Justicia amorosa
Qué haces anegándote en anhelos que
jamás serán colmados, confundiendo la justicia con la recompensa que crees
merecer; la injusticia, con tu resentimiento; suplantado el dolor de vivir por
el ansia de lo no posees, encerrándote en el rencor por lo que no consigues.
Pretendes hacer coincidir lo que encuentras con lo que buscas.
Anna
Rossetti. Sunt lacrimae rerum.
Lorenzo se duchó con una sonrisa, que era
la promesa de una gran tarde. Se limpió a conciencia, el pene fue la parte más
cuidada de todo su cuerpo.
Bajó a la calle. Lorenzo vivía en el
barrio de Pubilla Cases de L`Hospitalet de Llobregat. Veía esas calles
condenadas al caos de la urbanización. Edificios construidos unos sobre otros
por la llegada de miles de inmigrantes andaluces, extremeños, gallegos,
manchegos, castellanos, leoneses y aragoneses en el crecimiento económico
exprés de la década de los sesenta del siglo anterior. Edificios que eran latas
que conservaban a los hospitalenses babilónicos.
A Lorenzo le importaba este tema porque
era un geógrafo urbano. Le apasionaba la historia geográfica de L`Hospitalet y
de su vecina Barcelona. Era profesor de Geografía en un instituto. En fin, era
una excusa para no pensar en su cita.
Cogió un autobús. Lorenzo era un enamorado
de este transporte porque le permitía ver la geografía urbana. Este viaje no
era por amor a su ciudad, sino para ver a Noelia.
Bajó en la Gran Vía, en frente del centro
comercial Gran Vía 2. Miró el maná financiero que se había producido en el Gran
Vía L`H. Ciudad proteica. Lo que fue un desierto productivo, cambió en el
distrito financiero y hotelero de la ciudad, sin olvidar la Ciutat Judicial. Lorenzo pensaba que
veinte años antes nadie había querido vivir allí. Era imposible pensar que
muchas empresas alquilarían oficinas para tener su sede en L`Hospitalet y no en
Barcelona, que habría varios hoteles de cuatro y cinco estrellas con altas ocupaciones
turísticas, que en esa ciudad se organizaría un evento tan importante como el
Congreso Mundial del Móvil. Edificios con viviendas de pladur se habían colado
entre esos negocios; pisos que prometían a los propietarios o inquilinos vivir
en la zona alta de la antigua ciudad sin ley; pisos truhanes que conquistaban
corazones y meses después los rompían por aquella construcción de una calidad
discutible.
Lorenzo comparaba esos edificios con su
vida amorosa. Se preguntaba si él no era uno de esos pisos de pladur que tanto
habían ilusionado y era cuestión de meses que Noelia viera el error de haber
visitado a menudo la vivienda. Se consolaba pensando que, al menos, él no era
tan caro porque su precio no había sido especulado por la economía
inmobiliaria.
A él le gustaba estar con Noelia, le
excitaba como nunca antes ninguna mujer lo había provocado. Tampoco se podía
decir que Lorenzo hubiera sido un rompecorazones, pero ese no era el problema.
La cuestión era que todas lo habían dejado por aburrido. Era un soso que solo
hablaba de la geografía, de los cambios históricos en las ciudades de Barcelona
y L`Hospitalet. Lorenzo era consciente de que eso era debido a su timidez. Los
introvertidos saben que lo son, pero controlar la timidez es tan difícil como
dejar de fumar. El aspecto positivo era que con Noelia no se sentía inseguro,
con ella su vida sexual se había expandido a espacios desconocidos.
Noelia era una mujer de cuarenta años,
cinco más que Lorenzo. Era la madre de Alba, una de las alumnas del geógrafo
que, precisamente, era su tutor. Alba no era una buena estudiante. Había
repetido cuarto de la ESO y no mostraba actitud para aprobar el curso.
Lorenzo estaba preocupado por ella y se
había citado a menudo con Noelia. Lo que no había esperado era que la madre
fuera una persona directa, tan directa que le pidiera salir. De eso hacía tres
meses.
