El
resto de la velada no es interesante de escribir. Mi relación con Carol siguió
viento en popa, no obstante, fue un chaparrón de agua fría conocer la verdad de
Alberto. A las dos semanas, volví a verlo. Carol le comentó que lo sabía, puso
mala cara, pero se recuperó a los pocos segundos. Estuvimos hablando del tema,
le pregunté si no tenía miedo de que alguna chica hablara con la prensa,
contestó que no, era imposible, no explicó el porqué.
Alberto
cambió de tema. Le dijo a su hermana que había hablado con Bárbara y quería
conocerme. Estaba molesta, porque todavía no nos habíamos visto. Carol contestó
que no le apetecía, pero que la próxima semana iríamos a comer a su casa.
Por
fin, conocí a la gran Bárbara, fundadora del Partido Republicano de los Pueblos
de España en el año 2010. Un partido que propugnaba la República Federal de los
pueblos españoles. Decía que el español como idioma no existía, el castellano
se apropió de la palabra. Decía que España era una amalgama rica de culturas e
idiomas, era un crimen romper esa ventaja, tal como sucedió en Francia.
Además,
era un partido feminista, animalista, izquierdista y otros tópicos de los
partidos progresistas. No estaban en contra del mercado libre, pero sí del
capitalismo especulativo. Defendían una repartición más justa del dinero, mayor
control estatal sobre los bancos y no sé cuántas ideas más de índole
socialdemócrata, me explicó ese día Bárbara.
Yo
pensaba que era una mentirosa, una hipócrita como los demás, aunque también
quería creer en su mensaje, hacía falta personas con su discurso y su voluntad
de cambio político. Su ansiedad por darse a conocer hizo que manipulara a su
hijo, quizás por el poder también daría la espalda a sus ideas, o quizás lo
hacía por las ideas, no lo sabía. Bárbara adivinó mi aburrimiento y cambió de tema,
aunque, en realidad, metió el dedo en la llaga.
—Carol
ya me ha hablado un poco de ti, dice que eres escritor, aunque ahora no
escribes.
—Sí
—contesté pensando que por fin podría hablar alguien más que ella—. La verdad
es que no soy muy bueno, nunca he conseguido que me publiquen en ninguna
revista.
—La
cuestión es por qué escribes…
—Mamá…
—Carol quiso cortar el comentario, sabía que algo de maldad había en la
intención de Bárbara.
—Tranquila,
déjala, cariño —le dije inocentemente a mi novia.
—Bien,
como iba diciendo. —Bárbara sonrió y me miró por encima de los hombros—. Me
pregunto si escribes para ser famoso o por amor a la literatura, no sé si estás
triste por no alcanzar la gloria comercial o por otro motivo.
—¡Mamá!
No puedes hablarle así a una persona que no conoces.
—No
pasa nada, Carol —dije, porque realmente Bárbara había planteado una pregunta
sincera y malvada, pero también necesaria—. No voy a negar que busco la gloria,
aunque no la gloria comercial, como tú has dicho. Quizás es una tontería, o es
el sueño de una persona con una autoestima baja lo que realmente siento. Lo que
ansío es la gloria artística, ganarme la vida escribiendo, por supuesto. La
riqueza me da igual, me conformo con pagar la hipoteca y los otros gastos
básicos, quiero ser reconocido como un Cervantes, Dostoievski o Kafka.
—Todos
grandes artistas, pero todos desgraciados en sus vidas.
—Tienes
razón, Bárbara. Pero Molière vivió bien.
—Era
amigo de Luis XIV.
—Amigo
es una palabra muy íntima, digamos que era uno de los artistas favoritos del
monarca.
—Sí,
tienes razón. Yo he leído su obra, mis favoritas son Tartufo, Don Juan y El burgués gentilhombre.
—Tienes
buen gusto. Es curioso que no hayamos cambiado tanto desde su época.
—Yo
creo que estamos un poco mejor —empezó a opinar Bárbara—. Las personas no
estamos esclavizadas bajo el yugo de la hipocresía de la religión.
—No,
pero seguimos teniendo una doble moral.
—¿Por
qué?
—Porque
en nuestros tiempos en vez de religión, tenemos lo políticamente correcto. Parece
ser que, en la Barcelona de 2014, cuanto más progresista es uno mejor le va en
la vida pública. Ser un tipo que critica el cristianismo porque es laico, pero
adora el islam al ser una religión extranjera o, de lo contrario, sería un
xenófobo. Reivindicar la escuela pública y luego apuntar a los hijos en la privada.
