Con el Corazón es el primera relato que escribí hace diez años. Un cuento divertido, alegre de un escritor de 23 años . Espero que os guste.
Con
el Corazón
Quiero
mucho a mi coche, es una de las maravillas de esta vida de las cuales más
aprecio y por eso siempre intento cuidarlo con máximo estupor. Mi imagen puede
parecer del típico prototipo de persona que le gusta tunear su automóvil y correr
a velocidades tan elevadas que te hacen sentir una sensación magnánima, sin
embargo, suelo ser bastante prudente a la hora de conducir.
Para
mí fue algo anómalo darle al coche de mi
vecina del aparcamiento mientras estaba estacionando, fue un error. Colisioné
con el guardabarros y un poco con el parachoques, al principio de la maniobra
estaba entrando de cara y sentí un poco el roce del coche de la vecina, cuando
quise retroceder fue cuando le di en su automóvil ya que no giré el volante al
otro lado creyendo que los dos automóviles no estaban tan juntos. En general la
gente suele decir que esto me pasó por exceso de confianza, perdí el respeto y
a este amigo nunca hay que perderlo, sólo tenemos que “deshacernos” de nuestro
siempre fiel y odiado miedo. Pero esta no es la historia en concreto que quiero
contar, sino la consecuencia de mi desventurada acción. Aunque para entender lo
sucedido primero voy a retroceder un poco, así se entenderá la causa de este
cuento un poco mejor.
Mi
coche en aquel momento era mi receptáculo tras la ruptura de una relación de
tres años con mi ex-pareja sentimental. No voy a vituperarla ya que el
aburrimiento había llegado a su máximo esplendor en esta relación, no obstante,
a mí no me importaba en absoluto porque lo había aceptado como hacen a diario
todas las parejas duraderas y pensaba que ella también estaba conforme. Me
equivoqué, me dejó por un compañero de su universidad, alegando que gente con
21 años como nosotros no podíamos encerrarnos en tan pocas experiencias porque
perder el tiempo era perder la vida. Yo en un principio me lo tomé a mal, me
había acomodado en esa vida, aunque ahora que escribo estas líneas le doy toda
la razón y le estoy agradecido por tomar ella esa decisión.
Mi
hastío y mi exceso de confianza fueron las dos causas del accidente. No sabía
qué hacer en un principio, finalmente le dejé una nota con mi número de
teléfono móvil para poder quedar y hacer el parte de lo sucedido. A la tarde
siguiente me llama una mujer de unos treinta años con una voz segura:
- Hola,
soy Natalia. He visto tu nota en mi coche. Te agradezco tu detalle, poca gente
hubiese actuado como tú. Por cierto: ¿Cómo te llamas? No lo pusiste en tu nota.
- Me
llamo Juan. Gracias a ti por tomártelo todo tan bien. ¿Cuándo puedes quedar?
- Si
quieres quedamos en mi casa, vivo encima del parking. En la portería número
sesenta y nueve, cuarto segunda.
- Está
bien, yo vivo dos calles más abajo. ¿A qué hora?
- A
las seis de la tarde ¿Puedes? – preguntó ella.
- Sí,
ahí estaré. Nos vemos mañana entonces. Hasta luego – dije yo.
- Hasta
mañana.
No
volví a pensar, únicamente pensaba en mi desgracia, en el asunto hasta que
entré en su casa y la vi. ¡Qué beldad! Metro casi ochenta, sino llegaba. Un
pelo moreno y liso que le pegaba con esos ojos castaños, que contrastaban con
su piel blanquísima y que todavía lo perfeccionaba más con ese suéter de líneas
lilas y negras; sus pantalones azules marinos hacían juego con sus botas
negras. El resto diré que era apreciable para los ojos superficiales de
cualquier persona que le guste las mujeres. Nos pusimos en la mesa de lo que se
podría decir un despacho personal, ahí
había un libro con una pintura que ella copiaba. En un principio me callé por
ser cortés, poco duré en mantener callada mi curiosidad ya que cuando acabamos
el parte -diez minutos como mucho duró su trascripción-, le pregunté qué era
esa pintura.
- Estoy
intentando copiar Le déjeuner sur l`herbe de Édouard Manet.
- No
tengo ni idea de pintura… - dije avergonzado.
- ¿Estás
en la universidad? – me interrumpió ella.
