domingo, 15 de octubre de 2017

Barbecho (segundo fragmento)

El resto de la velada no es interesante de escribir. Mi relación con Carol siguió viento en popa, no obstante, fue un chaparrón de agua fría conocer la verdad de Alberto. A las dos semanas, volví a verlo. Carol le comentó que lo sabía, puso mala cara, pero se recuperó a los pocos segundos. Estuvimos hablando del tema, le pregunté si no tenía miedo de que alguna chica hablara con la prensa, contestó que no, era imposible, no explicó el porqué.
Alberto cambió de tema. Le dijo a su hermana que había hablado con Bárbara y quería conocerme. Estaba molesta, porque todavía no nos habíamos visto. Carol contestó que no le apetecía, pero que la próxima semana iríamos a comer a su casa.
Por fin, conocí a la gran Bárbara, fundadora del Partido Republicano de los Pueblos de España en el año 2010. Un partido que propugnaba la República Federal de los pueblos españoles. Decía que el español como idioma no existía, el castellano se apropió de la palabra. Decía que España era una amalgama rica de culturas e idiomas, era un crimen romper esa ventaja, tal como sucedió en Francia.
Además, era un partido feminista, animalista, izquierdista y otros tópicos de los partidos progresistas. No estaban en contra del mercado libre, pero sí del capitalismo especulativo. Defendían una repartición más justa del dinero, mayor control estatal sobre los bancos y no sé cuántas ideas más de índole socialdemócrata, me explicó ese día Bárbara.
Yo pensaba que era una mentirosa, una hipócrita como los demás, aunque también quería creer en su mensaje, hacía falta personas con su discurso y su voluntad de cambio político. Su ansiedad por darse a conocer hizo que manipulara a su hijo, quizás por el poder también daría la espalda a sus ideas, o quizás lo hacía por las ideas, no lo sabía. Bárbara adivinó mi aburrimiento y cambió de tema, aunque, en realidad, metió el dedo en la llaga.
—Carol ya me ha hablado un poco de ti, dice que eres escritor, aunque ahora no escribes.
—Sí —contesté pensando que por fin podría hablar alguien más que ella—. La verdad es que no soy muy bueno, nunca he conseguido que me publiquen en ninguna revista.
—La cuestión es por qué escribes…
—Mamá… —Carol quiso cortar el comentario, sabía que algo de maldad había en la intención de Bárbara.
—Tranquila, déjala, cariño —le dije inocentemente a mi novia.
—Bien, como iba diciendo. —Bárbara sonrió y me miró por encima de los hombros—. Me pregunto si escribes para ser famoso o por amor a la literatura, no sé si estás triste por no alcanzar la gloria comercial o por otro motivo.
—¡Mamá! No puedes hablarle así a una persona que no conoces.
—No pasa nada, Carol —dije, porque realmente Bárbara había planteado una pregunta sincera y malvada, pero también necesaria—. No voy a negar que busco la gloria, aunque no la gloria comercial, como tú has dicho. Quizás es una tontería, o es el sueño de una persona con una autoestima baja lo que realmente siento. Lo que ansío es la gloria artística, ganarme la vida escribiendo, por supuesto. La riqueza me da igual, me conformo con pagar la hipoteca y los otros gastos básicos, quiero ser reconocido como un Cervantes, Dostoievski o Kafka.
—Todos grandes artistas, pero todos desgraciados en sus vidas.
—Tienes razón, Bárbara. Pero Molière vivió bien.
—Era amigo de Luis XIV.
—Amigo es una palabra muy íntima, digamos que era uno de los artistas favoritos del monarca.
—Sí, tienes razón. Yo he leído su obra, mis favoritas son Tartufo, Don Juan y El burgués gentilhombre.
—Tienes buen gusto. Es curioso que no hayamos cambiado tanto desde su época.
—Yo creo que estamos un poco mejor —empezó a opinar Bárbara—. Las personas no estamos esclavizadas bajo el yugo de la hipocresía de la religión.
—No, pero seguimos teniendo una doble moral.
—¿Por qué?
—Porque en nuestros tiempos en vez de religión, tenemos lo políticamente correcto. Parece ser que, en la Barcelona de 2014, cuanto más progresista es uno mejor le va en la vida pública. Ser un tipo que critica el cristianismo porque es laico, pero adora el islam al ser una religión extranjera o, de lo contrario, sería un xenófobo. Reivindicar la escuela pública y luego apuntar a los hijos en la privada. Simpatizar con algunos okupas y hacerles una visita con el coche oficial del Ayuntamiento.
