Mis nuevos relatos pronto estarán en Amazon, de momento, un avance del primer cuento largo del libro.
Literaturismo (primer fragmento)
No existen los latinos. Quiero
decir el pensamiento latino. Estáis tan orgullosos de vuestros defectos.
Ernest
Hemingway. Adiós a las armas.
Soy
un hombre conocido en nuestra sociedad. Cada día rechazo de dos a seis ofertas
para ser entrevistado en cualquier medio de comunicación del mundo. Acepto, muy
de vez en cuando, la oferta más seria. El interés que despierto desde hace
varios años no es por mi persona o por mi trabajo, mi único logro en la vida ha
sido ser el amigo íntimo de los dos escritores hispanos más importantes del
presente siglo.
Dos
escritores que rechazaron una y otra vez conocerse personalmente. Dos
escritores de la misma generación, ambos fallecidos, ambos paridos Barcelona
Pero
no fueron hermanos de la misma Barcelona artística. Josep Maria Puig i Sabaté, un
catalán residente del barrio de Urgell, vivía en la Gran Vía. Una persona de
clase media alta, sus padres trabajaron en las noticias de una televisión
privada catalana, la madre una presentadora y el padre un redactor que se
enamoraron en el trabajo.
El
otro genio se constituía bajo el nombre de Mario y los apellidos Jara Bolaño. Nació
en Barcelona, sus padres eran chilenos, vivió en el barrio de Ciutat Meridiana de
la misma ciudad. Calles enfangadas de edificios viejos, ocupados por familias
más humildes que los Puig Sabaté. El padre de Mario sufrió el liberalismo
español en una pequeña empresa de mudanza que contrataba a extranjeros porque
cobraban menos. La madre una cajera en un supermercado.
Estas
dos circunstancias marcarían a mis amigos. Es fácil entenderlo, hay que leer la
visión paisajística urbana de cada uno. Puig i Sabaté fue un joven que disfrutó
de largos paseos por el barrio del Raval, alabando sus edificios púbicos y los hoteles,
sin prestar atención el sufrimiento de los habitantes de dichas calles. Así
quedó plasmada su vida cómoda en su Barcelona modélica.
En
cambio, Jara Bolaño describía una ciudad voluble, la cual mareaba a sus
habitantes, los embriagaba y desesperaba hasta la más cínica resignación. Una
ciudad preocupada por masajear a los turistas y venderles ropa. Mario escribió
una realidad cruda en exceso que flagelaba todo optimismo inocente. Leyendo a
ambos un día, en un ejercicio de comparación literaria, me parecía increíble
que vivieran en la misma ciudad.
Me
apetece escribir sobre su parecido ideológico, más a delante trataré sobre otras
diferencias o, incluso, más semejanzas. Ambos se consideraron socialdemócratas
en el sentido escandinavo, a pesar de que España no poseía, ni posee, los
recursos naturales de Finlandia o Suecia. Ambos opinaron que el siglo XXI ha
sido un período sin ideologías políticas dominadoras. La mayoría de sus
coetáneos lo consideraron una falta de compromiso social de la población, sin
embargo, mis amigos confiaron que vivir sin una ideología que no marcaba el
ritmo de la vida era algo positivo.
Creyeron,
erróneamente, que primero la fe había perdido la hegemonía del control social y,
en nuestro siglo, la pasión política. Ellos entendieron solo al final de sus
vidas que ambos conceptos eran los mismos vicios que alegraban y entristecían a
los ciudadanos en groserías sociales.
Ambos
fueron hijos de la decepción que provocó la promesa fallida de la política
española y europea en la segunda década de nuestro siglo, lo cual los marcó
para no escribir pasionalmente ni con interés sobre alternativas políticas. No
obstante, más adelante analizaré la prosa de Josep Maria en su novela Dos Estados para reafirmarme en esta
opinión de los críticos literarios.
El
lector que haya leído ya a Mario, si ha sido hábil en su lectura, tendría que haber
intuido la crítica cínica al sistema capitalista español que sepultaba a una
parte de la clase trabajadora en unas condiciones precarias. Lo más curioso fue
que ambos decían defender la socialdemocracia sin pasión política ni bandera. En
un sistema que mantiene un equilibrio social no hace falta el populismo del
nacionalismo.
Escribieron
sobre política, e incluso la criticaron con pasión, aunque ellos creyeran que
no. No obstante, en el caso de Jara Bolaño no confiaba en un cambio profundo y
democrático, lo atraía la socialdemocracia escandinava, pero la consideraba
inviable en España. Puig i Sabaté escribió claramente, como he dicho, del
fracaso de toda alternativa.
