Baluarte.
Dedicado a Eduard Cano.
“¿Mas
no era eso la vida, una constelación de sorpresas que destellaban y luego se
apagaban con una falta de significación que revelaba al fin todo su sentido?”
José
Luis de Juan. Kaleidoscopio.
Armando estaba buscando un taxi en un punto de la ciudad poco golpeado
por el ritmo urbano. Pasaron veinte minutos incandescentes hasta que encontró
uno, entró en el automóvil, indicó la calle a la que se dirigía y que por
cierto ya llegaba tarde. No habló con la taxista, estaba acuñando sus
pensamientos, así que no fue consciente cuando llegó a la vía, fíjese en su
distracción que fue avisado por la mujer. Armando miró a la calle sin mover su
cuerpo, vio que se acercaba Inés, subió al coche y se saludaron fríamente. Él
anunció la nueva dirección. Durante el viaje, Inés analizó a la conductora,
segundos después sonrió reconociendo el sinsentido de su envidia. El taxi paró
en una calle apretada, transitada por el silencio, él pagó las dos carreras y
bajaron aceleradamente para dirigirse a un hotel cercano. Aunque sea difícil de
comprender para usted, ambos aún no abrieron la boca, el mutismo era un amigo
fiel, una amistad idealizada como la de Epicuro.
Ya en la habitación, Armando habló con bonitas palabras , básicamente
eran órdenes sobre el ritual a seguir. Inés contestaba afirmativamente, no le
apetecía hablar, abrió su boca para preguntar a Armando si le gustaba, él
respondía un sí rotundo. La abrazaba cariñosamente, pero sin ser empalagoso, era
una armonía trabada por ambos que prendía con el correr de los años. La plática
se inició cuando llevaban una hora en la habitación.
—¡He sido una tonta!
—¿De qué hablas?
—Por un momento he estado celosa de la taxista.
—¡Ja, ja, ja! —Armando no pudo contestar.
—¡Ríete! No estoy acostumbrada a ver mujeres conduciendo un taxi.
—Eres una machista, Inés.
—No lo sabía.
—Lo que me faltaba. ¡Mi amante celosa!
—Hablando del amor, ¿qué tal tu esposa?
—Creo que bien, absorbida como siempre con sus alumnos. Cree que una
profesora de secundaria tiene una gran responsabilidad social.
—Armando, es un trabajo importante.
—Por supuesto. Sin embargo, a veces exagera, es igual que una misionera. Yo
le comento que muchos no quieren estudiar, no puedes cultivar en tierras
estériles. Tendría que dedicarse a los alumnos atentos, no me hace caso. Ya les
viene de herencia, de tener unos padres que tienen una inteligencia con una
hondura como el agua del fondo. Yo no soy ninguna lumbrera, no me gusta leer,
pero jamás le he dicho a mi hija que no lea o que no estudie. Conozco a esos
padres, ven como estrafalarios a los lectores…
—Me aburro —Inés ironizó y cortó secamente a Armando.
—Perdón, me hierve la sangre pensando en este tema. Ella tiene mucho
talento y lo pierde con cuatro desagradecidos, es una idealista. En cambio, yo
soy más práctico, quizá más egoísta, aunque es porque no me gusta perder el
tiempo como a mi mujer.
—¡No seas acerbo con ella!
—Pareces su abogada.
—¡Claro! Soy abogada de tu mujer —Inés rio cínicamente, luego continuó la
conversación—. Por cierto, adivina la última de mi marido.
—Dime —Armando respondió indiferente.
—La última vez que nos vimos te comenté que cerró una de sus
autoescuelas. Bien, pues la semana pasada hablamos con un hombre que estaba
interesado en el local. Me parecía sospechoso, unos minutos después se le
escapó que alquilaría el local como vivienda o habitaciones para inmigrantes. Imagínate
un local con una ducha común para cuatro familias, no es legal ni higiénico. Lo
peor de todo es que a mi marido no le importó, está dispuesto a alquilar el local
a ese hombre.
—Piensa que esa gente no tiene dinero para más.
—No es una vivienda, ¿cómo podrán cocinar, ducharse o expulsar?
—¡Ja, ja, ja! Adoro tus eufemismos, no veo lógica en la expresión, pero
te entiendo. Tienes que estar molesta.
—Claro, mucho. Le he dicho que no cerrase el trato, ni caso. No quiero
saber nada de ese dinero.
