La
escritora.
II.
Aquella vez no se abrazaron, al menos
sonrieron, ella parecía ausente, no prestaba atención a las palabras de su
amigo, tuvo que repetir por segunda vez si tenía tiempo para ir a un bar
cercano para platicar. La escritora afirmó, más por obligación moral que por
otra emoción, parecía que se responsabilizaba de haber perdido la comunicación
con el escritor, en realidad no era la primera vez que había sucedido el
naufragio de la amistad. De camino al bar hablaron de terceras personas, el
abogado sepultó su literatura comentaba él, no era como la escritora que
escribiría incluso en una isla desierta sin importancia de fama, gloria,
fortuna o lo que buscase ese hombre. Tardaron varios minutos en cruzar la plaza
Cataluña de tanta gente que había, ya no prestaban atención en quiénes eran
aquellas personas y los motivos de haber ocupado una de las plazas más famosas
de la ciudad. Llegaron al famoso bar en que Hemingway bebía sus copas, él
comentó que en esta ocasión no bebería un café, sino un cóctel, ella respondió
que también lo necesitaba, él se extrañó y preguntó la causa.
—Mi vida se ha envuelto en una mortaja. No,
espera, sé lo que vas a preguntar por tu mirada. Me han despedido de la
librería. Los dueños son unos hipócritas.
—Lo siento…
—Gracias. Supongo que tú tenías razón, me recreé
con otra idea estúpida con las humanidades como directoras de las personas, me
expresé con estas palabras, ¿no? Dije tales sandeces en un país que fue
presidido por un historiador llamado Cánovas, en fin… Las condiciones laborales
en ese lugar eran precarias y rozaban la ilegalidad: nada de disfrutar de mis
días personales, contrato de media jornada y el resto lo trabajaba en negro,
ahora cobro un paro de mierda.
—Ahora tienes que buscar trabajo, sé que es
fácil decirlo, hay mucho paro, pero ya encontraste este en plena crisis. ¿Tu
novio aún no trabaja?
—Mmm… él… bueno, es una historia larga y
estúpida.
—He metido la pata, perdona.
—No, no pasa nada. Soy yo la que tendría que
pedir disculpas por haber perdido el contacto de nuevo, no sé cómo lo hago… En
fin, hablando del tema, que seguro me irá bien tratar de ello, él me ha dejado,
pero no es por eso que estoy tan jodida. Vuelve la curiosidad en tus ojos, voy
a resumírtelo para no aburrirte.
»Creía que vivía una relación perfecta:
leíamos los mismos libros y luego comentábamos nuestras sensaciones, íbamos a
teatros independientes y económicos, paseábamos por estas mismas calles igual
que dos enamorados en París, nuestras vidas hospedaban en la alegría.
»Durante esa época me esforcé en componer una
novela que rompiese con toda mi trayectoria, esa novela me provocaba la misma
sensación que la espuma del oleaje suave del mar. Presenté la obra a un agente,
tardé más tiempo que cuando te comuniqué a ti mi intención, este me recomendó
escribir uno o dos capítulos más en la historia y crear un personaje más que le
diese un aire comercial. Una historia de amor para un público femenino, la
mujer es una compradora potente de novelas.
»Dudé mucho, ya sabes que me gusta tirarme
del pelo a mí misma, mi ex me convenció, según él no era traicionar mi obra si
siempre hubiese un equilibrio. Finalmente lo hice, él me hurtó la novela cuando
la acabé y se la presentó a otro agente literario, que aceptó buscarle
editorial…
—¿Cómo? No entiendo. ¿No estaba registrada?¿
Entregaste a una persona desconocida una composición tuya sin registrar?
—Has saltado de golpe. Entiendo tu asombro, a
toda persona que se lo cuento le pasa lo mismo. Tendrías que ver tu cara de
asombro. ¡Pareces hasta nervioso por mi estupidez! Perdona que me ría, es lo
único que me queda.
—No entiendo qué hiciste, mujer.