Josep
Maria publicó con bastante facilidad su primera novela gracias a las conexiones
y contactos de sus padres. Tenía veintinueve años y, marcó una nueva tendencia
en la literatura de los centros comerciales. Componía sobre lo poco que había
visto en su vida: personas socialmente estables como él y las relaciones
personales entre ellos.
Una
novela empapada con los vinos más caros, que un obrero no podía pagar ni para
olerlos. Una prosa simple y directa, diálogos que enredaban al lector, una
temática erótica nada machista, un exceso en la utilización del políptoton para
bromear simplonamente con las palabras y un estilo que, como el perfume barato,
al cabo de pocas horas se ha diluido su presencia. En conclusión, fue un best-seller arrasador. Este éxito
económico le permitió viajar por el mundo, conocer a otros escritores de su
estilo y empaparse de nuevos modelos literarios mercantiles.
Durante
la siguiente década se casó con Miriam, tuvieron dos hijos y escribió dos
novelas más. La primera fue un cambio temático, en la que hablaba de la vida de
una familia burguesa decimonónica y sus contradictorias vidas desde un tono
empujado hacia el sarcasmo. Fue otro éxito de ventas aunque, sinceramente, Puig
i Sabaté no era un hombre de tendencia irónica.
Lo
conocí durante la publicación de esta obra. Vino a un programa literario de la
televisión pública española, aunque la productora y los trabajadores éramos de
Barcelona. Yo no era el presentador, era solo un colaborador. Mi trabajo que
más horas me abarcaba era el de profesor de literatura del siglo XX en la
carrera de Filología Hispánica en la Universidad de Barcelona. También
colaboraba en revistas especializadas y programas de radio.
Quizás
porque era una persona que no dependía directamente de ese trabajo fui el único
de mis compañeros que expresó sus opiniones a Josep Maria sobre su novela. Él,
para sorpresa de todos, no se enojó, aunque no era una persona acostumbrada a
recibir críticas. Sin embargo, parecía que era consciente, en alguna de sus
conexiones neuronales, que algún día conocería a una persona dispuesta a
demostrarle la verdad, o al menos a expresar la opinión de los especialistas,
como él me comentó en una ocasión: «la verdad elitista».
Nos
hicimos amigos gracias a mi pensamiento transparente, es más, con los años me
convertí en su persona de máxima confianza a nivel literario. Fui de los pocos
afortunados en leer sus magnum opus
cuando aún eran simples borradores o apuntes para componerlas. Estoy corriendo
mucho y no es justo, ya que es saltarme muchos capítulos de su vida.
Ahora
mismo es el momento de tratar sobre su tercera novela. Otra prosa de masas que
aspiraba, a partir de un sentimentalismo empalagoso que ni él mismo se creía, a
enternecer los corazones de millones de lectores de todo el mundo. Porque Josep
Maria había subido al piso más alto del centro comercial por el ascensor, sin
tener que cansarse, como muchos de sus colegas, haciéndolo por las escaleras. Para
en muchas ocasiones tropezarse, y claro, la caída provocaba un esguince. A ver
quién era el guapo que volvía a subir cojeando.
En
ese período le hablé por primera vez de un escritor de su misma edad, treinta y
nueve años, que acababa de publicar su primera novela. Yo la había leído y me había
impresionado. Obviamente, me refiero a Mario. Intenté convencer a Puig i Sabaté
para que conociera a Jara Bolaño, pero el primero se negó y no se interesó en
leer a alguien que había soportado subir cojo las escaleras.
Creí
que sería una publicidad convincente para Mario tener una relación con Josep
Maria, pero no fue posible. Suerte que no comenté a mi nuevo amigo mi inocente
idea, fui un estúpido por idear dicho plan, porque Mario tampoco hubiera
aceptado. Pero primero es obligatorio resumir la vida literaria de Jara Bolaño.
Mario
no inició su pasión por la lectura hasta que conoció a Adelaida, una profesora
de literatura española que tenía tanta vocación que motivaba a sus alumnos a
leer los clásicos castellanos. Jara Bolaño coloreó así su vida aburrida e
incomprensible de adolescente. Era un chico introvertido con una vida social
igual que la de un monje de la orden benedictina. En aquella época aún no
pensaba en escribir, la lectura era un pasa-tiempos, una forma de destrabar el
aburrimiento.
En
un principio leía únicamente prosa, no estaba interesado en el verso, el teatro,
el ensayo o el periodismo. Le gustó leer los clásicos en clase de Adelaida,
aunque suponía un esfuerzo intelectual, por eso los abandonó en cuanto acabó la
asignatura y dicho esfuerzo entró en un estado de somnolencia ante las novelas
favoritas de Mario.
