sábado, 19 de septiembre de 2015

Una plática

Una plática

Era sábado por la noche e iba a dormir después de un desastroso día, había perdido otro concurso literario y ya iban diez con este, no había ganado ninguno, quizás mis relatos cortos eran demasiado políticamente incorrectos o simplemente no era un buen escritor. Estaba un poco desanimado, me emborraché pero eso no mejoró nada, me acosté solo porque no tengo novia (¿a caso sería escritor si tuviese una pareja?) y cuando estaba a punto de dormir me despertó una voz.

Jaime…
¿Quién es?
Jaime, despierta.
¡Soy pobre! ¡No tengo nada! me levanté asustado pensando que era un ladrón, pero vi la figura de Friedrich Nietzsche. ¡No puede ser! Eres igual que Nietzsche.
No, te equivocas, soy Dios.
¿Cómo va ser Nietzsche Dios cuando era ateo?
Cuando bajo al mundo lo hago en formas de personas ateas, me divierte, soy muy cínico.
No lo dudo, Dios, sólo hay que ver cómo tratas al mundo… me callé un momento, no me creía del todo que aquel Nietzsche fuese Dios. Transfórmate en otra figura humana, si eres Dios podrás hacerlo sin problemas volví a hablar.
Claro, ¿alguna persona en particular quieres?
Sí, Lucey Duvalle.
¡Oh! Esa pecadora, está bien, lo aceptaré porque necesito tu ayuda.

Dios se transformó en aquella beldad negra, así sería difícil tener una plática sería con alguien que decía ser Dios, no obstante, de este modo me animaría un poco. Tras estar unos segundos con la boca abierta por ver ese cuerpazo volví hablar.

Ahora sí creo que eres Dios.
Me alegra escuchar eso, Jaime.
¿Qué quieres de mí?
Ayuda.
¿Ayuda?
Sí, tengo problemas morales.
Yo no puedo ayudarte, Dios, soy un fracasado, no hago nada bien.
Escribes.
Sí, pero casi nadie me lee, debe ser que soy malo.
No es porque eres malo, eres sincero escribiendo, escribes la realidad y a la gente no le gusta leer lo que está sucediendo realmente en el mundo, es más fácil leer novelas más alegres.
Yo hablo de la realidad desde un toque desenfadado, un poco cínico, como tú diriges este mundo, Dios.
Jaime, por eso necesito tu ayuda, eres sincero y no te da miedo decir lo que piensas. Si me hubiese aparecido a cualquier otro tipo de persona no me hubiese tuteado como tú, es más, me tendría miedo, en cambio, tú no has hecho nada de eso.
Porque yo nunca he leído la biblia, mi señor.
No seas irónico, de momento no.

No podía creer que estaba hablando con el creador en forma de Lucey Duvalle tan familiarmente a mí, que era ateo, se me había presentado el Todopoderoso y no era para convertirme en creyente, era Él quien necesitaba ayuda, me impacienté y exigí que fuese rápido para explicarme sus problemas, por fin me contó sus inquietudes.

No creo en mí.
Bueno, la hemos liado entonces si Dios Todopoderoso no cree en él… miré a esa figura y rectifiqué, perdón, si ella no cree en sí misma.
Hace mucho tiempo que tengo dudas sobre mi figura, es realmente positiva para el mundo, realmente existo… en fin, no sé, he complicado mucho la creación del universo.
No lo dudes, Dios.
Necesito tu ayuda, no tus duras críticas de ateo.
Es por eso que tendrías que hablar con un creyente, te ayudaría mejor que yo.
No, me tienen miedo, son unos pelotas como lo llamáis vosotros en la Tierra.
Está bien, Dios, explícame el origen del problema.
Todo empezó en el siglo diecinueve, primero fue Joseph Proudhon, Karl Marx y Mijail Bakunin. Estos tres individuos me hicieron dudar de mí mismo, qué hice, me había convertido en el opio del pueblo según Marx, aunque Bakunin fue más lejos, según él deberían matarme si realmente existiera, ¡matarme a mí! Mataría a su propio creador, me cuesta de creer en los ateos como tú, Jaime, es duro para mí.
Me hago una idea, Dios intenté animarlo.
Sin embargo, hubo un individuo que aseguró al cien por cien que yo no existía sin ninguna dosis socialista, era el único ateo de aquella época que me caía bien, era Friedrich Nietzsche y aseguró que yo había muerto, no entendía que si yo había muerto él no podría existir.
Su mensaje era otro, señor.
Me lo explicó cuando murió y subió al cielo a hablar conmigo.
Me cuesta creer que Nietzsche esté en el cielo.
Tendría que haber ido al infierno por ateo pero hurté su alma a Satán Dios rió como un pícaro.
Señor, irá al infierno.
Jaime, nadie puede condenar a quien reparte al pastel y más teniendo en cuenta que está en otra dimensión.
Es cierto, por eso creo que eres un tirano, nos puteas en la vida y nos prometes una quimera después de la muerte, no entiendes que el paraíso tendría que ser en la Tierra, no pido la inmortalidad pero sí la paz, la libertad y la felicidad.
Pensaba que no eras socialista.
No lo soy porque es una idea creada por el hombre, el hombre ha salido de ti, nada bueno puede salir de ti ni del hombre.
Eres muy cruel conmigo, Jaime.
Alguien te tendría que haber dado un sermón hace tiempo. Eres como el empresario que todo el mundo teme y nadie es capaz de decirle que su empresa poco a poco acabará arruinada, cuando llega la desgracia todo el mundo se lamenta pero ya es muy tarde, en la Tierra hace años que estamos lamentándonos.
Os di la libertad, quiero que seáis felices por vosotros mismos.
Sí, pero creaste a unos monstruos me callé un momento y volví hablar. De tal palo, tal astilla.
Hasta sacrifiqué a mi hijo por vosotros, desde entonces está raro con los judíos, se ha hecho musulmán sólo para fastidiarlos.
Me cuesta ver a Cristo de musulmán, señor.
Pues créetelo, ha dejado el vino, eso sí, aparte de Magdalena tiene tres esposas más, tonto no es mi hijo.
Lo ves, no has hecho nada a derechas. Sacrificas a tu hijo para sufrir con nosotros, sé que padeces viendo nuestra autodestrucción, sin embargo, no entiendo en qué pensabas cuando nos creaste ¿por qué tanta maldad? ¿Por qué somos tan egoístas y tan autodestructivos? ¿Por qué no nos conocemos? ¿Por qué no das señales de vida?
Son muchas preguntas, Jaime, intentaré responderlas todas de golpe. Mira, hijo, en el cielo todo es bueno y en el infierno todo es malo, son dos mundos tristes y pobres en contenido, mundos muy simples y aburridos, quise crear un mundo rico, bello y complejo, primero creé la Tierra y muchos siglos más tarde a vosotros. Sois mi obra maestra, nadie os entiende, he recibido muchas críticas por vuestra creación.
¿Tienes críticos en el cielo? corté a Dios sorprendido.
Sí, todo lo he creado yo… bueno, no me distraigas, como te decía me superé a mí mismo con vosotros. Sois divertidos, absurdos pero a la vez inteligentes y curiosos, sois bellos y sentís una mezcla de emociones y colores que en el paraíso o infierno no existen. Sois mi cara y mi cruz, mi orgullo y vergüenza porque sois capaces de hacer el acto más bello que existe como el más atroz, yo hice la base y os dejé libres para expandiros, me equivoqué, no soy perfecto por mucho que lo crean mis fieles, fuisteis en un principio solo un experimento…
¿Un experimento como hacen los científicos con los monos?
Mejor no se puede explicar, Jaime. No obstante, con el tiempo os cogí mucho cariño y me entregué totalmente a vosotros, me decepcionaba ver vuestra maldad, me entristecía mucho, sabía que os había creado libres pero de vez en cuando me manifestaba con la intención de salvaros de la maldad, mi último intento fue con Cristo, fue mi último fracaso, desde entonces os he dejado como una quimera, como yo para ti… es más, me da vergüenza bajar a la Tierra porque está hecha una mierda.
¡Dios! No digas tacos.
¡Yo creé los tacos! dijo Dios indignado.
No te enfades, Dios, no te enfades… me callé para pensar en una solución, mandé callar a Dios para pensar, después de unos cinco minutos se me iluminó la bombilla. Tengo una idea, vamos a ir a la calle, a los sitios normales, así verás el mundo tal como es.
Me parece una buena idea.
Una cosa, Dios.
Dime.
Transfórmate en un hombre normal, con este tipo todos los tíos te van a intentar ligar.
¿Tener relaciones sexuales? preguntó Dios dudando.
Sí, follarte.
¡Oh! Descarado.

