domingo, 13 de abril de 2014

Un mal ejemplo para los niños


Un mal ejemplo para los niños.


Un mal ejemplo para los niños.

Los hombres deben afrontar las consecuencias de sus actos. El castigo es el más perfecto consuelo para la culpa y su único posible remedio y corolario. Gracias al castigo el equilibrio se restablecería en este mundo poco comprensible donde él había estado dando saltos de títere con la cabeza llena de humo mentiroso.

Luis Martín-Santos. Tiempo de silencio.

La rambla hospitalense era una duna de hilaridad. Era lunes y ni la luna señoreaba a los jóvenes. Además, los bares estaban cerrados a pesar de ser la una de la madrugada. Era un mes de diciembre que empobrecía el ambiente caluroso. Juanjo esperaba en estas circunstancias a Ángel. «Maldita sea», pensaba Juanjo, «hace un frío de mil demonios y este tío no llega, encima he venido para vender solo quince euros». Ángel apareció como una esperanza perdida cinco minutos más tarde, ni siquiera se disculpó.
—La próxima vez, si no eres puntual, me largo. Es la última vez que me puteas así —Juanjo hablaba ariscamente mientras pasaba una bolsa pequeña.
—¡Tranquilo Juanjo! El cajero al que voy habitualmente no funcionaba, he tenido que caminar mucho para encontrar una sucursal de mi banco, ¡compréndeme macho! Este cuarto de pollo me va ir de puta madre para acabar este fin de semana, te he pillado mucho.
—No tendría que haberte pasado más… —Cogió el dinero que le daba lo más rápido posible-. Por cierto, que sea la última vez que quedamos tan cerca de la comisaría.
—¡Los picoletos! ¡No me jodas, tío! Esos no hacen nada, son pocos.
—Pues los mossos.
—Los mozos pasan poco un domingo por la madrugada, yo sé a qué horas quedar. Bueno, me voy, voy acabar la fiesta, gracias por todo tío. Te llamo el viernes que viene.
Juanjo volvió a su casa tiritando y reflexionando. «Tendría que haberme abrigado mejor, pero con las prisas…Joder, no valgo para esta mierda, lo sé. Montse tiene razón, no soy así, aunque necesitamos el dinero. ¿Cómo podríamos sino pagar la hipoteca, las facturas y la comida? Ángel, ese chico, se ha gastado en tres noches casi tres cientos euros, casi tres cientos euros para nosotros en tres días. ¿En qué otro trabajo puedo ganar tanto? Bueno, podría ser un gigolo, aunque Montse me dejaría… Estoy pensando en tonterías».
Su esposa estaba despierta cuando volvió al hogar.
—Ya era hora, Juanjo. ¿Por qué has tardado tanto? —Montse hablaba quedamente para no despertar a los chicos.
—El idiota de Ángel ha llegado tarde. ¡Maldito chico! ¡Y solo para quince euros! Había comprado mucho ya este fin de semana, de repente decide comprar esta mierda para acabar su fiesta. Antes se vendía treinta como mínimo, pero con esta crisis…
—No grites, que están los niños. Anda, cámbiate de ropa, que estás muerto de frío, y vamos a la cama. —Montse no volvió hablar hasta que se tumbaron—. Amor, he estado muy nerviosa, estaba alterada y el bárbaro silencio aún me hacía preocupar más. Espera, sé lo que me vas a decir, lo sé, amor, el idiota de Ángel, es necesario, muy bien. Ahora escúchame a mí, este negocio cada día te cerca más, estás más reducido, dependiente de él. Me aseguraste que sería temporal, sin excesos pomposos, y sin embargo, cada día esquilas más el miedo, te sientes cómodo en este negocio, no me digas que no porque lo siento, lo percibo. Nunca habías vendido tanto como este fin de semana, nunca habías comerciado durante tantas horas, no vendes fruta, sino…
—Cariño, lo hemos discutido un millón de veces, pero parece que no recuerdas que tenemos dos hijos, la mayor tiene diez años y el pequeño seis. Se llevan cuatro años, el mismo tiempo que llevo yo sin trabajar. Sí, es cierto, no tengo estudios, fui un cretino en trabajar desde los quince años, recuerda que no había parado hasta el 2008, cuando me despidieron de la obra. Me reciclé, estudié lampistería y no he encontrado nada de nada. Tú ganas cuatrocientos euros limpiando portales en esa empresa de mierda, más otros cuatrocientos de ayuda social. Sabes que no nos llega para pagar la hipoteca, las facturas y la comida. Gracias a lo que hago no nos están desahuciando como a otra gente.