Simpatizar con algunos okupas y hacerles una visita con el coche oficial del Ayuntamiento.
—Entiendo,
entiendo —me cortó una Bárbara algo molesta por mis comentarios.
—Perdón,
me he excedido.
—Tu
novio no se calla delante de nadie —dijo la madre a su hija, la cual mostraba
una cara satisfactoria por mi sutiliza—. Eres una persona joven, no entiendes
que en la vida hay que guardar ciertas formas para progresar, tiempo al tiempo.
—Bueno,
tengo treinta tres años, ya no soy un crío.
—La
edad de Carol.
—Sí.
—Es
extraño cómo has reconducido la conversación —dijo Bárbara tras unos segundos
de silencio incómodo—. Estábamos hablando de tu carrera literaria y nos hemos
desviado mucho. Supongo que cuesta aceptar ser un mediocre en lo que te
apasiona.
—¡Mamá,
es intolerable!
—Hija,
perdona, solo digo lo que pienso, como tu amigo. Ya es un logro tener cierta
curiosidad cultural cuando se ha criado en una ciudad como Hospitalet.
—Y
allí sigo viviendo —dije indignado.
—Me
alegro. —Bárbara rio cínicamente—. Yo estoy a favor de la clase trabajadora y
la inmigración, tu ciudad tiene esas dos virtudes, pero también tiene el
defecto de vuestros pantanos de cerveza y vuestras desérticas librerías. Por
eso es necesario que estéis dirigidos por alguien que os lleve por el buen
camino, por profesionales, como diría Lenin, aunque yo no soy comunista, estar
administrados por personas preparadas y éticas.
»Te
hablo desde mi experiencia como asistente social en los barrios más
desfavorecidos de Barcelona. Quería ayudar a esa gente, pero eran tozudos e
ignorantes, costaba hacerles entender cuál era el camino correcto. Cuando por
fin los encaminaba, todo les iba mucho mejor.
—Muy
abstracto, pon un ejemplo.
—A
un matrimonio le quitaron la custodia de su hijo y la recuperaron gracias a mí.
Yo los animé a dejar la cocaína y a estudiar, yo les di fuerzas.
—Pero
el mérito final es de ellos —contesté aguantando para no explotar.
—Cierto,
aunque yo los empujé.
—Gracias
por tu bondad sobre nosotros, los desgraciados que trabajábamos y vivimos en
chabolas adobadas de eructos alcohólicos.
—Una
imagen un poco ridícula, ¿no crees?
—Estoy
aprendiendo.
—¿Cuánto
tiempo llevas escribiendo?
—Diez
años.
—Como
no vivas como Matusalén, no aprenderás.
—¡Mamá!
Ya está bien, no lo aguanto. Vámonos, cariño —gritó una Carol fuera de sí.
—Está
bien —contesté sin querer echar más gasolina al fuego.
—Hija,
espera, nos vemos poco.
—Claro,
eres una persona insoportable, una política que está en la calle y quiere
salvar el mundo. No podrás, porque ni a tu propia familia puedes salvar.
—Sabes
que os he criado sola. Tu padre falleció de ese maldito cáncer cuando eráis
pequeños. Creo que lo he hecho bastante bien.
—Sí,
hasta que te metiste en política —respondió Carol.
—Ya
eras mayorcita.
—Da
igual, no soporto lo que haces con Alberto.
—Él
aceptó. —Bárbara entonces me miró y siguió hablando a su hija—. ¿Se lo has
contado a tu novio?
—Sí,
confío en él.
—Muy
mal, te he dicho en más de un millón de ocasiones que no confíes en nadie.
—En
ti ya no confío.
—Eso
me duele, Carol.
—A
mí me duele como has tratado a mi novio, mamá.
—Lo
siento, quizás son mis prejuicios. Lo he espiado, he leído los cuentos de su
blog, son malos, realmente malos, dice tonterías como el arcoíris es la juventud y las nubes que lo tapan son el paso del
tiempo. Se me quedó grabada esta frase empalagosa.
—¡Es
una buena persona y eso es lo único que me importa!
—¡Perfecto!
Si tú eres feliz, no pienso romper esta relación. Quizás me he precipitado juzgándolo
por sus escritos, he opinado sobre el artista y no de la persona.
—Con
permiso —interrumpí la discusión, ya que Bárbara se estaba rindiendo—. Opino
que te jode que un joven de barrio escriba. Eres una elitista, Bárbara.