—Me calcé de confianza y tropecé. Mi ex me
aseguró que no hacía falta, que el agente entendería que ya estaba registrada,
era tan cariñoso. ¡¿Cómo iba a pensar que iba a hurtarla?!
El escritor intentó calmar a su amiga, habían
llamado la atención de los clientes y los camareros del bar. La escritora
apenas bebía su copa, en cambio, él se pidió otra, parecía más angustiado que
ella, parecía que él era la víctima de la historia.
La escritora continuó explicando lo sucedido
cuando el camarero trajo la segunda copa para su amigo.
—Él no trabajó mientras estuvimos juntos,
vivíamos en un piso compartido con un par de estudiantes, más jóvenes que
nosotros lógicamente, yo pagaba todos nuestros gastos correspondientes. No
encontraba trabajo de lo suyo, no quería trabajar en un bar en que solían ir
turistas como hice yo en su día, decía que él no había estudiado idiomas
extranjeros y una carrera para acabar de camarero. ¿Cómo podía ser que el
presidente de España no sepa inglés y sí un camarero?
»Aunque esa es nuestra realidad, se desesperaba,
poco a poco se fue interesando más en mi novela, yo creía que era por hacer
algo juntos, por matar el tiempo. Supongo que ya estaba maquinando su plan, no
cambió su cariño conmigo hasta que acabé por segunda vez la obra, qué
paciencia, qué frialdad que esperó la respuesta del agente, luego leyó la
segunda versión y acabó convencido de que era su oportunidad.
»En ese momento dejó de prestarme tanta
atención, cesó el cariño, me atacaba por mi idealismo de publicar algún día mi
obra, me desanimaba para no entregar nada, lo cual no funcionó. Sus arrullos se
enronquecieron, sentía más con un vibrador que con él. Un día se esfumó sin
más, dejó solo una nota en la que me pedía perdón por su conducta y explicaba
que había robado mi novela. Se había llevado todos los borradores y había
borrado todos los archivos del ordenador, no tenía ni la copia de seguridad, me
quedé sin nada.
—¿No has podido localizarlo? ¿No sabes dónde
viven sus padres?
—Primero hablé con el agente, por si se había
quedado alguna copia, dijo que la borró porque no la interesaba. Si hubiese
sido la segunda y yo hubiese cumplido con las expectativas, entonces sí que se
la hubiese guardado. No pude denunciar porque no tenía prueba alguna, aparte
del testimonio de dos estudiantes, que ni se habían enterado de que yo escribía
en la habitación, desventajas de teclear suavemente mi portátil.
—¿No fuiste a casa de sus padres?
—¡Te estás impacientando! ¡Perdona que me ría
otra vez! Ya te has bebido tres partes de tu segunda copa y yo voy por la mitad
de la primera. En fin, sí, claro que fui, pero primero quería asegurarme de que
podía amenazarlo. Pude hablar con él, se disculpó igual que un cobarde, hecho
que me cabreó tanto que le golpeé la cara, suerte tuvo que estaban sus padres.
Me echaron, me denunciaron y mi premio fue una orden de alejamiento más una
multa de mil euros. Yo, amigo, la pacifista anarquista, golpeando para defender
su prosa, mi novela es una espuma ensangrentada.
El escritor le acarició la muñeca para calmar
su agonía, no consiguió mucho, al menos ella acabó su copa y pidió otra para
empatar con su amigo. Este creyó oportuno para tranquilizarla preguntar cómo era
su novela. Al segundo de haber hablado comprendió que quizás iba a perjudicar
más a la escritora, pero no, surgió por fin una sonrisa, igual que la de una
madre presumiendo de hijo, y no la mueca cínica de minutos anteriores.
—La historia era un carril estrecho que te
conducía a una ciudad cuyos edificios eran hermosos por sus fachadas e
interiores, además, dicha ciudad estaba maquillada por el verdor de sus
parques. No era la ciudad industrial contaminada y lúgubre…
—No entiendo a qué te refieres. ¿Aún estabas
concentrada en tu estilo?
