viernes, 7 de abril de 2017

Literaturismo (primer fragmento)

Mis nuevos relatos pronto estarán en Amazon, de momento, un avance del primer cuento largo del libro.

Literaturismo (primer fragmento)

No existen los latinos. Quiero decir el pensamiento latino. Estáis tan orgullosos de vuestros defectos.

Ernest Hemingway. Adiós a las armas.

Soy un hombre conocido en nuestra sociedad. Cada día rechazo de dos a seis ofertas para ser entrevistado en cualquier medio de comunicación del mundo. Acepto, muy de vez en cuando, la oferta más seria. El interés que despierto desde hace varios años no es por mi persona o por mi trabajo, mi único logro en la vida ha sido ser el amigo íntimo de los dos escritores hispanos más importantes del presente siglo.
Dos escritores que rechazaron una y otra vez conocerse personalmente. Dos escritores de la misma generación, ambos fallecidos, ambos paridos Barcelona
Pero no fueron hermanos de la misma Barcelona artística. Josep Maria Puig i Sabaté, un catalán residente del barrio de Urgell, vivía en la Gran Vía. Una persona de clase media alta, sus padres trabajaron en las noticias de una televisión privada catalana, la madre una presentadora y el padre un redactor que se enamoraron en el trabajo.
El otro genio se constituía bajo el nombre de Mario y los apellidos Jara Bolaño. Nació en Barcelona, sus padres eran chilenos, vivió en el barrio de Ciutat Meridiana de la misma ciudad. Calles enfangadas de edificios viejos, ocupados por familias más humildes que los Puig Sabaté. El padre de Mario sufrió el liberalismo español en una pequeña empresa de mudanza que contrataba a extranjeros porque cobraban menos. La madre una cajera en un supermercado.
Estas dos circunstancias marcarían a mis amigos. Es fácil entenderlo, hay que leer la visión paisajística urbana de cada uno. Puig i Sabaté fue un joven que disfrutó de largos paseos por el barrio del Raval, alabando sus edificios púbicos y los hoteles, sin prestar atención el sufrimiento de los habitantes de dichas calles. Así quedó plasmada su vida cómoda en su Barcelona modélica.
En cambio, Jara Bolaño describía una ciudad voluble, la cual mareaba a sus habitantes, los embriagaba y desesperaba hasta la más cínica resignación. Una ciudad preocupada por masajear a los turistas y venderles ropa. Mario escribió una realidad cruda en exceso que flagelaba todo optimismo inocente. Leyendo a ambos un día, en un ejercicio de comparación literaria, me parecía increíble que vivieran en la misma ciudad.
Me apetece escribir sobre su parecido ideológico, más a delante trataré sobre otras diferencias o, incluso, más semejanzas. Ambos se consideraron socialdemócratas en el sentido escandinavo, a pesar de que España no poseía, ni posee, los recursos naturales de Finlandia o Suecia. Ambos opinaron que el siglo XXI ha sido un período sin ideologías políticas dominadoras. La mayoría de sus coetáneos lo consideraron una falta de compromiso social de la población, sin embargo, mis amigos confiaron que vivir sin una ideología que no marcaba el ritmo de la vida era algo positivo.
Creyeron, erróneamente, que primero la fe había perdido la hegemonía del control social y, en nuestro siglo, la pasión política. Ellos entendieron solo al final de sus vidas que ambos conceptos eran los mismos vicios que alegraban y entristecían a los ciudadanos en groserías sociales.
Ambos fueron hijos de la decepción que provocó la promesa fallida de la política española y europea en la segunda década de nuestro siglo, lo cual los marcó para no escribir pasionalmente ni con interés sobre alternativas políticas. No obstante, más adelante analizaré la prosa de Josep Maria en su novela Dos Estados para reafirmarme en esta opinión de los críticos literarios.
El lector que haya leído ya a Mario, si ha sido hábil en su lectura, tendría que haber intuido la crítica cínica al sistema capitalista español que sepultaba a una parte de la clase trabajadora en unas condiciones precarias. Lo más curioso fue que ambos decían defender la socialdemocracia sin pasión política ni bandera. En un sistema que mantiene un equilibrio social no hace falta el populismo del nacionalismo.
Escribieron sobre política, e incluso la criticaron con pasión, aunque ellos creyeran que no. No obstante, en el caso de Jara Bolaño no confiaba en un cambio profundo y democrático, lo atraía la socialdemocracia escandinava, pero la consideraba inviable en España. Puig i Sabaté escribió claramente, como he dicho, del fracaso de toda alternativa.