La primera cita concluyó en un hotel. Para
alguien como Lorenzo, este hecho era un suceso extraordinario. Había conocido algunos
aspectos del carácter de Noelia en estos tres meses. Una persona con una mínima
autoestima habría cortado con Noelia porque tenía una personalidad fuerte.
Lorenzo, poco a poco, iba entendiendo el carácter voluble de Alba: un padre
perdido quién sabe dónde y una madre sin vocación ni motivación por cualquier
actividad de la vida.
Todos estos antecedentes eran un sol que
enseñaba claramente los peligros del camino. No para Lorenzo, que deseaba hacía
muchos años emparejarse. Nunca había vivido con una mujer y sus pocos amigos
tampoco eran donjuanes. No era que el sol lo cegara, sino que no había
estudiado ingeniería de caminos.
Los dos protagonistas no eran atletas y no
presumían de un cuerpo atlético. Ambos tenían una curva de excesos en vez de
abdominales, las nalgas eran flácidas y no había musculatura en los cuerpos. La
cara de Lorenzo era de piel fina, de esas a las que les cuesta envejecer; tenía
el pelo rubio y rizado, y siempre lo llevaba corto por la pereza de peinarlo. A
Noelia le pesaba la piel de su cara, no era que estuviera arrugada, era que todos
sus poros suspiraban de aburrimiento. Era una morena teñida porque ya tenía
canas.
Lorenzo inició una conversación sobre un
tema importante para él:
—Llevamos tres meses quedando en hoteles.
—¿Y?
—Yo ya estoy cansado —dijo taciturno.
—Ya sabes lo que pienso. No es una buena
idea. Mejor así.
—Es una tontería, no tiene sentido.
—¿Por qué? —preguntó Noelia con
indiferencia.
—Estoy gastando mucho dinero.
—¡Solo te importa eso! Luego vas de
romántico. —Se hizo la indignada.
—Perdona, no es por eso. Lo que pasa es
que en nuestra anterior cita me pediste que no fuera tan pesado.
—Es que te lo dejé claro desde el primer
día: quedamos para follar y nada más. Yo ya he estado conviviendo con un hombre
y desgasta mucho. No me apetece. Sobre el dinero —Noelia frunció mucho la
frente—, yo no trabajo y sabes que mis padres pagan el alquiler de mi piso.
—Yo no sé si puedo seguir así —dijo
Lorenzo.
—¿Por qué?
—Porque me estoy enamorando de ti.
—No digas tonterías. Salir con un hombre
es lo mismo que cuidar a un hijo. No quiero dos.
—Eres la Barcelona que dio la espalda a la
playa durante mucho tiempo, pero gracias a los Juegos Olímpicos la ciudad abrazó
al mar y se embelleció.
—Lorenzo, deja esas chorradas. No lo
entiendo.
—Yo soy la…
—¡Déjalo!
—No te alteres, perdona.
—Es que lo complicas todo. Espero que no
se lo hayas contado a nadie.
—Nadie lo sabe.
—¿Ni en el instituto?
—Nadie. —Lorenzo no mentía.
Unas horas después, Lorenzo veía solo una
película en su piso. Pensaba en Noelia, ella decía que no era su novia, pero él
no estaba cómodo con una relación carnal que no conducía a ningún lugar.
Intentó convencerse de que ella aceptaría, algún día, que estaba enamorada de
él. Por culpa del dolor de su antigua relación había construido una muralla de
defensa como las antiguas ciudades, el muro que había ahogado el crecimiento
barcelonés. Cuando tiraron la muralla en el siglo XIX, Barcelona se metamorfoseó
de una ciudad provincial en la capital del Mediterráneo.
Este pensamiento positivo fue atacado por
otro que ni el mismo Lorenzo sabía cómo había surgido en su cabeza. Lorenzo
recordó el desastre de los primeros meses de Barcelona sin su muralla. Esta no
solo defendía a sus ciudadanos de los ataques de ejércitos invasores, también de
las intensas lluvias que bajaban como avalanchas por la actual Rambla y otras
zonas. Sin la muralla, muchas personas fallecieron por el embate de las riadas.