No
leía para aprender, sino para entretenerse, de hecho leía literatura de
portadas de revista. No fue a la universidad, ni a la Formación Profesional. Tuvo
varios trabajos: pizzero, limpia platos, dependiente en una tienda de ropa,
cobrador en un aparcamiento, mozo de almacén y muchos trabajos de media jornada,
mal pagados, bajo la protección de empresas temporales. Hay que recordar que
España estaba saliendo de la crisis económica de principios de siglo. Según los
poderes políticos y económicos, con la precarización laboral se salvaría el
capitalismo, porque lo importante era crear una gran cantidad de empleos en un
país con unas altas tasas de paro. La calidad llegaría en el siglo XXII o
XXIII.
«Un
fantasma recorría Europa, el cinismo del capitalismo especulativo» escribiría
el escritor recordando esa etapa de su vida. Jara Bolaño, durante esos años,
fue una de las jóvenes víctimas de la crudeza laboral y su timidez le ahorró
hablar las tonterías que expresaban sus compañeros. Una vez los hubo analizado,
concluyó que se habían resignado y no les importaba la situación social
nacional e internacional, que también era la de todos ellos y, por qué no
reconocerlo, él también era un resignado que se atrincheraba en sus libros y se
hacía el indiferente ante toda la vorágine neoliberal.
La
existencia de Mario se sacudió cuando su madre enfermó de cáncer de mama, uno
de los capítulos más dolorosos de la vida de Jara Bolaño. Sin embargo, la
enfermedad fue detectada cuando todavía el ejército no había cercado al pueblo
inocente, lo cual no significa que se venciera sin sufrir.
El
retoño de la señora Bolaño estaba preocupado por su madre, como era de esperar
en cualquier hijo. A este se le ocurrió que, para animarla, escribiría un
cuento alegre y divertido. El joven escritor dio una sorpresa agradable a la
enferma. Mario me explicó que en aquella época él creía haber escrito un gran
relato, porque su madre estaba muy feliz de escuchar la composición. Lo animó a
seguir escribiendo, años más tarde conocería la verdad. A la mujer el cuento no
le gustó, el propio Mario vería en su madurez que era un relumbrón de la prosa.
Si animó a su hijo fue porque, por primera vez, vio en él una mirada que
destilaba esperanza y pasión. El propio artista me confesó que sentía un estado
eufórico, como los festivos creyentes de Dionisio, y estaba orgulloso de sí mismo
por crear, por expresarse, por sentir que, por fin, podía hacer algo en la vida.
Siguió
torturando a su madre leyéndole los nuevos cuentos, hasta que él quedó
tranquilo de que había vencido la enfermedad. La mujer demostró una euforia
excesiva porque no quería ofender a su hijo opinando sobre su prosa ni
desanimar al nuevo escritor.
Aquí
entraríamos en una nueva etapa. Jara Bolaño fue a su antiguo instituto a
reencontrarse con Adelaida, que estaba en su último año de trabajo, ya que al
finalizar el curso se iba a jubilar. Estuvieron hablando largo tiempo. El joven
le explicó que, por fin, había desterrado su pasión. Adelaida se interesó por
el chico, le pidió los cuentos, él los llevaba en un pendrive y se lo dio. También le facilitó su número de teléfono
móvil para que la profesora se comunicara con él una vez hubiera leído la prosa
del joven.
Si
la madre intuyó que la literatura de su retoño era de baja calidad, imagine
usted la opinión de Adelaida. No obstante, aceptó ser la maestra del joven para
limpiar la mugre que representaba la jubilación en una persona tan activa. Si
esa tarde alguien le hubiera explicado a la maestra que aquel chico se
convertiría en un escritor titánico se hubiera enojado por gastar broma tan macabra.
Imposible, hubiera respondido ella: los grandes genios empezaron desde su infancia
en la literatura y Mario no; los grandes escritores a los veintiún años no
cometían faltas ortográficas y Mario sí; los grandes literatos poseían un
estilo poético en su prosa y Mario nunca había leído un triste verso; los
grandes maestros tatuaban las pieles de las hojas con tinta hermosa y Mario no.
Hoy en día puedo responder que tenía razón, pero Jara Bolaño poseía varias
virtudes: el esfuerzo, la fuerte voluntad y, la testarudez, que por primera vez
sintió en su vida y jamás desapareció en su escritura.
