Siempre
recordaré el día en que Puig i Sabaté me llamó al teléfono móvil un sábado por
la madrugada. Respondí asustado, no era nada preocupante según se mire, porque
mi amigo estaba aturdido tras haber leído la novela de Jara Bolaño. Un Josep
Maria motivado me dijo que para él esa novela era buena, pero no una obra
maestra. ¿Por qué? Porque no innovaba, no experimentaba en la literatura, no
rompía con el axioma literario. Reconoció que tenía guasa que un escritor como
él hiciera esta crítica, me agradeció que le hubiera regalado el libro. Le
había inspirado para escribir una novela sin tintes comerciales, una obra
totalmente diferente a la de Mario.
Me
quedé anonadado, lo dejé que siguiera hablando, él había leído muchos libros de
historia. Tenía una espina clavada por no utilizar todos esos conocimientos o
experiencias intelectuales, mezcladas con sus vivencias personales, que rozaban
a élites políticas y empresariales, a los que había conocido aprovechando su
fama.
Tenía
la idea de escribir sobre las instituciones, personalizar los gobiernos y los
ministerios sin nombrar personas, un proyecto parecido lo ingenió José Saramago,
me dijo. Pero él lo compondría con dos Estados vecinos inventados. Un primer
Estado caracterizado por la cultura pícara hispánica, que sufre la
independencia de una parte del territorio. Este nuevo Estado publicitaba, de
cara al exterior y a su población, una nación educada, culta, elegante,
deportista, cívica… no como los antiguos compatriotas, que eran analfabetos
funcionales, vagos, mentirosos, tramposos, etc.
El
autor remarcaba que este Estado recién fundado invierte en tecnología y
cultura, aunque luego se da a entender que desde un clasicismo como consecuencia
de una economía neoliberal. Esta es criticada por el autor, que considera que
un gobierno socialdemócrata distribuye equitativamente los beneficios de una sociedad,
o al menos no es una política económica tan injusta. Se descubrirá, según
avance la lectura, cómo el pueblo es un colectivo protagonista de la historia,
un choque caótico de placas tectónicas, un pueblo pícaro y tan culto o no como
sus compatriotas.
Hasta
aquí me comentó su idea. En ese momento estaba promocionando su nueva novela
complicada de etiquetar. Dos años más tarde publicó Dos Estados, yo fui de los pocos que leyó el borrador. Fue una
sorpresa para todos, teníamos ante nosotros el nacimiento de un gran escritor.
La novela no tenía ni un diálogo, clara influencia de la estructura de El otoño del patriarca de Gabriel García
Márquez, con una visión homérica del pueblo a pesar de su incultura, aquí hubo
cierta crítica de populismo literario y contradicción por las ideas del autor.
Quizá
Josep Maria quería destacar el brillo de los ciudadanos, a pesar de ser
miembros de una manada estatal, no era fácil de entender. Otra contradicción
para muchos fue que quien lo escribía era una persona rica. Olvidando estas
sutilezas de los especialistas, hay que reconocer que el estilo era abrumador,
transgresor, clásico, olvidado, rebuscado, dificultoso, prepotente para
algunos, trabajado para otros.
Desconocía
que Josep Maria tuviera tal voluntad de trabajo, tanta vocación y creatividad.
Claramente había una influencia de poetas como Luis de Góngora u otros del
culteranismo, pero también innovaba: la sintaxis no la latinizaba, adjetivar el
sujeto, enloquecer el verbo, subjetivar el adjetivo, invertir la lógica, aludir
el significado banal de las palabras, metáforas puras, perífrasis para expresar
una idea sencilla sin la sencillez. Y, sobre todo, asesinar la prosa directa de
Jara Bolaño, pero también sus grandes creaciones, porque Dos Estados no era una novela con una historia trabajada y unos
personajes profundos. No, la belleza de esa obra radicaba en disfrutar de unos
largos párrafos que explican poco y embelesan como el aroma de un jardín
botánico.
No
he comentado nada sobre el desarrollo de las ideas originales que tenía el
autor. Suele pasar que el escritor tiene una idea y esta luego es modificada en
la fecundación de la historia. Jara Bolaño, por ejemplo, era un artista que
improvisaba mientras componía, edificaba una sucesión de hechos y una
combinación de personalidades, las cuales estaban sujetas a los cambios diarios
que se producen al construir primero el tejado. El aspecto negativo era regular
el aparejo de la coherencia en la obra. Más adelante concretaré la filosofía
laboral de Mario, ahora el protagonista es Josep Maria.
Puig
i Sabaté no dejaba nada para la improvisación, ni la grata o frustrada
sorpresa. Escribía borradores que eran los andamios de un edificio cuya fachada
es la novela, no era un interiorista como Jara Bolaño. Escribía, reescribía,
borraba, empezaba de nuevo antes que incluir un nuevo elemento que desmontara
la idea original. La historia y el estilo de Dos Estados estaban anotados en este borrador, no se saltó ni una
coma de sus apuntes, no disfrutó ni sufrió con la sorpresa creativa.