Dios se transformó en Sigmund Freud, era otro ateo que le hacía gracia, cada segundo me sorprendía más la personalidad del Todopoderoso. Eran las dos de la noche y yo era consciente que únicamente encontraríamos a jóvenes y a cuatro locos. Fuimos a un pub del centro de la ciudad que era uno de los más tranquilos de la zona, en ese local había gente treintañera solitaria que buscaba pareja desesperadamente, como yo, vamos, creí que sería un buen sitio para ver la frustración de la gente. El local era grande y constaba de asientos cómodos y mesas para tener charlas amigables, no había pista de baile pero sí una barra larga y grande. Nosotros nos pusimos en la barra, Dios me pidió que no hablase, quería escuchar todas las conversaciones y leer la mente de la gente, me dijo que eran dos sentidos para él que podía coordinar sin ningún problema. Dios escuchaba y me invitaba a copas, me parecía un buen trato, a mi lado había dos chicas que parecían de mi edad, no eran muy bonitas aunque teniendo en cuenta que hacía tres meses que no tenía relaciones sexuales era algo que no me importaba mucho, sin olvidar que ya iba un poco cargado de alcohol y había perdido la vergüenza. Hablé con ellas y parecía que se interesaban por mí, era un buen principio, las invité a una copa a cada una, todo iba bien hasta que Dios me dijo de irnos, había tenido suficiente.

No me jodas, Dios, estas tías quieren rollo le dije en voz baja para que nadie nos escuchase.
No, estas señoritas únicamente quieren reírse un rato de ti.
Mentira.
Puedo leer la mente.
Lo dices para que nos vayamos.   
Sólo tengo una manera de demostrártelo. Cógeme de las manos.
¿Qué?
Cógeme y sabrás lo que piensas estas chicas, lo que he leído en todas las personas de este local.

Agarré las manos de Dios y leí las mentes de las dos mujeres, era cierto, únicamente estaban conmigo porque creían que podrían beber gratis, luego irían a la discoteca e intentarían cortejar a un caballero. No me enfadé por los pensamientos de las señoritas, estaba acostumbrado a encontrarme con personas así cada dos por tres, independientemente del sexo. Luego llegaron todos los pensamientos y sentimientos de las personas de la sala y fue algo que me destrozó. Había un hombre que presumía delante de sus amigos de una vida exitosa en casi todos los terrenos de su vida, decía que le gustaban demasiado las mujeres para estar con una sola cuando en realidad se sentía un desgraciado por su soledad y su incapacidad por entenderse con el sexo femenino. Había otro hombre solo en la barra del bar que bebía güisqui, era un policía honrado desilusionado de la vida tras ver la corrupción del cuerpo y reconocer de una vez su utopía: mejorar la sociedad. En otra mesa había una pareja callada a punto de separarse porque no podían tener hijos, ambos no habían superado tal problema y se sentían vacíos e impotentes, la posibilidad de la adopción para ellos era absurda. En las máquinas tragaperras un cuarentón se gastó los ahorros de su hijo, cuando se acabó el dinero fue cuando despertó del vicio y se dio cuenta de su error, se fue llorando del local. En el lavabo una chica de veinticinco años hizo una felación a un caballero que le dijo que era un productor musical y buscaba una cantante como ella, cuando la chica se dio cuenta de que era mentira fue cuando le llamó al teléfono móvil y escuchó que el número no existía. Se puso a llorar desconsolada sintiéndose peor que una prostituta, al menos cobran. A parte de leer los pensamientos y sentimientos de los clientes del bar, también me llegaron las frustraciones de mucha gente del mundo, comprendí qué siente cuando una mujer es violada, viví la extrema pobreza que pasan millones de personas cada día en la Tierra, sentí tanta hambre como los niños africanos, me cansé igual que un trabajador chino con su jornadas eternas en cualquier fábrica, también me llegaron los dolores físicos de los enfermos de sida o tumor, enfermedades psicológicas o el síndrome de abstinencia de un drogadicto… Y muchas más frustraciones, desilusiones y tristezas sentí, fue tal mi impotencia que salí corriendo a la calla y lloré de tanta impotencia.

¿Cómo aguantas tantos sufrimientos? le pregunté a Dios.
Soy fuerte, aún tengo un poco esperanza en vosotros.
¿Por qué?
Sois mi mejor creación. Ninguna raza más tiene tantas diferentes personalidades como la tuya, hay hombres introvertidos, extrovertidos, inteligentes, ignorantes, sensibles, duros… en fin, os creé con mucho esfuerzo y cariño, sin embargo, no calculé bien algo. Pensé que el bien ganaría al mal, quién sabe, aún se puede ganar tal batalla.
Dios, me equivoqué contigo, no eres un tirano, sino un idealista sensible al que se le fue de las manos su experimento. Tu misión aquí es crear una nueva idea de ti, estás totalmente desfigurado en la Tierra. Aún sabiendo que existes, aún creyendo que esto no es un ataque esquizofrénico… todavía creo que puede haber una vida feliz sin tu mensaje y sin tu idea, no obstante, creo que mucha gente necesita la idea de ti, saber que existes para ellos es un gran alivio por su vacío espiritual. Si la idea que tiene la gente de ti cambiase todo podría ir un poco mejor.
Me gustaría creerte, Jaime, seguro que esa nueva idea mí sería utilizada por algún déspota para su aprovechamiento personal.
Sí, me había olvidado de los políticos y el Vaticano.
No pienses mucho en política, es una mala influencia para la felicidad. Por desgracia con la religión pasa exactamente lo mismo.
A mí lo que más me ha hecho feliz ha sido el arte.
Entonces sigue, Jaime, escribe todo lo que sientes. Gracias a esta noche podrás construir personajes más complejos, más oscuros, una filosofía más madura. Colabora en la construcción de un nuevo mundo a raíz de tu literatura.
Nunca he escrito para los demás, sólo para mí.
Eso está muy bien, ahora eres joven pero ya te darás cuenta con el tiempo que tus relatos ayudan a las personas, tienes que ser paciente.
Supongo que tienes razón.
Soy Dios, siempre tengo la razón.

Dios rió suavemente, yo lo seguí. Me acompañó a casa y se despidió de mí, no dijo nada importante aunque me comentó que estaba más animado al hablar conmigo por mi buen corazón. Le había gustado mi idea de una reforma sobre Él en la Tierra aunque tendría que pensarlo detenidamente en el paraíso. El problema era que al tener todo la eternidad quizás tardaría siglos en decidirse, era un ser tranquilo que quería hacer el bien en la Tierra. No podía dar señales claras de su existencia porque sería matar la libertad que nos dio, tendríamos que seguir sufriendo porque la libertad es una responsabilidad más que un placer, aunque con los años esa responsabilidad se convierte en una paz espiritual de la que tanta gente anhela. Dios no es un ser perfecto, es lógico, si fuese perfecto nosotros también lo seríamos ya que venimos de su imagen. También hay que tener en cuenta que la energía solo se transforma y un ser perfecto no puede cambiar a otra forma, sería contradictorio porque al ser perfecto no puede modificar ni mejorar su imagen.