—Entiendo, entiendo —me cortó una Bárbara algo molesta por mis comentarios.
—Perdón, me he excedido.
—Tu novio no se calla delante de nadie —dijo la madre a su hija, la cual mostraba una cara satisfactoria por mi sutiliza—. Eres una persona joven, no entiendes que en la vida hay que guardar ciertas formas para progresar, tiempo al tiempo.
—Bueno, tengo treinta tres años, ya no soy un crío.
—La edad de Carol.
—Sí.
—Es extraño cómo has reconducido la conversación —dijo Bárbara tras unos segundos de silencio incómodo—. Estábamos hablando de tu carrera literaria y nos hemos desviado mucho. Supongo que cuesta aceptar ser un mediocre en lo que te apasiona.
—¡Mamá, es intolerable!
—Hija, perdona, solo digo lo que pienso, como tu amigo. Ya es un logro tener cierta curiosidad cultural cuando se ha criado en una ciudad como Hospitalet.
—Y allí sigo viviendo —dije indignado.
—Me alegro. —Bárbara rio cínicamente—. Yo estoy a favor de la clase trabajadora y la inmigración, tu ciudad tiene esas dos virtudes, pero también tiene el defecto de vuestros pantanos de cerveza y vuestras desérticas librerías. Por eso es necesario que estéis dirigidos por alguien que os lleve por el buen camino, por profesionales, como diría Lenin, aunque yo no soy comunista, estar administrados por personas preparadas y éticas.
»Te hablo desde mi experiencia como asistente social en los barrios más desfavorecidos de Barcelona. Quería ayudar a esa gente, pero eran tozudos e ignorantes, costaba hacerles entender cuál era el camino correcto. Cuando por fin los encaminaba, todo les iba mucho mejor.
—Muy abstracto, pon un ejemplo.
—A un matrimonio le quitaron la custodia de su hijo y la recuperaron gracias a mí. Yo los animé a dejar la cocaína y a estudiar, yo les di fuerzas.
—Pero el mérito final es de ellos —contesté aguantando para no explotar.
—Cierto, aunque yo los empujé.
—Gracias por tu bondad sobre nosotros, los desgraciados que trabajábamos y vivimos en chabolas adobadas de eructos alcohólicos.
—Una imagen un poco ridícula, ¿no crees?
—Estoy aprendiendo.
—¿Cuánto tiempo llevas escribiendo?
—Diez años.
—Como no vivas como Matusalén, no aprenderás.
—¡Mamá! Ya está bien, no lo aguanto. Vámonos, cariño —gritó una Carol fuera de sí.
—Está bien —contesté sin querer echar más gasolina al fuego.
—Hija, espera, nos vemos poco.
—Claro, eres una persona insoportable, una política que está en la calle y quiere salvar el mundo. No podrás, porque ni a tu propia familia puedes salvar.
—Sabes que os he criado sola. Tu padre falleció de ese maldito cáncer cuando eráis pequeños. Creo que lo he hecho bastante bien.
—Sí, hasta que te metiste en política —respondió Carol.
—Ya eras mayorcita.
—Da igual, no soporto lo que haces con Alberto.
—Él aceptó. —Bárbara entonces me miró y siguió hablando a su hija—. ¿Se lo has contado a tu novio?
—Sí, confío en él.
—Muy mal, te he dicho en más de un millón de ocasiones que no confíes en nadie.
—En ti ya no confío.
—Eso me duele, Carol.
—A mí me duele como has tratado a mi novio, mamá.
—Lo siento, quizás son mis prejuicios. Lo he espiado, he leído los cuentos de su blog, son malos, realmente malos, dice tonterías como el arcoíris es la juventud y las nubes que lo tapan son el paso del tiempo. Se me quedó grabada esta frase empalagosa.
—¡Es una buena persona y eso es lo único que me importa!
—¡Perfecto! Si tú eres feliz, no pienso romper esta relación. Quizás me he precipitado juzgándolo por sus escritos, he opinado sobre el artista y no de la persona.
—Con permiso —interrumpí la discusión, ya que Bárbara se estaba rindiendo—. Opino que te jode que un joven de barrio escriba. Eres una elitista, Bárbara.