Explicar
el resto de la obra es una idiotez, porque es archiconocida. Recuerden como,
poco a poco, salen los trapos sucios de las instituciones públicas e incluso
privadas. Leemos capítulos en que no existe una relación entre el Estado y la
población, precisamente porque el autor quería destacar la lejanía del poder
con la ciudadanía. Por supuesto, las personas de a pie son mucho más honradas
que sus gobernantes, a pesar de no tener cultura.
No
obstante, encontramos una visión pesimista en Josep Maria. Escribió una novela
sobre unos Estados-naciones europeos ficticios, con una clara cultura latina. Lo
curioso es que no hay un claro componente ideológico ni religioso. El autor
defiende un gobierno socialdemócrata que dirija una economía mixta, un sistema
que opina que no llegará a los estados del sur de Europa por la alta corrupción
de la élite política y empresarial. Parece ser que no quería ver, o no tenía
conocimiento por su clase social, la picaresca empapada en toda nuestra
sociedad. Al final rompe su propia ideología para que la obra quede libre. Según
él, alaba dicha actitud. ¿Otra contradicción?
Hay
otra crítica dura. El gobierno, para engrandecer al Estado, subvenciona a
artistas, igual que los mecenas de los antiguos Estados de la Edad Moderna. Gobiernos
que no promovían el arte por amor a él, sino como una forma de control. Quizás me
he remontado demasiado lejos, cuando lo podemos comprobar en nuestra España de
hoy.
Nunca
hablé de la gestación de Dos Estados a
Mario, se lo hubiera tomado a risa. Incluso cuando la novela se publicó, no
hablamos del tema. Una tarde me llamó, me comentó que había leído varias
críticas del libro, que lo habían convencido para leer Dos Estados.
No
la criticó, a pesar de no ser de su estilo. Esa diferencia de opiniones no
implicaba que no reconociera una obra maestra. Ahora bien, se sorprendió de que
un escritor tan banal hubiera escrito una prosa tan inmensa, lo cual
significaba que había perdido muchos años de su vida en ilustres majaderías.
Sonrió
recordando a Adelaida, a ella no le hubiera agradado, lo hubiera etiquetado de
ensayo mezclado excesivamente con imágenes gratuitas. Aunque Mario sí supo ver
las virtudes de Josep Maria, y desde entonces respetó al escritor y al hombre.
A partir de ahí ambos escritores se respetaban, tanto fue su respeto que de
nuevo se negaron a conocerse, no por miedo a sentirse inferiores
artísticamente, sino por las consecuencias del choque de dos mundos distintos,
por la invasión del uno al otro.
Desde
Dostoievski y Tolstoi, en la Rusia decimonónica, nadie recordaba a dos genios
tan cerca el uno del otro, ellos tampoco se conocieron nunca. La insignificante
diferencia era que mis amigos vivían en un mundo globalizado en que los
escritores se encontraban en conferencias, concursos, redes sociales o en la
feria del libro de cualquier ciudad del mundo.
Cuando
Josep Maria tenía noticias de que Mario iría a la Feria del Libro de Madrid,
por citar un ejemplo, él no iba. El día de firmas en Sant Jordi en la Rambla de
Barcelona uno iba por la mañana y el otro por la tarde. Estos hechos extrañaron
a la prensa, que no tuvo problema alguno en especular sobre una pelea entre los
escritores o cualquier estupidez que pasara por el magín del sensacionalista.
Peor
fue cuando, no sé cómo, averiguaron que yo era el único amigo común. No me
dejaban en paz, en realidad, desde entonces no me han dejado en paz. Tuve que
dejar mis colaboraciones en la televisión y radio públicas. Algunos de mis
alumnos me preguntaban por la vida de los dos artistas: ¿eran ciertas las
noticias de la prensa?, ¿quién era más guapo? ¿Bebían, fumaban, esnifaban para
escribir? Preguntas dignas de alumnos universitarios. Incluso mi clase fue la
más solicitada de la asignatura para matricularse.
Fue
en ese período que percibí la fundación de dos escuelas, dos sectas, dos grupos
fundamentalistas, dos bandas literarias que combatieron entre ellas en nombre
de sus mesías, pero sin su consentimiento. La leyenda escribió muchas mentiras,
la falta de respuesta para confirmar o desmentir por parte de mis amigos ensanchó
el bullicio sensacionalista.
Todo
comenzó con algunos estudiantes filólogos, unos se declaraban puigistas y otros
jaristas o boloñistas. Los primeros apreciaban la belleza externa de la prosa,
los segundos criticaban la obra del enemigo como superficial y gratuita. El
puigismo se reía de la poca elegancia e inteligencia de los jaristas. Estos
últimos se jactaban de la realidad acentuada por el humor negro de su autor,
conocedor de la calle y las personas corrientes, no como Puig i Sabaté, que
alababa un colectivo con un tono populista y sin conocimiento de causa. La
misma actitud comercial de su anterior etapa para vender libros con idéntica
facilidad.