Meses después de mi encuentro con Dios cambié un poco mi estilo literario y parece que conseguí más atención por parte de la gente. No alteré mucho mis ideas pero mis relatos ganaron en madurez, algo que únicamente se consigue con los años. Actualmente todavía no vivo de la literatura, sigo trabajando como bibliotecario pero hoy me han notificado que he ganado mi primer concurso literario, es el principio, poco a poco voy creando un río agradable para nadar, sigo construyendo y nadando.

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Interiores son cuatro relatos independientes que tratan sobre historias de rabiosa actualidad social mezcladas con las acciones contradictorias de sus protagonistas. Son personas de diferentes clases sociales con diferentes preocupaciones, desde personajes sufriendo la realidad del paro a jóvenes que pretenden publicar su obra literaria, todos ellos tienen en común ser personas reflexivas que analizan su vida y su entorno con sus respectivas ideas. 

miércoles, 5 de agosto de 2015

Baluarte

Baluarte.

Dedicado a Eduard Cano.

“¿Mas no era eso la vida, una constelación de sorpresas que destellaban y luego se apagaban con una falta de significación que revelaba al fin todo su sentido?”

José Luis de Juan. Kaleidoscopio.

Armando estaba buscando un taxi en un punto de la ciudad poco golpeado por el ritmo urbano. Pasaron veinte minutos incandescentes hasta que encontró uno, entró en el automóvil, indicó la calle a la que se dirigía y que por cierto ya llegaba tarde. No habló con la taxista, estaba acuñando sus pensamientos, así que no fue consciente cuando llegó a la vía, fíjese en su distracción que fue avisado por la mujer. Armando miró a la calle sin mover su cuerpo, vio que se acercaba Inés, subió al coche y se saludaron fríamente. Él anunció la nueva dirección. Durante el viaje, Inés analizó a la conductora, segundos después sonrió reconociendo el sinsentido de su envidia. El taxi paró en una calle apretada, transitada por el silencio, él pagó las dos carreras y bajaron aceleradamente para dirigirse a un hotel cercano. Aunque sea difícil de comprender para usted, ambos aún no abrieron la boca, el mutismo era un amigo fiel, una amistad idealizada como la de Epicuro.
Ya en la habitación, Armando habló con bonitas palabras , básicamente eran órdenes sobre el ritual a seguir. Inés contestaba afirmativamente, no le apetecía hablar, abrió su boca para preguntar a Armando si le gustaba, él respondía un sí rotundo. La abrazaba cariñosamente, pero sin ser empalagoso, era una armonía trabada por ambos que prendía con el correr de los años. La plática se inició cuando llevaban una hora en la habitación.
—¡He sido una tonta!
—¿De qué hablas?
—Por un momento he estado celosa de la taxista.
—¡Ja, ja, ja! —Armando no pudo contestar.
—¡Ríete! No estoy acostumbrada a ver mujeres conduciendo un taxi.
—Eres una machista, Inés.
—No lo sabía.
—Lo que me faltaba. ¡Mi amante celosa!
—Hablando del amor, ¿qué tal tu esposa?
—Creo que bien, absorbida como siempre con sus alumnos. Cree que una profesora de secundaria tiene una gran responsabilidad social.
—Armando, es un trabajo importante.
—Por supuesto. Sin embargo, a veces exagera, es igual que una misionera. Yo le comento que muchos no quieren estudiar, no puedes cultivar en tierras estériles. Tendría que dedicarse a los alumnos atentos, no me hace caso. Ya les viene de herencia, de tener unos padres que tienen una inteligencia con una hondura como el agua del fondo. Yo no soy ninguna lumbrera, no me gusta leer, pero jamás le he dicho a mi hija que no lea o que no estudie. Conozco a esos padres, ven como estrafalarios a los lectores…
—Me aburro —Inés ironizó y cortó secamente a Armando.
—Perdón, me hierve la sangre pensando en este tema. Ella tiene mucho talento y lo pierde con cuatro desagradecidos, es una idealista. En cambio, yo soy más práctico, quizá más egoísta, aunque es porque no me gusta perder el tiempo como a mi mujer.  
—¡No seas acerbo con ella!
—Pareces su abogada.
—¡Claro! Soy abogada de tu mujer —Inés rio cínicamente, luego continuó la conversación—. Por cierto, adivina la última de mi marido.
—Dime —Armando respondió indiferente.
—La última vez que nos vimos te comenté que cerró una de sus autoescuelas. Bien, pues la semana pasada hablamos con un hombre que estaba interesado en el local. Me parecía sospechoso, unos minutos después se le escapó que alquilaría el local como vivienda o habitaciones para inmigrantes. Imagínate un local con una ducha común para cuatro familias, no es legal ni higiénico. Lo peor de todo es que a mi marido no le importó, está dispuesto a alquilar el local a ese hombre.  
—Piensa que esa gente no tiene dinero para más.
—No es una vivienda, ¿cómo podrán cocinar, ducharse o expulsar?
—¡Ja, ja, ja! Adoro tus eufemismos, no veo lógica en la expresión, pero te entiendo. Tienes que estar molesta.
—Claro, mucho. Le he dicho que no cerrase el trato, ni caso. No quiero saber nada de ese dinero.
—Inés, él únicamente alquila el local.
—Participa indirectamente. El local es mediano, tiene una superficie de unos ochenta metros cuadrados, ese déspota ganará mucho dinero.
—Pues que tu marido le pida más cuando renueve el contrato.
—¡Tú eres como él! —Inés cruzó los brazos como una niña enojada.
—Habéis tenido que cerrar dos autoescuelas y hay una crisis de la hostia.
—Hay otras soluciones.
—Seguro que ese hombre le pagará religiosamente cada mes.
—Así que tengo que resignarme.
—No es resignación, me refiero a aceptar la realidad sin tanta pasión. Una indiferencia racional.
—¿Racional? Armando, tú me hablas de un egoísmo brutal, arrasador. Estamos en el 2012, siglo XXI. No entiendo cómo pueden existir aún explotaciones de esta índole.
—No sé por qué piensas que en el siglo XXI tiene que haber una evolución progresista de la humanidad.
—Bien, la hubo en el siglo XX, no estamos en la Edad Media.
—Te recuerdo que en la Edad Media no hubo dos guerras mundiales que mataron a millones de personas. Creo que no es justo criticar a siglos anteriores como bárbaros cuando nuestro presente es mucho peor.
—¿Y el Estado de bienestar?
—¿Cuánto llevamos de Historia? Mucho, creo yo. Aquí en España llevamos treinta años del Estado de bienestar, en otros países un poco más, no importa. Ahora mismo en el Parlamento están modificando unas leyes para serrar tu querido bienestar. Así que poco ha durado la fiesta comparado con los siglos de matanzas y violaciones. La guerras son más destructivas en cada siglo, seguro que en este habrá una terrorífica.
—Para ti no ha cambiado nada.
Inés, entiendo que tú quieras el bien, como yo y millones de personas, pero sois ovejas y poco importáis a los pastores.
—Tienes un concepto muy bajo de la humanidad.
—El que se merecen muchas personas.
—Lo ves, Armando, tú lo has dicho, no es todo el mundo.
—Sino qué desgracia, creo que me habría suicidado. Además, tú eres de esas personas.
—Gracias. —Inés rio suavemente, tales palabras elegantes la calmaron como una aurora primaveral—. De todas formas, creo que podemos vivir en un mundo mejor, unidos podemos…
—¡Para el carro, que ya me imagino tus siguientes palabras! Este discurso es viejo y caduco.
—No, no lo creo. Las ideas no caducan.
—Puede ser, aunque he visto muchos idealistas que han guardado sus principios en el cajón y han cobrado sus finales en sus cuentas corrientes. Una vez que una persona ha llegado al poder le cambia la mentalidad, no piensa en el pueblo.
—Eres muy pesimista.
—Con la sociedad, sí. Creo que no interesarse por la política es algo sabio.
—La ignorancia da la felicidad.
—U ojos que no ven, corazón que no siente. Llámalo como quieras, Inés. Intentaré componer una metáfora, a pesar de no ser muy ducho en la literatura como tú. Escucha, yo vivo en un castillo encima de la montaña para que mi familia viva bien, he fortificado un baluarte para que la artillería política y económica no nos enarbole con su explotación económica. Debajo de la montaña vive el pueblo, los campesinos y artesanos viven en la tierra media. En dicha tierra corre el agua que les da la fertilidad para sus tierras, para comer y cocer entretenimientos, pero para nada más, no aspiran a nada más.
—¿Entonces te consideras superior a un obrero de una fábrica?
—No soy superior, yo también trabajo con mis empresas, me he ganado bien la vida, luchando, te lo aseguro. Estando bien es una pérdida de tiempo preocuparse por la política.
—Yo lo razono desde otra óptica. Cada cuatro años votamos a nuestro dictador, la gente es consciente de eso. Han estado ignorándolo cuando en España iba todo muy bien, ahora en cambio, se han dado cuenta de que hay que democratizar el sistema, porque no es una pérdida de tiempo preocuparse por la política. Yo creo en una presión continua democrática al poder, no hablo de una total igualdad, pero tampoco es bueno que un país esté haciendo padecer a sus clases medias.
—Clase media, otro eufemismo.
—Puede ser, así se ve mucha gente.
—Porque los engañan, Inés.
—Y tú no te ves como tal.
—Yo soy un pequeño empresario, un autónomo. Miro por mis negocios, intento tener contentos a mis trabajadores, claro que tampoco llego a cometer excesos de caridad, sino no estaría donde he llegado.
—Así hablan muchos. A ti, por eso te creo.  
—Gracias. ¿Qué hora es? —Armando miró el reloj que estaba en la mesita de noche— ¡Joder! Qué tarde, qué pena.