—Es cierto. No soportas que esté con un mal escritor, pero no va por ahí la causa de tanto enojo. —Carol me hablaba a mí en ese momento—. La razón es que mi madre me había buscado un novio, un joven marroquí, para quedar ella como la matriarca de una familia moderna: el hijo homosexual y la hija con un magrebí. Qué casualidad que tú has hablado del islam y has dado en el clavo. Y a ti, mamá, no te ha gustado nada escuchar tal crítica.
—No, chicos, es la presión, no de mi vida pública, sino de los ataques que me haces, Carol. Por eso he querido atacar a tu novio, para que veas lo que duele.
—Es una tontería.
—Ahora lo veo. Idos, otro día quedamos y la segunda cita será mejor.
No entendí nada. ¿Qué sucedió? ¿Qué pretendía Bárbara manipulando la vida de sus hijos? ¿Tanto ansiaba el  poder? Carol me explicó que la historia del joven marroquí fue antes de conocerme, lo vio en un par de citas, era guapo, pero no le gustó, su madre la intentó que se sintiera mal consigo misma insultándola de racista, pero no consiguió su propósito y Carol siguió con su vida.
Tardé meses en volver a ver a mi cuñado y a mi suegra. Mientras, Carol disfrutaba de una sana relación con mi familia, seguramente, era de las pocas que halagaba de corazón a su suegra. Por otro lado, no quería ni mencionar a Bárbara y Alberto.
A mí me extrañaba, pocas veces hablábamos de su rencor, porque no accedía a abrirse en ese tema, lo cual me sorprendía, ya que era una mujer transparente. Yo tenía la percepción de que no era solo por el tema del novio que quería imponerle la madre.
Una tarde le pregunté por qué me propuso de quedar con su hermano. Me contestó que con él albergaba alguna esperanza de disparar a los pájaros que tenía en la cabeza. Le hice una nueva pregunta: según mi interpretación ella quería más a su hermano que a su madre. Carol me lo reprochó, era su hermano pequeño y lo veía como tal.
Llegó el año 2015, un año muy movido. Hubo elecciones municipales, autonómicas en Cataluña y generales en España. Un orgasmo político para Bárbara y Alberto. Carol era feliz, así veía poco a su familia, ya que siempre estaban en mítines. Nosotros llevábamos un año saliendo, yo seguía estéril en mi escritura. Ni empecé a escribir, no me apetecía.
Alberto llamó una tarde a Carol, en plena campaña de las elecciones municipales, y le comentó que se tenían que ver, porque él haría un mitin en un bar de ambiente. Alberto no era candidato, iba como segundo líder del partido, apoyando la candidatura municipal. Bárbara estaba en Madrid para impulsar el partido en la capital.
Carol aceptó porque se lo pidió su hermano. En mi opinión, a su madre no le hubiera hecho el favor. Para Alberto era importante que estuviera, dar un aire de familia moderna, la hermana con su hermano homosexual. Yo no fui, no me invitaron y lo agradecí. Cuando volvió, Carol me contó lo que sucedió.
—Ha sido el colmo de la falsedad, amor —empezó a explicarme—. Me ha sorprendido ver a Alberto beber Moritz, dice que beber esa cerveza da un aire progre, lo cínico es que a él no le gusta, bebe otra marca. He pensado en ti, que sí bebes esa birra.
—No me sorprende, Carol.
—Luego ha estado con varios activistas asegurándoles que, si ellos ganan, habrá en las bibliotecas libros sobre la historia de la lucha homosexual, sus ideas y su justa reivindicación.
—Yo lo veo muy bien —contesté admirando la gran idea.
—Yo también, pero no hace falta que se haga el gay, puede decirlo como el heterosexual que es. Yo sé que lo piensa de verdad, que lo dice con el corazón.
—Cariño, me choca que aún te sorprendas tanto.
—Si lo hago es porque sé que él cree en una sociedad más justa, pero se contradice cuando actúa maquiavélicamente.
—El fin justifica los medios.
—Exactamente, ¿no lo ves una contradicción?
—Sí, Carol.
—La culpa es de mi madre.
—¿Tu madre no cree en una sociedad más justa?
—Ya la escuchaste, ella cree en la sociedad más justa forjada por ella.
—Le pasa a mucha gente de izquierdas.
—No como a ella.
—No los conoces como a tu madre, Carol.
—Puede ser.
—Sigo sin comprender por qué te quema tanto este tema.