—Inés, él únicamente alquila el local.
—Participa indirectamente. El local es mediano, tiene una superficie de
unos ochenta metros cuadrados, ese déspota ganará mucho dinero.
—Pues que tu marido le pida más cuando renueve el contrato.
—¡Tú eres como él! —Inés cruzó los brazos como una niña enojada.
—Habéis tenido que cerrar dos autoescuelas y hay una crisis de la hostia.
—Hay otras soluciones.
—Seguro que ese hombre le pagará religiosamente cada mes.
—Así que tengo que resignarme.
—No es resignación, me refiero a aceptar la realidad sin tanta pasión. Una
indiferencia racional.
—¿Racional? Armando, tú me hablas de un egoísmo brutal, arrasador.
Estamos en el 2012, siglo XXI. No entiendo cómo pueden existir aún
explotaciones de esta índole.
—No sé por qué piensas que en el siglo XXI tiene que haber una evolución
progresista de la humanidad.
—Bien, la hubo en el siglo XX, no estamos en la
Edad Media.
—Te recuerdo que en la Edad Media
no hubo dos guerras mundiales que mataron a millones de personas. Creo que no
es justo criticar a siglos anteriores como bárbaros cuando nuestro presente es
mucho peor.
—¿Y el Estado de bienestar?
—¿Cuánto llevamos de Historia? Mucho, creo yo. Aquí en España llevamos
treinta años del Estado de bienestar, en otros países un poco más, no importa. Ahora
mismo en el Parlamento están modificando unas leyes para serrar tu querido bienestar.
Así que poco ha durado la fiesta comparado con los siglos de matanzas y
violaciones. La guerras son más destructivas en cada siglo, seguro que en este
habrá una terrorífica.
—Para ti no ha cambiado
nada.
—Inés, entiendo
que tú quieras el bien, como yo y millones de personas, pero sois ovejas y poco
importáis a los pastores.
—Tienes un concepto muy bajo de la humanidad.
—El que se merecen muchas personas.
—Lo ves, Armando, tú lo has dicho, no es todo el mundo.
—Sino qué desgracia, creo que me habría suicidado. Además, tú eres de
esas personas.
—Gracias. —Inés rio suavemente, tales palabras elegantes la calmaron como
una aurora primaveral—. De todas formas, creo que podemos vivir en un mundo
mejor, unidos podemos…
—¡Para el carro, que ya me imagino tus siguientes palabras! Este discurso
es viejo y caduco.
—No, no lo creo. Las ideas no caducan.
—Puede ser, aunque he visto muchos idealistas que han guardado sus
principios en el cajón y han cobrado sus finales en sus cuentas corrientes. Una
vez que una persona ha llegado al poder le cambia la mentalidad, no piensa en el
pueblo.
—Eres muy pesimista.
—Con la sociedad, sí. Creo que no interesarse por la política es algo
sabio.
—La ignorancia da la felicidad.
—U ojos que no ven, corazón que no siente. Llámalo como quieras, Inés. Intentaré
componer una metáfora, a pesar de no ser muy ducho en la literatura como tú. Escucha,
yo vivo en un castillo encima de la montaña para que mi familia viva bien, he
fortificado un baluarte para que la artillería política y económica no nos
enarbole con su explotación económica. Debajo de la montaña vive el pueblo, los
campesinos y artesanos viven en la tierra media. En dicha tierra corre el agua
que les da la fertilidad para sus tierras, para comer y cocer entretenimientos,
pero para nada más, no aspiran a nada más.
—¿Entonces te consideras superior a un obrero de una fábrica?
—No soy superior, yo también trabajo con mis empresas, me he ganado bien
la vida, luchando, te lo aseguro. Estando bien es una pérdida de tiempo
preocuparse por la política.
—Yo lo razono desde otra óptica. Cada cuatro años votamos a nuestro
dictador, la gente es consciente de eso. Han estado ignorándolo cuando en
España iba todo muy bien, ahora en cambio, se han dado cuenta de que hay que
democratizar el sistema, porque no es una pérdida de tiempo preocuparse por la
política. Yo creo en una presión continua democrática al poder, no hablo de una
total igualdad, pero tampoco es bueno que un país esté haciendo padecer a sus
clases medias.
—Clase media, otro eufemismo.
—Puede ser, así se ve mucha gente.
