Un mal ejemplo para
los niños.
Un mal ejemplo para los niños.
Los hombres deben afrontar las
consecuencias de sus actos. El castigo es el más perfecto consuelo para la
culpa y su único posible remedio y corolario. Gracias al castigo el equilibrio
se restablecería en este mundo poco comprensible donde él había estado dando
saltos de títere con la cabeza llena de humo mentiroso.
Luis
Martín-Santos. Tiempo de silencio.
La rambla hospitalense era una duna de hilaridad. Era lunes y ni la luna
señoreaba a los jóvenes. Además, los bares estaban cerrados a pesar de ser la
una de la madrugada. Era un mes de diciembre que empobrecía el ambiente
caluroso. Juanjo esperaba en estas circunstancias a Ángel. «Maldita sea»,
pensaba Juanjo, «hace un frío de mil demonios y este tío no llega, encima he venido
para vender solo quince euros». Ángel apareció como una esperanza perdida cinco
minutos más tarde, ni siquiera se disculpó.
—La próxima vez, si no eres puntual, me largo. Es la última vez que me
puteas así —Juanjo hablaba ariscamente mientras pasaba una bolsa pequeña.
—¡Tranquilo Juanjo! El cajero al que voy habitualmente no funcionaba, he
tenido que caminar mucho para encontrar una sucursal de mi banco, ¡compréndeme
macho! Este cuarto de pollo me va ir
de puta madre para acabar este fin de semana, te he pillado mucho.
—No tendría que haberte pasado más… —Cogió el dinero que le daba lo más
rápido posible-. Por cierto, que sea la última vez que quedamos tan cerca de la
comisaría.
—¡Los picoletos! ¡No me jodas, tío! Esos no hacen nada, son pocos.
—Pues los mossos.
—Los mozos pasan poco un domingo por la madrugada, yo sé a qué horas
quedar. Bueno, me voy, voy acabar la fiesta, gracias por todo tío. Te llamo el
viernes que viene.
Juanjo volvió a su casa tiritando y reflexionando. «Tendría que haberme
abrigado mejor, pero con las prisas…Joder, no valgo para esta mierda, lo sé. Montse
tiene razón, no soy así, aunque necesitamos el dinero. ¿Cómo podríamos sino
pagar la hipoteca, las facturas y la comida? Ángel, ese chico, se ha gastado en
tres noches casi tres cientos euros, casi tres cientos euros para nosotros en
tres días. ¿En qué otro trabajo puedo ganar tanto? Bueno, podría ser un gigolo, aunque Montse me dejaría… Estoy
pensando en tonterías».
Su esposa estaba despierta cuando volvió al hogar.
—Ya era hora, Juanjo. ¿Por qué has tardado tanto? —Montse hablaba
quedamente para no despertar a los chicos.
—El idiota de Ángel ha llegado tarde. ¡Maldito chico! ¡Y solo para quince
euros! Había comprado mucho ya este fin de semana, de repente decide comprar
esta mierda para acabar su fiesta. Antes se vendía treinta como mínimo, pero
con esta crisis…
—No grites, que están los niños. Anda, cámbiate de ropa, que estás muerto
de frío, y vamos a la cama. —Montse no volvió hablar hasta que se tumbaron—.
Amor, he estado muy nerviosa, estaba alterada y el bárbaro silencio aún me
hacía preocupar más. Espera, sé lo que me vas a decir, lo sé, amor, el idiota de
Ángel, es necesario, muy bien. Ahora escúchame a mí, este negocio cada día te
cerca más, estás más reducido, dependiente de él. Me aseguraste que sería
temporal, sin excesos pomposos, y sin embargo, cada día esquilas más el miedo,
te sientes cómodo en este negocio, no me digas que no porque lo siento, lo
percibo. Nunca habías vendido tanto como este fin de semana, nunca habías
comerciado durante tantas horas, no vendes fruta, sino…
—Cariño, lo hemos discutido un millón de veces, pero parece que no recuerdas
que tenemos dos hijos, la mayor tiene diez años y el pequeño seis. Se llevan
cuatro años, el mismo tiempo que llevo yo sin trabajar. Sí, es cierto, no tengo
estudios, fui un cretino en trabajar desde los quince años, recuerda que no había
parado hasta el 2008, cuando me despidieron de la obra. Me reciclé, estudié
lampistería y no he encontrado nada de nada. Tú ganas cuatrocientos euros limpiando
portales en esa empresa de mierda, más otros cuatrocientos de ayuda social. Sabes
que no nos llega para pagar la hipoteca, las facturas y la comida. Gracias a lo
que hago no nos están desahuciando como a otra gente.