Sobre la evolución de la ciudad, Lorenzo
reconoció que fue un cambio más lento que la carrera de una tortuga. Un
proyecto que no concluyó hasta 1992, con los Juegos Olímpicos. Lorenzo corrigió
esta reflexión, el proyecto barcelonés no había finalizado, solo había que mirar
las construcciones de la Torre Agbar o el Fòrum. Sin embargo, el período de
1986 a 1992 fue el reconocimiento internacional de un trabajo laborioso.
Las emociones de Lorenzo se agitaban por
subir a la montaña rusa. Ora estaba alegre, ora estaba frustrado, ora
disfrutaba gracias al onanismo. Las emociones volubles cedieron gracias a que
pensó una idea para salir de los hoteles.
Al día siguiente llamó a Noelia y se lo
explicó. El próximo sábado pasearían por el centro de Barcelona. No irían
después a casa de ninguno de los dos ni a cenar. Paseo y hotel. A Noelia no le
hizo gracia y protestó. Lorenzo la interrumpió, y le dijo que no tenía opción
porque él siempre había respetado sus deseos. Ya era hora que lo hiciera ella.
Esta respuesta fue una bala sin pólvora, Noelia lo ignoró y le colgó.
Noelia no barruntó que su hija la metería
en un aprieto. Alba se peleó con un compañero en la hora del patio que le dijo
que era «una tabla de surf: ni
tetas ni culo», y ella respondió con una patada en el estómago.
—Suerte que no te he dado en los huevos,
maricón de mierda —dijo Alba.
La madre fue al instituto a hablar con el
director y Lorenzo. El director le explicó lo sucedido. Pegar era muy grave,
pero por el insulto homofóbico expulsarían a Alba un mes. Noelia preguntó cómo
sabían que su hija había dicho esas palabras; el director respondió que había
varios testigos. Entonces Lorenzo pidió al director que lo dejara solo con la
madre de Alba para hacerle entender que la situación era muy grave. Noelia
habló cuando se quedaron solos:
—Lorenzo, por favor, la niña está
insoportable. No la aguantaré un mes en casa. Antes me tiro por la ventana.
—Yo solo soy el tutor, la última palabra
la tiene el director.
—Pero seguro que a ti te hará caso.
—Es posible, Noelia.
—¿Por qué sonríes?
—Porque eres muy egoísta.
—No entiendo.
—Lo digo porque ayer me colgaste.
—¿Solo por eso no vas a ayudarnos?
—preguntó sorprendida.
—Por tu actitud tan egoísta. Así no
aprenderéis la seriedad del asunto.
—No me puedo creer que seas tan cabrón.
Nunca lo habría pensado de ti.
—No te entiendo. Yo solo pienso que la
expulsión podría ser una forma de pasar tiempo juntas, de que hagáis las paces.
Tu egoísmo no es solo conmigo, también con tu hija. ¿Por qué eres así? ¿Tu ex
te maltrataba? Siempre has hablado mal de él.
—Nadie me ha puesto la mano encima nunca —respondió
Noelia enojada—. Él decía que solo soy una niña muy mimada. Pero serás cabrón,
me estás intentando liar.
—No te entiendo.
—Este rollo de psicología barata lo haces
para que vaya a pasear contigo. Si lo hago, entonces convencerás al director
para que no expulse a Alba.
—Yo no estaba pensando en eso —dijo
Lorenzo molesto.
—¿En qué, si no?
—Pensaba en cortar contigo. Además, no sé
si es buena idea que Alba se quede aquí. Las dos necesitáis pensar.
—Nosotras no somos de pensar. No somos
como tú ni el director —dijo Noelia en tono altivo.
—Si tú no quieres, al menos, intenta que
ella aprenda.
—Lorenzo —Noelia rebajó su agresividad a
un tono más cariñoso—, no es bueno mezclar lo personal con el trabajo.
—No lo hago.
—Yo creo que sí. —Noelia lo abrazó.
—Lo haces tú —dijo Lorenzo excitado.
