y la seguridad en mí se había forjado. El único aliciente que podría hacer que mi amistad con Ceres continuara era Roberto, aunque ella se negó a que él estuviera con nosotros en cualquier quedada.
Corté con ella como se hace con los amigos: excusándome por no poder quedar, tardando en responder las llamadas telefónicas, hasta que llegó el momento en que ni me molestaba en devolvérselas. Siempre he pensado que no perdí nada.

3

Hacía años que no veía a Ceres, nos conocíamos del instituto. Si intercambiamos dos palabras durante esa época se puede considerar un milagro. Se la veía muy seria en esa época, ordenada, la alegría la tenía bien escondida. Su sentido del humor estaba secuestrado por alguna experiencia trágica del pasado no aceptada. Al menos esa era la opinión sin contrastar de la clase, no veíamos otra lógica a esa forma de actuar.
Después de unos años la encontré en una librería en el centro de Barcelona, estaba vendiendo unos libros. Fue ella quien me saludó, yo sinceramente iba hacerme el loco, pero ya no pude porque para mi sorpresa vino ella. Estaba como siempre, había escuchado a mis compañeras que era muy habladora, conmigo nunca lo fue hasta ese día. Una persona normal me habría preguntado qué hacía un tipo como yo en una librería, pero Ceres pasó del protocolo, fue directa al grano.
Empezó a contarme que tenía una misión literaria en la vida, «escribir sin pulir las vidas», dijo literalmente. La frené igual que si parara un coche a toda velocidad, sentí la misma sensación. Le pedí que fuéramos a tomar unas birras en cualquier bar para charlar tranquilamente. Aceptó sin saber que mi intención era reírme de ella, sino en su cara al menos cuando estuviera hablando con los colegas del instituto de mi encuentro con Ceres.
Se excitaba explicando la idea de su literatura, suerte que ella no bebía alcohol, aunque hubo momentos en que pensé que al zumo de melocotón le echó vodka. Sobre sus opiniones no entendía ni jota, pensé por dentro que era la persona más rara que había conocido.
La sorpresa fue cuando paró y, por fin, me preguntó la causa de mi visita a la librería. Fui sincero, fui a comprar un libro para cortejar a una chica, compañera de mi clase en la facultad. Le reconocí que lo único que leía eran fragmentos de los libros y apuntes de la asignatura, que no tenía ni idea de lo que me decía. Ella me respondió que ese era el motivo de haberme elegido, quería escribir sobre mi vida, que le contara los episodios de mi historia para escribir un relato.
Al principio me reí, creí que era una broma. Cuando comprendí la seriedad del asunto me negué, porque mi vida a nadie tenía que importarle, por suerte tampoco había sufrido tragedias. La cara de Ceres fue de decepción, había desaparecido la poca jovialidad que había expresado. Para convencerme me explicó que para ella era una cuestión importante, un pulso contra su progenitor. Puso peor cara con el tema de su padre, me descolocó todavía más ese giro.
Escribía para desautorizar a un hombre, que ella misma decía que era un genio en su disciplina. Hablaba maravillas de su trabajo, criticaba su poca visión sobre la vida real. A mí me importaba una mierda, no iba bien encaminada si así creía que iba a convencerme. Le pregunté por su madre para cambiar el tema, no lo pensé, podría haber sido un grave error. No me contestó, cambió de tema, me extrañó. La dejé hacer por si después me arrepentía de indagar en su cabeza.
Comentó que podríamos hacer historia, hacer algo que nunca nadie había hecho antes. Continuó explicando que llevaba meses sin leer ni los papeles que encontraba en la calle ni los carteles de publicidad ni las placas de las calles. Para demostrar su idea había pasado por una «descomposición de la literatura».
Yo no pude evitar reírme. Entonces le respondí que tenía un primo con una vida interesante, mucho más que la mía, hablaría con él para convencerlo. Ceres me lo agradeció con el corazón, volvió a sonreír levemente, nos intercambiamos los números de teléfono móvil. No quiso molestarme más, se fue acometer más locuras, quién sabe dónde.
Mi intención realmente era llamar a mi primo, un hombre curioso con una vida excéntrica. Quería gastar una broma a Ceres, una broma pesada. A mi primo también le faltaba un tornillo. Era un gigolo que se acostaba con la esposa de un juez, esa mujer le pagaba muy bien.
El problema de mi primo era que todo lo que ganaba se lo gastaba en cocaína, todavía no entiendo cómo podía ser un buen amante con tanta mierda en la sangre.
En fin, estaba convencido de que Ceres pondría una cara de monja asustada al escucharlo. Sucedió que se tomó en serio a mi primo, escribió su vida tal como se la contó, sin omitir ningún detalle.
Yo no estuve en esas citas, no quise aguantarla más, tuve suficiente con la explicación de mi primo. No fue tan mal plan, porque me deshice de ella y me reí un poquito, aunque no tanto como tenía pensado, en ocasiones los planes no salen como uno desea.