Los
puigistas creían que Jara Bolaño era un perdedor y por eso desprestigiaba a
muchas personas corrientes que ningún mal le habían hecho. El boloñismo volvía a
atacar con el populismo y la ignorancia de los herejes. Su autor era un niño de
papá que no conocía la vida real, ni las personas. Y lo peor de todo, se había
vuelto un ensayista, un académico, su prosa no era fresca como la de Jara
Bolaño. ¿Qué mal hacían los diálogos? Antes Puig i Sabaté los utilizaba, en
cambio, desde Dos Estados, había
vuelto a la literatura el estéril debate del siglo anterior.
Eran
discusiones perennes, nunca ningún grupo se daba por vencido. Siempre algún
miembro tenía la última respuesta, respuesta que era rebatida y así hasta la
más absoluta idiotez humana. En una pequeña parte, los boloñistas tenían razón,
Josep Maria había compuesto solo un magnum
opus, había que esperar a la siguiente novela para ver si sería capaz de
componer varias novelas maestras como Jara Bolaño.
Esta
llegó tres años después de la publicación de Dos Estados. Su segundo
magnum opus fue bautizado como Ares
contra Atenea. Era una novela ecuestre, los protagonistas son varios
españoles que van a luchar contra el Estado Islámico en Irak en el año 2015, el
grupo terrorista yihadista, que decía ser suní, y que durante varios años logró
ocupar varios territorios en Irak y Siria. Unos lunáticos que mataron y decapitaron
a miles de personas.
La
novela se sitúa solo en ese año. Son voluntarios que quieren luchar contra la
destrucción y la sangre, contra Ares. Ellos y la oposición iraquí al Estado
Islámico son representados por Atenea, la diosa de la sensatez y la mesura
desde la perspectiva bélica. Es una novela épica que homenajea al soldado
valiente y honrado, a los héroes homéricos. En esta pieza tampoco existen los
diálogos, hay largas descripciones paisajísticas de Irak, país que nunca
visitó, y del armamento de la época.
La
diferencia entre la primera y segunda novela es el narrador. Mientras que en Dos Estados hay uno omnisciente, en Ares contra Atenea encontramos un
narrador diferente en cada capítulo, con su lenguaje encorvado, retorcido, nada
que ver con el lenguaje de Jara Bolaño. De nuevo nos topamos con la influencia
de El otoño del patriarca.
En
estas historias no existe el pueblo personificado, solo los españoles antes
citados y otros paisanos que han abrazado la causa del Estado Islámico. También
hablan iraquís de los dos bandos y otros occidentales que combaten. En
conclusión, monologan los hijos de Ares y Atenea.
Uno
de los occidentales es un finlandés que explica la igualdad socioeconómica que
rige ese país. Pero en los siguientes capítulos con las historias contadas por
un español, un iraquí, un estadounidense y un ruso el caso finlandés se
convierte en la excepción que confirma la regla.
Las
generosas acciones personales de unos pocos no disminuyen la visión pesimista
del autor. Es interesante el trato religioso en esta novela, del cristianismo
no habla ninguno de sus personajes occidentales. Los iraquís sí que hacen
referencias al islam, ahora bien, son mayormente expresiones populares que no
deterioran la obra en opinión de los puigistas.
Mario
reconoció públicamente haber leído una novela histórica a la altura de Guerra y Paz, un homenaje a la Ilíada. Los puigistas lo celebraron como
una victoria hasta que Josep Maria alabó sinceramente la obra de Jara Bolaño,
su obra literaria pasaría a estudiarse en la universidad. Suerte que yo no
daría esa clase y no tendría que aguantar a esos fanáticos. Fue un golpe duro
para los puigistas, que tampoco significaba la derrota, al menos su autor había
demostrado su valía con una nueva composición magnífica.
Lo
más cínico de todo era que ambos escritores se negaron una y otra vez a acudir
a cualquier reunión que organizara alguna de las dos sectas. Aunque tengo que
escribir, otra vez, que no hay mal que por bien no venga. Jara Bolaño escribió Idealizado, una novela puramente
autobiográfica sobre lo que he explicado en los últimos párrafos, con su típico
humor y mucho mejor escrita que este artículo mío.
Mi libro Literaturismo se puede comprar en Amazon España por 2,99 EUR: https://www.amazon.es/Literaturismo-Lluís-Llurba-Torre-ebook/dp/B06ZZL9CN8/ref=sr_1_2?ie=UTF8&qid=1493647562&sr=8-2&keywords=Lluis+Llurba+Torre
En Amazon México por $55.38 en https://www.amazon.com.mx/dp/B06ZZL9CN8
En Amazon USA por$3.17 en https://www.amazon.com/dp/B06ZZL9CN8