—Tienes razón. He sido demasiado dura con
nuestra relación.
—¿Qué? —preguntó Lorenzo emocionado.
—Tengo que relajarme. Te pido paciencia.
—Sí, tampoco llevamos tanto.
—Exacto. Pero creo que te mereces ese
paseo. Así aprovecharemos para hablar de Alba y luego de nosotros.
—Está bien.
Alba no fue expulsada gracias a Lorenzo.
Le dijo al director que el mejor castigo era hacer los deberes y repasar las
asignaturas hasta las siete de la tarde. Él se quedaría con ella de forma
voluntaria. Como ha deducido el lector, no fue idea suya, sino de Noelia. La
recompensa sería el paseo del sábado por la tarde. Lorenzo no había pensado en
chantajearla, sí en dejar a Noelia. Pero su voluntad se derrumbó con un solo
abrazo.
El sábado por la tarde estaba muy
contento. Era una alegría mitómana. Lorenzo le explicaba la historia de esas
calles y Noelia respondía con un «sí»
mecánico. Llegaron a la calle Portaferrisa. Lorenzo le dijo que era una de las
ocho entradas de la Barcelona medieval, de la segunda muralla edificada en el
siglo XII. El nombre era… pero, entonces, Noelia lo cortó y, para no parecer
grosera, le preguntó si conocía un sitio agradable para tomar algo. Lorenzo se
emocionó al escucharla; por fin salían como una pareja. Respondió que había
«bares interesantes en el Born». Se fueron directos. Así Noelia se
ahorró la clase sobre la calle Petritxol, la Plaça del Pi, los calls, el templo
dedicado a Augusto y otras divertidas explicaciones del profesor.
De camino
al Born, Noelia redirigió la conversación. Agradeció a Lorenzo su dedicación a
Alba. Él interpretaba en la mirada de Noelia un amor intenso. Había derribado
su muralla.
El bar
estaba en el passeig del Born. Lorenzo no tenía ni idea de adónde ir. Fueron al
primero que vieron. Él sabía que esa zona era famosa, alguna vez había ido con
sus amigos, aunque buscándolo a ciegas. Lo mismo que en este momento.
El bar
era un local grande, todavía había pocos clientes. Tenía un estilo exótico: las
mesas eran de bambú, sin tapete; y las sillas de Ionesco. En las paredes se
veían unas láminas surrealistas, como un dibujo de unas moscas devorando el
cadáver de un joven, y la foto de una mano con un cuchillo apuñalando a una
sombra, no se veía al asesino. Lo más curioso era que en el fondo del bar había
unas hamacas en las que cabían dos personas. Lorenzo llegó a la conclusión de
que era su día, le salía todo bien. Había acertado con la elección del bar. Se
merecía toda esa suerte, había trabajado mucho para que la cita fuera un éxito.
Lorenzo llegó a la conclusión de que no era buena idea presionar a Noelia para
tumbarse los dos en la hamaca porque acaban de llegar. Más adelante lo
intentaría.
A Noelia
le apetecía beber vino y pidieron dos copas de un tinto. Lorenzo hablaba
emocionado, no era un diálogo, sino un monólogo. Noelia respondía de nuevo con
un «sí» mecánico.
En el bar
entró un hombre casi cincuentón, peinado para atrás y una barba bien cortada,
canoso, con un cuerpo que reflejaba que vivía los últimos años de su apogeo.
Escuchó a Lorenzo hablar de la calle más estrecha de Barcelona, que estaba
cerca del bar, y vio la cara de aburrimiento de Noelia.
Intervino
en la conversación con alegría. Bromeó con Lorenzo, le dijo que cuándo iba a
hablar de algún tema divertido. Noelia respondió que, quizás, era él el
encargado de divertir el ambiente.
—No
quiero molestar, cariño.
—No me
molestas —dijo Noelia—. ¿Cómo te llamas?
—Pedro.
—Yo soy
Noelia. —Se levantó y le dio dos besos en cada mejilla—. Siéntate, no me
molestas.
