domingo, 3 de agosto de 2014

Interiores (Fragmento Cuarto).


VI.


La dilatada época que viví sin pareja fue como comer un pastel a pequeñas raciones, no me llenaba, pero tampoco moría de hambre. Intentando ser sincero, no ingerí ni un solo dulce en la época posCelia y no fue hasta el éxito comercial de mi obra magna que el apetito resucitó en mi cuerpo. Tenía tanto dinero que me permitía el lujo de ir regularmente a la pastelería, la pastelera me presentaba o enseñaba productos, algunos eran de crema y otros dulces, alternaba todos los alimentos, es más, devoraba manjares nacionales y extranjeros: me sedujo la textura deliciosa del bizcocho o pastel dominicano, me interesé una época por el zongzi aunque era demasiado pegajoso y en otro período sucumbí a la melosidad del blighat.
Muchas veces, después de saborear el manjar, me gobernaba el arrepentimiento ¿por qué no cocinaba yo? ¿No sería mejor para mí comer un único pastel y por tanto entero? No obstante, el recuero de Celia me convencía de que caminaba por la dirección correcta. Estuve años con este estilo de vida acerba, cambiaba de pastelería como quien cambia de vestuario. Tuve más de una ocasión para romper mi costumbre y enrolarme en una gastronomía, no cedí porque el miedo era mi sentimiento y la vergüenza mi conciencia. He explicado anteriormente que el miedo era por Celia, en cambio, la vergüenza era causada por unas frustraciones latentes en mí desde que tengo conciencia, vergüenza que es hermana del miedo, ambos van juntos conmigo por el camino. Vergüenza y miedo de lo que piensen los demás, vergüenza a mí mismo y miedo se sentirme otra vez inferior como me ocurrió con Celia. Tal vez la vergüenza sea un sentimiento híbrido ya que hay algo de orgullo y ego, en otras palabras, sufro de ambivalencias. Voy a escribir un ejemplo práctico: estuve dos años sin ver a Pedro por las amenazas de Celia por el envite, ella pensaba que la publicación del escándalo afectaría a las ventas de mis libros, mi editor, le dio la razón. Mis sensaciones fueron otras, no me hubiese atrevido a mirar a ninguna persona, me hubiese atormentado creer que mis más cercanos tendrían pensamientos malvados sobre mi persona. Elegí o preferí no ver a mi hijo a luchar en la trinchera, hecho del cual me arrepiento y hace que me odie a mí mismo, luchar hubiese sido doloroso, pero no hubiese perdido a mi hijo. Preferí que me hijo pensase que era un egoísta, al cual únicamente le importaba el dinero, a que supiese la verdad.
Estoy perdiendo el hilo de la historia, vuelvo a los pasteles. Me encapriché con un manjar antes de casarme con María. No sé si era amor, tengo claro que estaba totalmente obsesionado por engullir cada día una ración. Hay una cuestión que es importante anotar: comer un pequeño trozo significa que otro hombre probará o ha probado antes otra ración, suceso que nunca me había importado hasta disfrutar del aroma dulce de aquel manjar. Me volví una persona posesiva y celosa, era consciente de que no podía exigir nada y este pensamiento me torturaba aún más. Mil veces pensé que no tendría que volver a desmenuzar el pastel, jamás cumplí mi propósito. Los días corrieron para caminar otro año. Una tarde me paró un hombre cuando me dirigía a la pastelería, era un señor bien vestido, creía conocerlo o haberle visto en alguna ocasión anterior. El hombre hablaba desabridamente, atropellando las palabras, y parecía estar nervioso. Me invitaba a tomar café para hablar de un asunto importante para mí y mi pastel. Acepté, estaba aturdido y preocupado, pensé que aquel hombre estaba relacionado laboralmente con el manjar. Hablamos de mis libros una vez dentro de la cafetería. Sin embargo, estaba inquieto y le pedí que fuese directamente al grano. El hombre se llamaba Julián, trabajaba en un programa del corazón y conocía mi gusto por el dulce, decía que me entendía, «yo también lo he probado, excelente», dijo riendo hipócritamente. Me amenazó con explicar mi vida privada sino le hacía un favor.
—Conozco toda su vida. Ha hablado demasiado y me he enterado de todo porque compartimos gustos. Ya ve, no se puede confiar en nadie.
—¿Se lo ha contado todo?
—Sí, todo. Le cae bien, pero piensa que así puede ganar mucho dinero. Voy a evitar que hable en la tele a cambio de algo.
—¿De qué?
—Verá. —Aquí habló lentamente y cruzó sus brazos para que le tomara en serio—. Tengo una hija, ya sé que usted no ve la prensa rosa. Mi hija es joven, viuda de un torero famoso, el murió hace dos años y la pobre está destrozada. No quiere conocer a nadie, no puede tener hijos y cree que nadie va querer estar con ella por su problema. Usted tiene un hijo, ¿quiere tener más?