—Sí, nos tenemos que ir. —Inés contestó en ese momento como una niña a la que le han quitado su juguete favorito y se aguanta las lágrimas.
—¿Volvemos juntos?
—Mejor que no.
—Oh, de acuerdo. —Armando suspiró.
—No te lo tomes a mal. Si nos vamos juntos voy a pasar un mal trago. Ya estoy deprimida porque me voy de este mundo, mejor cortar directamente. Tú me has enseñado eso.
—Demasiado bien has aprendido.
—No lo digas con tanta resignación emocional. Sin pasión, por favor.
Está bien.
Los dos se vistieron lentamente, el tiempo corrió como siempre sin prestarles la menor atención. Bajaron a recepción. Inés insistió en pagar la habitación, Armando intentó persuadirla, no lo consiguió y fue finalmente invitado. Salieron a la calle, se miraron, no fue una despedida sentida, ya que ambos reprimían sus emociones, sabían que estas son imprevisibles y de corta vida. Una vez estuviesen protagonizando su vida real ya no pensarían en el momento vivido, salvo en honrosas excepciones: quizás en momentos de soledad o para animarse tras otro día de trabajo.
—Bien, Inés, esperemos que nos veamos pronto. ¿Te vas directamente al trabajo?
—La semana que viene tal vez tenga tiempo, por el mediodía, como hoy.
—Espero que sea así. Entonces te llamo la semana que viene. No me has respondido a la pregunta
—¿Cuál? —Inés interpretó un despiste ingenuo, Armando le volvió a formular la misma pregunta, ella sonrió suavemente—. Perdón, cierto, estoy nerviosa. Sí y no.
—¿Cómo? No te entiendo.
—He quedado con mi compañero Emilio, está pasando un mal trago con su separación… ¡No pongas esa cara! Ya te he hablado de él.
—Sí, cierto. Es un trabajador nato como tú, no sabía que hablabais de vuestras intimidades.
—No mucho, es un hombre tranquilo y bueno. ¡Estás celoso! —Inés rio—. Tranquilo no está aún ni divorciado. Nos vemos la semana que viene, no te tortures por situaciones que no existen.
—Lo intentaré, tú recuerda lo que hemos hablado, no te quemes por eso —Armando, en ese momento, no se atrevía hablar claramente.
—No te prometo nada, cuídate.
Inés no lo besó, giró su cuerpo y caminó pausadamente, como si no hubiese sucedido nada. Armando la observaba, analizaba otra vez su silueta, la cual se iba diluyendo segundo tras segundo. Aprovechó hasta el último momento. Fue un día corriente, con los problemas perennes y las pequeñas escenas repetidas, igual que el trabajo en una cadena de producción. No obstante, la noche sucumbió rápidamente al día.  
Armando estaba hirviendo el arroz, era la cena para él y su esposa. Se exigía una cena ligera, porque le preocupaba su imagen exterior, un empresario en parte vivía de una sólida imagen pública, o al menos eso creía. La esposa no actuaba de una forma tan severa, lo cual provocaba más de un enfrentamiento. Armando argumentaba, primero,  que trabajaba de cara al público, y, segunda cuestión, sufría tal sacrificio para que ella le siguiese viendo atractivo. Ella creía escuchar exageraciones en las opiniones de su marido, sin embargo, ambos tenían cuarenta y cinco años, era consciente de la pesadez de los años y los pensamientos de su marido le influían. Las exageraciones se transformaban en navajas afiladas y en su mente surgía la misma idea: estar bella para su marido.
Él tenía la cabeza ocupada en otros menesteres mientras cocinaba. Estaba preocupado por su hija Marta, de dieciséis años. Esa noche no cenaba con ellos porque estaba en casa de los padres de su novio. Armando creía que su hija estaba viviendo demasiado rápido, era un tema que quería hablar con su esposa. Cuando ella llegó ya estaba la cena servida en la mesa. Preguntó si había llamado su hija, evitó mostrar su enojo cuando escuchó la respuesta negativa, posiblemente llamaría más tarde. Se cambió rápidamente de ropa, ya que la esperaba su marido. Una vez se sentó, él preguntó cuándo llamaría a su hija.
—¿Por qué no llamas tú? —preguntó fríamente.
—Cariño, conmigo está insoportable.
—Debe ser porque su padre trata con explotadores…
—No estamos hablando de este tema, cualquier momento es bueno para hablar del alquiler.
—Armando, no vas a alquilarlo a una persona normal. ¡Es un estafador!
—Cariño, estoy preocupado por Marta, creo que vive muy deprisa. —Armando intentó imponer su preocupación.
—¿Por qué? Esta noche duerme aquí.
—No importa eso. Tus padres a su edad no te hubiesen dejado ir a cenar un jueves por la noche a mi casa.
—Los tiempos cambian, ahora los padres son más abiertos y razonables, no estamos en la Edad Media.
—¡Y dale otra vez! Hemos hablado esta mañana de eso, ya sabes que no me gusta hablar ahora de un tema…
—¡No me digas! No te gusta mezclar nuestro juego con el mundo real.
—Inés, esa era una de las reglas.
—Dirás una de tus reglas —habló indignada.
—Creo que hasta ahora nos ha ido bastante bien. Tú misma me dijiste que era bueno hacer algo así, era diferente, dijiste «que era comer el mismo plato, pero con salsa diferente». Es más, Inés, ¿cuántas veces se han quejado tus compañeros del sexo y nosotros no?
—Armando, nosotros no, tanto mejor dicho. —Inés comió un poco de arroz para tranquilizarse, masticó y habló más pausadamente—. Te recuerdo que en casa ya no hacemos nada, no tenemos apetito. Tenemos que fantasear en hoteles, haciéndonos pasar por amantes, actuación que interpretamos una vez cada dos semanas o cada semana.
»Al principio, sí era muy divertido hacer ver que estábamos nerviosos, pero contentos a la vez. Fantasear sobre unas vidas matrimoniales que nada tenían que ver con nosotros. Sé que es una historia extraña, que si se la hubiese explicado a un desconocido me hubiese mirado como una loca, me hubiese dado igual,  porque era excitante para mí. Aunque de nuestro teatro hace cinco años ya, siento que la actuación ha ido degenerando, ha ido de mal en peor…
—¿Por qué? Cariño, no entiendo…
—No hables más. —Inés abandonó el tenedor encima de la mesa, mientras Armando comía para demostrar a su esposa que dominaba la situación. Ella volvió hablar—. Tú al principio de nuestro juego te inventabas historias de una mujer ficticia, como te he comentado antes, en cambio, ahora me criticas a mí. Soy tan tonta que he aguantado el juego estas últimas semanas, pero no puedo más. ¿Me escuchas? No puedo más.
—Cariño, tú también me has soltado alguna.
—Tengo derecho a defenderme. No entiendo tu cambio de actitud, tal vez tengas una amante de verdad.
—¡No! Sabes que no soy así. —En ese momento Armando batió su cubierto en la mesa.
—Eso me gusta pensar, no soportaría la idea de que he hecho el tonto, jugando a amantes, cuando tienes una en la vida real. Entonces, dime ¿qué pasa contigo? ¿Por qué ahora te las das de filósofo con tu misantropía? Lo peor de todo, lo que más me duele, es cómo me has criticado por mi vocación en el instituto. Has vomitado en lo que más creo, mi propio marido. Lo más cínico es que no has tenido valor para decírmelo sino fuese por un mundo ideal, el cual tú has contaminado. Quizás nos equivocamos, quisimos crear un mundo cuando solo existe uno.
—Inés, déjame hablar. —Armando se levantó, cogió su silla, se sentó en frente de su mujer. Ella lo miró con rechazo y disgusto—. Sí, he cometido una vileza, un error. Me enfadé cuando empezaste a trabajar en el bachillerato nocturno, llegas tarde a casa, también trabajas por la mañana con los niños de la ESO, es algo que te quema, estás más arisca conmigo y con tu hija.
»Nos vemos poco, no tienes ganas de tocarme, no es justo que te quejes por no hacer nada en casa, ya que estoy dispuesto. Varias veces intenté hablar del tema, tú no me escuchabas. Pensé que en nuestro mundo ideal habría una posibilidad de cuestionar nuestro problema. Hasta ahora mismo, hablando contigo, no me he dado cuenta de que al ser un mundo ideal no hay espacio para la realidad cotidiana.
—Nuestro problema —ironizó Inés, se levantó indignada, recogió su plato y se lo llevó a la cocina. Armando no hablaba porque planificaba su defensa. Ella fue más rápida, cuando volvió se quedó rígida delante de él y habló de nuevo—. Trabajar no es un problema, tú mismo esta mañana has comentado esta maldita crisis, a mí me han congelado el sueldo y tú ganas bastante menos que hace cinco años. Para colmo, quieres cada semana una aventura en un hotel, ahora no tenemos tanto dinero como en tiempos anteriores. El problema es cuando no haces caso a tu familia, cuando no te importa si sufren otras personas, aun quieres que te vea con buenos ojos.
—Esas familias no pueden alquilar un piso porque no tienen dinero suficiente ni papeles.
—¡Qué alquilen una habitación en la ciudad! Hay muchos de sus paisanos que alquilan habitaciones para seguir adelante, vale lo mismo y es un piso de verdad.
—Ese camino también es peligroso. Te lo tomas con mucha rigidez, igual que Marta.
—Tu hija piensa más que tú, tiene más ética que tú. Por eso no me preocupa que esta noche esté cenando con su novio, aunque no estén sus padres en casa.
—¡Perfecto! Y yo sin enterarme, es muy joven aún…
—Me ha prometido que volverá, acéptalo sin pasión. —Inés satirizó a Armando. Se fue cansada al lavabo a asearse y salió cinco minutos después. Su marido seguía sentado en la mesa mirando el plato, no movía ni un centímetro de su cuerpo. Lo miró, ejecutó nuevas palabras—.Tuviste una buena idea al poner una cama en la habitación pequeña, porque hoy vas a dormir en ella. No vengas, sino te echaré.