—Es
cierto. No soportas que esté con un mal escritor, pero no va por ahí la causa
de tanto enojo. —Carol me hablaba a mí en ese momento—. La razón es que mi
madre me había buscado un novio, un joven marroquí, para quedar ella como la
matriarca de una familia moderna: el hijo homosexual y la hija con un magrebí.
Qué casualidad que tú has hablado del islam y has dado en el clavo. Y a ti,
mamá, no te ha gustado nada escuchar tal crítica.
—No,
chicos, es la presión, no de mi vida pública, sino de los ataques que me haces,
Carol. Por eso he querido atacar a tu novio, para que veas lo que duele.
—Es
una tontería.
—Ahora
lo veo. Idos, otro día quedamos y la segunda cita será mejor.
No
entendí nada. ¿Qué sucedió? ¿Qué pretendía Bárbara manipulando la vida de sus
hijos? ¿Tanto ansiaba el poder? Carol me
explicó que la historia del joven marroquí fue antes de conocerme, lo vio en un
par de citas, era guapo, pero no le gustó, su madre la intentó que se sintiera
mal consigo misma insultándola de racista, pero no consiguió su propósito y
Carol siguió con su vida.
Tardé
meses en volver a ver a mi cuñado y a mi suegra. Mientras, Carol disfrutaba de
una sana relación con mi familia, seguramente, era de las pocas que halagaba de
corazón a su suegra. Por otro lado, no quería ni mencionar a Bárbara y Alberto.
A
mí me extrañaba, pocas veces hablábamos de su rencor, porque no accedía a
abrirse en ese tema, lo cual me sorprendía, ya que era una mujer transparente.
Yo tenía la percepción de que no era solo por el tema del novio que quería
imponerle la madre.
Una
tarde le pregunté por qué me propuso de quedar con su hermano. Me contestó que
con él albergaba alguna esperanza de disparar a los pájaros que tenía en la cabeza.
Le hice una nueva pregunta: según mi interpretación ella quería más a su
hermano que a su madre. Carol me lo reprochó, era su hermano pequeño y lo veía
como tal.
Llegó
el año 2015, un año muy movido. Hubo elecciones municipales, autonómicas en
Cataluña y generales en España. Un orgasmo político para Bárbara y Alberto.
Carol era feliz, así veía poco a su familia, ya que siempre estaban en mítines.
Nosotros llevábamos un año saliendo, yo seguía estéril en mi escritura. Ni
empecé a escribir, no me apetecía.
Alberto
llamó una tarde a Carol, en plena campaña de las elecciones municipales, y le
comentó que se tenían que ver, porque él haría un mitin en un bar de ambiente.
Alberto no era candidato, iba como segundo líder del partido, apoyando la
candidatura municipal. Bárbara estaba en Madrid para impulsar el partido en la
capital.
Carol
aceptó porque se lo pidió su hermano. En mi opinión, a su madre no le hubiera
hecho el favor. Para Alberto era importante que estuviera, dar un aire de
familia moderna, la hermana con su hermano homosexual. Yo no fui, no me
invitaron y lo agradecí. Cuando volvió, Carol me contó lo que sucedió.
—Ha
sido el colmo de la falsedad, amor —empezó a explicarme—. Me ha sorprendido ver
a Alberto beber Moritz, dice que beber esa cerveza da un aire progre, lo cínico
es que a él no le gusta, bebe otra marca. He pensado en ti, que sí bebes esa
birra.
—No
me sorprende, Carol.
—Luego
ha estado con varios activistas asegurándoles que, si ellos ganan, habrá en las
bibliotecas libros sobre la historia de la lucha homosexual, sus ideas y su
justa reivindicación.
—Yo
lo veo muy bien —contesté admirando la gran idea.
—Yo
también, pero no hace falta que se haga el gay, puede decirlo como el
heterosexual que es. Yo sé que lo piensa de verdad, que lo dice con el corazón.
—Cariño,
me choca que aún te sorprendas tanto.
—Si
lo hago es porque sé que él cree en una sociedad más justa, pero se contradice
cuando actúa maquiavélicamente.
—El
fin justifica los medios.
—Exactamente,
¿no lo ves una contradicción?
—Sí,
Carol.
—La
culpa es de mi madre.
—¿Tu
madre no cree en una sociedad más justa?
—Ya
la escuchaste, ella cree en la sociedad más justa forjada por ella.
—Le
pasa a mucha gente de izquierdas.
—No
como a ella.
—No
los conoces como a tu madre, Carol.
—Puede
ser.
—Sigo
sin comprender por qué te quema tanto este tema.