—Nos calzamos con una hipoteca desmesurada, te lo advertí. Gastamos
nuestros ahorros en este lujoso piso y en el coche, el cual tuvimos que vender
hace dos años para seguir deshojados por la hipoteca. ¿Cómo seguiremos? Ambos
tenemos cuarenta años, nos quedan veinticinco para pagar este palacio, no hay
manera de trabajar en este país de tramposos…
—Para el carro, Montse, no me comas la cabeza para vender este piso. Sabes
que tendríamos que venderlo por un treinta por ciento menos de lo que nos
costó, cargaríamos con esta losa sí o sí.
—Sería menos pesante. Tu hermano Quique lleva un año en Alemania. Él no
se informó dónde iba. Tiene únicamente para pagar el alquiler de una habitación
porque únicamente ha encontrado un miniempleo de camarero. No puede ahorrar ni
para volver, maldita suerte por ser soltero. Tus padres no nos pueden ayudar, peinan
más que cortar las pérdidas del bar de tu hermana. Su marido se fue lanzado
como un venablo de la traición, la pobre Carmen tiene que cuidar de sus dos
hijas adolescentes y no es fácil.
—¡Por ahí no pasó! Al menos mi cuñado no se folló a una yonqui y enfermó
de sida para luego contagiar a su mujer. Hace diecinueve años precisamente no
existían los medicamentos de hoy en día. Estabas sola, mi familia nunca objetó
a recogerte a pesar de que llevábamos menos de un año saliendo. Tus padres
vivían de alquiler, nunca compraron nada…
—¡Juanjo! Me abrasas con las cenizas del pasado. No te das cuenta de que
ahora eres tú el que huesas la vida de los demás, pensaba que podría razonar
contigo, ya veo que no. Reflexiona lo que vas hacer a partir de mañana, se
acabó trapichear. Madura niño, algún día la policía te detendrá, si me quieres
a mí y a los niños no nos harás algo así, no pienso quedarme aquí para sufrir
otra pérdida como la de mis padres. Dime por qué no cuentas a los tuyos en qué
andas metido cuando les das dinero, engañas a tu familia excusándote con
trabajillos que haces por el barrio. ¡No respondas! Al final vamos a despertar
los niños.
El despertador cacareó estridentemente a las ocho de la mañana. Juanjo se
despertó para llevar a sus hijos al colegio. Montse se había levantado antes
para ir a trabajar, ya que iniciaba la jornada a tal hora y concluía al mediodía.
A Juanjo le dolía la cabeza, no estaba de humor para aguantar a los niños, así
que deleitó a sus hijos con una bronca matinal para temblar la euforia infantil.
Dejó a los retoños a las nueve en punto en el colegio, el arrepentimiento le
chapoteó cuando vio que los niños entraban como dos obreros en una fábrica. «Me
he pasado con ellos, ¡soy imbécil! », pensaba Juanjo mientras caminaba sin
saber a dónde se dirigía, «me he pasado con Montse y con nuestros hijos, aunque
ella tampoco se quedó corta. No tuve que recordar su historia tan trágica,
bastante tiene que perdió a su familia por la mala cabeza del padre. Cree que
estoy seguro en este negocio, no es así, estoy más desesperado por ganar dinero
y poder dejarlo cuanto antes mejor. No hago bien, es un mal enorme el que
provoco a esos chavales, pero su mal es mi supervivencia… Voy al bar de Fidel a
hablar con él sobre este tema».
Juanjo cambió de dirección. Cuando caminó dos calles observó unos hechos
habituales. «Ya he visto a una vieja y un negro mirando en la basura buscando
comida, quizá chatarra para vender. Antes de la crisis podía ver a alguien
mirando en los escombros, aunque esperaban por la noche ya que tenían
vergüenza. Ahora, en cambio, todo da igual. ¡Joder! Y Montse quiere vivir con
su orgullo intacto». Sus opiniones se imbricaban, pensaba en abandonar el negocio
por vergüenza de sí mismo y de su familia, luego creía que era mejor quejarse
de inmoralidad que de hambre, esta opinión pupilaba hasta la desesperación, no
veía nada claro. Llegó al bar, Fidel estaba solo, limpiando el local después de
haber dormido poco tras trabajar hasta altas horas de la madrugada. Se
saludaron, el camarero preguntó por qué tenía mala cara, Juanjo respondió
sinceramente.
—Por una parte te entiendo, amigo, pero por otra creo que no has pulido
tu opinión. El miedo de tu mujer te ha dirigido a un viaje frustrante que tú
llevabas controlado o eso comentabas hace dos semanas. Fuiste tú quien viniste
a mí a pedir auxilio, yo fui el faro que te iluminó para no estrellarte contra
un peñasco.
