¡Bienvenidos! Mi nombre es Lluís Llurba Torre, soy un joven escritor de L`Hospitalet de Llobregat con influencias de Unamuno, Dostoievski, Lorca, Bukowski y tantos otros. En este blog se pueden leer los relatos que escribo. ¡Gracias y saludos!
viernes, 23 de mayo de 2014
Interiores (Fragmento Primero).
Interiores.
“Conocer es perdonar, dicen. No, perdonar es conocer”.
Miguel de Unamuno. Niebla
I
La zozobra ahogaba a María mientras que su esposo era entrevistado. No
sentía felicidad por su marido. Era consciente de que la otorgación del Premio
Nobel de Literatura era la máxima aspiración para alguien como Antonio, sin
embargo, para ella era otro motivo de inferioridad. No es que María tuviese
envidia, más bien sentía impotencia ante su cónyuge, impotencia provocada por
el cinismo de este y sus palabras salpicadas de desprecio intelectual hacia
María.
—Señora —la periodista interrumpió los pensamientos de María.
—¿Sí? —dijo María como una actriz cómica que interpreta un personaje
trágico.
—¿Se siente orgullosa de su marido?
—¡Oh! Sí… claro que sí, por fin se reconoce su gran trabajo.
—Gracias, cariño. —Antonio besó la mejilla de María y continuó hablando
él-. No hay premio literario más importante que el Nobel, ahora bien, si lo he
conseguido es gracias al apoyo de María.
«No me deja ni hablar», pensaba María. «–Hoy es su día y cree que se lo
puedo estropear. ¡Qué pregunta más estúpida me ha hecho esta mujer! Tendría que
haber respondido la verdad. Sí, mi esposo es muy simpático con usted, pero a mí
me desprecia, dice que no hablo bien y que hago el ridículo delante de sus
amigos». Ordenó sus pensamientos, estaban desajustándose por la exaltación
sentimental. «Sé por qué está tan amable. Gracias al Premio Nobel sus libros
van a vender mucho, seguro que no gastará ni un céntimo, se lo dará a su hijo,
eso lo entiendo, pero yo soy su mujer y únicamente voy a recibir humillación.
Él es un gran escritor y yo no soy nada». La entrevista concluyó. Antonio miró
gélidamente a María cuando la periodista abandonó la vivienda del matrimonio,
María temía enfrentarse otra vez a su soberbia, no se equivocó.
—María, creo que tú no tendrías que venir a Suecia a la entrega de mi
premio.
—¿En Suecia dan eso?
Antonio rio suavemente al escuchar la respuesta de su mujer. María no
tenía fuerza ni coraje para contraatacar. No le sorprendía la orden, quizás
Antonio habló en forma condicional, se expresó como si fuese un deseo. Era la
forma de hablar del escritor, ella había aprendido su retórica en el curso
natural de la vida matrimonial.
—Espero que lo entiendas… —Antonio cambió su rostro serio por otro más
relajado—. Mi hijo vendrá esta noche a cenar para celebrar el Nobel, podrías
hacer una paella para nosotros, sería una bonita reunión familiar.
—Me parece una buena idea.
Fue directamente a la cocina. «¿Por qué obedezco?», reflexionaba María. «Años
atrás tenía energía para discutir aunque es tan listo que ha podido conmigo.
Tengo cincuenta años, ¿dónde puedo ir? No tengo hijos que puedan ayudarme, mi
cuerpo ya no puede enamorar a ningún hombre. Si al menos el suicido fuese un
arma para hacerle sentir culpable. Da igual, no sentiría ningún tipo de
arrepentimiento, en todo caso buscaría otra cocinera».
Llegó Pedro, el hijo de Antonio. María escuchó las felicitaciones, las
encontró exageradas. «Es natural, sabe que su padre va ganar mucho dinero y él
va a pillar cacho». Escuchó la conversación, no intencionadamente, padre e hijo
tenían un tono de voz alto. «Pedro ya está hablando de él mismo otra vez, qué
pesado, siempre tiene que chulear de todo lo que sabe, siempre buscando la aprobación
de los demás. Este chico no tiene autoestima, parece un niño y tiene treinta y
ocho años».
—¡María! ¡María! Pedro ha llegado.
—¡Ahora voy! Ya me enterado, ya…
Susurró la última frase y fue a la sala. Encontró a los dos abrazados,
embriagados de alegría. Para María, Pedro estaba contento de ser el único hijo
del Premio Nobel.
—Perdona, María. Le decía a mi padre que por fin ha llegado a la cúspide
de la literatura.
—Hijo, habla bien.
—Perdón, quiero decir que ya es el más grande, el número uno.
—Y me alegro por él.
María respondió mecánicamente, era la consecuencia de interpretar el
mismo papel durante tanto tiempo, en su interior no existía actuación alguna. «¡Qué
falta de respeto! Ni un saludo ni una pregunta cordial. Tiene que hablar
conmigo como si fuese una ignorante. Tal vez no tenga la cultura de ellos, pero
tampoco soy tonta. Tendría que estar dos o tres días sin cocinar, verían qué es
más importante, si su cultura o la cocina, aunque con el estómago lleno es
fácil decir chorradas». Dejó de pensar en venganzas, se disculpó y se fue a la
cocina. Estaban cenando veinte minutos más tarde, María escuchaba la plática
entre padre e hijo.