—Es algo que no me he planteado.
—Eso significa que no. Solo le pido que conozca a mi hija. —Sacó una fotografía de su cartera y me la enseñó—. Es muy guapa, no tiene su cultura y no le gusta leer, aunque es buena persona y joven, tiene veinticinco años.
Le devolví la fotografía, lo miré mareado a causa del embate, no podía creer estar hablando con ese deshollinador. Recordé en ese momento haber visto a ese hombre en la televisión hablando de su vida privada con una frialdad efervescente.
—Ahora lo recuerdo. —Sonrió de nuevo y nació en mí un odio profundo hacia ese ser—. Si le digo que voy a denunciarlo se va a reír, mejor para usted, más protagonismo y dinero.
—Exactamente. Piense una cosa. —Volvió a cruzar los brazos y alzó la cabeza—. Pedro ya tiene una edad y una exclusiva tan fuerte haría romper la relación con su padre, usted tiene muchos problemas con su hijo y Celia. Mi María sería una buena madre, el chico es grande, sí, aunque no importa. Mi hija es tan buena que se ganará el corazón de Pedro y el suyo.
—Pongamos por un caso que nos conocemos, ¿qué pasaría si no sale bien?
—Nada, se lo prometo. Ahora bien, estoy seguro de que cuando la conozca se va a enamorar de mi María. —Julián calló un momento, movió su mano para coger el asa de la taza y terminar su café. Estaba esperando que yo hablase, abrió la boca cuando entendió que no iba a suceder—. Mañana voy al entierro de mi mujer, hablaré con mi hija y les arregló una cita.
—¿Una cita tan solo?
—Ya le he dicho que una cita.
Acepté conocer a María, total, sería únicamente un encuentro. Además, era consciente del poder del merodeador, tampoco había pedido mi alma porque le interesaba mi dinero. Ese día me fui a casa, se me había quitado el apetito, no imaginaba que nunca más pisaría una pastelería, no veía que se iniciaba una nueva etapa en mi vida. Me horrorizaba recordar cómo Julián hablaba de mi hijo con una familiaridad natural, sufrí otra decepción a causa de la indigestión del pastel, aprendí que las pequeñas raciones también provocan dolor.
Creo que nunca más he vuelto a confiar en alguien, en hablar de mi vida privada con una persona, ni siquiera con María. Recuerdo todavía la primera vez que la vi, era la personificación de la beldad y la timidez, no teníamos gustos comunes y sudamos para iniciar una conversación coherente. La construimos cuando ella preguntó por Pedro y me sorprendió su infinita curiosidad por mi vida paternal. Pedro fue la semilla para plantar nuestro jardín en nuestros primeros años de relación. ¿Por qué no volver a verla? Pensé que con el tiempo podría enamorarme de su bondad, sin olvidar que su belleza me excitaba, su físico quizá era la razón de que era tan educado y amable con ella. María respondía con la misma moneda, pero yo sentía que nuestra relación era forzada.
Pedro conoció a María a causa de la insistencia de esta. Mi hijo estaba padeciendo los primeros ataques de su madre, nunca pensé que Celia actuaría vilmente contra Pedro, era su vida cuando nació. No obstante, no educamos bien a nuestro hijo y no explotamos sus virtudes, hecho que me oprime el pecho, secreto que nunca he confesado a nadie, ya que por despecho responsabilizo a Celia de lo sucedido.
Me he perdido otra vez, no estoy tamizando correctamente este relato, tal vez porque es una confesión demasiada sincera y yo, aunque he escrito novelas autobiográficas, no he sido sincero con la obra ni conmigo mismo. ¿Puede un hombre escribir sinceramente? ¿Puede un hombre escribir las ideas y los sentimientos más enterrados de su inconsciencia? ¿Puede un hombre aceptarse hasta la última consecuencia de su ser? Yo lo estoy intentando, como han hecho tantos escritores anteriores a mí, como el hombre del subsuelo que reconoció su bajeza, ahora es mi turno.
María ha sido en estos dos últimos años un alivio, un desahogo para Pedro. Mi hijo siempre que puede viene a vernos, no, viene realmente a hablar con María, que es la única inocente dispuesta a ayudarlo. Pedro no confía en mí, algo que entiendo y no me atrevo a discutir porque perdería la batalla dialéctica. El amor que tiene Pedro por María ha hecho que no me aleje de ella. Sé que es duro lo que voy a escribir, pero es la verda: nunca he estado enamorado de María, le tengo cariño y respeto, su físico me fascina, aunque si estoy con ella es porque me une más a Pedro. Si me he casado con ella es porque a Pedro le hacía mucha ilusión la ceremonia. María es la única madrastra que no ha tenido problemas de comunicación con su hijastro.
