La ladrona de vidas
Comprendí que el trabajo del poeta
no estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía
fuera admirable.
Jorge
Luis Borges. El Aleph.
1
Otra
escritora joven que habla con aburrimiento de Nietzsche, es lo que pensé cuando
tomábamos los cafés. Hay muchos artistas que aún no se han enterado de que Dios
ha muerto y Nietzsche también. Para colmo, Ceres tampoco interpretaba al
maestro con sabiduría, escupía los tópicos de siempre: que Platón ha sido una cruz
para la cultura europea, filósofo que más tarde reconoció no haber leído; que
el alemán no fue entendido por los nazis, que si abrazó un caballo y otras
sandeces. La charla estaba ahíta por el exceso del tema, apunto estuve de
hablar de Schopenhauer, ya que el primero bebía mucho de la fuente del segundo.
Finalmente lo desestimé, al considerar que a Ceres le gustaba hablar, aunque no
escuchar.
El
aburrimiento me enjauló, bostecé como si fuera una protesta. Yo en aquella
época ya estaba jubilada. Me matriculé en Filología Hispánica para ampliar mis
conocimientos literarios, era mi pasión. Solía y suelo escribir poemas, que
nunca publico, porque mi timidez me prohíbe hacerlo.
Fui
a tomar un café con Ceres porque creía que era una chica inteligente, éramos
compañeras de la asignatura de la literatura del Siglo de Oro. Quedamos para
iniciar un trabajo que analizara la influencia de Garcilaso de la Vega en
Cervantes. Un trabajo sencillo, porque hay muchos estudios sobre el tema. No
imaginé que hablaríamos de todo, excepto del trabajo. Al principio, sentí
curiosidad por Ceres al reconocer, sin interrogatorio, que le gustaba escribir.
La charla se torció cuando averigüé por su temática y referencias que era una
de tantas escritoras que no llegaría ni al portal de una editorial.
Según
me contó, tenía un debate intenso con su padre, intenso para ella y estéril
para la humanidad. El padre, que se llamaba Roberto, le hizo un comentario
inocente a Ceres. Le aseguró a su hija que ninguna obra artística, grande o
pequeña, se había creado de la nada, que toda obra literaria tenía influencia
de una obra anterior. Por referirnos a nuestra temática, todo hijo literato
proviene de madre literata. Esta opinión tan simple y sencilla no habría sido
criticada por nadie, pero Ceres sentía rabia hacia su padre. No me explicó la causa
de dicha frustración, se interpretaba claramente escuchándola hablar de
Roberto.
Ceres
manifestó que no siempre era así. Según ella, muchas obras solo tenían
influencia de las personas, no del arte anterior. Su padre, según lo que
contaba ella, defendió que el arte siempre ha existido, somos artistas por
naturaleza, dicho arte maduró con los años gracias a la influencia de los
primeros tiempos. Por supuesto que la vida real influía en cualquier pieza.
Atacó
a su padre cuando él acabó de exponer su idea. Para ella, las primeras obras no
tenían obras anteriores, su padre dijo que sí, realmente no conocíamos nuestros
orígenes. Roberto puso como ejemplo la Teogonía
de Hesíodo, cuyos mitos los recopiló de la herencia oratoria de generaciones
anteriores. Incluso estas tradiciones griegas venían del Próximo Oriente. Los
mitos demostraban que existía una elaboración artística en la oratoria, en las
composiciones de tales historias. Remató Roberto su opinión reconociendo que
los mitos tenían influencia de personas reales, incluso manipulación del poder
establecido, aunque desde la perspectiva del artista.
Ceres
me explicó que, lógicamente, no le dio la razón. Cabía la posibilidad de
componer una pieza literaria sin ningún tipo de influencia, bastaba la vida de
la calle. Le pregunté si la imaginación no podría modificar la vida de un
personaje real. Me respondió afirmativamente, era obligación del escritor no
corromperse por su propia imaginación. Con la vida real era más que suficiente,
«la realidad supera la ficción», dijo.