—Nos calzamos con una hipoteca desmesurada, te lo advertí. Gastamos nuestros ahorros en este lujoso piso y en el coche, el cual tuvimos que vender hace dos años para seguir deshojados por la hipoteca. ¿Cómo seguiremos? Ambos tenemos cuarenta años, nos quedan veinticinco para pagar este palacio, no hay manera de trabajar en este país de tramposos…
—Para el carro, Montse, no me comas la cabeza para vender este piso. Sabes que tendríamos que venderlo por un treinta por ciento menos de lo que nos costó, cargaríamos con esta losa sí o sí.
—Sería menos pesante. Tu hermano Quique lleva un año en Alemania. Él no se informó dónde iba. Tiene únicamente para pagar el alquiler de una habitación porque únicamente ha encontrado un miniempleo de camarero. No puede ahorrar ni para volver, maldita suerte por ser soltero. Tus padres no nos pueden ayudar, peinan más que cortar las pérdidas del bar de tu hermana. Su marido se fue lanzado como un venablo de la traición, la pobre Carmen tiene que cuidar de sus dos hijas adolescentes y no es fácil.
—¡Por ahí no pasó! Al menos mi cuñado no se folló a una yonqui y enfermó de sida para luego contagiar a su mujer. Hace diecinueve años precisamente no existían los medicamentos de hoy en día. Estabas sola, mi familia nunca objetó a recogerte a pesar de que llevábamos menos de un año saliendo. Tus padres vivían de alquiler, nunca compraron nada…
—¡Juanjo! Me abrasas con las cenizas del pasado. No te das cuenta de que ahora eres tú el que huesas la vida de los demás, pensaba que podría razonar contigo, ya veo que no. Reflexiona lo que vas hacer a partir de mañana, se acabó trapichear. Madura niño, algún día la policía te detendrá, si me quieres a mí y a los niños no nos harás algo así, no pienso quedarme aquí para sufrir otra pérdida como la de mis padres. Dime por qué no cuentas a los tuyos en qué andas metido cuando les das dinero, engañas a tu familia excusándote con trabajillos que haces por el barrio. ¡No respondas! Al final vamos a despertar los niños.
El despertador cacareó estridentemente a las ocho de la mañana. Juanjo se despertó para llevar a sus hijos al colegio. Montse se había levantado antes para ir a trabajar, ya que iniciaba la jornada a tal hora y concluía al mediodía. A Juanjo le dolía la cabeza, no estaba de humor para aguantar a los niños, así que deleitó a sus hijos con una bronca matinal para temblar la euforia infantil. Dejó a los retoños a las nueve en punto en el colegio, el arrepentimiento le chapoteó cuando vio que los niños entraban como dos obreros en una fábrica. «Me he pasado con ellos, ¡soy imbécil! », pensaba Juanjo mientras caminaba sin saber a dónde se dirigía, «me he pasado con Montse y con nuestros hijos, aunque ella tampoco se quedó corta. No tuve que recordar su historia tan trágica, bastante tiene que perdió a su familia por la mala cabeza del padre. Cree que estoy seguro en este negocio, no es así, estoy más desesperado por ganar dinero y poder dejarlo cuanto antes mejor. No hago bien, es un mal enorme el que provoco a esos chavales, pero su mal es mi supervivencia… Voy al bar de Fidel a hablar con él sobre este tema».
Juanjo cambió de dirección. Cuando caminó dos calles observó unos hechos habituales. «Ya he visto a una vieja y un negro mirando en la basura buscando comida, quizá chatarra para vender. Antes de la crisis podía ver a alguien mirando en los escombros, aunque esperaban por la noche ya que tenían vergüenza. Ahora, en cambio, todo da igual. ¡Joder! Y Montse quiere vivir con su orgullo intacto». Sus opiniones se imbricaban, pensaba en abandonar el negocio por vergüenza de sí mismo y de su familia, luego creía que era mejor quejarse de inmoralidad que de hambre, esta opinión pupilaba hasta la desesperación, no veía nada claro. Llegó al bar, Fidel estaba solo, limpiando el local después de haber dormido poco tras trabajar hasta altas horas de la madrugada. Se saludaron, el camarero preguntó por qué tenía mala cara, Juanjo respondió sinceramente.
—Por una parte te entiendo, amigo, pero por otra creo que no has pulido tu opinión. El miedo de tu mujer te ha dirigido a un viaje frustrante que tú llevabas controlado o eso comentabas hace dos semanas. Fuiste tú quien viniste a mí a pedir auxilio, yo fui el faro que te iluminó para no estrellarte contra un peñasco.