El matrimonio se celebró por la influencia de Julián, pero no lo tuve claro hasta que Pedro se alegró de la noticia. Julián era un auriga y yo uno de los jamelgos de su carruaje, María era el otro caballo. Ella ya no salía en el mundo del cotilleo desde que inició su relación conmigo, Julián y Ana se encargaron de desterrar a María de la televisión. Ana es una joven periodista que ha entrado en la televisión porque se ha acostado con Julián. Este ha introducido a la periodista en el programa en el que colabora a cambio de que defendiese a María. Ana interpretó tan bien su personaje que María quiso conocerla, para agradecerle su apoyo desinteresado. Desde entonces nació una amistad sólida, a pesar de que María no tiene constancia de la relación entre Julián y Ana. Julián me contó su secreto cenando una noche, estaba beodo y reía mucho. «Eso, sí, Ana ahora aprecia a mi hija un montón, te lo aseguro, sino yo no hubiese dejado amistarse a mi María con esa mujer. Ana dice que no hay persona más buena que mi María. ¡Qué razón tiene! »
Ana es una mujer extraña, no simpatizamos nada, sabe que no amo a María y que no sé dónde voy. Es una persona sin principios, ha llegado lejos por su cuerpo y traicionando a muchos compañeros. Ahora bien, jamás haría daño a María. Adora, admira y aprecia la personalidad de María, le gustaría tener algo de ella, pero su realismo le hace olvidar el propósito de ser mejor persona. No se arrepiente de su pasado oneroso y de su relación con Julián, lo cual no quiere decir que cuando este murió hace dos meses no respirase tranquila, al menos percibí esa calma interior en el entierro de Julián. Por mi parte puedo asegurar que me alegré, era la única persona que podía esgrimir a María, ahora ella puede conseguir que mi hijo me quiera sin la molestia de su padre. María me ha reconocido no estar muy afectada por el accidente de Julián, le ha dolido no haber tenido mejor padre, como a Pedro.
He sido el filón de Julián, este consiguió que el pastel no fuese conocido a cambio de una dosis económica. Él se hizo cargo de la inversión, escribo inversión porque con el tiempo repuntó su dinero. Fue astutamente ardido, esperó unos meses a que se formalizase mi relación con su hija y entonces reprochó mi «candidez comercial, no es normal que no quieras que hagan películas sobre tus libros», me comentó en una cena como si hablase por mi bien. «Sí, sí, sí, lo sé, te niegas porque crees que no se tienen que hacer pelis sobre libros, según tú, matan la imaginación de los lectores. ¿Y los que no somos lectores no tenemos derecho a disfrutar de tu rico mundo? Piénsalo, lo digo por tu bien». Coceé mil veces, hasta que un día me envió un correo electrónico en que escribió: «Antonio, he hablado con un productor, está dispuesto a pagarte mucho dinero por hacer una película de las dos primeras novelas, me ha dicho que será una peli larga, seguro que durará más de tres horas. Por cierto, Antonio, hay otra cosa importante que quiero hablar contigo, me tendría que quedar con el 25 % del dinero que te den, no es por mí, ha vuelto amenazarme quien ya sabes, quiere más dinero, es la razón por la que creo que tenemos que aceptar esta oferta». Sabía que este correo era una argucia de Julián, sabía que el pastel no quería más ingredientes, sabía que iría a la televisión a declarar mi crimen. Ya conocía a Julián, no estaba dispuesto a perder su inversión, había demostrado un control absoluto en las vidas de María y la mía, su plan lo ejecutó perfectamente. Tuve que aceptar la oferta cinematográfica, la película fue un desastre, aunque ganamos algo de dinero. Julián desterró a María de la televisión porque yo era su nueva gallina de los huevos de oro. Ana ayudó a mi suegro ya que quería a María, la amante no participó en hurtarme.
Me imagino la cara de satisfacción de Julián cuando le explicó todos mis secretos más íntimos, calculó hasta cuándo podía utilizar el pastel y luego tenerme atado a su vida por estar casado con María. ¿Cómo volver a confiar en alguien después de estas experiencias? Después de haber conocido a Celia, a mi pastel y a Julián. ¿Qué ideas tendría Julián después de la boda? La muerte de Julián no fue únicamente un descanso para Ana y María.

María acabó de leer la confesión que acababa súbitamente, como si el autor tuviese miedo de continuar escribiendo. Dejó el dosier en el bolso, ubicó sus ojos en el cuerpo de Antonio y quedó sumergida en una ardua tarea reflexiva.