Igual
que un galán, me rescató una llamada telefónica a mi móvil. Era mi hija, había
enfermado mi nieto, me pidió si podía ir a buscarlo a la guardería. Por
supuesto que fui, no me costó nada interrumpir el monólogo de Ceres. Escapé de
la colmena de tonterías. Hablamos, de quedar otro día para, por fin, organizar
el trabajo.
Para
mi sorpresa, me llamó al día siguiente. Otra vez se puso a hablar sin escuchar.
Lo sentía mucho, no podía hacer el trabajo, no hace falta que cuente mi
disgusto tras la noticia. Había tomado la decisión de abandonar la carrera para
demostrar su teoría. Estaba dispuesta a escribir sin leer nada, escribir a
partir de la vida de las personas, «el arte de la calle», concluyó. Le deseé
mucha suerte, nunca más supe de ella ni me interesé por saber cómo iba su vida,
estaba convencida de que acabaría estrellándose.
Usted
me ha pedido escribir un texto de mi relación con Ceres, poco he podido
escribir, porque mi relación con ella fue corta como la noche de San Juan.
Espero que haya servido.
2
Ceres
fue mi amiga en el instituto hasta que dejó la universidad. Como amiga era leal
a ella misma; solo hablaba de ella, de libros y las investigaciones de su
padre. No hizo más amigos que yo, no era tímida, la verdad es que no paraba de
hablar, pero a nadie le interesaba excepto a mí, que también era y soy
escritora.
A
Ceres no le importaba su impopularidad, opinaba que nuestros compañeros estaban
remansados en la vida a causa de la cultura de masas. Ella no se consideraba
superior, aunque estaba orgullosa de su diferencia con los demás. Yo me hice
amiga suya porque era con la única persona que podía conversar sobre
literatura.
Mi
examiga, como he dicho, tenía el defecto de no dejar hablar, es un vicio que
tenemos todos los escritores, en otras palabras, discursamos monólogos sobre
nuestras obras y autores favoritos. Yo, en aquella época, encontraba
interesantes sus comentarios literarios por mis escasos conocimientos. Intentaba
escribir una novela psicológica, andaba desubicada con mi estilo. Escuchar a
alguien que tenía su propio criterio sobre diferentes autores de distintos
períodos me cautivó. Con el tiempo averigüé que plagió las opiniones de su
padre.
Ceres
escribía una prosa volátil como la pólvora, que explotaba en una lectura
aburrida, las causas eran varias:
1ª)
Reflexiones metaliterarias teóricas, que no escalaban a la práctica.
2ª)
Ni las comas tenían sentido de humor, hecho importante al menos para mí ya que
sin humor el ritmo de lectura se ralentizaba todavía más.
3ª)
Su obsesión por superar a su padre, un genial investigador, uno de los
filólogos clásicos más reconocidos en Europa.
Ceres
tenía unos sentimientos contradictorios. Criticaba a su padre para demostrar
que ella también se había forjado una valía literaria, ahora bien, leyendo esas
opiniones se podía interpretar la admiración a la lucidez paternal, la
impotencia ante una figura indiscutida por muchos en su campo. Todas estas críticas
vertían emoción en exceso. Cuando se tomaba tantas molestias en importunar a Roberto
era porque, en el fondo, reconocía su trabajo académico.
Conocí
a Roberto en unas vacaciones de verano. Él me invitó a ir con ellos al pueblo
soriano en que nació, Quintanilla de Tres Barrios, sabía que era la única amiga
de su hija. Era el 1999, ambas teníamos dieciocho años, estábamos emocionadas
porque en septiembre iniciábamos nuestro nuevo período en la universidad. Fue
un viaje que me apetecía por muchos motivos, uno de ellos era que Antonio
Machado era mi poeta favorito. Me llevé al viaje Campos de Castilla para leerlo en la tierra del libro, es un bello
recuerdo para mí, aunque quizás esta anécdota no sea destacable.