»Me aseguraste que podrías aguantar más de un año, yo no te pedí más. Llevas únicamente cinco meses, reflexiona, ¿cuánto dinero has ganado? Y eso que has trabajado poco comparado con otros del barrio. Yo nunca te he presionado, es más, te he conseguido calidad, has navegado a tu ritmo y yo he sido una brisa suave que nunca te ha soplado fuerte para que fueses más rápido.
—Te agradezco todo lo que has hecho por mí, Fidel. No es solo por mi mujer. Escucha, este fin de semana he estado atacado de los nervios, mirando a todas las personas porque creía que eran secretas que me perseguían. Es cierto que a mí me pasaste las primeras cantidades casi regaladas porque no tenía dinero, te lo agradezco con el corazón, ahora me vendes como a un camello más, lo cual me hace pensar que me he metido más de lo que creía en este mundo. Es cierto que me creí más fuerte, me he dado cuenta de que no estoy por encima del bien y del mal por muy desesperado que esté.
—Yo tampoco me considero estar por encima de nada ni de nadie, simplemente recuerdo a un amigo que conozco desde el instituto, que fumamos los primeros porros juntos, que dejamos de estudiar y nos fuimos a trabajar con nuestros viejos, tú en la construcción y yo en el bar, que hemos mantenido contacto aunque nos hayamos visto poco.
»Sabes que llevo toda la vida en este bar, llevo años pasando y nunca me ha pasado nada, me he ganado bien la vida, sabes que hay noches que cierro la persiana y aquí viene lo mejor de cada casa a gastarse su dinero, te aseguro que no ha habido ningún accidente con la policía. No me preguntes otra vez si tengo un compinche en la comisaría porque no te voy a responder.
»Una tarde, viniste perlado de quejas; tu hermano está en Alemania sin un puto duro, no puede ni volver; tu hermana está sola con dos hijas, se gastó todo el dinero del paro para montar un bar, un negocio más explotado en este barrio que las minas de Potosí, encima la mujer tiene un Titanic de hipoteca que arrastra al aval de tus padres. Yo viné tu situación, te sugerí el tema y no dudaste, ni consultaste a tu mujer. Al día siguiente no viniste tan seguro…
—¡Pero lo hice! —Juanjo respondió cansado de escuchar al camarero—. Te lo afirmé sin consultar a Montse antes, estuvo mal, al final tuvo que aceptar, no le quedaba otra. Le hablé de mis sobrinas, lo poco que gana Carmen es para pagar la hipoteca del piso. Mi padre cobra una pensión de mierda que llega justo para las facturas de los dos pisos y la comida de las dos familias. Quique a veces también le pide dinero para poder pasar decentemente a finales de mes.
»Montse lo comprendió, lo que gano es para nuestros gastos, si sobra un poco se lo doy a mis padres, así podríamos ayudar a las personas que tanto habían hecho por ella. Nunca le gustó la idea y en estos últimos días está insoportable, comenta que piensa en las personas que me compran, la manera en que malgastan sus vidas, ya te he dicho anteriormente que le reproché lo de su padre. Ya no se acuerda que lo hacemos para ayudar a quienes la ayudaron.
—Es una mujer, son así, egoístas. Tú lo has dicho, ella nunca ha cuajado en este estilo de vida, pero tus padres no se opusieron a que se fuese a vivir a su casa. ¿Dónde estaban sus abuelos? Los cuatro vivían en aquella época, pasaron de ella porque cada matrimonio echaba la culpa al otro de la desgracia y nunca más supo de ellos.
»¿Y sus tíos? Dijeron que ya tenían demasiados hijos y que no podían cuidar de nadie más. Se tiene que acordar de la grandeza y bondad de tu familia, amigo, en fin… Si quieres descansa esta semana, piensa qué hacer con tu vida, cómo protagonizar los siguientes meses sin un puto euro en el bolsillo o poder ayudar a tu familia.
—¡No me hagas chantaje emocional! Estoy jodido. Montse, por una parte tiene razón, sé que hago mal, pero, por otra, nadie me da trabajo.

—Amigo, tienes muchas dudas, pero en el fondo te comprendo. La semana que viene ven a verme y volveremos hablar, espero que tengas una decisión tomada. Comprende que algo así lo hago por nuestra amistad, con otro jamás actuaría así, entiende que si se lo haces a otro la historia no acabaría de rositas. Tienes que tener una respuesta, sino ambos perderemos dinero. Descansa y tranquilízate. 

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