—Detesto la hipocresía. Y más de dos personas que no necesitan hacer tanto teatro, van sobrados de buenas ideas y talento.
—Sí, pero las democracias que se han construido en Occidente son populistas, básicamente porque las poblaciones no están cultivadas. Pasa en España, Italia, Alemania o Estados Unidos, da igual el país.
—Por eso yo no estoy con ellos. Prefiero no ceder en mis ideales que arrastrarme por los votos.
—Carol, al final quieren poder, quieren estar por encima del bien y del mal.
—No lo dudes, aunque opino que, a pesar de tanta falsedad, lo harían mejor que los dos partidos de siempre.
—Y yo, Carol.
El PRPE ganó las elecciones en Barcelona, Madrid, La Coruña, Cádiz y Valencia. Un triunfo que nadie barruntó. Desde 1931 no se veía un éxito republicano en dichas elecciones, aunque las del 2015 no fueron de la misma envergadura. El PRPE se aprovechó de la crisis económica que azotaba a la clase trabajadora desde el 2008, de la crisis política por el bipartidismo rancio de la segunda restauración y la familia corrupta que era la monarquía borbónica.
Yo me alegré, porque a pesar de conocer las rarezas de la líder y sus visión del populacho, consideraba que era un partido joven con ganas de mejorar las Españas y de fundar de nuevo una república de intelectuales como en 1931. Para Carol no era algo positivo que hubiera un gobierno tan elitista, yo le daba la razón, pero lo prefería a un gobierno populista cuyo presidente iba a todos los partidos de fútbol del Real Madrid.
Nosotros nos mantuvimos al margen de todos esos episodios. Casi no vimos a mi suegra y ni a mi cuñado en los meses siguientes porque no pararon de trabajar. Las ciudades que acabaron gobernadas por el PRPE no cambiaron tanto como pensaba la gente, pero también es cierto que las competencias de un Ayuntamiento son pocas.
Estuve unos días con mi familia política en agosto. Todos disfrutábamos de unas merecidas vacaciones de verano, aunque las de Bárbara y Alberto fueran solo de siete días. Solo siete días que atemorizaron a Carol, se temía lo peor. Si fuimos de vacaciones con ellos fue porque yo insistí en que tenía que ver a su familia y fui tan cansino que aceptó.
Veraneamos en un pueblo de nuestras Españas, aunque no pienso decir cuál es. No porque no quiera recordarlo, sino para no beneficiarlo o perjudicarlo, según se mire. Los dos primeros días fueron tranquilos. Bárbara se mostró respetuosa conmigo, pero no abierta. En cambio, intimé algo con Alberto, era una persona idealista y creía en un cambio político en España.
El aspecto negativo era que no tenía autocrítica, sus ideas eran las mejores. Según él no era un idealista, sino un luchador; según él no era un falso por mentir sobre su sexualidad, sino «un abridor de caminos», dijo literalmente, lo cual me hizo pensar en la crítica maligna de su madre a mi prosa. ¿Sería justa y atacaría a su hijo con el mismo rigor?
Como he escrito, la paz duró dos días. El alacrán que tenía Bárbara en la cabeza le picó para revolucionar el pueblo. Eran las fiestas del lugar y, cómo no, lo celebrarían matando a unos toros hambrientos de carne humana. Según Bárbara, había que hacer algo para evitar tal barbarie. Yo le daba la razón en que matar toros era una actitud poco razonable, pero en ese momento me mordisqueó el cinismo.
—Bárbara, sé que está mal, sin embargo, piensa un momento lo que vais hacer.
—Está todo pensado —dijo ella.
—Sí, pero es casi violento el acto que vais hacer tú y el resto de animalistas.
—¿Por qué? —Alberto preguntó sorprendido.
—No veo muy normal ir a insultar «asesinos» al público y provocar hogueras para que no se celebre el acto. No es muy pacífico, vosotros tenéis la razón, no hace falta la violencia, dicha actitud os la quita.
—No me salgas con esas —se defendió Bárbara.
—Es mi opinión.
—La respetamos —habló Alberto.
—Es más, el toreo cada vez tiene menos simpatizantes, poco a poco irá desapareciendo.
—Te equivocas, tú tienes la percepción de Barcelona, donde prohibieron los toros porque iban cuatro gatos a las plazas, pero en este lugar la historia cambia.