Soria
me cautivó, me robó el corazón, me enamoró. Veía noches cenicientas, suaves
como su clima. El Cañón de Río Lobos fue, y es, porque aún visito esa tierra,
uno de los paseos más agradables de mi vida. Una vista armoniosa desde la cueva,
que protegía a nuestros antepasados cuando la noche los amorataba a golpes.
Roberto
me explicaba la historia de su tierra, amaba a Soria. Tuvo que emigrar a
Barcelona como tantas personas en la etapa franquista. Vimos más santuarios o
paisajes como el castillo de Gormaz, la catedral del Burgo de Osma y la laguna
Negra. El lugar favorito de Roberto era el yacimiento arqueológico de Tiermes,
las ruinas de Tiermes para muchos. Roberto nos explicó la historia del lugar,
los orígenes celtibéricos y la etapa romana.
El
profesor era un hombre simpático, serio pero simpático desde la educación y el
respeto. Tantas virtudes parecían molestar a Ceres, la cual intentaba
explicarme también alguna anécdota de Tiermes, que daba la casualidad que
también era su rincón favorito. Cuando acababa la historia su padre lo
corregía, a ella le molestaba claramente, lo veía como una arrogancia de Roberto.
Yo no lo veía así, utilizaba un tono suave y agradable.
Cuando
estuvimos en Quintanilla coincidió que eran las fiestas del pueblo y Roberto
fue el invitado estrella en una cena popular. Ceres no quiso ir, se quedó en
casa. Intenté hablar con ella, no hubo manera, era testaruda igual que un
tauro. Me fui con Roberto, cenamos y nos quedamos hasta la una de la madrugada.
Cuando volvimos, Ceres estaba escribiendo, ella se negó a enseñarle su
composición, chilló que no quería y se fue llorando a su cuarto.
Al
día siguiente, no quiso hablar del tema, la di por perdida. Nuestra amistad
duró unos años más. La gota que colmó el vaso fue cuando me habló de la idiotez
de escribir sin leer. Yo en esa época ya conocía a muchos escritores noveles y
profesionales, y la seguridad en mí se había forjado. El único aliciente que
podría hacer que mi amistad con Ceres continuara era Roberto, aunque ella se
negó a que él estuviera con nosotros en cualquier quedada.
Corté
con ella como se hace con los amigos: excusándome por no poder quedar, tardando
en responder las llamadas telefónicas, hasta que llegó el momento en que ni me
molestaba en devolvérselas. Siempre he pensado que no perdí nada.
3
Hacía
años que no veía a Ceres, nos conocíamos del instituto. Si intercambiamos dos
palabras durante esa época se puede considerar un milagro. Se la veía muy seria
en esa época, ordenada, la alegría la tenía bien escondida. Su sentido del
humor estaba secuestrado por alguna experiencia trágica del pasado no aceptada.
Al menos esa era la opinión sin contrastar de la clase, no veíamos otra lógica
a esa forma de actuar.
Después
de unos años la encontré en una librería en el centro de Barcelona, estaba
vendiendo unos libros. Fue ella quien me saludó, yo sinceramente iba hacerme el
loco, pero ya no pude porque para mi sorpresa vino ella. Estaba como siempre,
había escuchado a mis compañeras que era muy habladora, conmigo nunca lo fue
hasta ese día. Una persona normal me habría preguntado qué hacía un tipo como
yo en una librería, pero Ceres pasó del protocolo, fue directa al grano.
Empezó
a contarme que tenía una misión literaria en la vida, «escribir sin pulir las
vidas», dijo literalmente. La frené igual que si parara un coche a toda
velocidad, sentí la misma sensación. Le pedí que fuéramos a tomar unas birras
en cualquier bar para charlar tranquilamente. Aceptó sin saber que mi intención
era reírme de ella, sino en su cara al menos cuando estuviera hablando con los
colegas del instituto de mi encuentro con Ceres.