—Recuerda nuestra última conversación de la
literatura total, lo bueno o malo, según se mire, de la totalidad, es que no
tiene techo, cada día puede construirse una planta más en el rascacielos. En
estos meses sin vernos reflexioné que era aburrido que una obra estuviese
secuestrada por un estilo o incluso un género. ¿Por qué no escribir una obra
literaria en que la novela, el teatro, o el guion cinematográfico según la
actitud del autor, la poesía e incluso las técnicas de una cámara de cine o
fotográfica fuesen nudos de la historia? Sé que lo que digo no es ninguna
novedad, que tal mestizaje se ha intentado anteriormente a mí, pero te puedo
afirmar que lo combiné con éxito. Cociné varias literaturas en la misma olla.
¿Qué estás pensando? Pones una cara extraña.
—Siempre me sorprendes, todavía sigo perdido,
no te sigo.
—No lo mezclé sin más, hubiese sido un error.
La historia hablaba de un pueblo manchego, la brutal pelea entre dos familias.
Un agricultor testificó falsamente en un juicio contra otro, este último se peleó
con su vecino y el primero ayudó a su amigo sin preguntar por lo sucedido, dijo
lo que su amigo le pidió. El segundo agricultor perdió el juicio, tuvo que
pagar al vecino del primero.
»La historia azota al primero, los vecinos
encontraron una mañana muerto de un disparo de escopeta al agricultor, nadie
escuchó nada, nadie vio nada, estaban casi todos en la procesión de Semana
Santa. Todos se conocían entre ellos, sabían que habían faltado la víctima, el
presunto asesino, una vecina que estaba enferma y otro vecino que dormía la
mona después de una noche festiva.
»El segundo campesino alegó que estaba
arreglando una avería del coche, la escopeta era de la víctima, aunque no había
indicios de suicidio. ¿Se disparó por la espalda? No había huellas en la
espalda ni en el arma, no se demostró nada. Hasta aquí el capítulo uno, extenso,
novelado sin diálogo e incluso es vistoso como el género del thriller.
»En cambio, el capítulo dos narraba con
lentitud la primera jornada laboral de la hija del asesinado. Ella era enfermera
en una residencia de la tercera edad en que estaba ingresada la madre del
segundo agricultor, estaba angustiado por este hecho y tenía miedo de una
posible venganza de la muchacha, a pesar de que él había repetido hasta la
saciedad que era inocente, que salió libre sin cargos, pero todo el pueblo
había dictado otra sentencia.
»El hombre visitó ese día a su madre por los
nervios, aquí hay una dura plática entre ambos protagonistas, en que la enfermera
mostró su fuerte carácter y casi mostraba su dolor por cuidar la madre del
asesino de su padre. Toda esta tragedia no podría haberla mostrado sin unas
escenas teatrales, en que el narrador aparecía únicamente para describir el
lugar, los personajes y sus gestos. El campesino se expresaba de una forma
directa, sencilla y antigua. La chica hablaba sutil e irónicamante, por no
decir cinismo, creaba alegorías para hablar de la injusticia que estaba
viviendo y la mala persona que tenía enfrente.
—Perdona que te interrumpa, pero no veo la
manera de que en esta obra entre algún verso, a no ser que sea algo gratuito.
—Pues en el siguiente capítulo podrías haber
leído varios poemas que compuse, en realidad es una historia dentro de la
historia, nada innovador, eso lo tengo claro. La chica en el capítulo tres lee
a un poeta soriano que le ayuda a encarar su dolor. Los poemas tratan de unos
hermanos que se pelean entre ellos por la herencia, ya te puedes imaginar que
los disparos chillaron en el desarrollo de la obra. Son poemas largos, más de
cien versos cada uno, influyen en las decisiones de la protagonista.