Armando no contestó, siguió sin pronunciar palabra. Su esposa se fue a su habitación a dormir. Pasados unos minutos recogió su plato, tiró la comida recordando los tiempos que iba mejor de dinero, fregó los platos. Cuando acabó, Marta abrió la puerta del piso. Se saludaron, el padre preguntó cómo había ido la noche, ella respondió «bien» con una sonrisa sincera. Él comentó su sorpresa y alegría por su responsabilidad, pero ella lo miraba con expresión decepcionante. No hablaron más, Marta también se fue a la habitación. Armando encendió la televisión sin mirarla, tenía que ordenar de nuevo sus pensamientos. Veinte minutos más tarde entró en su habitación para hablar con Inés.
—Espera, Inés. Os voy hacer caso, no voy alquilar el local a ese hombre. Lo hago por vosotras, porque os decepciona mucho. Está claro que primero sois vosotras, si iba a alquilar ese local era para asegurar un dinero. No sé cuánto más aguantarán abiertas las otras cuatro autoescuelas, suerte que tenemos dinero ahorrado. Esperaré y seguro que vendrá otra persona a alquilar el local. Ahora mismo me he dado cuenta de que has educado bien a nuestra hija, el mérito es tuyo, no mío. Tal vez eres una persona ocupada por tu trabajo, ¿y qué? Marta ya no es una niña. En fin, me voy a dormir…
—Quédate aquí. Sabía que eres una buena persona, sabía que reaccionarías, sabía que en el fondo lo hacías por miedo. No lo tengas, nosotros estamos acomodados, no como antes, es cierto, pero vivimos bien. Nos han bombardeado con noticias pesimistas, exageradas, y las hemos creído. Has tenido que despedir gente, lo has pasado mal, lo he visto, por eso has argumentado así esta mañana, es un escudo que te has inventado, no sabes que a mí no me engañas. —Inés habló suavemente y con un tono bajo—. Vamos a dormir, mañana es otro día.
Armando se quitó la ropa y se tumbó en la cama al lado de Inés. Estaba un poco más relajado, no obstante, tenía una incertidumbre que le hurtaba el sueño.
—No sé si podré dormir. Hay otro problema.
—¿Cuál? —Inés preguntó sin entender nada.
—Hoy me he amargado con la cita con tu compañero.
—¿Por qué te preocupa tanto Emilio?
—Cariño, quedas mucho con él. Yo creía que era porque es un profesor que se entrega mucho, como tú.
—Y lo es. Tranquilízate de una vez, Armando, únicamente habla de su mujer. Está destrozado.
—¿Qué les ha pasado exactamente?
—Nada nuevo, ella lo engañaba.
—Tiene que ser muy duro.
—Lo es, por eso no quiero que sufras por nosotros. Yo nunca te voy a engañar.
—Yo tampoco, amor. Eres mi mujer, sabes que, aunque sea un fetichista, jamás estaría con otra.
—Lo sé, somos un caso digno de psicoanálisis.
—Sí —Armando rio sin energía, estaba cansado e Inés lo notó.
—Vamos a dormir que no nos aguantamos ni tumbados.
Armando durmió poco esa noche, intentó agasajar sus preocupaciones sin éxito alguno. Las palabras melosas de Inés no provocaron el efecto que ella esperaba en su marido, para él era un grave error no alquilar el local. Si había claudicado ante ellas fue porque era consciente de la ofensa que cometía y las duras consecuencias por su inquina. El baluarte que se había fortificado para ignorar o no preocuparse por la sociedad no significaba que tal amparo fuese efectivo con una revuelta interna.
Además, Inés era su voz de la conciencia, él tenía un cierto gen disoluto respecto al dinero, que controlaba con más o menos aciertos y sobre todo con mentiras. Así, su esposa no tenía conocimiento del fondo de los negocios de la autoescuela, ella tenía poca experiencia en trabajos en empresas privadas, ya que entró como funcionaria antes de los treinta años. Además, antes de aprobar las oposiciones se había pasado la vida estudiando, excepto trabajos puntuales en verano para moler granos de dinero. Este hecho fue aprovechado por Armando para sumergirse en su empresa, sin que la acerba crítica de su esposa fuese consciente de la política empresarial de este.
En este fragmento del relato tengo que detallarme en una ocultación de la metáfora de Armando para que usted siga entendiendo la historia. Había otro espacio real a parte del baluarte y la tierra media, Armando lo localizaba en el fondo del mar, donde estaban los tiburones y los barcos hundidos con oro hurtado de Perú. Allí vivían seres que parecían no necesitar de la vida de los ríos, era el mundo al revés que dominaba a la tierra media y al baluarte. Imagínese una flota de submarinos, los cuales protegen los intereses del oro de estos seres desconocidos, que ataquen al castillo y al pueblo con su artillería, no con misiles de crucero, sino con créditos u otro armamento económico, que lo utilizaban las personas corrientes para sumergirse y pescar algún pez que diese ganancias a estos, además de pagar con intereses a los extraños seres que así usurpaban más oro. En esta metáfora no se había compuesto ningún pirata navegando por los mares, como usted, desconozco el motivo. Cabe destacar que el submarino era la única referencia de modernidad en dicha composición, se supone que él creía que la tecnología no estaba navegada por capitanes honestos.
Armando no se sinceró en esta última parte de su particular visión del mundo, ya que Inés tenía una ética vehemente, por eso no soportaba a muchos empresarios, en concreto a los que se habían sumergido hasta el fondo marítimo. Creía que su marido era diferente, si no se había enriquecido era por su moral con los trabajadores.
No existe ningún negocio filón para un pequeño empresario, más si este respeta todas las leyes. Armando lo percibió en sus primeros años de profesión, cuando era un simple profesor. Se sumergió en el fondo empresarial porque se sentía estancado siendo un trabajador, era consciente que el dinero no se producía, sino que se especulaba, así que diez años atrás abrió una autoescuela y cinco después tenía su pequeña flota de barcas con sus cuatro locales. Los tres primeros los alquiló y el último lo compró, demostrando cuanto hondo se había sumergido.
Inés lo apoyó desde el primer día, veía en Armando una persona trabajadora, no era un haragán que se conformaba con un sueldo medio, aspiraba a más, ahora bien, él no le explicaba todas sus decisiones, enseñaba únicamente los papeles legales. Inés nunca preguntó mucho, se dejó sumergir por las cantidades de dinero que facturaba su marido, Armando vio en ello una pequeña e insignificante hipocresía por parte de su mujer, pero lo creía normal en una persona buena y con poca experiencia en cotos privados.
Así que fue tarea fácil ocultar ciertas irregularidades que cometen casi todas las empresas, me refiero a pagar en negro algunas horas producidas por sus profesores, inflamaba los precios de los cursos para luego declarar solo una parte, en más de tres ocasiones contrató sin contratar a las secretarias, los profesores cobraban comisión si conseguían que los alumnos pagasen más clases prácticas. ¿Cómo? Los convencían de que todavía no estaban preparados para aprobar el examen. En fin, prácticas cometidas en muchos negocios españoles y no españoles.
Armando ganó mucho dinero sobre todo con los cursos de los camiones. Era la época de las construcciones faraónicas, la mayoría de ellos están sin trabajo desde el inicio de la crisis, desde entonces son pocos que vayan a estudiar porque el dinero se ha diluido en alguna parte del fondo marino.
Las ganancias poco a poco fueron bajando de cantidades, hasta que en el último año hubo un embate de la crisis, las matriculaciones bajaron más de la mitad, pues por lógica Armando cerró dos autoescuelas. La idea fue cerrar un local de alquiler y su propiedad para alquilarlo, propiedad de la que aún pagaba la hipoteca. Los despidos tampoco fueron asunto fácil, había profesores que llevaban varios años en la empresa, echarlos hubiese sido caro para un presupuesto tocado como el de Armando.
No obstante, este fue un empresario avispado, se aprovechó de la situación económica, fusionó su empresa con la de otro empresario pequeño que también poseía dos autoescuelas, en otras palabras, fundó una nueva empresa en que existían dos socios. Así pudo rescindir legalmente el contrato de algunos de sus empleados, les dio a elegir entre ir al paro y no encontrar trabajo o bajar su sueldo y rescindir su contrato para firmar uno nuevo, perdiendo algún que otro derecho como la antigüedad, el cual era un privilegio en tiempos de crisis. La indemnización corría por supuesto por parte de la aurora ¿qué era mejor? El miedo, lógicamente, respondió la segunda opción. Armando tuvo suerte, ya que tenía tres profesores en plantilla que llevaban menos de dos años. No eran trabajadores indefinidos según la legalidad española, así que pagó cero euros de compensación. También tuvo que echar a dos secretarias, tampoco cobraron indemnización porque no firmaron contrato alguno, aceptaron el trabajo porque eran inmigrantes sin permiso de residencia.
Armando no paraba de pensar en que no conseguiría fácilmente alquilar el local. Si pudiese cerrar el trato sin que Inés tuviese consciencia del asunto. Era imposible, podría pasar una tarde por la calle y ver el negocio. La opción de la venta era perder dinero porque el valor del local había bajado el último año a causa del conflicto económico de los submarinos, que ya era realidad y no únicamente imaginación de usted. El baluarte había sufrido el ataque, Armando reorganizó su defensa, reconstruyó la zona afectada, como se ha leído en las anteriores líneas, no era suficiente para él, estaba seguro que habría otra ofensiva.