Se
excitaba explicando la idea de su literatura, suerte que ella no bebía alcohol,
aunque hubo momentos en que pensé que al zumo de melocotón le echó vodka. Sobre
sus opiniones no entendía ni jota, pensé por dentro que era la persona más rara
que había conocido.
La
sorpresa fue cuando paró y, por fin, me preguntó la causa de mi visita a la
librería. Fui sincero, fui a comprar un libro para cortejar a una chica,
compañera de mi clase en la facultad. Le reconocí que lo único que leía eran
fragmentos de los libros y apuntes de la asignatura, que no tenía ni idea de lo
que me decía. Ella me respondió que ese era el motivo de haberme elegido,
quería escribir sobre mi vida, que le contara los episodios de mi historia para
escribir un relato.
Al
principio me reí, creí que era una broma. Cuando comprendí la seriedad del
asunto me negué, porque mi vida a nadie tenía que importarle, por suerte tampoco
había sufrido tragedias. La cara de Ceres fue de decepción, había desaparecido
la poca jovialidad que había expresado. Para convencerme me explicó que para
ella era una cuestión importante, un pulso contra su progenitor. Puso peor cara
con el tema de su padre, me descolocó todavía más ese giro.
Escribía
para desautorizar a un hombre, que ella misma decía que era un genio en su
disciplina. Hablaba maravillas de su trabajo, criticaba su poca visión sobre la
vida real. A mí me importaba una mierda, no iba bien encaminada si así creía
que iba a convencerme. Le pregunté por su madre para cambiar el tema, no lo
pensé, podría haber sido un grave error. No me contestó, cambió de tema, me
extrañó. La dejé hacer por si después me arrepentía de indagar en su cabeza.
Comentó
que podríamos hacer historia, hacer algo que nunca nadie había hecho antes.
Continuó explicando que llevaba meses sin leer ni los papeles que encontraba en
la calle ni los carteles de publicidad ni las placas de las calles. Para
demostrar su idea había pasado por una «descomposición de la literatura».
Yo
no pude evitar reírme. Entonces le respondí que tenía un primo con una vida
interesante, mucho más que la mía, hablaría con él para convencerlo. Ceres me
lo agradeció con el corazón, volvió a sonreír levemente, nos intercambiamos los
números de teléfono móvil. No quiso molestarme más, se fue acometer más
locuras, quién sabe dónde.
Mi
intención realmente era llamar a mi primo, un hombre curioso con una vida
excéntrica. Quería gastar una broma a Ceres, una broma pesada. A mi primo
también le faltaba un tornillo. Era un gigolo
que se acostaba con la esposa de un juez, esa mujer le pagaba muy bien.
El
problema de mi primo era que todo lo que ganaba se lo gastaba en cocaína,
todavía no entiendo cómo podía ser un buen amante con tanta mierda en la
sangre.
En
fin, estaba convencido de que Ceres pondría una cara de monja asustada al
escucharlo. Sucedió que se tomó en serio a mi primo, escribió su vida tal como se
la contó, sin omitir ningún detalle.
Yo
no estuve en esas citas, no quise aguantarla más, tuve suficiente con la
explicación de mi primo. No fue tan mal plan, porque me deshice de ella y me
reí un poquito, aunque no tanto como tenía pensado, en ocasiones los planes no
salen como uno desea.
4
Roberto
y yo éramos amigos íntimos, nos teníamos mucha confianza. Fui el primer editor
en que pensó para pasarle los relatos que había escrito Ceres. Suele pasar que
la crítica de un padre aletea hasta la mentira en el análisis del trabajo de su
prole. Este caso era muy especial, Roberto no había leído ni una frase de los
relatos. Ceres me los pasó directamente a mí por correo electrónico, a los que
añadió una introducción que era una explicación de su ideal literario. Estaba
convencida de que publicaría su obra, nadie jamás se había atrevido a escribir
como ella. Entonces explicó sus ideas, las que todos sabemos. Normalmente con
leer un párrafo sé si la obra es digna de publicar en mi editorial. En el caso
de Ceres con la introducción barrunté que nadie sería tan necio de regar su
dinero en ese páramo literario.