»Me aseguraste que podrías aguantar más de un año, yo no te pedí más. Llevas
únicamente cinco meses, reflexiona, ¿cuánto dinero has ganado? Y eso que has
trabajado poco comparado con otros del barrio. Yo nunca te he presionado, es
más, te he conseguido calidad, has navegado a tu ritmo y yo he sido una brisa
suave que nunca te ha soplado fuerte para que fueses más rápido.
—Te agradezco todo lo que has hecho por mí, Fidel. No es solo por mi
mujer. Escucha, este fin de semana he estado atacado de los nervios, mirando a todas
las personas porque creía que eran secretas que me perseguían. Es cierto que a
mí me pasaste las primeras cantidades casi regaladas porque no tenía dinero, te
lo agradezco con el corazón, ahora me vendes como a un camello más, lo cual me
hace pensar que me he metido más de lo que creía en este mundo. Es cierto que
me creí más fuerte, me he dado cuenta de que no estoy por encima del bien y del
mal por muy desesperado que esté.
—Yo tampoco me considero estar por encima de nada ni de nadie,
simplemente recuerdo a un amigo que conozco desde el instituto, que fumamos los
primeros porros juntos, que dejamos de estudiar y nos fuimos a trabajar con
nuestros viejos, tú en la construcción y yo en el bar, que hemos mantenido
contacto aunque nos hayamos visto poco.
»Sabes que llevo toda la vida en este bar, llevo años pasando y nunca me
ha pasado nada, me he ganado bien la vida, sabes que hay noches que cierro la
persiana y aquí viene lo mejor de cada casa a gastarse su dinero, te aseguro
que no ha habido ningún accidente con la policía. No me preguntes otra vez si
tengo un compinche en la comisaría porque no te voy a responder.
»Una tarde, viniste perlado de quejas; tu hermano está en Alemania sin un
puto duro, no puede ni volver; tu hermana está sola con dos hijas, se gastó
todo el dinero del paro para montar un bar, un negocio más explotado en este
barrio que las minas de Potosí, encima la mujer tiene un Titanic de hipoteca que arrastra al aval de tus padres. Yo viné tu
situación, te sugerí el tema y no dudaste, ni consultaste a tu mujer. Al día
siguiente no viniste tan seguro…
—¡Pero lo hice! —Juanjo respondió cansado de escuchar al camarero—. Te lo
afirmé sin consultar a Montse antes, estuvo mal, al final tuvo que aceptar, no
le quedaba otra. Le hablé de mis sobrinas, lo poco que gana Carmen es para pagar
la hipoteca del piso. Mi padre cobra una pensión de mierda que llega justo para
las facturas de los dos pisos y la comida de las dos familias. Quique a veces
también le pide dinero para poder pasar decentemente a finales de mes.
»Montse lo comprendió, lo que gano es para nuestros gastos, si sobra un
poco se lo doy a mis padres, así podríamos ayudar a las personas que tanto
habían hecho por ella. Nunca le gustó la idea y en estos últimos días está
insoportable, comenta que piensa en las personas que me compran, la manera en
que malgastan sus vidas, ya te he dicho anteriormente que le reproché lo de su
padre. Ya no se acuerda que lo hacemos para ayudar a quienes la ayudaron.
—Es una mujer, son así, egoístas. Tú lo has dicho, ella nunca ha cuajado en
este estilo de vida, pero tus padres no se opusieron a que se fuese a vivir a
su casa. ¿Dónde estaban sus abuelos? Los cuatro vivían en aquella época, pasaron
de ella porque cada matrimonio echaba la culpa al otro de la desgracia y nunca
más supo de ellos.
»¿Y sus tíos? Dijeron que ya tenían demasiados hijos y que no podían
cuidar de nadie más. Se tiene que acordar de la grandeza y bondad de tu familia,
amigo, en fin… Si quieres descansa esta semana, piensa qué hacer con tu vida,
cómo protagonizar los siguientes meses sin un puto euro en el bolsillo o poder
ayudar a tu familia.
—¡No me hagas chantaje emocional! Estoy jodido. Montse, por una parte
tiene razón, sé que hago mal, pero, por otra, nadie me da trabajo.
—Amigo, tienes muchas dudas, pero en el fondo te comprendo. La semana que
viene ven a verme y volveremos hablar, espero que tengas una decisión tomada. Comprende
que algo así lo hago por nuestra amistad, con otro jamás actuaría así, entiende
que si se lo haces a otro la historia no acabaría de rositas. Tienes que tener
una respuesta, sino ambos perderemos dinero. Descansa y tranquilízate.
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