—Detesto
la hipocresía. Y más de dos personas que no necesitan hacer tanto teatro, van
sobrados de buenas ideas y talento.
—Sí,
pero las democracias que se han construido en Occidente son populistas,
básicamente porque las poblaciones no están cultivadas. Pasa en España, Italia,
Alemania o Estados Unidos, da igual el país.
—Por
eso yo no estoy con ellos. Prefiero no ceder en mis ideales que arrastrarme por
los votos.
—Carol,
al final quieren poder, quieren estar por encima del bien y del mal.
—No
lo dudes, aunque opino que, a pesar de tanta falsedad, lo harían mejor que los
dos partidos de siempre.
—Y
yo, Carol.
El
PRPE ganó las elecciones en Barcelona, Madrid, La Coruña, Cádiz y Valencia. Un
triunfo que nadie barruntó. Desde 1931 no se veía un éxito republicano en dichas
elecciones, aunque las del 2015 no fueron de la misma envergadura. El PRPE se
aprovechó de la crisis económica que azotaba a la clase trabajadora desde el 2008,
de la crisis política por el bipartidismo rancio de la segunda restauración y
la familia corrupta que era la monarquía borbónica.
Yo
me alegré, porque a pesar de conocer las rarezas de la líder y sus visión del
populacho, consideraba que era un partido joven con ganas de mejorar las
Españas y de fundar de nuevo una república de intelectuales como en 1931. Para
Carol no era algo positivo que hubiera un gobierno tan elitista, yo le daba la
razón, pero lo prefería a un gobierno populista cuyo presidente iba a todos los
partidos de fútbol del Real Madrid.
Nosotros
nos mantuvimos al margen de todos esos episodios. Casi no vimos a mi suegra y ni
a mi cuñado en los meses siguientes porque no pararon de trabajar. Las ciudades
que acabaron gobernadas por el PRPE no cambiaron tanto como pensaba la gente,
pero también es cierto que las competencias de un Ayuntamiento son pocas.
Estuve
unos días con mi familia política en agosto. Todos disfrutábamos de unas
merecidas vacaciones de verano, aunque las de Bárbara y Alberto fueran solo de siete
días. Solo siete días que atemorizaron a Carol, se temía lo peor. Si fuimos de
vacaciones con ellos fue porque yo insistí en que tenía que ver a su familia y
fui tan cansino que aceptó.
Veraneamos
en un pueblo de nuestras Españas, aunque no pienso decir cuál es. No porque no
quiera recordarlo, sino para no beneficiarlo o perjudicarlo, según se mire. Los
dos primeros días fueron tranquilos. Bárbara se mostró respetuosa conmigo, pero
no abierta. En cambio, intimé algo con Alberto, era una persona idealista y
creía en un cambio político en España.
El
aspecto negativo era que no tenía autocrítica, sus ideas eran las mejores. Según
él no era un idealista, sino un luchador; según él no era un falso por mentir
sobre su sexualidad, sino «un abridor de caminos», dijo literalmente, lo cual me hizo pensar en la crítica maligna
de su madre a mi prosa. ¿Sería justa y atacaría a su hijo con el mismo rigor?
Como
he escrito, la paz duró dos días. El alacrán que tenía Bárbara en la cabeza le
picó para revolucionar el pueblo. Eran las fiestas del lugar y, cómo no, lo
celebrarían matando a unos toros hambrientos de carne humana. Según Bárbara,
había que hacer algo para evitar tal barbarie. Yo le daba la razón en que matar
toros era una actitud poco razonable, pero en ese momento me mordisqueó el
cinismo.
—Bárbara,
sé que está mal, sin embargo, piensa un momento lo que vais hacer.
—Está
todo pensado —dijo ella.
—Sí,
pero es casi violento el acto que vais hacer tú y el resto de animalistas.
—¿Por
qué? —Alberto preguntó sorprendido.
—No
veo muy normal ir a insultar «asesinos» al público y provocar hogueras para que
no se celebre el acto. No es muy pacífico, vosotros tenéis la razón, no hace
falta la violencia, dicha actitud os la quita.
—No
me salgas con esas —se defendió Bárbara.
—Es
mi opinión.
—La
respetamos —habló Alberto.
—Es
más, el toreo cada vez tiene menos simpatizantes, poco a poco irá
desapareciendo.
—Te
equivocas, tú tienes la percepción de Barcelona, donde prohibieron los toros
porque iban cuatro gatos a las plazas, pero en este lugar la historia cambia.
