sábado, 5 de julio de 2014

Interiores (Fragmento Tercero).

V.

María estaba sentada, miraba a su marido tumbado en la camilla, ella estaba preocupada y no cesaba de llorar. Antonio había sufrido un ictus cerebral la mañana de ese mismo día. Había estado todo el día con él. Por la tarde llegó la primera visita, era Ana.
—María, ¿cómo estás?
—¿Cómo voy a estar?
—Ha salido por todos los medios. Todo el mundo está con Antonio.
—Todo el mundo está con el escritor, pero nadie ha venido a ver a Antonio. Su editor está en el extranjero de vacaciones, le he llamado y me ha dicho que vendrá mañana —María calló. ya que no quería hablar de la otra persona.
—¿Y su hijo?
—Su hijo no puede salir de donde está. Es parte de la rehabilitación.
—Sí, lo sé, pobre chico.
—¿Pobre chico? —rio cínicamente. Ana cambió de tema.
—Solo hace tres meses del Nobel. Se le veía tan feliz en la televisión y ahora ha estado a punto…
—El médico me ha dicho que ha sido un ataque leve, saldrá adelante —María cortó la interpretación melodramática de su amiga.
—Me alegro muchísimo.
—Yo también. —Miró a Ana, la vio preocupada y agradeció su visita—. Sabía que tú vendrías. Siempre has sido una amiga fiel.
—Y tú. Me apoyaste muchísimo con el divorcio. Dejemos eso, hoy tienes un problema muy desagradable, espero que no se convierta en una desgracia.
—Otra más, no sé cómo aguanto —María miraba a su marido mientras hablaba.
—Eres una mujer fortísima, aunque te creas todo lo contrario.
—No sé si soy fuerte, Antonio me dice que soy tonta —María al responder dejó de mirar a su marido para observar a su amiga.
—Os conocisteis por fuerzas mayores, tu padre se aprovechó de ti una vez más.
—Sí, nos reencontramos en el entierro de mi madre, la pobre sufrió con ese cáncer. Mi padre solo vino para decirme que no podía seguir estando sola, Pepe llevaba ya dos años muerto y yo no había estado con nadie. Entonces me habló de Antonio, yo no sabía quién era, ya sabes que no leo. Me dijo que era un amigo, un escritor muy bueno, había publicado su cuarta novela en aquella época. Era listo, educado, bla, bla… Resumiendo: me haría feliz.
»Me negué porque no era mi tipo, no quise ni ver la foto, entonces mi padre… —Calló, estaba furiosa y miró de reojo a Antonio para entender el pasado. Luego encajó sus ojos enfrente de los de Ana y habló de nuevo—. Entonces él me dijo: «hija, no puedes tener hijos, ¿dónde vas a ir? Antonio tiene un hijo y no quiere más, no hay otro hombre como él». Nunca olvidaré estas palabras.
—Normal, María, eh, quizá no es bueno hablar ahora de algo tan delicado —Ana estaba preocupada porque María rio de nuevo histéricamente cuando acabó de hablar. Nunca antes había visto así a su amiga.
—¿Por qué no? «No hay otro hombre como él» significaba en el idioma de mi padre que no había otro hombre rico y dispuesto a quererme. Acepté finalmente, pensé que me iría bien cambiar de aires, una persona totalmente diferente en mi vida podría colorearla. —Esta frase le provocó una carcajada sañuda.
—María, María…
—¿Sí?
—Perdona que te pregunte, Dios, ¿has bebido?
—Sí, un poco, estoy destrozada por lo sucedido.
—Entiendo. ¿Dónde está el alcohol?
—Se ha acabado.
—Mejor, no compres más.
—No sé.
—Estaré a tu lado para que no bebas.
—Gracias, eres una buena amiga. —Volvió a mirar a Antonio y sintió la necesidad de vomitar su impotencia—. Nunca lo quise como a Pepe, le tenía cariño, no era mala persona, su problema era que no sabía disfrutar de la vida. Su ex le ha atormentado durante toda su vida, sé que nunca me ha querido como a ella, me da igual. Estuvimos juntos porque mi padre nos comió la mollera. Sé la causa de que Antonio aceptase conocerme, ya lo sabes, me da mucho asco contar esta parte de nuestra historia.
—No hace falta.
—Gracias a ti estos secretos no salieron en la tele y las revistas. Siempre me has defendido. —Cogió las manos de Ana y temblaba.
—Duerme un poquito, te sentará muy bien.
—No estoy cansada. —Cedió sus manos y abrió los ojos como muestra de su fuerza—. —Necesito hablar, por favor te lo pido, por favor, si estoy callada pienso que puedo perderlo… —Suavizó su mirada—. Así me distraigo, conoces la historia, lo sé. Entiéndeme, así me distraigo de esta tragedia.