- Estudio
informática en un ciclo superior de formación profesional ¿Qué representa esta
pintura?
- Nada
en particular. Lo que hoy en día se diría un picnic. Esta obra para mí
significa mucho, no por su tema, sino por todo lo que ha pasado… pero, bueno,
no te voy agobiar con eso.
- No,
no me agobias. Cuéntame un poco, sin hacer un gran monólogo – nunca una pintura
me había llamado la atención, pero entre Natalia que era muy atractiva y esa
chica desnuda que salía en el cuadro me moría de ganas de saber qué pasaba por
la cabeza de la copiona de pinturas.
- Manet
pintó este cuadro en 1.863 en la época del impresionismo en su Francia natal.
Esta pintura fue criticada por sus coetáneos por representar una mujer desnuda
y por su uso de la técnica pictórica que usaba colores planos. No mucho tiempo
después Manet fue modelo para los impresionistas. El artista nunca se vio en
ese estilo, pero esta obra se califica como tal.
- ¿Y
lo copias por cuestiones de trabajo o simplemente es un hobby? – intentaba
penetrar en su mente, ya no pensaba en mi ex novia. Pensaba que sería
fantástico hablar con una mujer tan bella y culta…
- Tengo
la carrera de artes gráficas, pero no sé cómo he acabado criticando películas
en una revista de cine. Esto lo hago como algo muy personal. Yo me siento igual
que este cuadro en sus principios: rechazada por la hipocresía de la sociedad.
Quizás he nacido en una época demasiada conservadora. Yo hubiese pegado más en la Grecia Clásica.
- ¿No
eres…? Perdona… - estaba muy confundido, pensaba que si era lesbiana se había
ido por los suelos mi sueño erótico.
- Estoy
casada, pero mi marido y yo… como te lo diría, intercambiamos parejas… así el
sexo no se hace aburrido. No sé qué me pasa contigo, contándote toda mi vida
por las buenas.
- Perdona,
mejor que paremos.
- No,
ahora te toca a ti.
Me
quedé cortadísimo. Comencé hablando de mis estudios, en seguida pasé por mi coche.
Mi monólogo se estaba haciendo demasiado tábano, en ese momento me di cuenta
que si tenía alguna posibilidad de acostarme con ella tendría que hablar de mis
intimidades, ya que si era ella quien cortaba mis palabras a la vez me
rechazaría por inseguro, algo que no gusta en las mujeres. Al final le expliqué
porque cogía tanto últimamente el coche y mis sentimientos… para que se
entienda: se lo expliqué todo.
- Ahora
que eres joven tienes que aprovechar el tiempo. Tu ex tiene razón. Con el paso
del tiempo os hubieseis arrepentido los dos. Aprovecha el presente para conocer
gente nueva.
- ¿Gente
como tú? – no podría creer lo que estaba diciendo, pero en esos momentos no
hablaba ni mi corazón ni mi cerebro.
- ¡Qué
poca vergüenza que tienes! – podría parecer un comentario grosero, sin embargo,
tenía una mirada muy pícara – Te saco nueve años, nos acabamos de conocer…
hasta para mí esto es una experiencia nueva. Vamos un momento a mi habitación.
No
le pregunté nada, no quería estropear nada, cuando entramos en su habitación
solamente me dijo:
- ¿Te
piensas que el número de mi portería es por casualidad?
No
diré mucho más que pueda perturbar la mente del lector avispado que ha cogido
esta directa al vuelo como yo lo capté en su momento. El resto se puede
imaginar. Después de hacer algo tan maravilloso como es esta posición le dije:
- Me
apetece comer dos turrones de azúcar.
- Está
bien, casualidad que yo tenga dos de los que quieres tú y sin silicona.
Y
finalmente ella culminó diciendo:
- ¿Te
gusta el golf?
- No
sé, nunca he jugado – me quedé en blanco.
- Está
el juego tradicional, aunque mi marido y yo jugamos de esta manera: consiste en impeler con un palo especial una pelota pequeña para
introducirla en una serie de hoyos abiertos en un terreno extenso cubierto
ordinariamente de césped, aunque algunos como el mío están segados por una
máquina corta césped. En este campo donde estamos tú y yo sólo hay un agujero,
además el palo únicamente consta de una funda, aunque corte un poco el placer
del tiro, asegura que el golpe no tenga después connotaciones negativas
ambientales para el campo del golf, tranquilo es igual de divertido.