—Dime papá, ¿vas a poder acabar la nueva novela con tantas emociones?
—No lo sé, en los próximos días me van hacer varias entrevistas, va ser
bueno para las ventas de mis libros. Ya sabes que mis novelas habían vendido
pocos ejemplares en estos últimos años, ahora todo va a cambiar.
—¡Qué bien papá! Ojala que algún día mi música sea tan reconocida como tu
obra literaria.
—Hijo, eres un gran artista. Yo no entiendo de música moderna, ahora
bien, me han dicho que los mejores van a las discotecas de Ibiza.
—Sí, pero mi música está mal vista.
—¿Y qué? Los artistas somos rompedores sociales. Tendrías que animarte a
publicar tu poesía. Publica unos pocos ejemplares, con la poesía no ganarás
dinero, no importa, te llenará de orgullo ver publicada tu obra.
—El orgullo es haber escrito algo, sea bueno o malo. El verso es un arte
tan complicado, requiere tanta disciplina, orden, exactitud, originalidad,
sinceridad… que escribir un poema decente, coherente y musical me llena de
orgullo.
—Hijo, ven conmigo a la entrega de mi premio. Allá te puedo presentar
gente interesante.
—Iré contigo a Suecia, aunque no me pidas hablar con editores, recuerda
lo que pasó la última vez —Pedro miró entonces a María, abrió un poco los ojos
y sonrió forzadamente —. ¿Vas a venir conmigo y papá?
—María no vendrá, no es su lugar ni su gente. Además, ese día hay gala de
Gran Hermano y paseos por tierras
báquicas.
Ambos rieron y continuaron hablando. María siguió cenando con sus
pensamientos. «Se creen que son dos dioses. Es cierto que Antonio ha triunfado,
pero su hijo únicamente es un músico farlopero que pincha en un club de mala
muerte, se piensa que por haber leído dos libros ya es un poeta. Ni el amigo y
editor de Antonio quiso publicar los poemas porque eran malísimos. Para ellos
esa respuesta fue provocada por la envidia ¡ciegos! Sobre todo el padre, que no
quiere ver cómo su hijo le roba el dinero para la droga. Tan listo que se cree
y yo lo veo todo antes que él. Lo avisé una vez, aunque no me hizo caso, no voy
a recordárselo, él sabrá, es su hijo, no el mío. Antonio solo ve que yo bebo,
sí, es cierto, últimamente me alivio con el alcohol, tampoco bebo cada día, por
eso prefiere llevar a su hijo a Suecia. Encima Pedro tiene el morro de preguntar
cuándo va terminar el nuevo libro. ¡Y lleva todo nuestro matrimonio intentando
escribir su nueva novela!». Largos pensamientos tenía María, podría pasarse
horas abrazada a la amargura, así no se dio cuenta que Pedro ya se marchaba. Se
despidió de ella educadamente, demasiado para ser un familiar, con su padre fue
más exaltado.
—¡Adiós, papá! Mañana veré a mamá, seguro que estará contenta.
—No lo creo, hijo.
—Bueno, ya te contaré. Tenemos que hablar para organizar el viaje. Voy a
comprarme un traje para un día tan importante para nosotros. ¡Quiero estar
impecable! Voy a ser el más atractivo de la sala.
—¡Desde luego! —Pedro se fue, María estaba en la sala, sentada en el sofá
viendo la televisión—. ¿Cuándo vas a recoger la mesa?
—Déjame descansar un poco, Antonio.
—Está bien, mira tu caja tonta un rato.
—¿Al menos te ha gustado la cena? —preguntó María.
—Mucho, la cena ha sido estupenda. —Antonio cambió el tono de voz, era
dulce y cariñoso.
—Gracias. —Se levantó para irse. Su marido siguió hablando a su esposa
mientras ella se dirigía a la cocina.
—María, no seas así. Soy duro contigo, compréndeme, a veces me desespera
tu incultura. No quiero hacer nada, hace tiempo que me rechazas y no puedo
obligarte, ¿verdad? Además, tengo sesenta años y no he comprado el Viagra —intentó
bromear, enseguida comprendió que había fracasado—. Me voy a leer en la cama.
María estaba en la cocina unos minutos después. «Aquí estoy, limpiando
platos ¿por qué aguanto? Nunca nos hemos querido, a veces siento lástima y
otras lo odio, en cambio, no me veo viviendo sin él, porque soy una cobarde. Tampoco
es por la cama, él no es un genio y lo sabe. En el fondo es como un niño
caprichoso que se moriría si está dos días solo. ¿Por qué siento compasión por
alguien tan egoísta? Me casé con él por su fama, pensaba que tendría una vida
tranquila al lado de un escritor, eso me dijo papá. Me equivoqué. ¿Es tarde
para empezar una nueva vida? Una vida sola, papá y mamá están muertos, mi
hermana está a mil kilómetros. Está Ana, ella es mi amiga, pero a veces es
cansina. Dicen que es mejor estar sola que mal acompañada, yo he estado sola y
duele mucho. Creí que la fama se desharía del dolor, ha pasado todo lo
contrario, lo ha hecho más fuerte. Cometí un error y no sé si es tarde o hay
arreglo. Todo esto ha pasado porque no está Pepe».
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