4

Roberto y yo éramos amigos íntimos, nos teníamos mucha confianza. Fui el primer editor en que pensó para pasarle los relatos que había escrito Ceres. Suele pasar que la crítica de un padre aletea hasta la mentira en el análisis del trabajo de su prole. Este caso era muy especial, Roberto no había leído ni una frase de los relatos. Ceres me los pasó directamente a mí por correo electrónico, a los que añadió una introducción que era una explicación de su ideal literario. Estaba convencida de que publicaría su obra, nadie jamás se había atrevido a escribir como ella. Entonces explicó sus ideas, las que todos sabemos. Normalmente con leer un párrafo sé si la obra es digna de publicar en mi editorial. En el caso de Ceres con la introducción barrunté que nadie sería tan necio de regar su dinero en ese páramo literario.
Si no paré de leer fue por mi amistad con Roberto, entré en los zarzales e hirieron mi tiempo libre. Era para «llorar rocío», como escribió Lorca, leer esa literatura sin estilo. Bandadas de palabras que no saltaban, ni corrían, ni jugaban, ni cantaban, ni armonizaban. No eran pocos relatos, enumeraré los más excéntricos:
1º) Un gigolo cocainómano que se acuesta con la esposa de un juez. No hay ni final ni conclusión, el relato acaba cuando la amante vio por duodécima vez al chico. No era un relato erótico, la mujer explica los casos del marido; tampoco era crítica social, contaba historias por contar. Interesante como el aburrimiento.
2º) Una trabajadora de un supermercado que cuenta como roba comida para los más pobres de la sociedad. Aquí si hay una mínima historia desarrollada. El final incluso se puede considerar una crítica social o algo parecido, porque no aparece ni una palabra barnizada ideológicamente, lo cual no es negativo para mí, ni filosofía propia; lo cual es muy negativo según mi criterio de nuevo.
3º) Con este relato perdí toda esperanza. La historia es la de una universitaria que se enamoró de una profesora. Finalmente inician una relación, no sabemos qué sucedió después. Era un cuento empalagoso y romántico, pero critica a la vez al amor y al sexo. Dulce como la sal.
4º) Si el primer relato tiene poco sentido, el cuarto que explico es un sinsentido total. El caos derritió la coherencia, y ese caos rebozaba confusión. Un chico que estaba saliendo de una relación traumática se dio a la bebida, se convirtió en un borracho. Explica sus aventuras nocturnas y en ese momento nos perdemos en el Alpeh. Y sí, fue una burla, un mal intencionado plagio, la víctima es Borges, aunque no leemos el enfrentamiento entre el hombre y el infinito, no. Leemos tonterías que se encuentra ese estafador, como que su hígado se regenera igual que el de Prometeo. Lo más vulgar es que a ese imbécil es el alcohol quien le come su preciado órgano. El relato acaba con esta historia, como si la autora dejara un final abierto al lector, cuando en realidad es la expresión de la mayor incompetencia literaria. Qué poca vergüenza tienen algunas personas.
Los cuentos a los que me refiero son los que han quedado anclados en mi recuerdo, los demás eran igual de absurdos. No me podía explicar cómo Ceres había convencido a esas personas para que le contaran sus vidas. No escribía en formato periodístico, en su introducción decía que hasta los nombres eran reales. Lo hacía como una escritora que compone ficción, eso sí, sin construir metáforas y otros registros literarios.
Ceres cortó esas vidas como la hoz a la espiga. A mí me resultan atractivos los relatos reales que dejan un final abierto, así los personajes no mueren con el final del libro, a no ser que la historia los maté, pero dentro de una lógica. Esta norma tan sencilla no fue entendida por Ceres.
Talé la esperanza de mi amigo, ser sincero era hacer un favor a esa familia, lo verían con el tiempo. Roberto no se enojó, era de esperar que una escritora que no leía no escribiera algo decente. Componer una bella imagen, o hacer reflexionar con una alegoría, era un duro trabajo que nadie podía hacer solo.

Ceres no se tomó bien mi crítica, me dejó de hablar, incluso no le dirigió la palabra a su padre durante un año. Era la confirmación de que no «la dejaba crecer como persona y artista» según palabras de ella. Tal hecho no cortó mi amistad con Roberto, aunque lo entristeció la separación con su hija. Estaba loca, no tenía ni idea de cuál era la forma de ayudarla. Fue muy injusta con su padre. 

Este fragmento se encuentra en el libro Literaturismo. Se puede descargar en https://www.amazon.es/Literaturismo-Lluís-Llurba-Torre-ebook/dp/B06ZZL9CN8/ref=sr_1_1?ie=UTF8&qid=1498163591&sr=8-1&keywords=LLuis+llurba+torre 
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