viernes, 23 de mayo de 2014

Interiores (Fragmento Primero).


Interiores.


“Conocer es perdonar, dicen. No, perdonar es conocer”.


Miguel de Unamuno. Niebla


I

La zozobra ahogaba a María mientras que su esposo era entrevistado. No sentía felicidad por su marido. Era consciente de que la otorgación del Premio Nobel de Literatura era la máxima aspiración para alguien como Antonio, sin embargo, para ella era otro motivo de inferioridad. No es que María tuviese envidia, más bien sentía impotencia ante su cónyuge, impotencia provocada por el cinismo de este y sus palabras salpicadas de desprecio intelectual hacia María.
—Señora —la periodista interrumpió los pensamientos de María.
—¿Sí? —dijo María como una actriz cómica que interpreta un personaje trágico.
—¿Se siente orgullosa de su marido?
—¡Oh! Sí… claro que sí, por fin se reconoce su gran trabajo.
—Gracias, cariño. —Antonio besó la mejilla de María y continuó hablando él-. No hay premio literario más importante que el Nobel, ahora bien, si lo he conseguido es gracias al apoyo de María.
«No me deja ni hablar», pensaba María. «–Hoy es su día y cree que se lo puedo estropear. ¡Qué pregunta más estúpida me ha hecho esta mujer! Tendría que haber respondido la verdad. Sí, mi esposo es muy simpático con usted, pero a mí me desprecia, dice que no hablo bien y que hago el ridículo delante de sus amigos». Ordenó sus pensamientos, estaban desajustándose por la exaltación sentimental. «Sé por qué está tan amable. Gracias al Premio Nobel sus libros van a vender mucho, seguro que no gastará ni un céntimo, se lo dará a su hijo, eso lo entiendo, pero yo soy su mujer y únicamente voy a recibir humillación. Él es un gran escritor y yo no soy nada». La entrevista concluyó. Antonio miró gélidamente a María cuando la periodista abandonó la vivienda del matrimonio, María temía enfrentarse otra vez a su soberbia, no se equivocó.
—María, creo que tú no tendrías que venir a Suecia a la entrega de mi premio.
—¿En Suecia dan eso?
Antonio rio suavemente al escuchar la respuesta de su mujer. María no tenía fuerza ni coraje para contraatacar. No le sorprendía la orden, quizás Antonio habló en forma condicional, se expresó como si fuese un deseo. Era la forma de hablar del escritor, ella había aprendido su retórica en el curso natural de la vida matrimonial.
—Espero que lo entiendas… —Antonio cambió su rostro serio por otro más relajado—. Mi hijo vendrá esta noche a cenar para celebrar el Nobel, podrías hacer una paella para nosotros, sería una bonita reunión familiar.
—Me parece una buena idea.
Fue directamente a la cocina. «¿Por qué obedezco?», reflexionaba María. «Años atrás tenía energía para discutir aunque es tan listo que ha podido conmigo. Tengo cincuenta años, ¿dónde puedo ir? No tengo hijos que puedan ayudarme, mi cuerpo ya no puede enamorar a ningún hombre. Si al menos el suicido fuese un arma para hacerle sentir culpable. Da igual, no sentiría ningún tipo de arrepentimiento, en todo caso buscaría otra cocinera».
Llegó Pedro, el hijo de Antonio. María escuchó las felicitaciones, las encontró exageradas. «Es natural, sabe que su padre va ganar mucho dinero y él va a pillar cacho». Escuchó la conversación, no intencionadamente, padre e hijo tenían un tono de voz alto. «Pedro ya está hablando de él mismo otra vez, qué pesado, siempre tiene que chulear de todo lo que sabe, siempre buscando la aprobación de los demás. Este chico no tiene autoestima, parece un niño y tiene treinta y ocho años».
—¡María! ¡María! Pedro ha llegado.
—¡Ahora voy! Ya me enterado, ya…
Susurró la última frase y fue a la sala. Encontró a los dos abrazados, embriagados de alegría. Para María, Pedro estaba contento de ser el único hijo del Premio Nobel.
—Perdona, María. Le decía a mi padre que por fin ha llegado a la cúspide de la literatura.
—Hijo, habla bien.
—Perdón, quiero decir que ya es el más grande, el número uno.
—Y me alegro por él.
María respondió mecánicamente, era la consecuencia de interpretar el mismo papel durante tanto tiempo, en su interior no existía actuación alguna. «¡Qué falta de respeto! Ni un saludo ni una pregunta cordial. Tiene que hablar conmigo como si fuese una ignorante. Tal vez no tenga la cultura de ellos, pero tampoco soy tonta. Tendría que estar dos o tres días sin cocinar, verían qué es más importante, si su cultura o la cocina, aunque con el estómago lleno es fácil decir chorradas». Dejó de pensar en venganzas, se disculpó y se fue a la cocina. Estaban cenando veinte minutos más tarde, María escuchaba la plática entre padre e hijo.