—Bueno
—dijo Pedro mirando a Lorenzo. Noelia se dio cuenta en este momento de su
existencia—. Tampoco a él, ¿verdad? —preguntó de forma retórica.
Sin saber
exactamente qué había sucedido, Lorenzo estaba escuchando las aventuras de
Pedro. Era un camionero que trabajaba en mercancías internacionales. Conocía
toda Europa. Estaba divorciado y tenía una hija de veinte años. Noelia le
preguntó dónde vivía, el respondió que en la plaza Europa de L`Hospitalet.
Solía ir a beber al Born con un amigo, pero se había resfriado y le había
dejado solo. Pero eso no era motivo para quedarse en casa, porque era una
persona extrovertida que enseguida se amistaba con cualquier persona.
—¿Y tú
dónde vives? —preguntó Pedro a Noelia.
—Yo
también soy de Hospi, en el barrio de la Torrassa.
—¿Y tú?
—preguntó Pedro a Lorenzo por pura cortesía.
—Yo en
Pubilla Cases y trabajo en un instituto de Collblanc. Allí doy clases a la hija
de Noelia —respondió Lorenzo. Era la primera vez que hablaba desde la aparición
de Pedro.
Su miopía
emocional no le hizo ver que había dado mucha información a Pedro. Gracias a
este comentario, Pedro interpretó con acierto que Lorenzo era un panoli, la
marioneta de Noelia. Ahora entendía por qué Noelia se había citado con una
persona sin sangre.
Lorenzo
estaba incómodo, se fue al lavabo a orinar. Otro error catastrófico, no se
podía actuar peor. Al lavarse las manos, se miró en el espejo y vio a un
imbécil. No sabía cómo redirigir la situación. Cuando volvió, vio a Pedro que
hablaba en el oído de Noelia. Al verlo, fueron educados y se separaron. A Lorenzo
no le gustó haber visto a Noelia reír tanto. Ella se levantó y cogió la mano de
Lorenzo. Se separaron un poco de Pedro para hablar.
—Lorenzo,
lo siento, pero me tengo que ir.
—No
entiendo. ¿Me dejas solo con él?
—No.
—¿Te vas
con él? —preguntó Lorenzo sorprendido.
—Sí. Me
ha invitado a su casa.
—¿Qué?
Pero si no lo conoces. Es increíble. Llevamos tres meses juntos y nunca hemos
quedado fuera de un hotel. Ahora llega un desconocido y te vas con él después
de haber hablado una hora de idioteces.
—No ha
sido una charla estúpida, sino muy divertida. Es un cachondo.
—¿Y yo
no?
—No.
—Eres
cruel. Me has utilizado para que tu hija apruebe la ESO.
—Te
aseguro que he intentado que nuestra relación funcionara. Quería estar contigo
porque eres buena persona, pero eso no es suficiente.
—No te
puedes ir con él.
—No me lo
puedes prohibir. No soy tu novia.
—Porque
tú no has hecho nada por nuestra relación. ¡Mientes! —gritó, por primera vez,
Lorenzo en la discusión.
—Chico,
tranquilo —intervino Pedro—. Sé que estás jodido. Pero te aseguro que es lo
mejor. Aunque ahora no me creas. Vámonos, Noelia.
Pedro,
como un caballero, pagó todas las consumiciones. Se fueron. Lorenzo se
aguantaba las lágrimas. El camarero lo había escuchado todo y lo invitó a una
copa de vino por lástima. Lorenzo se sentó en un taburete de la barra. Poco a
poco fue entrando gente, hasta que se llenó el bar. Miró con envidia a las
parejas abrazadas en las hamacas.
El
camarero lo invitó a otra copa y se fue cuando la acabó. Caminó hasta la calle
de las Moscas, la calle más estrecha de Barcelona, prácticamente no entraba una
persona. Recordó el dibujo que había visto en el bar, él era ese joven.