—Alberto, tal vez tengas razón en tu opinión, pero vosotros sois personas que creéis en la paz, no en increpar e insultar gratuitamente. El animalismo os ha domado —dije en un tono provocativo.
—Ya está el escritor con sus recursos de segunda categoría. Yo no te pido que participes, yo no te pido que colabores, yo no te pido que luches, yo no te pido nada porque de ti no se puede sacar nada. Al menos, has tenido el detalle de no decirlo delante de Carol. No entiendo tu actitud, eras tú quien querías que nos fuésemos de vacaciones juntos. Mira cómo nos tratas, no somos unos políticos que solo hablan, también actuamos.
—No es una actuación gratuita, habéis convocado a los medios de comunicación.
—Para que la lucha no enmudezca —respondió Alberto mirando a su madre, gesto que no supe interpretar.
—El tiempo me dará la razón —dije yo en un tono fresco, pero serio.
—O a nosotros.
Nuestra amigable charla acabó así. Le expliqué a Carol lo sucedido, fui sincero. Ella no vio bien lo que hice, tendría que haberlos dejado hacer, era cierto que siempre estaban buscando su momento de gloria, actitud que le disgustaba, pero ella intentaba que nosotros no estuviéramos en ese mundo.
Yo lo acepté cuando iniciamos nuestra relación. Ese día, según Carol, rompí ese compromiso por criticarlos. No fue una discusión de alto voltaje, no obstante, veía en Carol un alejamiento injustificado con su familia. Le pregunté si me ocultaba información, me respondió que no, yo era la persona en la que más confiaba. Me quedé más tranquilo e intenté no darle más vueltas al asunto.
La manifestación animalista fue un éxito para mis familiares políticos, éxito que, lógicamente, se traducía para ellos en un espectáculo ruidoso que fue visto en todos los televisores de las Españas. Insultaron a los toreros, a los seguidores, a los taquilleros, al vendedor de refrescos, incluso a la bandera monárquica, practicando un populismo en el que se mezclaba la política con la tauromaquia. Obligado estoy a escribir que los taurinos no se quedaron cortos, se defendieron con el mismo talente. En conclusión, fue una escena lamentable para ambas partes, nunca he entendido a ninguno de los dos grupos.
Lo que no esperaba mi querida suegra era la tragedia que sucedió al día siguiente. Era sábado, su penúltimo día de vacaciones. En el pueblo, trabajando en la obra de una casa, falleció un inmigrante ilegal. Era de Ghana.
Bárbara y Alberto salieron en los medios de comunicación condenando el crimen. Sin embargo, no convocaron una manifestación para luchar contra los explotadores de personas. Yo no me metí en ese acto hipócrita, fue Carol quien rompió su regla en aquella ocasión.
—¡Es increíble, mamá! ¡Es el colmo! ¡Qué vergüenza! Convocar una manifestación por unos toros y no por una persona.
—Yo pienso igual que tú.
—¿Entonces por qué no haces nada?
—Por desgracia, no hubiera sido un éxito la manifestación, hija. Vivimos en una sociedad que se moviliza más si muere un perro atropellado por un ciclista borracho que por la trágica historia de ese hombre. Yo estoy contigo, te lo garantizo, Carol, pero nuestros asesores nos han asegurado que sería una pérdida de tiempo.
—Carol —interrumpí yo—. Por una vez, tu madre tiene razón. Es repugnante nuestra forma de ser, pero ha dado en el clavo.
—No estoy de acuerdo —dijo Carol un poco más calmada—. Mamá, si hubieras querido convocar una manifestación, lo hubieras hecho. Incluso yo hubiera ido, pero no te interesa, porque no hay cámaras.
—Sin cámaras, la lucha enmudece —replicó Alberto con una frase que ya me había dicho a mí.
—Están las redes sociales, que son el eco de cualquier voz. ¡Y querías que me casara con un marroquí! ¡No soporto vuestras acciones!
No hubo manifestación ni nada de nada. Bárbara y Alberto, cuando llegó el mes de septiembre, se centraron en las elecciones autonómicas en Cataluña. Fueron unas elecciones duras, porque el PRPE tuvo que luchar contra una plataforma de políticos y ciudadanos independistas, los cuales no querían saber nada de España ni las Españas.

El PRPE era la tercera fuerza más votada según las encuestas. La segunda el partido de Españoles en España (EE), un claro partido nacionalista que apoyaba una economía neoliberal desde esa actitud rancia que carcome nuestra cultura.

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