Adelaida
fue sincera con él cuando se volvieron a ver. Sin duda, le dolió escuchar la
realidad, y le respondió a su maestra que aprendería y no se rendiría. Así que
la maestra le enseñó la ortografía castellana y le forzó a hacer ejercicios de
caligrafía como si fuera un alumno de escuela primaria. También estudió
gramática y coherencia textual amparado por los comentarios y análisis de obras
literarias. Este último, para el joven, era lo más interesante junto con la
historia de la literatura: de Homero hasta Elena Medal, de Esquilo a Dario Fo,
de la prosa de Genji Monogatari a Luis Goytisolo.
Fue
un aprendizaje lento, aunque continuo, que duró nueve años. Cuando Mario
cumplió treinta, creyó que había llegado el momento de publicar su obra. Había
esperado pacientemente nueve años porque no quería quedar en ridículo. La
maestra le recomendó que esperara, le citó a Puig i Sabaté como ejemplo de la literatura
rápida de escribir e indigna de leer. Jara Bolaño respondió que él no tenía
nada que ver con ese escritor, hacía años que ya no le interesaba esa
literatura, no escribía como él, ni lo pretendía.
Mario
estaba orgulloso de sí mismo, había bajado la voz estentórea con la que siempre
grita la ignorancia. Adelaida reconoció orgullosa la gran mejora de su
discípulo, algo que no esperaba. Consideraba que, por primera vez, realmente
tenía posibilidades de publicar su obra. Para la maestra, escribía con un humor
negro digno de leerse sobre las relaciones sociales, pero, en ocasiones,
parecía que leía un buen ensayo en vez de una rica prosa.
Por
primera vez, a Jara Bolaño le molestó una crítica constructiva de su maestra. Su
conciencia de ser un patoso prosaico le había impedido enseñar a alguien su
obra. Pero en ese período de su vida estaba convencido de sí mismo. Además, su
vida personal se había estabilizado. Llevaba cuatro años trabajando en la
empresa pública de limpieza de la ciudad, en la que fue contratado gracias a
los contactos del hermano de Adelaida. Vivía en pareja con Gala desde hacía
tres años y, ella estaba embarazada de un niño que se llamaría Roger. La
escritura le granjeó una seguridad a Mario que, si bien no lo convirtió en una
persona festiva, si fue la domadora de su introversión.
El
orgullo de Mario colisionó por exceso de velocidad y chocó con la opinión de
Adelaida. El joven no discutió con su maestra porque no quería parecer desleal,
buscó la suerte solo. Creyó que le daría una sorpresa, aunque la sorpresa se la
llevó él. Envió miles de correos electrónicos a agencias literarias, todas
respondieron que estaban saturadas de solicitudes y, que en ese momento, no
podían trabajar con más escritores. El siguiente paso fue publicar un
recopilatorio de relatos en la página de Amazon. Creyó que en una página con
tantos clientes potenciales podría tener posibilidades de ser conocido, ya no
solo en España, sino en todo territorio que hablara castellano. Intentó
contactar con medios de comunicación pequeños e independientes, pero incluso
estos se negaron a entrevistar a un autor desconocido, que había publicado un
libro electrónico, hazaña que cualquier valiente podía realizar. Lo máximo que
consiguió fue una pequeña promoción en blogs visitados por un número de
personas que se podría contar con dedos de la mano de un manco.
Conclusión,
vendió cinco libros, sin contar las personas que conocían al amigo o familiar,
hecho último que no tenía mérito alguno. Ni los mensajes por las redes sociales
ni el intercambio de promesas de comprarse los libros electrónicos de la página
entre escritores, fueron un motivo de ascenso de descargas. Hasta ese momento
no comentó nada a su maestra, tampoco le anunció su siguiente paso: auto publicar
un libro, pagando san Pedro canta,
pensó.
Dicen
que el dinero lo compra todo, aunque no tenía sentido que comprara compradores.
Cinco cajas de cincuenta ejemplares cada una. La pequeña editorial no se responsabilizó
de promoción alguna, ahora bien, cobraron en los plazos marcados por ellos
mismos. Gala se enojó más que mucho con su pareja, había gastado mil quinientos
euros para vender cincuentas copias, a diez euros por libro. Le hizo prometer
que no cometería otra insensatez parecida.
Jara
Bolaño se desanimó. Nadie se interesaba en él, excepto algunas personas de
Latinoamérica, que habían leído fragmentos de su obra, incluso habían iniciado
un contacto virtual. Mario le confesó todo a Adelaida, que se rio desde la
comprensión, incluso alabó su ambición. No tenía que perderla por tales
experiencias, simplemente aprender o reflexionar sobre lo sucedido, y tener la
paciencia de una hormiga.
Pronto habrá más, para más información mirar en:
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