Josep Maria publicó con bastante facilidad su primera novela gracias a las conexiones y contactos de sus padres. Tenía veintinueve años y, marcó una nueva tendencia en la literatura de los centros comerciales. Componía sobre lo poco que había visto en su vida: personas socialmente estables como él y las relaciones personales entre ellos.
Una novela empapada con los vinos más caros, que un obrero no podía pagar ni para olerlos. Una prosa simple y directa, diálogos que enredaban al lector, una temática erótica nada machista, un exceso en la utilización del políptoton para bromear simplonamente con las palabras y un estilo que, como el perfume barato, al cabo de pocas horas se ha diluido su presencia. En conclusión, fue un best-seller arrasador. Este éxito económico le permitió viajar por el mundo, conocer a otros escritores de su estilo y empaparse de nuevos modelos literarios mercantiles.
Durante la siguiente década se casó con Miriam, tuvieron dos hijos y escribió dos novelas más. La primera fue un cambio temático, en la que hablaba de la vida de una familia burguesa decimonónica y sus contradictorias vidas desde un tono empujado hacia el sarcasmo. Fue otro éxito de ventas aunque, sinceramente, Puig i Sabaté no era un hombre de tendencia irónica.
Lo conocí durante la publicación de esta obra. Vino a un programa literario de la televisión pública española, aunque la productora y los trabajadores éramos de Barcelona. Yo no era el presentador, era solo un colaborador. Mi trabajo que más horas me abarcaba era el de profesor de literatura del siglo XX en la carrera de Filología Hispánica en la Universidad de Barcelona. También colaboraba en revistas especializadas y programas de radio.
Quizás porque era una persona que no dependía directamente de ese trabajo fui el único de mis compañeros que expresó sus opiniones a Josep Maria sobre su novela. Él, para sorpresa de todos, no se enojó, aunque no era una persona acostumbrada a recibir críticas. Sin embargo, parecía que era consciente, en alguna de sus conexiones neuronales, que algún día conocería a una persona dispuesta a demostrarle la verdad, o al menos a expresar la opinión de los especialistas, como él me comentó en una ocasión: «la verdad elitista».
Nos hicimos amigos gracias a mi pensamiento transparente, es más, con los años me convertí en su persona de máxima confianza a nivel literario. Fui de los pocos afortunados en leer sus magnum opus cuando aún eran simples borradores o apuntes para componerlas. Estoy corriendo mucho y no es justo, ya que es saltarme muchos capítulos de su vida.
Ahora mismo es el momento de tratar sobre su tercera novela. Otra prosa de masas que aspiraba, a partir de un sentimentalismo empalagoso que ni él mismo se creía, a enternecer los corazones de millones de lectores de todo el mundo. Porque Josep Maria había subido al piso más alto del centro comercial por el ascensor, sin tener que cansarse, como muchos de sus colegas, haciéndolo por las escaleras. Para en muchas ocasiones tropezarse, y claro, la caída provocaba un esguince. A ver quién era el guapo que volvía a subir cojeando.
En ese período le hablé por primera vez de un escritor de su misma edad, treinta y nueve años, que acababa de publicar su primera novela. Yo la había leído y me había impresionado. Obviamente, me refiero a Mario. Intenté convencer a Puig i Sabaté para que conociera a Jara Bolaño, pero el primero se negó y no se interesó en leer a alguien que había soportado subir cojo las escaleras.
Creí que sería una publicidad convincente para Mario tener una relación con Josep Maria, pero no fue posible. Suerte que no comenté a mi nuevo amigo mi inocente idea, fui un estúpido por idear dicho plan, porque Mario tampoco hubiera aceptado. Pero primero es obligatorio resumir la vida literaria de Jara Bolaño.
Mario no inició su pasión por la lectura hasta que conoció a Adelaida, una profesora de literatura española que tenía tanta vocación que motivaba a sus alumnos a leer los clásicos castellanos. Jara Bolaño coloreó así su vida aburrida e incomprensible de adolescente. Era un chico introvertido con una vida social igual que la de un monje de la orden benedictina. En aquella época aún no pensaba en escribir, la lectura era un pasa-tiempos, una forma de destrabar el aburrimiento.
En un principio leía únicamente prosa, no estaba interesado en el verso, el teatro, el ensayo o el periodismo. Le gustó leer los clásicos en clase de Adelaida, aunque suponía un esfuerzo intelectual, por eso los abandonó en cuanto acabó la asignatura y dicho esfuerzo entró en un estado de somnolencia ante las novelas favoritas de Mario.