»A partir del siguiente capítulo se rozaban,
pero no chocaban los géneros literarios, el hombre tenía la duda de la venganza
de la enfermera, incluso ella dudaba durante varios fragmentos del libro. El
poema tenía un final inesperado que haría reaccionar a la protagonista de un
modo que quién sabe si era imprevisible o no. En fin…
—No entiendo en qué consiste el roce sin
choque.
—Te pondré un ejemplo. El capítulo cinco la
enfermera estaba trabajando en la residencia, estaba dando la cena a la madre
del verdugo, hubo una plática teatral tensa y en doble sentido que la pobre
anciana no entendía, pero sí la enfermera y la persona que lea mi obra. La
conversación acabó, la enfermera se fue a casa para continuar la lectura de
aquel poemario porque la curiosidad le quitaba el sueño y el hambre, estaba
pensando durante toda la jornada qué pasaría con aquella familia y, sobre todo,
lo relacionaba con su vida. Al final de aquel capítulo volvió el suspense
novelado, porque alguien, quién va a ser, lanzó abono a la puerta de la casa y
provocó ciertos ruidos para asustar a la protagonista.
—¿Cómo lo hiciste para no romper la historia
y que fuese digestiva con ese amor comercial femenino?
—No fue fácil para mí, me costó. Otro de los
protagonistas era un policía que tenía un protagonismo in crescendo según avanzaba la obra. Lo que hice fue romper su crecimiento
y ya en el capítulo dos tenía relaciones sexuales con la chica para captar la
atención del público femenino. Así, en cada capítulo, excepto en el uno y el
tres se calentaba alguna palabra escrita. Para que no pareciese tan gratuito describí
cómo se sentía la enfermera, en ocasiones necesitaba cariño y otras violencia,
que la azotasen fuerte, que la ahogasen, que la dominasen…
—Casi ya escribiste sexo para los hombres.
—¡No te rías que también yo me río! Puede
ser, quizás no hubiese pasado la crítica del agente.
—¿El policía vivía con la enfermera?
—No, ella no se sentía preparada, en la
segunda versión vivieron juntos en los últimos capítulos.
—Pero no entiendo ¿estaban juntos cuando ya
murió su padre?
—No, se conocieron después, los dos son
jóvenes. Ella tenía dieciséis años cuando alguien asesinó su padre y se
conocieron ocho años más tarde.
—¿Y la madre de la chica? ¿El policía no es
del pueblo?
—¡He captado tu atención! La madre murió
cinco años después que su marido de un cáncer. El policía era de otro pueblo de
la misma provincia, ahí vivían sus padres. ¿Alguna pregunta más?
—Sí, puede sonar estúpido, pero es mi
ignorancia quien habla.
—Quien tiene boca se equivoca.
—¿Por qué el posible asesino no cambia a su
madre de residencia?
—Es una residencia pública, el campesino
tampoco tiene mucho dinero. Además, en aquellas tierras no hay la cantidad de
residencias como en la provincia de Barcelona.
—Ya…
—Ibas a decir algo, dilo, no pasa nada.
—Sinceramente, no me convence tu poema en esa
obra, no veo que pueda cuajar la influencia del poema en la chica. ¿Qué quieres
expresar? ¿Es algo bueno leer o no? Me imagino que bueno, ¿no?
—Seguramente que mi ex publiqué la novela y
si no modifica, lo sabrás.
—No podré comprarlo.
—Yo sí, ya te la dejaré.
Interrumpió el sonido del teléfono móvil, era
la pareja del escritor, estaba preocupada porque él todavía no había vuelto al
hogar, hablaron un par de minutos. Él explicó a la escritora que su pareja la
había invitado a cenar, así se conocerían, la escritora aceptó. Salieron del
bar, el estruendo ciudadano enmudeció al turista de la Barcelona esnob de
tiendas, pero no a la escritora, como si todo aquel movimiento no reivindicase
nada por su situación económico-social. El escritor lo notó, no comentó nada
porque no quiso entristecerla más.
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