—Porque los engañan, Inés.
—Y tú no te ves como tal.
—Yo soy un pequeño empresario, un autónomo. Miro por mis negocios,
intento tener contentos a mis trabajadores, claro que tampoco llego a cometer
excesos de caridad, sino no estaría donde he llegado.
—Así hablan muchos. A ti, por eso te creo.
—Gracias. ¿Qué hora es? —Armando miró el reloj que estaba en la mesita de
noche— ¡Joder! Qué tarde, qué pena.
—Sí, nos tenemos que ir. —Inés contestó en ese momento como una niña a la
que le han quitado su juguete favorito y se aguanta las lágrimas.
—¿Volvemos juntos?
—Mejor que no.
—Oh, de acuerdo. —Armando suspiró.
—No te lo tomes a mal. Si nos vamos juntos voy a pasar un mal trago. Ya
estoy deprimida porque me voy de este mundo, mejor cortar directamente. Tú me
has enseñado eso.
—Demasiado bien has aprendido.
—No lo digas con tanta resignación emocional. Sin pasión, por favor.
Está bien.
Los dos se vistieron lentamente, el tiempo corrió como siempre sin
prestarles la menor atención. Bajaron a recepción. Inés insistió en pagar la
habitación, Armando intentó persuadirla, no lo consiguió y fue finalmente invitado.
Salieron a la calle, se miraron, no fue una despedida sentida, ya que ambos
reprimían sus emociones, sabían que estas son imprevisibles y de corta vida. Una
vez estuviesen protagonizando su vida real ya no pensarían en el momento vivido,
salvo en honrosas excepciones: quizás en momentos de soledad o para animarse
tras otro día de trabajo.
—Bien, Inés, esperemos que nos veamos pronto. ¿Te vas directamente al
trabajo?
—La semana que viene tal vez tenga tiempo, por el mediodía, como hoy.
—Espero que sea así. Entonces te llamo la semana que viene. No me has
respondido a la pregunta
—¿Cuál? —Inés interpretó un despiste ingenuo, Armando le volvió a
formular la misma pregunta, ella sonrió suavemente—. Perdón, cierto, estoy
nerviosa. Sí y no.
—¿Cómo? No te entiendo.
—He quedado con mi compañero Emilio, está pasando un mal trago con su
separación… ¡No pongas esa cara! Ya te he hablado de él.
—Sí, cierto. Es un trabajador nato como tú, no sabía que hablabais de
vuestras intimidades.
—No mucho, es un hombre tranquilo y bueno. ¡Estás celoso! —Inés rio—.
Tranquilo no está aún ni divorciado. Nos vemos la semana que viene, no te
tortures por situaciones que no existen.
—Lo intentaré, tú recuerda lo que hemos hablado, no te quemes por eso —Armando,
en ese momento, no se atrevía hablar claramente.
—No te prometo nada, cuídate.
Inés no lo besó, giró su cuerpo y caminó pausadamente, como si no hubiese
sucedido nada. Armando la observaba, analizaba otra vez su silueta, la cual se
iba diluyendo segundo tras segundo. Aprovechó hasta el último momento. Fue un
día corriente, con los problemas perennes y las pequeñas escenas repetidas,
igual que el trabajo en una cadena de producción. No obstante, la noche sucumbió
rápidamente al día.
Armando estaba hirviendo el arroz, era la cena para él y su esposa. Se
exigía una cena ligera, porque le preocupaba su imagen exterior, un empresario
en parte vivía de una sólida imagen pública, o al menos eso creía. La esposa no
actuaba de una forma tan severa, lo cual provocaba más de un enfrentamiento.
Armando argumentaba, primero, que
trabajaba de cara al público, y, segunda cuestión, sufría tal sacrificio para
que ella le siguiese viendo atractivo. Ella creía escuchar exageraciones en las
opiniones de su marido, sin embargo, ambos tenían cuarenta y cinco años, era
consciente de la pesadez de los años y los pensamientos de su marido le
influían. Las exageraciones se transformaban en navajas afiladas y en su mente
surgía la misma idea: estar bella para su marido.