No leía para aprender, sino para entretenerse, de hecho leía literatura de portadas de revista. No fue a la universidad, ni a la Formación Profesional. Tuvo varios trabajos: pizzero, limpia platos, dependiente en una tienda de ropa, cobrador en un aparcamiento, mozo de almacén y muchos trabajos de media jornada, mal pagados, bajo la protección de empresas temporales. Hay que recordar que España estaba saliendo de la crisis económica de principios de siglo. Según los poderes políticos y económicos, con la precarización laboral se salvaría el capitalismo, porque lo importante era crear una gran cantidad de empleos en un país con unas altas tasas de paro. La calidad llegaría en el siglo XXII o XXIII.
«Un fantasma recorría Europa, el cinismo del capitalismo especulativo» escribiría el escritor recordando esa etapa de su vida. Jara Bolaño, durante esos años, fue una de las jóvenes víctimas de la crudeza laboral y su timidez le ahorró hablar las tonterías que expresaban sus compañeros. Una vez los hubo analizado, concluyó que se habían resignado y no les importaba la situación social nacional e internacional, que también era la de todos ellos y, por qué no reconocerlo, él también era un resignado que se atrincheraba en sus libros y se hacía el indiferente ante toda la vorágine neoliberal.
La existencia de Mario se sacudió cuando su madre enfermó de cáncer de mama, uno de los capítulos más dolorosos de la vida de Jara Bolaño. Sin embargo, la enfermedad fue detectada cuando todavía el ejército no había cercado al pueblo inocente, lo cual no significa que se venciera sin sufrir.
El retoño de la señora Bolaño estaba preocupado por su madre, como era de esperar en cualquier hijo. A este se le ocurrió que, para animarla, escribiría un cuento alegre y divertido. El joven escritor dio una sorpresa agradable a la enferma. Mario me explicó que en aquella época él creía haber escrito un gran relato, porque su madre estaba muy feliz de escuchar la composición. Lo animó a seguir escribiendo, años más tarde conocería la verdad. A la mujer el cuento no le gustó, el propio Mario vería en su madurez que era un relumbrón de la prosa. Si animó a su hijo fue porque, por primera vez, vio en él una mirada que destilaba esperanza y pasión. El propio artista me confesó que sentía un estado eufórico, como los festivos creyentes de Dionisio, y estaba orgulloso de sí mismo por crear, por expresarse, por sentir que, por fin, podía hacer algo en la vida.
Siguió torturando a su madre leyéndole los nuevos cuentos, hasta que él quedó tranquilo de que había vencido la enfermedad. La mujer demostró una euforia excesiva porque no quería ofender a su hijo opinando sobre su prosa ni desanimar al nuevo escritor.
Aquí entraríamos en una nueva etapa. Jara Bolaño fue a su antiguo instituto a reencontrarse con Adelaida, que estaba en su último año de trabajo, ya que al finalizar el curso se iba a jubilar. Estuvieron hablando largo tiempo. El joven le explicó que, por fin, había desterrado su pasión. Adelaida se interesó por el chico, le pidió los cuentos, él los llevaba en un pendrive y se lo dio. También le facilitó su número de teléfono móvil para que la profesora se comunicara con él una vez hubiera leído la prosa del joven.
Si la madre intuyó que la literatura de su retoño era de baja calidad, imagine usted la opinión de Adelaida. No obstante, aceptó ser la maestra del joven para limpiar la mugre que representaba la jubilación en una persona tan activa. Si esa tarde alguien le hubiera explicado a la maestra que aquel chico se convertiría en un escritor titánico se hubiera enojado por gastar broma tan macabra. Imposible, hubiera respondido ella: los grandes genios empezaron desde su infancia en la literatura y Mario no; los grandes escritores a los veintiún años no cometían faltas ortográficas y Mario sí; los grandes literatos poseían un estilo poético en su prosa y Mario nunca había leído un triste verso; los grandes maestros tatuaban las pieles de las hojas con tinta hermosa y Mario no. Hoy en día puedo responder que tenía razón, pero Jara Bolaño poseía varias virtudes: el esfuerzo, la fuerte voluntad y, la testarudez, que por primera vez sintió en su vida y jamás desapareció en su escritura.