Entonces
tuvo claro que no debía soportar esa ignominia. Fue a plaza Europa en metro, un
viaje largo, con dos trasbordos. Cuando llegó a plaza Europa se acordó de sus
aventuras con Noelia en el hotel que estaba cerca de allí, pero lo olvidó
rápido. Ahora lo importante era que sin una pistola o un arma blanca no podría
vengarse. Él no era Bruce Lee. Por mucho que fuera el odio que lo consumía, no
significaba que pudiera llevar a cabo con éxito su plan. Cambió de idea. La
foto de la mano apuñalando a la sombra, esa era la opción más válida. Ese
cuchillo era una tabla que le surfearía por el violento oleaje de su odio.
No había
muchos bloques de viviendas en esa plaza, lo cual no significaba que fuera
fácil encontrar a los criminales. Lorenzo quería justicia. No era venganza,
sino una cuestión de dignidad para la buena gente que buscaba con honra la
felicidad, que actuaba con bondad con las otras personas. No podía quedar
impune la injusticia cometida contra la suerte por la que tanto había
trabajado. Según Lorenzo, lo había hecho con raciocinio, no a ciegas.
Se fue al
centro comercial. En el hipermercado compró un cuchillo jamonero. Salió con él
en una bolsa del súper y volvió a la plaza Europa. «¿Y ahora qué?», se preguntó
a sí mismo. Llamar piso a piso en los interfonos de todos los bloques era una
opción estúpida. Gritar el nombre de Noelia solo provocaría que un vecino llamara
a la Guardia Urbana. Tanta actitud justiciera para ni siquiera empezar el
castigo ejemplar a Noelia y Pedro.
La ilusión
volvió apoderarse de él cuando vio la silueta de un cuerpo femenino con el
perfil de Noelia. La realidad fue amarga otra vez con él, no era ella. Parecía,
que no existía la justicia.
Se sentó
en un banco y se aguantó las lágrimas. Esperó una hora sin saber qué hacer,
hasta que ocurrió el milagro.
—Lorenzo,
¿qué haces aquí? —preguntó Noelia con un tono cansado.
—Noelia,
¡joder! Estás horrible —Lorenzo se acercó a ella—. Estás despeinada. No…
—Cuidado
—dijo Noelia cuando él la abrazó.
—¿Te
duele?
—Sí.
—Maldito.
Se va a enterar. ¿Dónde vive? —Fernando se alejó de ella y oteó la plaza.
—Déjalo,
por favor.
—No.
—Llévame
a mi casa. Estoy cansada.
—¿Qué?
—Por
favor.
—Claro.
Nunca
había escuchado dos frases seguidas de Noelia con tanta educación. Quizás la
deslealtad de la tarde había sido para que valora más su relación con Noelia y,
sobre todo, que ella entendiera quién era su novio ideal.
Llegaron
al barrio de Noelia. Iban cogidos de la mano, ella había insistido en ver lo
que tenía en la bolsa, pero Lorenzo se había negado a enseñarle el cuchillo. Al
salir de la parada de metro, Noelia le pidió a Lorenzo ir al parque de al lado.
Lorenzo se decepcionó de nuevo. Noelia le explicó que era porque Alba estaba en
casa y no sabía que salían juntos.
—Te
prometo que mañana te presentaré como mi novio.
Lorenzo se
puso más eufórico que el bando vencedor de una guerra. No dudó de que había
recogido su siembra. Se sentaron en un banco desde donde se veían los hoteles
del distrito financiero. Lorenzo no se dio cuenta por la excitación que le
enloquecía. Intentó besar a Noelia. Cuando ella lo rechazó, se extrañó.
—¿Qué
pasa? —preguntó Lorenzo.
—Pienso
en Pedro.
—Ya ha
pasado —dijo con un tono empalagoso.
—Es que
te habría matado si lo hubieras encontrado.
—No me
habría asustado.
—¿Por
qué? —preguntó Noelia con sorna.
—Porque
tengo esto. —Lorenzo enseñó el cuchillo jamonero.
—Te
habría bloqueado.
—¿Cómo lo
sabes?
—Tú no
has matado ni a una mosca —respondió Noelia con desdén.
—¿Y él
sí?
—La
verdad es que es un cabrón.