—Está bien, sigue hablando.
—Vivíamos juntos al año de conocernos y nos casamos a los dos años. Estuviste en la boda, no fue como la de Pepe. Mi padre esa tarde bebió mucho y por la noche murió en su coche que se había pagado con las exclusivas. Quizá fue la señal de mi patético matrimonio con Antonio.
—Nunca has tenido suerte en la vida. Tendrías que haber dejado a Antonio, te lo llevo diciendo muchísimos años.
—¡Sí! Ya sé tu respuesta, irme con mi hermana. Si no lo he hecho es porque me gustaba y me gusta vivir cómodamente. Ella es ama de casa, a veces hablamos por teléfono, parece aburrida aunque no ha sufrido como yo. Ella fue lista, se fue lejos de mi vida pública.
—Tu padre me comentó que Sofía era como tu madre, que poseía la misma humildad.
—¿Y yo?
—Tú eres una buena persona como tu madre y materialista como tu padre.
—Sí, por eso estuve con Antonio, era el único que me podía querer pero no surgió la chispa. Los dos primeros años fue educado, todo cambió con el matrimonio. En realidad, Antonio no quería casarse. —Volvió a mirar a su marido y entristeció todavía más su rostro.
—María, estás preocupadísima. Los médicos han dicho que ha sido un ataque leve, ¿no? Saldrá adelante.
—¿Tú crees?
—Segurísima.
—Él no era mala persona. El problema era que no nos hemos querido y una vez muerto mi padre no teníamos ningún motivo para estar juntos, aunque seguimos. Ni él ni yo teníamos motivos para estar juntos, él no volvió a escribir un buen libro y me echó la culpa a mí.
—Eso es cruelísimo, nunca lo he entendido.
—Tampoco yo. Decía que tenía una vida aburrida conmigo y no tenía buenas historias.
—¡¿Y qué hace contigo?! —María había conseguido alterar a Ana.
—Ni él mismo lo sabía. También yo me pregunto por qué he aguantado tanto.
—Eres una persona buenísima. Escucha, hace tiempo que pienso en proponerte algo. Ahora las circunstancias son más complicadas, no importa, cuando estés bien dejas a Antonio y te vienes conmigo.
—No puedo dejarlo solo, es un niño, se haría daño.
—No es tu problema.
—Es mi marido. Quiera o no, es mi problema.
—Te mereces ser feliz.
—Él también, Celia le destrozó la vida.
—Y él la tuya.
—No, no fue él. Fue mi padre. Te confieso que odio a mi padre. ¡Odio a mi padre!
—Era una persona cruel, solo ha hecho una cosa bien.
—¿Qué?
—Tú.
Ana sonrió suavemente pensando que aliviaría a María, deseo que no sucedió. Ana habló de su trabajo para distraer a su amiga. El miasma contaminó el ambiente, cuando María al fin se despejaba, porque Celia entró en la habitación. Sin duda, era la última persona que María esperaba ver. No obstante, pensó que una persona gélida como Celia era capaz de cualquier acto salvaje. Tenía setenta y cinco años, sus ojos expresaban cansancio, cansancio que no enterró su orgullo y altivez.
—Buenas tardes ¿cómo está Antonio? —Celia hablaba con un tono estentóreo.
—Ha tenido suerte dentro de lo que cabe. No esperaba verte.
—Sí, ha pasado mucho tiempo, Pedro era un adolescente. Antonio es el padre de mi hijo, él no puede venir y me ha pedido que venga yo.
—¿Cómo está Pedro? —Ana preguntó sin pensar.
—Lo está pasando mal. Espero que no lo publiques en tu revista.
—No publico nada relacionado con la vida de mi amiga.
—Está bien, tienes principios —Celia ironizó.
—¿Entonces has hablado con Pedro?
—Sí, María. No puede salir del centro… —Celia calló, le costaba hablar de un tema tan delicado—. María, por favor, me gustaría hablar contigo a solas.
—Ana, si no te importa.
—Claro que no. ¿Estarás bien?
—Sí, tranquila.
Ana se fue de la habitación. Celia esperó unos segundos cuando la periodista cerró la puerta. Entonces la anciana la abrió otra vez para asegurarse de que Ana se había ido, no la vio, volvió a cerrar la puerta y miró a María como un objeto más de aquella habitación inerte.
—Antonio se va alegrar mucho cuando salga del hospital y vea cómo han subido aún más las ventas de sus libros. —Celia inició la plática que había preparado horas antes.
—Es así por tu culpa.