Él tenía la cabeza ocupada en otros menesteres mientras cocinaba. Estaba
preocupado por su hija Marta, de dieciséis años. Esa noche no cenaba con ellos
porque estaba en casa de los padres de su novio. Armando creía que su hija estaba
viviendo demasiado rápido, era un tema que quería hablar con su esposa. Cuando
ella llegó ya estaba la cena servida en la mesa. Preguntó si había llamado su
hija, evitó mostrar su enojo cuando escuchó la respuesta negativa, posiblemente
llamaría más tarde. Se cambió rápidamente de ropa, ya que la esperaba su
marido. Una vez se sentó, él preguntó cuándo llamaría a su hija.
—¿Por qué no llamas tú? —preguntó fríamente.
—Cariño, conmigo está insoportable.
—Debe ser porque su padre trata con explotadores…
—No estamos hablando de este tema, cualquier momento es bueno para hablar
del alquiler.
—Armando, no vas a alquilarlo a una persona normal. ¡Es un estafador!
—Cariño, estoy preocupado por Marta, creo que vive muy deprisa. —Armando intentó
imponer su preocupación.
—¿Por qué? Esta noche duerme aquí.
—No importa eso. Tus padres a su edad no te hubiesen dejado ir a cenar un
jueves por la noche a mi casa.
—Los tiempos cambian, ahora los padres son más abiertos y razonables, no
estamos en la Edad Media.
—¡Y dale otra vez! Hemos hablado esta mañana de eso, ya sabes que no me
gusta hablar ahora de un tema…
—¡No me digas! No te gusta mezclar nuestro juego con el mundo real.
—Inés, esa era una de las reglas.
—Dirás una de tus reglas —habló indignada.
—Creo que hasta ahora nos ha ido bastante bien. Tú misma me dijiste que
era bueno hacer algo así, era diferente, dijiste «que era comer el mismo plato,
pero con salsa diferente». Es más, Inés, ¿cuántas veces se han quejado tus compañeros
del sexo y nosotros no?
—Armando, nosotros no, tanto mejor dicho. —Inés comió un poco de arroz
para tranquilizarse, masticó y habló más pausadamente—. Te recuerdo que en casa
ya no hacemos nada, no tenemos apetito. Tenemos que fantasear en hoteles,
haciéndonos pasar por amantes, actuación que interpretamos una vez cada dos
semanas o cada semana.
»Al principio, sí era muy divertido hacer ver que estábamos nerviosos,
pero contentos a la vez. Fantasear sobre unas vidas matrimoniales que nada
tenían que ver con nosotros. Sé que es una historia extraña, que si se la
hubiese explicado a un desconocido me hubiese mirado como una loca, me hubiese
dado igual, porque era excitante para
mí. Aunque de nuestro teatro hace cinco años ya, siento que la actuación ha ido
degenerando, ha ido de mal en peor…
—¿Por qué? Cariño, no entiendo…
—No hables más. —Inés abandonó el tenedor encima de la mesa, mientras
Armando comía para demostrar a su esposa que dominaba la situación. Ella volvió
hablar—. Tú al principio de nuestro juego te inventabas historias de una mujer
ficticia, como te he comentado antes, en cambio, ahora me criticas a mí. Soy
tan tonta que he aguantado el juego estas últimas semanas, pero no puedo más.
¿Me escuchas? No puedo más.
—Cariño, tú también me has soltado alguna.
—Tengo derecho a defenderme. No entiendo tu cambio de actitud, tal vez
tengas una amante de verdad.
—¡No! Sabes que no soy así. —En ese momento Armando batió su cubierto en
la mesa.
—Eso me gusta pensar, no soportaría la idea de que he hecho el tonto, jugando
a amantes, cuando tienes una en la vida real. Entonces, dime ¿qué pasa contigo?
¿Por qué ahora te las das de filósofo con tu misantropía? Lo peor de todo, lo
que más me duele, es cómo me has criticado por mi vocación en el instituto. Has
vomitado en lo que más creo, mi propio marido. Lo más cínico es que no has tenido
valor para decírmelo sino fuese por un mundo ideal, el cual tú has contaminado.
Quizás nos equivocamos, quisimos crear un mundo cuando solo existe uno.
—Inés, déjame hablar. —Armando se levantó, cogió su silla, se sentó en
frente de su mujer. Ella lo miró con rechazo y disgusto—. Sí, he cometido una
vileza, un error. Me enfadé cuando empezaste a trabajar en el bachillerato
nocturno, llegas tarde a casa, también trabajas por la mañana con los niños de la ESO , es algo que te quema,
estás más arisca conmigo y con tu hija.