Las reflexiones no permitieron la existencia de sentimientos bondadosos hacia sus antiguos trabajadores, además, bastante tenía él con mantener su nivel de vida. Al fin y al cabo, era lo que más le preocupaba. En estos últimos años habían vivido cómodamente, no era una vida lujosa, simplemente se permitían viajes a ciudades como París, Londres o Buenos Aires, por no hablar del amor de Inés por el teatro, el instituto privado de la hija y las visitas exóticas a hoteles desperdigados de la ciudad. Su esposa tenía razón en que a ellos la crisis no les afectaba tanto, no obstante, reconocía que había bajado su nivel de vida, la situación seguro que podía empeorar. Los seres habían disparado demasiado con tanto crédito que habían negociado con cualquier persona, Armando era uno de ellos, fue la única manera de abrir su negocio. En el 2012, en cambio, esos no prestaban ni un cebo y provocaban la muerte de muchos pequeños pescadores, submarinistas o marineros.

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sábado, 2 de mayo de 2015

El caído.

El caído

Eran las diez en punto de la mañana cuando a Henry le sonó el despertador. Maldijo su vida y la del despertador al escuchar ese ruido infernal, hay que tener en cuenta que únicamente había dormido tres horas. Tenía que levantarse pronto para buscar a sus hijos en casa de su ex mujer. Henry desayunó un poco de cereales, se afeitó y se duchó, cuando estaba a punto de salir de su casa le hizo una visita su hermano mayor: Paul.