—Dime papá, ¿vas a poder acabar la nueva novela con tantas emociones?
—No lo sé, en los próximos días me van hacer varias entrevistas, va ser bueno para las ventas de mis libros. Ya sabes que mis novelas habían vendido pocos ejemplares en estos últimos años, ahora todo va a cambiar.
—¡Qué bien papá! Ojala que algún día mi música sea tan reconocida como tu obra literaria.
—Hijo, eres un gran artista. Yo no entiendo de música moderna, ahora bien, me han dicho que los mejores van a las discotecas de Ibiza.
—Sí, pero mi música está mal vista.
—¿Y qué? Los artistas somos rompedores sociales. Tendrías que animarte a publicar tu poesía. Publica unos pocos ejemplares, con la poesía no ganarás dinero, no importa, te llenará de orgullo ver publicada tu obra.
—El orgullo es haber escrito algo, sea bueno o malo. El verso es un arte tan complicado, requiere tanta disciplina, orden, exactitud, originalidad, sinceridad… que escribir un poema decente, coherente y musical me llena de orgullo.
—Hijo, ven conmigo a la entrega de mi premio. Allá te puedo presentar gente interesante.
—Iré contigo a Suecia, aunque no me pidas hablar con editores, recuerda lo que pasó la última vez —Pedro miró entonces a María, abrió un poco los ojos y sonrió forzadamente —. ¿Vas a venir conmigo y papá?
—María no vendrá, no es su lugar ni su gente. Además, ese día hay gala de Gran Hermano y paseos por tierras báquicas.
Ambos rieron y continuaron hablando. María siguió cenando con sus pensamientos. «Se creen que son dos dioses. Es cierto que Antonio ha triunfado, pero su hijo únicamente es un músico farlopero que pincha en un club de mala muerte, se piensa que por haber leído dos libros ya es un poeta. Ni el amigo y editor de Antonio quiso publicar los poemas porque eran malísimos. Para ellos esa respuesta fue provocada por la envidia ¡ciegos! Sobre todo el padre, que no quiere ver cómo su hijo le roba el dinero para la droga. Tan listo que se cree y yo lo veo todo antes que él. Lo avisé una vez, aunque no me hizo caso, no voy a recordárselo, él sabrá, es su hijo, no el mío. Antonio solo ve que yo bebo, sí, es cierto, últimamente me alivio con el alcohol, tampoco bebo cada día, por eso prefiere llevar a su hijo a Suecia. Encima Pedro tiene el morro de preguntar cuándo va terminar el nuevo libro. ¡Y lleva todo nuestro matrimonio intentando escribir su nueva novela!». Largos pensamientos tenía María, podría pasarse horas abrazada a la amargura, así no se dio cuenta que Pedro ya se marchaba. Se despidió de ella educadamente, demasiado para ser un familiar, con su padre fue más exaltado.
—¡Adiós, papá! Mañana veré a mamá, seguro que estará contenta.
—No lo creo, hijo.
—Bueno, ya te contaré. Tenemos que hablar para organizar el viaje. Voy a comprarme un traje para un día tan importante para nosotros. ¡Quiero estar impecable! Voy a ser el más atractivo de la sala.
—¡Desde luego! —Pedro se fue, María estaba en la sala, sentada en el sofá viendo la televisión—. ¿Cuándo vas a recoger la mesa?
—Déjame descansar un poco, Antonio.
—Está bien, mira tu caja tonta un rato.
—¿Al menos te ha gustado la cena? —preguntó María.
—Mucho, la cena ha sido estupenda. —Antonio cambió el tono de voz, era dulce y cariñoso.
—Gracias. —Se levantó para irse. Su marido siguió hablando a su esposa mientras ella se dirigía a la cocina.
—María, no seas así. Soy duro contigo, compréndeme, a veces me desespera tu incultura. No quiero hacer nada, hace tiempo que me rechazas y no puedo obligarte, ¿verdad? Además, tengo sesenta años y no he comprado el Viagra —intentó bromear, enseguida comprendió que había fracasado—. Me voy a leer en la cama.
María estaba en la cocina unos minutos después. «Aquí estoy, limpiando platos ¿por qué aguanto? Nunca nos hemos querido, a veces siento lástima y otras lo odio, en cambio, no me veo viviendo sin él, porque soy una cobarde. Tampoco es por la cama, él no es un genio y lo sabe. En el fondo es como un niño caprichoso que se moriría si está dos días solo. ¿Por qué siento compasión por alguien tan egoísta? Me casé con él por su fama, pensaba que tendría una vida tranquila al lado de un escritor, eso me dijo papá. Me equivoqué. ¿Es tarde para empezar una nueva vida? Una vida sola, papá y mamá están muertos, mi hermana está a mil kilómetros. Está Ana, ella es mi amiga, pero a veces es cansina. Dicen que es mejor estar sola que mal acompañada, yo he estado sola y duele mucho. Creí que la fama se desharía del dolor, ha pasado todo lo contrario, lo ha hecho más fuerte. Cometí un error y no sé si es tarde o hay arreglo. Todo esto ha pasado porque no está Pepe».