»Nos vemos poco, no tienes ganas de tocarme, no es justo que te quejes
por no hacer nada en casa, ya que estoy dispuesto. Varias veces intenté hablar
del tema, tú no me escuchabas. Pensé que en nuestro mundo ideal habría una
posibilidad de cuestionar nuestro problema. Hasta ahora mismo, hablando contigo,
no me he dado cuenta de que al ser un mundo ideal no hay espacio para la
realidad cotidiana.
—Nuestro problema —ironizó Inés, se levantó indignada, recogió su plato y
se lo llevó a la cocina. Armando no hablaba porque planificaba su defensa. Ella
fue más rápida, cuando volvió se quedó rígida delante de él y habló de nuevo—. Trabajar
no es un problema, tú mismo esta mañana has comentado esta maldita crisis, a mí
me han congelado el sueldo y tú ganas bastante menos que hace cinco años. Para
colmo, quieres cada semana una aventura en un hotel, ahora no tenemos tanto
dinero como en tiempos anteriores. El problema es cuando no haces caso a tu
familia, cuando no te importa si sufren otras personas, aun quieres que te vea
con buenos ojos.
—Esas familias no pueden alquilar un piso porque no tienen dinero
suficiente ni papeles.
—¡Qué alquilen una habitación en la ciudad! Hay muchos de sus paisanos
que alquilan habitaciones para seguir adelante, vale lo mismo y es un piso de
verdad.
—Ese camino también es peligroso. Te lo tomas con mucha rigidez, igual
que Marta.
—Tu hija piensa más que tú, tiene más ética que tú. Por eso no me
preocupa que esta noche esté cenando con su novio, aunque no estén sus padres
en casa.
—¡Perfecto! Y yo sin enterarme, es muy joven aún…
—Me ha prometido que volverá, acéptalo sin pasión. —Inés satirizó a
Armando. Se fue cansada al lavabo a asearse y salió cinco minutos después. Su
marido seguía sentado en la mesa mirando el plato, no movía ni un centímetro de
su cuerpo. Lo miró, ejecutó nuevas palabras—.Tuviste una buena idea al poner
una cama en la habitación pequeña, porque hoy vas a dormir en ella. No vengas, sino
te echaré.
Armando no contestó, siguió sin pronunciar palabra. Su esposa se fue a su
habitación a dormir. Pasados unos minutos recogió su plato, tiró la comida
recordando los tiempos que iba mejor de dinero, fregó los platos. Cuando acabó,
Marta abrió la puerta del piso. Se saludaron, el padre preguntó cómo había ido
la noche, ella respondió «bien» con una sonrisa sincera. Él comentó su sorpresa
y alegría por su responsabilidad, pero ella lo miraba con expresión
decepcionante. No hablaron más, Marta también se fue a la habitación. Armando
encendió la televisión sin mirarla, tenía que ordenar de nuevo sus
pensamientos. Veinte minutos más tarde entró en su habitación para hablar con
Inés.
—Espera, Inés. Os
voy hacer caso, no voy alquilar el local a ese hombre. Lo hago por vosotras,
porque os decepciona mucho. Está claro que primero sois vosotras, si iba a
alquilar ese local era para asegurar un dinero. No sé cuánto más aguantarán
abiertas las otras cuatro autoescuelas, suerte que tenemos dinero ahorrado. Esperaré
y seguro que vendrá otra persona a alquilar el local. Ahora mismo me he dado
cuenta de que has educado bien a nuestra hija, el mérito es tuyo, no mío. Tal
vez eres una persona ocupada por tu trabajo, ¿y qué? Marta ya no es una niña. En
fin, me voy a dormir…
—Quédate aquí. Sabía que eres una buena persona, sabía que reaccionarías,
sabía que en el fondo lo hacías por miedo. No lo tengas, nosotros estamos
acomodados, no como antes, es cierto, pero vivimos bien. Nos han bombardeado
con noticias pesimistas, exageradas, y las hemos creído. Has tenido que
despedir gente, lo has pasado mal, lo he visto, por eso has argumentado así
esta mañana, es un escudo que te has inventado, no sabes que a mí no me
engañas. —Inés habló suavemente y con un tono bajo—. Vamos a dormir, mañana es
otro día.
Armando se quitó la ropa y se tumbó en la cama al lado de Inés. Estaba un
poco más relajado, no obstante, tenía una incertidumbre que le hurtaba el
sueño.