¿Cómo estás, Paul?
Bien dijo Paul secamente, analizó a su hermano y se llevó una decepción. Por tu cara adivino que ayer saliste.
Sí.
Hoy tienes que ir a buscar a tus hijos.
Ya.
Parece que a ti no te importan.
Sabes que sí.
Henry, soy tu hermano y te quiero, no me gusta ver cómo te jodes la vida. Lo tuviste todo: una buena y guapa mujer, una carrera futbolística única, ganaste muchos títulos con el Barça… ¿qué queda de esa gran persona? Nada, únicamente un jugador retirado con treinta y dos años a causa de los excesos de alcohol.
Te recuerdo que si tú vives bien es gracias a mí, a tu hermano pequeño dijo Henry rencorosamente.
Es cierto, no te lo puedo negar. Me llevaste contigo a Barcelona, muchos otros hubiesen pasado de traer a su hermano mayor, tú nunca has sido como los demás… eras buena persona, ¿qué te pasó?
Supongo que en Londres no hay la fiesta de Barcelona.
Henry, aún recuerdo tu mejor temporada. Tú y Ronaldinho ganasteis la liga española y la Liga de Campeones, erais un gran pareja… los dos fuisteis una mala influencia el uno para el otro, él fue más afortunado que tú, cuando vio que os cargasteis el equipo, se fue a Milán a continuar con sus borracheras…
Sí, Paul, yo me lesioné, ¿qué culpa tengo yo?
Mucha, y lo sabes muy bien. Tanto alcohol y tus grandes comilonas acabaron contigo, ibas a entrenar como si se tratase de andar un poco… claro, eso tuvo sus consecuencias: poco a poco perdiste tu velocidad, frecuentaban las lesiones hasta que la última te retiró del fútbol.
Tienes buena memoria, no te quejes tanto, hombre, ¿a ti te ha faltado el dinero alguna vez?
No lo entiendes, Henry, no es por el dinero, no es por mí. Es por ti, no eres feliz con tu actual estado de vida. Tienes muchísimo dinero pero algún día se acabará ¿entonces qué? Ayer hablé con papá y mamá… Paul se calló, le costó volver a hablar a causa del miedo. Vuelvo a Londres, no aguanto estar más aquí.
¿Te vas? Henry miró a su hermano con tristeza, no podía creérselo. ¿Cuándo?
El sábado que viene, por eso he venido tan pronto hoy, no quería decírtelo delante de los niños.
Paul, tú eres la única persona cuerda que tengo alrededor, dime qué voy hacer ahora.
Has acabado con mi paciencia, Henry, he intentado ayudarte pero tú no pones de tu parte, tengo que pensar en mí.
Supongo que tienes razón.
¿Supones? rió irónicamente Paul. Te has aprovechado de mí. Me utilizabas para que tu ex mujer no supiese de tus infidelidades, llegaste a decirle que era yo quien tenía problemas con el alcohol y una vida sexual desenfrenada… hasta que llegó aquella niña preñada recién cumplida la mayoría de edad.
Pagué el aborto.
Sólo faltaría, pero tu cara salió en toda la prensa amarilla y fuiste la vergüenza de la familia.
Se me escapó de las manos, perdí el norte… ahora ya es tarde.
No es tarde, Henry, aún tienes bastante dinero, no seas tonto y haz un buena inversión, compra unos pisos y luego los alquilas.
Te recuerdo que hay crisis dijo secamente Henry.
Tú siempre con excusas, la crisis afecta a los trabajadores, no a la gente rica, al menos no de la misma manera.
Supongo que tienes razón Henry miró el reloj, quería irse y respirar tranquilo.  Me tengo que ir, voy a buscar a los niños, ¿luego te pasarás?
Sí, me quiero despedir de mis sobrinos.
Está bien, hasta la tarde, entonces.

Henry acompañó a su hermano hasta la puerta, fue una despedida fría. A los cinco minutos cogió el coche para buscar a sus hijos. Durante el trayecto pensó en su vida “tiene razón Paul”, pensaba Henry, “lo tenía todo, sin embargo, me dejé seducir por las mujeres bellas que me cortejaban, ellas únicamente querían estar conmigo por mi fama, nada más, yo en parte lo sabía aunque no me importaba, tan sólo quería pasármelo bien, olvidé a mi familia, traspasé la raya, muchos jugadores son infieles a sus esposas pero mi vida era parecida a la de Goerge Best, en más de una ocasión la prensa española me comparó con él, ahora bien, la carrera de Goerge Best fue más rica que la mía o más larga”. Henry intentó recordar el día que cambió aunque no llegaba a poner una fecha concreta, fue una época muy confusa. “¿Qué me queda ahora?”, volvió a pensar Henry,. “Mi vida ha ido de arriba abajo, aún cuando salgo hay alguna jovencita que quiere pasar un buen rato conmigo aunque ya no es como antes, en aquella época me lo pasaba muy bien, a causa de mis borracheras no era consciente del daño que hacía a mi familia, hoy en día todavía bebo porque soy incapaz de dejar el alcohol, no tengo fuerzas. Soy consciente que soy una mala influencia para mis hijos, hace dos años me quedé dormido borracho en el sofá, se cayó el cigarro en el sofá sobre la tapicería y gracias a Charles no se quemó la casa, ¡gracias a mi hijo de ocho años! Mis dos hijos estaban en casa… aún me extraña que Diane esté tranquila cuando me llevo a los niños, supongo que no lo está, es buena persona y quiere darme otra oportunidad aunque eso signifique quitarse horas de sueño”.

Henry llegó a casa de Diane, lo estaba esperando hacía bastante tiempo. Henry y Diane tenían la misma edad, se conocieron en el instituto y se hicieron novios. Henry dejó pronto los estudios por su carrera futbolística en el Arsenal, dejó embarazada a Diane y se casaron, años más tarde la familia fue a Barcelona. Fue en esa ciudad donde Henry conoció una nueva vida de la cual quedó enamorado, acostumbrado al escaso sexo matrimonial no pudo evitar sentirse atraído por las beldades de la ciudad, otra causa de su descontrol fue estar lejos de la influencia de sus padres que le habían dado una educación conservadora, cuando estuvo lejos de sus padres y con cierta libertad no supo controlar su vida.

El hijo mayor se llamaba Charles y tenía diez años, tenía una personalidad fuerte y egoísta como el padre, no se llevaban muy bien, y menos con el accidente del cigarro. Ana (tenía el nombre español porque había nacido en Barcelona) tenía seis años y poseía el carácter dulce y tranquilo de su madre, quería mucho a su padre aunque tampoco lo veía mucho. Henry tuvo la suerte de que Diane nunca hablara mal de él delante de sus hijos.

Has tardado, Henry.
He estado hablando con mi hermano.
¿Qué se cuenta?
Dice que vuelve a Londres.
¿Por qué?
No soporta estar más aquí conmigo.
Lo siento dijo sinceramente Diane.
Todo lo bueno que he tenido me lo he cargado.
Un poco tarde para lamentarse.
Perdóname, Diane.
Confórmate con que te deje ver a nuestros hijos.
Sé que para ti significan un gran esfuerzo.
Sí, Henry, me da miedo que vean algunas de tus zorras, no quiero que piensen que la vida es una continúa fiesta.
Jamás han visto alguna de mis aventuras confesó Henry.
Así tiene que continuar.
Sabes que si no vuelvo a Londres es por los niños.
Sí, pero mi relación con Marcos va muy bien, es un buen hombre, me gusta vivir en Barcelona con él.
Me alegro que te vaya bien.
Muy bien, vamos a tener un hijo comentó Diane rápidamente porque no se atrevía a decírselo.
Vaya… dijo débilmente Henry, no sabía qué decir. Vais rápidos, lleváis sólo un año.
Ha sido buscado, la mayor locura fue quedarme preñada de ti.
Pero tuvimos un hijo maravilloso, Diane.
Es como tú, por eso no os lleváis muy bien, en cambio, Ana te adora, no tiene muchos recuerdos de ti pero está encantada que su papá fuera un gran futbolista, lógicamente no sabe nada de tu decadencia y tus mujeres.
Lo siento.
Ya te he dicho que es muy tarde Diane se calló y volvió hablar para expresar bien sus pensamientos. Nunca te he preguntado algo, Henry, pero es importante para mí.
Dime.
¿Cuándo comenzaste a ser infiel?
En la segunda temporada, un año antes de nacer Ana, pero las súper borracheras no fueron hasta la cuarta temporada. Todo se descontroló a partir de la cuarta temporada.
Sí, todo coincide. Y yo creía tus mentiras, caíste tan bajo.
He pagado las consecuencias.
Más yo.
Puede ser, Diane. Voy a buscar a los niños.
Será lo mejor.

Los dos fueron a la habitación de Ana que estaba dibujando para hacer un regalo a su padre, cuando Ana vio a Henry lo abrazó con mucho cariño y le enseñó el dibujo, era Henry marcando un gol, a él le gustó mucho y llegó a emocionarse un poco.
Luego fueron a la habitación de Charles pero no estaba preparado ya que el hijo mayor no quería irse con su padre.