—Alberto,
tal vez tengas razón en tu opinión, pero vosotros sois personas que creéis en
la paz, no en increpar e insultar gratuitamente. El animalismo os ha domado —dije
en un tono provocativo.
—Ya
está el escritor con sus recursos de segunda categoría. Yo no te pido que
participes, yo no te pido que colabores, yo no te pido que luches, yo no te
pido nada porque de ti no se puede sacar nada. Al menos, has tenido el detalle
de no decirlo delante de Carol. No entiendo tu actitud, eras tú quien querías
que nos fuésemos de vacaciones juntos. Mira cómo nos tratas, no somos unos
políticos que solo hablan, también actuamos.
—No
es una actuación gratuita, habéis convocado a los medios de comunicación.
—Para
que la lucha no enmudezca —respondió Alberto mirando a su madre, gesto que no
supe interpretar.
—El
tiempo me dará la razón —dije yo en un tono fresco, pero serio.
—O
a nosotros.
Nuestra
amigable charla acabó así. Le expliqué a Carol lo sucedido, fui sincero. Ella
no vio bien lo que hice, tendría que haberlos dejado hacer, era cierto que
siempre estaban buscando su momento de gloria, actitud que le disgustaba, pero
ella intentaba que nosotros no estuviéramos en ese mundo.
Yo
lo acepté cuando iniciamos nuestra relación. Ese día, según Carol, rompí ese
compromiso por criticarlos. No fue una discusión de alto voltaje, no obstante,
veía en Carol un alejamiento injustificado con su familia. Le pregunté si me
ocultaba información, me respondió que no, yo era la persona en la que más
confiaba. Me quedé más tranquilo e intenté no darle más vueltas al asunto.
La
manifestación animalista fue un éxito para mis familiares políticos, éxito que,
lógicamente, se traducía para ellos en un espectáculo ruidoso que fue visto en
todos los televisores de las Españas. Insultaron a los toreros, a los
seguidores, a los taquilleros, al vendedor de refrescos, incluso a la bandera
monárquica, practicando un populismo en el que se mezclaba la política con la
tauromaquia. Obligado estoy a escribir que los taurinos no se quedaron cortos,
se defendieron con el mismo talente. En conclusión, fue una escena lamentable
para ambas partes, nunca he entendido a ninguno de los dos grupos.
Lo
que no esperaba mi querida suegra era la tragedia que sucedió al día siguiente.
Era sábado, su penúltimo día de vacaciones. En el pueblo, trabajando en la obra
de una casa, falleció un inmigrante ilegal. Era de Ghana.
Bárbara
y Alberto salieron en los medios de comunicación condenando el crimen. Sin
embargo, no convocaron una manifestación para luchar contra los explotadores de
personas. Yo no me metí en ese acto hipócrita, fue Carol quien rompió su regla
en aquella ocasión.
—¡Es
increíble, mamá! ¡Es el colmo! ¡Qué vergüenza! Convocar una manifestación por
unos toros y no por una persona.
—Yo
pienso igual que tú.
—¿Entonces
por qué no haces nada?
—Por
desgracia, no hubiera sido un éxito la manifestación, hija. Vivimos en una
sociedad que se moviliza más si muere un perro atropellado por un ciclista
borracho que por la trágica historia de ese hombre. Yo estoy contigo, te lo
garantizo, Carol, pero nuestros asesores nos han asegurado que sería una
pérdida de tiempo.
—Carol
—interrumpí yo—. Por una vez, tu madre tiene razón. Es repugnante nuestra forma
de ser, pero ha dado en el clavo.
—No
estoy de acuerdo —dijo Carol un poco más calmada—. Mamá, si hubieras querido convocar
una manifestación, lo hubieras hecho. Incluso yo hubiera ido, pero no te
interesa, porque no hay cámaras.
—Sin
cámaras, la lucha enmudece —replicó Alberto con una frase que ya me había dicho
a mí.
—Están
las redes sociales, que son el eco de cualquier voz. ¡Y querías que me casara
con un marroquí! ¡No soporto vuestras acciones!
No
hubo manifestación ni nada de nada. Bárbara y Alberto, cuando llegó el mes de
septiembre, se centraron en las elecciones autonómicas en Cataluña. Fueron unas
elecciones duras, porque el PRPE tuvo que luchar contra una plataforma de
políticos y ciudadanos independistas, los cuales no querían saber nada de
España ni las Españas.
El
PRPE era la tercera fuerza más votada según las encuestas. La segunda el
partido de Españoles en España (EE), un claro partido nacionalista que apoyaba una
economía neoliberal desde esa actitud rancia que carcome nuestra cultura.
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