Adelaida fue sincera con él cuando se volvieron a ver. Sin duda, le dolió escuchar la realidad, y le respondió a su maestra que aprendería y no se rendiría. Así que la maestra le enseñó la ortografía castellana y le forzó a hacer ejercicios de caligrafía como si fuera un alumno de escuela primaria. También estudió gramática y coherencia textual amparado por los comentarios y análisis de obras literarias. Este último, para el joven, era lo más interesante junto con la historia de la literatura: de Homero hasta Elena Medal, de Esquilo a Dario Fo, de la prosa de Genji Monogatari a Luis Goytisolo.
Fue un aprendizaje lento, aunque continuo, que duró nueve años. Cuando Mario cumplió treinta, creyó que había llegado el momento de publicar su obra. Había esperado pacientemente nueve años porque no quería quedar en ridículo. La maestra le recomendó que esperara, le citó a Puig i Sabaté como ejemplo de la literatura rápida de escribir e indigna de leer. Jara Bolaño respondió que él no tenía nada que ver con ese escritor, hacía años que ya no le interesaba esa literatura, no escribía como él, ni lo pretendía.
Mario estaba orgulloso de sí mismo, había bajado la voz estentórea con la que siempre grita la ignorancia. Adelaida reconoció orgullosa la gran mejora de su discípulo, algo que no esperaba. Consideraba que, por primera vez, realmente tenía posibilidades de publicar su obra. Para la maestra, escribía con un humor negro digno de leerse sobre las relaciones sociales, pero, en ocasiones, parecía que leía un buen ensayo en vez de una rica prosa.
Por primera vez, a Jara Bolaño le molestó una crítica constructiva de su maestra. Su conciencia de ser un patoso prosaico le había impedido enseñar a alguien su obra. Pero en ese período de su vida estaba convencido de sí mismo. Además, su vida personal se había estabilizado. Llevaba cuatro años trabajando en la empresa pública de limpieza de la ciudad, en la que fue contratado gracias a los contactos del hermano de Adelaida. Vivía en pareja con Gala desde hacía tres años y, ella estaba embarazada de un niño que se llamaría Roger. La escritura le granjeó una seguridad a Mario que, si bien no lo convirtió en una persona festiva, si fue la domadora de su introversión.
El orgullo de Mario colisionó por exceso de velocidad y chocó con la opinión de Adelaida. El joven no discutió con su maestra porque no quería parecer desleal, buscó la suerte solo. Creyó que le daría una sorpresa, aunque la sorpresa se la llevó él. Envió miles de correos electrónicos a agencias literarias, todas respondieron que estaban saturadas de solicitudes y, que en ese momento, no podían trabajar con más escritores. El siguiente paso fue publicar un recopilatorio de relatos en la página de Amazon. Creyó que en una página con tantos clientes potenciales podría tener posibilidades de ser conocido, ya no solo en España, sino en todo territorio que hablara castellano. Intentó contactar con medios de comunicación pequeños e independientes, pero incluso estos se negaron a entrevistar a un autor desconocido, que había publicado un libro electrónico, hazaña que cualquier valiente podía realizar. Lo máximo que consiguió fue una pequeña promoción en blogs visitados por un número de personas que se podría contar con dedos de la mano de un manco.
Conclusión, vendió cinco libros, sin contar las personas que conocían al amigo o familiar, hecho último que no tenía mérito alguno. Ni los mensajes por las redes sociales ni el intercambio de promesas de comprarse los libros electrónicos de la página entre escritores, fueron un motivo de ascenso de descargas. Hasta ese momento no comentó nada a su maestra, tampoco le anunció su siguiente paso: auto publicar un libro, pagando san Pedro canta, pensó.
Dicen que el dinero lo compra todo, aunque no tenía sentido que comprara compradores. Cinco cajas de cincuenta ejemplares cada una. La pequeña editorial no se responsabilizó de promoción alguna, ahora bien, cobraron en los plazos marcados por ellos mismos. Gala se enojó más que mucho con su pareja, había gastado mil quinientos euros para vender cincuentas copias, a diez euros por libro. Le hizo prometer que no cometería otra insensatez parecida.

Jara Bolaño se desanimó. Nadie se interesaba en él, excepto algunas personas de Latinoamérica, que habían leído fragmentos de su obra, incluso habían iniciado un contacto virtual. Mario le confesó todo a Adelaida, que se rio desde la comprensión, incluso alabó su ambición. No tenía que perderla por tales experiencias, simplemente aprender o reflexionar sobre lo sucedido, y tener la paciencia de una hormiga. 

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