—No sé si podré dormir. Hay otro problema.
—¿Cuál? —Inés preguntó sin entender nada.
—Hoy me he amargado con la cita con tu compañero.
—¿Por qué te preocupa tanto Emilio?
—Cariño, quedas mucho con él. Yo creía que era porque es un profesor que
se entrega mucho, como tú.
—Y lo es. Tranquilízate de una vez, Armando, únicamente habla de su
mujer. Está destrozado.
—¿Qué les ha pasado exactamente?
—Nada nuevo, ella lo engañaba.
—Tiene que ser muy duro.
—Lo es, por eso no quiero que sufras por nosotros. Yo nunca te voy a
engañar.
—Yo tampoco, amor. Eres mi mujer, sabes que, aunque sea un fetichista,
jamás estaría con otra.
—Lo sé, somos un caso digno de psicoanálisis.
—Sí —Armando rio sin energía, estaba cansado e Inés lo notó.
—Vamos a dormir que no nos aguantamos ni tumbados.
Armando durmió poco esa noche, intentó agasajar sus preocupaciones sin
éxito alguno. Las palabras melosas de Inés no provocaron el efecto que ella
esperaba en su marido, para él era un grave error no alquilar el local. Si
había claudicado ante ellas fue porque era consciente de la ofensa que cometía
y las duras consecuencias por su inquina. El baluarte que se había fortificado para
ignorar o no preocuparse por la sociedad no significaba que tal amparo fuese
efectivo con una revuelta interna.
Además, Inés era su voz de la conciencia, él tenía un cierto gen disoluto
respecto al dinero, que controlaba con más o menos aciertos y sobre todo con
mentiras. Así, su esposa no tenía conocimiento del fondo de los negocios de la
autoescuela, ella tenía poca experiencia en trabajos en empresas privadas, ya
que entró como funcionaria antes de los treinta años. Además, antes de aprobar
las oposiciones se había pasado la vida estudiando, excepto trabajos puntuales
en verano para moler granos de dinero. Este hecho fue aprovechado por Armando
para sumergirse en su empresa, sin que la acerba crítica de su esposa fuese
consciente de la política empresarial de este.
En este fragmento del relato tengo que detallarme en una ocultación de la
metáfora de Armando para que usted siga entendiendo la historia. Había otro
espacio real a parte del baluarte y la tierra media, Armando lo localizaba en
el fondo del mar, donde estaban los tiburones y los barcos hundidos con oro
hurtado de Perú. Allí vivían seres que parecían no necesitar de la vida de los
ríos, era el mundo al revés que dominaba a la tierra media y al baluarte. Imagínese
una flota de submarinos, los cuales protegen los intereses del oro de estos
seres desconocidos, que ataquen al castillo y al pueblo con su artillería, no
con misiles de crucero, sino con créditos u otro armamento económico, que lo
utilizaban las personas corrientes para sumergirse y pescar algún pez que diese
ganancias a estos, además de pagar con intereses a los extraños seres que así
usurpaban más oro. En esta metáfora no se había compuesto ningún pirata navegando
por los mares, como usted, desconozco el motivo. Cabe destacar que el submarino
era la única referencia de modernidad en dicha composición, se supone que él
creía que la tecnología no estaba navegada por capitanes honestos.
Armando no se sinceró en esta última parte de su particular visión del
mundo, ya que Inés tenía una ética vehemente, por eso no soportaba a muchos
empresarios, en concreto a los que se habían sumergido hasta el fondo marítimo. Creía que su marido era diferente, si no
se había enriquecido era por su moral con los trabajadores.
No existe ningún negocio filón para un pequeño empresario, más si este
respeta todas las leyes. Armando lo percibió en sus primeros años de profesión,
cuando era un simple profesor. Se sumergió en el fondo empresarial porque se
sentía estancado siendo un trabajador, era consciente que el dinero no se
producía, sino que se especulaba, así que diez años atrás abrió una autoescuela
y cinco después tenía su pequeña flota de barcas con sus cuatro locales. Los
tres primeros los alquiló y el último lo compró, demostrando cuanto hondo se
había sumergido.
Inés lo apoyó desde el primer día, veía en Armando una persona trabajadora,
no era un haragán que se conformaba con un sueldo medio, aspiraba a más, ahora
bien, él no le explicaba todas sus decisiones, enseñaba únicamente los papeles legales.
