lunes, 13 de junio de 2016

Casi me mato

Casi me mato


La historia que voy a contar sucedió hace dos años en el día de hoy. No me quería. Nadie me quería. Me veía feo e inferior a cualquier persona. Una día, harto de mi soledad y de mi marginación en este mundo decidí suicidarme. ¿Qué mis problemas eran estúpidos comparados con un niño tercermundista? Poco me importaba a mí todos los problemas del mundo, sólo pensaba en mí.
No sabía cómo morirme. Siempre he sido muy cobarde en todos los aspectos de la vida. Nunca me he atrevido a plantar cara a nada ni a nadie. Pensé en abrirme las venas, pero era demasiado lento ¡dejaría el baño hecho un desastre! Mi asistenta se cagaría en mi tumba. Tampoco España es los Estados Unidos, país en que todo el mundo tenía una pistola o escopeta para reventarse la cabeza como Kurt Cobain.
El metro era la solución. Tan sólo tenía que tirarme y cerrar los ojos… lo otro era cosa del conductor. Por fin se acabaría mis sueños solitarios. Mis domingos aburridos por la tarde sin nada que hacer preparándome psicológicamente para aguantar otra dura semana en el trabajo.
Llegué al metro. Aún quedaban cinco minutos. Lógico en un domingo por la tarde. Pasó el metro, no me levanté. Tenía demasiado miedo. ¿Qué pasa si hubiese un cielo? ¿Iría al infierno por matarme? Salí a calle para fumar mi último cigarrillo, el cual no me sentó muy bien.
Volví a bajar y espero de pie mi final. Sudo sin para y hasta tiemblo. Pero por fin llega el metro, en aquel momento ya estoy decidido en matarme. No pienso en mi vida ni en si aún me queda alguna esperanza. Únicamente quiero que todo acabé de una vez. Cuando hago un pequeño impulso de saltar, notó el roce de una mujer joven y guapa. Una preciosa rubia de ojos azules con una piel blanquísima. La cual con un acento de rusa, me dice:
-        ¿Se encuentra bien, señor?
-        No mucho.
Sin decir nada más, sin saber qué decir. Pensando que ni para suicidarme valía me fui de ella diciendo “hasta luego”. No quería llorar, no quería que me viese llorar. Pero no aguantaba, me conformaba con aguantar hasta la calle sin mis lágrimas pero iba acostarme mucho… lo que jamás esperé fue el comentario de ella.
-        ¿Se iba a suicidar verdad?
-        Perdón…
-        Si. Lo he notado, no sé cómo, pero lo sé – me quedé en blanco, no sabía qué decir. Ella volvió hablar – Venga conmigo, por favor.
Ya dentro del vagón, ahora me alegro de acabar dentro y no abajo, hablamos un poco. Le conté que tenía veinte ocho años. Trabaja en una biblioteca y vivía solo desde hace un año porque mis padres se habían ido a vivir a su pueblo, lejos de la ciudad. Ella me preguntó por qué estaba tan triste, yo no respondí…
-        ¿Es soltero? – me preguntó.
-        Sí.
-        ¿Le ha dejado la novia? Por eso está tan triste.
-        La verdad es que nunca he tenido novia – confesé avergonzado.
-        ¿Y eso?
-        No soy muy guapo y como persona soy un desastre.
-        Seguro que tiene muchas cualidades de las cuales usted no valora – dijo ella.
-        ¿Cómo te llamas?
-        Ana
-        Yo Onofre.
-        Onofre es un nombre poco común – dijo ella sorprendida.
-        Como yo.
-        Esta es mi parada ¿me acompañas?
-        Sí.
Obedecí como un perro. Fui tras ella como la rata que siempre habría creído ser. No sabía dónde íbamos, ni me importaba, la verdad es que ni lo pensé. La curiosidad únicamente me picaba para saber quién era esa chica. Finalmente fuimos a su casa, no tardamos mucho. No había nadie en ese momento, me dijo que vivía con tres rusas más. Ahí me explicó un poco más su vida.
-        Yo me ganó la vida en tu país como puta.
-        ¡¿Qué dices?! – dije sorprendido.
-        ¿Nunca has ido?
-        No – negué ofendido.
-        Por eso estás tan jodido, no voy a darte ninguna clase teórica, en este autoescuela se empieza por las practicas.
¿Qué más puedo contar? Esa muchacha me devolvió la alegría de vivir por unos instantes ¡Qué placer! ¡Qué diosa del sexo! ¡En unos minutos cambió toda mi vida! Resucitó la esperanza en mí y ya no me sentía tan feo ni inferior a nadie. Era algo brutal, había perdido tanto tiempo.

No volví a ver a Ana no tampoco hizo falta porque desde aquel día no he pasado penurias grandes en mi vida. Hasta que conseguido ligar, aunque algunas veces aún me equivocó, no por eso pierdo el valor ni el optimismo. Desde entonces tengo claro que quiero vivir, y sí quiero volver a morirme, tan sólo tengo que hacer tal como dice la canción Casi me mato de Barón Rojo: “de vuelta a casa vi la solución, lo más seguro es la televisión, con una dosis de publicidad es suficiente para palmar”.