¿Por qué no quieres ir con papá? preguntó Diane.
Quiero quedarme contigo, mamá.
A mí me ves cada día, cariño.
Sí, pero también quiero estar contigo y Marcos este fin de semana este comentario sobre Marcos molestó mucho a Henry.
Hijo dijo Henry, nos lo vamos a pasar muy bien, podemos jugar a fútbol en el jardín mientras tu hermana dibuja.
No quiero…
No seas tonto, yo quiero estar contigo, Charles suplicó Henry.
Papá, en el colegio se ríen de mí porque soy hijo de un borracho… no quiero ir contigo…

Charles se fue de la habitación, Diane lo llamó para que volviese pero el niño no hizo caso, Henry habló con Diane y le dijo que era mejor no llevárselo este fin de semana, era normal que estuviese molesto y disgustado por tales comentarios con su padre, se llevó únicamente a Ana que se entristeció un poco, luego, en el coche de su padre se animó y se olvidó del asunto. Llegaron a casa de Henry y jugaron un poco antes de comer, la relación entre padre e hija era muy buena y cordial, Henry pensó mucho mientras jugaba con su hija: “con Ana es cuando soy una persona amable y buena, recuperó aquel ser humilde y trabajador que tanto gustaba a Diane y Paul, creo que Ana es la única persona que me hace feliz, quiero mucho a Charles, sin embargo, él acabará odiándome a este paso, quizás me lo merezco por tratar mal a su madre, nunca la pegué, nunca le faltó de nada, bueno, quizás lo más importante, cariño…”.

Papá… -interrumpió Ana.
Sí, dime, hija…
Tengo hambre…
Voy hacerte un bistec con patatas fritas, ¿quieres?
¡Sí! gritó la niña feliz. Mamá no me deja comer patatas fritas, dice que engorda mucho.
Tiene razón mamá, pero por un día no pasa nada.

Henry no tardó mucho en cocinar los bistecs y las patatas fritas, Ana, mientras, vio la televisión. Ya en la comida Ana no paraba de hacer preguntas a su padre sobre su carrera futbolística, Henry intentó esconder su etapa negra, no obstante, Ana sabía más de lo que pensaba Henry.

Dice Charles que tú eres un borracho.
Es mentira, cariño.
Entonces, ¿por qué miente Charles?
Es lo que escucha en el colegio… Ana, los niños son muy malos y tienen envidia de que el padre de Charles haya sido un gran deportista y sus padres no.
¿Tú no bebes?
No, tesoro, no mintió Henry entre risas fingidas.

Dos horas más tarde llegó Paul para despedirse de su sobrina, preguntó por Charles y Henry le explicó lo sucedido, Paul no quiso dar su opinión sobre la decisión de Charles. Paul cenó con su hermano y su sobrina, Henry ya estaba realmente cansado de no haber dormido, pensaba acostarse en cuanto se fuese su hermano. Ana se durmió  a las diez y cuarto de la noche ya que estaba muy cansada, a los cinco minutos se fue Paul, fue una despedida triste y fría que afectó mucho a los dos hermanos. Henry, antes de dormir, se puso a ver el partido de fútbol con un güisqui y un cigarro, durante el día no había tenido ganas de beber a causa de la resaca pero después de la cena el cuerpo se le había reactivado, no miraba mucho el partido porque estaba ahogándose en sus pensamientos: “he mentido a mi hija, algún día será grande y sabrá toda la verdad, entonces me odiará como me odia Charles, quizás Paul tenía razón, aún estoy a tiempo de salvarme, de tener una familia y un futuro estable… sin embargo, no sé cómo dejar el alcohol… no tengo fuerzas, significa que no quiero a mi familia… no digas eso, Henry, mira el partido y calla”.

Henry bebió otro güisqui para salir de tales pensamientos y la nueva copa lo animó a beber poco a poco, a medida que iba bebiendo también se le iba el sueño y los pensamientos sobre su familia, sintió ya perder el control sobre sí mismo aunque tampoco importaba, ya no pensaba en nada, tan sólo era una máquina de beber y fumar, disfrutaba estando así, fuera de todo y de todos, no tenía que aguantar a nadie y hasta llegaba a reírse, pensó que también tendría que dejar con el tiempo el alcohol por el bien de Ana. En aquel momento todo parecía estar en orden y armonía, Henry se encontraba muy bien, hasta que se acabó la botella de güisqui. No podía ser, Henry quería más, normalmente en estas ocasiones solía ir a comprar una o dos botellas a una licorería cerca de casa, sin embargo, está vez dormía bajo su techo su hija pequeña. Estaba muy nervioso y quería beber más, “vuelvo en un momento, no pasará nada”.

Cogió el coche y corrió lo máximo que pudo, iba ya un poco beodo aunque tuvo suerte y no le paró la policía ni tuvo un accidente, compró dos botellas y volvió corriendo a su casa, fue en ese momento cuando se arrepintió de haber comprado el alcohol. “Qué bajo he caído”, pensó, “cómo puedo ser tan irresponsable, he dejado a mi hija de seis años sola en casa ¡cómo se entere Diane me mata! Se acabó, el alcohol domina mi vida, tengo que dejarlo, necesito ayuda, quizás lo mejor sea volver con Paul a Londres para curarme, cuando esté bueno y sea un buen padre mereceré ver a mis hijos, hoy por hoy, prefiero que no me vean a verme borracho perdido, tengo… quiero ser un buen padre”.

Henry llegó a casa, aparcó y cuando iba abrir la puerta se sorprendió que la televisión estuviese tan alta, al entrar no vio nada extraño “seguramente que he dejado la tele a toda hostia, espero que Ana no se haya despertado”. Fue a ver su hija y dormía plácidamente, bajó al comedor y tiró las dos botellas, llamó a Paul para hablar sobre su idea de volver con él, su hermano mayor se alegró de escuchar un cambio y aceptó encantado que volviesen juntos para superar los problemas de Henry. Cuando terminó la conversación Henry llamó a Diane para explicar su decisión.

Me alegra que por fin tengas una iniciativa de cambiar dijo Diane escépticamente.
Por tu voz me da la impresión que no me crees.
No del todo.
Explícate.
Ahora vas un poco borracho, por eso me has llamado, ¡vas borracho con nuestra hija en tu casa! ¿No te da vergüenza…?, por eso has pensado tales ideas, mañana tendrás ganas de beber y beberás.
Así no me ayudas mucho, Diane.
Yo no soy tan buena persona como tu hermano.
Antes lo eras.
Tú me cambiaste, Henry.
Tienes razón, te cambié, es cierto, ahora voy un poco borracho y me doy asco, Ana está aquí, me quiere y por eso voy a dejar el alcohol, sé que me va a costar… quizás tenga recaídas pero por eso vuelvo a Londres, no puedo curarme solo e únicamente mis padres y mi hermano podrán aguantarme… ¿escuchas, Diane?
Sí, Henry, no piensas volver hasta estar curado.
Exacto.
Ojalá que vuelvas, Henry, ojalá.
Gracias, Diane, y lo siento otra vez.
Déjalo.
Nos vemos mañana.
Hasta mañana, buenas noches.
Buenas noches.


Al día siguiente Henry llevó a Ana a casa de su madre, allí habló con sus dos hijos y les explicó toda la verdad, Ana lloró mucho y Charles se hizo el fuerte y en ningún momento habló con su padre porque no lo creía. Henry se fue con el corazón partido por sus dos hijos, quizás tendría que haberles mentido pero ya estaba harto de mentir, quería reconstruir su vida, volver a ser feliz. “Tengo mucho miedo”, pensó Henry, “tengo miedo al fracaso y a la familia, es un gran esfuerzo que tengo que hacer, no obstante, vale la pena, cuando no pueda más pensaré en mis hijos, espero volver algún día a verlos con dignidad”.


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Interiores son cuatro relatos independientes que tratan sobre historias de rabiosa actualidad social mezcladas con las acciones contradictorias de sus protagonistas. Son personas de diferentes clases sociales con diferentes preocupaciones, desde personajes sufriendo la realidad del paro a jóvenes que pretenden publicar su obra literaria, todos ellos tienen en común ser personas reflexivas que analizan su vida y su entorno con sus respectivas ideas.