Si
no paré de leer fue por mi amistad con Roberto, entré en los zarzales e
hirieron mi tiempo libre. Era para «llorar rocío», como escribió Lorca, leer
esa literatura sin estilo. Bandadas de palabras que no saltaban, ni corrían, ni
jugaban, ni cantaban, ni armonizaban. No eran pocos relatos, enumeraré los más
excéntricos:
1º)
Un gigolo cocainómano que se acuesta
con la esposa de un juez. No hay ni final ni conclusión, el relato acaba cuando
la amante vio por duodécima vez al chico. No era un relato erótico, la mujer explica
los casos del marido; tampoco era crítica social, contaba historias por contar.
Interesante como el aburrimiento.
2º)
Una trabajadora de un supermercado que cuenta como roba comida para los más
pobres de la sociedad. Aquí si hay una mínima historia desarrollada. El final
incluso se puede considerar una crítica social o algo parecido, porque no
aparece ni una palabra barnizada ideológicamente, lo cual no es negativo para
mí, ni filosofía propia; lo cual es muy negativo según mi criterio de nuevo.
3º)
Con este relato perdí toda esperanza. La historia es la de una universitaria
que se enamoró de una profesora. Finalmente inician una relación, no sabemos
qué sucedió después. Era un cuento empalagoso y romántico, pero critica a la
vez al amor y al sexo. Dulce como la sal.
4º)
Si el primer relato tiene poco sentido, el cuarto que explico es un sinsentido
total. El caos derritió la coherencia, y ese caos rebozaba confusión. Un chico
que estaba saliendo de una relación traumática se dio a la bebida, se convirtió
en un borracho. Explica sus aventuras nocturnas y en ese momento nos perdemos en
el Alpeh. Y sí, fue una burla, un mal intencionado plagio, la víctima es
Borges, aunque no leemos el enfrentamiento entre el hombre y el infinito, no. Leemos
tonterías que se encuentra ese estafador, como que su hígado se regenera igual
que el de Prometeo. Lo más vulgar es que a ese imbécil es el alcohol quien le
come su preciado órgano. El relato acaba con esta historia, como si la autora
dejara un final abierto al lector, cuando en realidad es la expresión de la
mayor incompetencia literaria. Qué poca vergüenza tienen algunas personas.
Los
cuentos a los que me refiero son los que han quedado anclados en mi recuerdo,
los demás eran igual de absurdos. No me podía explicar cómo Ceres había
convencido a esas personas para que le contaran sus vidas. No escribía en
formato periodístico, en su introducción decía que hasta los nombres eran
reales. Lo hacía como una escritora que compone ficción, eso sí, sin construir
metáforas y otros registros literarios.
Ceres
cortó esas vidas como la hoz a la espiga. A mí me resultan atractivos los
relatos reales que dejan un final abierto, así los personajes no mueren con el
final del libro, a no ser que la historia los maté, pero dentro de una lógica. Esta
norma tan sencilla no fue entendida por Ceres.
Talé
la esperanza de mi amigo, ser sincero era hacer un favor a esa familia, lo
verían con el tiempo. Roberto no se enojó, era de esperar que una escritora que
no leía no escribiera algo decente. Componer una bella imagen, o hacer
reflexionar con una alegoría, era un duro trabajo que nadie podía hacer solo.
Ceres
no se tomó bien mi crítica, me dejó de hablar, incluso no le dirigió la palabra
a su padre durante un año. Era la confirmación de que no «la dejaba crecer como
persona y artista» según palabras de ella. Tal hecho no cortó mi amistad con
Roberto, aunque lo entristeció la separación con su hija. Estaba loca, no tenía
ni idea de cuál era la forma de ayudarla. Fue muy injusta con su padre.
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