Inés nunca preguntó mucho, se dejó sumergir por las cantidades de dinero que
facturaba su marido, Armando vio en ello una pequeña e insignificante
hipocresía por parte de su mujer, pero lo creía normal en una persona buena y
con poca experiencia en cotos privados.
Así que fue tarea fácil ocultar ciertas irregularidades que cometen casi
todas las empresas, me refiero a pagar en negro algunas horas producidas por
sus profesores, inflamaba los precios de los cursos para luego declarar solo
una parte, en más de tres ocasiones contrató sin contratar a las secretarias, los
profesores cobraban comisión si conseguían que los alumnos pagasen más clases
prácticas. ¿Cómo? Los convencían de que todavía no estaban preparados para
aprobar el examen. En fin, prácticas cometidas en muchos negocios españoles y
no españoles.
Armando ganó mucho dinero sobre todo con los cursos de los camiones. Era
la época de las construcciones faraónicas, la mayoría de ellos están sin
trabajo desde el inicio de la crisis, desde entonces son pocos que vayan a
estudiar porque el dinero se ha diluido en alguna parte del fondo marino.
Las ganancias poco a poco fueron bajando de cantidades, hasta que en el
último año hubo un embate de la crisis, las matriculaciones bajaron más de la
mitad, pues por lógica Armando cerró dos autoescuelas. La idea fue cerrar un
local de alquiler y su propiedad para alquilarlo, propiedad de la que aún
pagaba la hipoteca. Los despidos tampoco fueron asunto fácil, había profesores que
llevaban varios años en la empresa, echarlos hubiese sido caro para un presupuesto
tocado como el de Armando.
No obstante, este fue un empresario avispado, se aprovechó de la
situación económica, fusionó su empresa con la de otro empresario pequeño que
también poseía dos autoescuelas, en otras palabras, fundó una nueva empresa en
que existían dos socios. Así pudo rescindir legalmente el contrato de algunos
de sus empleados, les dio a elegir entre ir al paro y no encontrar trabajo o
bajar su sueldo y rescindir su contrato para firmar uno nuevo, perdiendo algún
que otro derecho como la antigüedad, el cual era un privilegio en tiempos de
crisis. La indemnización corría por supuesto por parte de la aurora ¿qué era
mejor? El miedo, lógicamente, respondió la segunda opción. Armando tuvo suerte,
ya que tenía tres profesores en plantilla que llevaban menos de dos años. No
eran trabajadores indefinidos según la legalidad española, así que pagó cero
euros de compensación. También tuvo que echar a dos secretarias, tampoco
cobraron indemnización porque no firmaron contrato alguno, aceptaron el trabajo
porque eran inmigrantes sin permiso de residencia.
Armando no paraba de pensar en que no conseguiría fácilmente alquilar el
local. Si pudiese cerrar el trato sin que Inés tuviese consciencia del asunto.
Era imposible, podría pasar una tarde por la calle y ver el negocio. La opción
de la venta era perder dinero porque el valor del local había bajado el último
año a causa del conflicto económico de los submarinos, que ya era realidad y no
únicamente imaginación de usted. El baluarte había sufrido el ataque, Armando
reorganizó su defensa, reconstruyó la zona afectada, como se ha leído en las
anteriores líneas, no era suficiente para él, estaba seguro que habría otra
ofensiva.
Las reflexiones no permitieron la existencia de sentimientos bondadosos
hacia sus antiguos trabajadores, además, bastante tenía él con mantener su
nivel de vida. Al fin y al cabo, era lo que más le preocupaba. En estos últimos
años habían vivido cómodamente, no era una vida lujosa, simplemente se
permitían viajes a ciudades como París, Londres o Buenos Aires, por no hablar
del amor de Inés por el teatro, el instituto privado de la hija y las visitas
exóticas a hoteles desperdigados de la ciudad. Su esposa tenía razón en que a
ellos la crisis no les afectaba tanto, no obstante, reconocía que había bajado
su nivel de vida, la situación seguro que podía empeorar. Los seres habían disparado
demasiado con tanto crédito que habían negociado con cualquier persona, Armando
era uno de ellos, fue la única manera de abrir su negocio. En el 2012, en
cambio, esos no prestaban ni un cebo y provocaban la muerte de muchos pequeños pescadores,
submarinistas o marineros.
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