—Y eso te
gusta —afirmó Lorenzo deprimido.
—Sí.
—Y lo
dices tan tranquila. ¿Por qué me has traído aquí? ¿Por qué me has prometido
salir conmigo?
—Para que
no te mate. Yo no soy una asesina.
—Eres
egoísta —dijo Lorenzo enojado.
—Ya te
dije que soy una mimada.
—Recuerda
que te ha golpeado.
—Estaba a
cuatro patas y sus azotes han pasado a puñetazos. Cuando hemos terminado, me he
ido y él me ha dicho que volvería porque he disfrutado mucho. Y lo peor de todo
es que tiene razón.
—Es un
criminal y te gusta. No, la culpa no es de que seas una mimada, tiene que haber
algo más.
—Ni yo lo
sé.
—Yo lo
que sé es que me has traído aquí con mentiras, y todo para dejarme.
—Para
salvarte. He sido mala contigo, pero no soy una asesina.
—Ahora te
lo tengo que agradecer. —Lorenzo se levantó, se giró un momento y vio un hotel
desde la lejanía—. Mira ese hotel rojo. Hace años era imposible que hubiera un
edificio así en nuestra ciudad. Pero gracias al mamoneo especulativo tenemos
algunas zonas bien cuidadas y el resto de Hospi está olvidado.
»Así me siento yo, como un trabajador honrado que no consigue nada; Pedro
es el inversor que especula inmoralmente con su dinero y se aprovecha del
trabajo de los demás.
—No lo
veo así.
—Pues
bien, estoy harto de ser el tonto, el bonachón pagafantas —Lorenzo levantó el
cuchillo.
—¿Qué vas
a hacer?
—Ahora te
asusto, seguro que vas a correr.
—Lorenzo,
piensa, por favor, tú no eres así.
El
cuchillo corrió en dirección al pecho de Noelia, que le agarró la muñeca porque
era un ataque con poca fuerza. Lorenzo lloró y soltó el cuchillo.
—Qué
injusto es todo —dijo Lorenzo.
—Ya te
dije que no quiero criar a dos hijos —dijo Noelia con mucha rabia.
—Y,
claro, Pedro no lo es.
—Él sabe
estar solo. —Noelia se había dado la vuelta para irse y se giró para hablar de
nuevo—: Hazte un favor y mátate con este cuchillo. —Tiró el cuchillo al suelo.
Lorenzo reflexionó
un buen rato en el banco. Se levantó, cogió el cuchillo y lo guardó en la
bolsa. Quería llegar rápido a su piso y cogió un taxi. Cuando ya estaba en su
casa, miró la ciudad por la ventana.
«L`Hospitalet,
como cualquier ciudad, como la vida, es una hormigonera que nos remueve hasta
endurecernos. Nosotros somos la masa para asfaltar las calles. Hay materiales
que resisten mucho, otros menos. Hay calzadas que están castigadas por el paso
de los vehículos; hay algunas que no. Sin justicia para todos por mucho que
trabajen», pensó Lorenzo.
Lorenzo
abrió la ventana, tiró el cuchillo y habló en voz alta para convencerse a sí
mismo:
—Soy como
Hospi y Barcelona, ciudades que tardaron en confiar en sí mismas para mostrar
su belleza al mundo. Insultadas, cercadas, atacadas y humilladas. Hemos
aprendido de nuestros errores y hemos seguido creciendo. Algún día, alguien
sabrá valorar mis monumentos: mi bondad, mi cariño, mi inteligencia y mi
curiosidad.
«Es
cierto que tengo que ser menos cansino con el tema de la seriedad en una
relación y, sobre todo, no fijarme en la primera chiflada que se cruza en mi
camino. Algún día, veré este episodio no como una ignominia, sino una lección
de la vida. Es importante la autocrítica, que me ha faltado hasta ahora, para
cuando crezca mi ciudad no olvidar la inversión en otros barrios como la bondad
o la curiosidad.
Lorenzo
cerró la ventana y se fue a dormir.
L`Hospitalet de Llobregat. Sábado 24 de
febrero de 2018.