—Yo le enseñé a escribir por amor al arte. Es así porque es débil, como su hijo, es igual que él.
—¿Cómo puedes hablar así de tu propio hijo?
—Yo lo he querido más que a mi vida, has visto cómo se ha autodestruido. Yo creía que él podía ser algo grande, sin embargo, a los catorce años no mostraba ninguna aptitud, nunca ha sabido hacer nada, es lógico que me desilusionase.
—Por Dios, es tu hijo, no puedes hablar así, quizás tienes parte de culpa.
—Sí, es cierto. Nunca tuve que haber conocido a su padre.
—Fuiste tú quien le destrozó la vida.
—¿Por qué lo defiendes tanto?  Pedro me ha comentado cómo te tratan. Son injustos, tú eres una buena mujer. Has ayudado a Pedro cuando yo fui severa con él, creí que así mejoraría, no pudo ser porque cayó en tus brazos y tus mimos lo debilitaron. Con los años él ha crecido y mira cómo te ha devuelto tu cariño.
—Está perdido por vuestra culpa.
—A mí me respeta…
—Pero no te quiere. —María cortó bruscamente a Celia. Se sentía incómoda con ella.
—No, no me quiere.
—¿Y tú lo quieres ahora?
—A mi manera. María, yo sé que tú lo has querido mucho, fue el hijo que tu cuerpo no parió, querías que te viese como madre. Te odiaba en aquella época, mientras yo era dura con él, tú le dabas comprensión y bondad. Él estaba más por ti que por mí, algo que me dolió mucho.
—No fue mi cariño, sino tu maldad la que hizo a Pedro buscarme. Una vez, tenía dieciséis años, vino casi llorando porque tú le habías llamado «inútil de mierda» por sacar un 6 en un examen de castellano. No me extraña que haya acabado así. –María observó brevemente a Antonio tras decir la última frase, fue el único momento en que se atrevió a mirar a su marido delante de Celia.
—¿Qué? —Celia se indignó y no creía que María comentase tal atrevimiento—. Yo creo que la culpa es de Antonio y tuya.
—Dime el motivo.
—Antonio no educó en ningún momento al niño…
—No lo dejaste.
—No me cortes, por favor, intento ser educada. Digo que Antonio no supo educar a su hijo y tú… tú le hiciste creer que no era malo no ser grande. Mi sueño era que fuese un gran escritor y tú lo destrozaste.
—Era tu sueño, él es una persona normal, una buena persona, y le has hecho mal, como a Antonio.
—Antonio es un gran escritor gracias a mí.
—Le has dado una historia rara y él escribió un buen libro.
—¿Tú qué sabes? —Celia rio vehemente—. Nunca has leído un libro. Desde que Antonio está contigo no ha escrito ni una página decente. Si al menos le hubieses hecho feliz.
—Fallamos los dos.
—Sí, los dos seguís amando a vuestras antiguas parejas.
—¿Y tú?
—¿Yo? Yo lo he querido, como he querido a Pedro… —Celia no pudo responder, cambió el tema—. Respóndeme una pregunta por favor, me gustaría saber cuándo Pedro se hostilizó contigo.
—A partir de los veinte años, cuando vi por accidente a Pedro esnifando. Lo comenté con su padre, Pedro lo desmintió y su padre creyó a su hijo. Nunca más confió en mí. Desde entonces únicamente nos ha robado el dinero.
—Yo sabía que decías la verdad.
—¿Y por qué no hiciste nada??
—Hablé con él, y sabes cómo soy, me enfadé… —Celia calló, no podía seguir con la conversación, interpretó que miraba el reloj y gesticuló una cara de sorpresa—. Excúsame, es tarde y tengo que irme. Además, tu amiga está esperando a fuera.
—¿Volverás?
—No.

Celia se despidió con un gesto casi femenil. María se tranquilizó cuando se fue, Ana volvió a entrar y notó a su amiga extraña. No hablaron mucho, el ambiente estaba tenso, poco a poco el miasma de Celia se desinundó. La periodista no cumplió su promesa y se marchó una hora después de la salida de Celia. María se quedó sola y aprovechó para abrir su bolso, cogió un pequeño dosier, era una confesión de Antonio sobre su matrimonio. María lo había descubierto años atrás, era el único texto que había leído en su vida, desconocía si tenía talento, le importaba únicamente su valor personal. Antonio no tenía conocimiento de que su confesión había sido leída. María volvió a esconder el dosier en su refugio. Sin embargo, había sentido la necesidad de llevarse la confesión con ella tras el ictus cerebral. Quizá fuese una tortura o simplemente era la necesidad de desatar el bramante y por eso mismo inició la lectura.