Esta historia puede parecer sacada de
una película de Celia Blanco, pero querida gente, fui protagonista de esta
increíble aventura. Después de jugar al golf dos veces, y fumarnos el
tradicional pitillo, dentro de mí hervía la etiología de lo sucedido:
- Natalia…
- no sabía cómo comenzar.
- Dime,
se sincero, no tengas vergüenza – me animó ella.
- ¿Cómo
ha pasado esto? Yo no lo sé.
- La
verdad es que cuando te he visto me has gustado. Mientras estábamos haciendo el
parte pensaba en lo divertido que sería hacerlo con un joven y más en nuestras
circunstancias. No conozco a nadie que le haya sucedido algo así. Mi marido
dice que podría ser escritora por mi gran imaginación.
- ¿Y
por eso me has hablado de ti?
- Sí,
quería inducirte poco a poco. No ir directamente. En el fondo sé que deseabas
hacer esto y poco a poco veías más posibilidades. Cuantas más crecían tus
esperanzas, a la vez más loco estabas por llevarme a la cama.
- Tienes
razón ¿Cuándo llega tu marido? – pregunté asustado.
- No
te preocupes – dijo Natalia - No llega hasta dentro de dos horas. Normalmente
no suelo hacer esto. Él y yo siempre hablamos antes de tener una relación
sexual con otra persona, ya sea cuando vamos a un club que hay para gente como
nosotros o alguien que hemos conocido en la vida cotidiana. Aunque no siempre
es así, a veces tenemos resbalones. Nos lo contamos y mientras no exista el
amor, todo perdonado.
- Nunca
había conocido a alguien como tú, Natalia. La verdad es que estoy muy
sorprendido. La gente convencional suele ser tan cerrada.
- Tú
lo has dicho, Juan: “la gente convencional”. Ellas y ellos viven en su mundo
aburrido e hipócrita. Tienen miedo de lo que piensen las personas, cuando todos
tenemos el mismo vicio, en cambio, unos se ocultan tras una máscara cívica
utópica. Hay que ser fuerte, la gente que crítica muchas veces lo hace por
envidia porque yo soy libre, hago lo que quiero y soy una mujer con una emoción
estable. No me quemo como ellos, es ahí donde salen los violadores,
maltratadores y las mujeres se convierten en marujas cuyo único sentido en su
existencia es amargar a la gente que queremos aprovechar la vida. Su misión es
la de convertirnos como ellas y ellos porque no pueden soportar pensar que han
desaprovechado su vida por culpa de su falsa moral impuesta por la sociedad y
la familia. Y tú no tienes que preocuparte más por lo de tu ex. Que te rompan
el corazón puede ser una de las peores maldades de este mundo. Con tu juventud
lo superarás y si tienes ganas de vivir prueba varias mujeres porque a nadie le
gusta comer pollo cada día. Ahora bien, no confundas el gozar, con el romper
corazones. Los extremos no son buenos, busca el equilibrio, algo que no es
fácil, pero si se consigue puedes disfrutar mucho de la vida.
La conversación duró un poco más antes
de que yo me marchase de ese piso, nada importante para anotar aquí. Quedé con
ella dos veces más, luego dijo que ya tendría que buscarme a otra porque ella
para repetir ya tenía a su marido, que era a quien amaba. También apuntó que
los tres primeros años con su amor fueron totalmente fieles, sin embargo,
cuando se fue la etapa de enamoramiento de locura transitoria y quedó un amor
racional ya no les molestaba estar con otras personas. Su marido, según ella,
era su hombre para toda la vida, no se veía con otro. Los demás, según Natalia,
éramos menús del restaurante al que solía ir ella. Yo no objeté nada. Escrito
así puede parecer muy fría y egoísta la filosofía de Natalia, ella puede estar
muy confiada de que nunca se va enamorar de otro hombre, no obstante es su
ideal y del ideal a la práctica siempre hay un paso. Siempre hay posibilidades
de que crezca el amor con otra persona, aunque para ella eso no es suficiente
miedo para reprimirse en una vida acomodada. Al igual que es imposible que yo
me acueste con chicas y no les rompa o me rompan el corazón. Esto es ley de
vida y nadie puede evitarlo.
Gracias a Natalia fue más fácil superar
lo de mi ex, aunque me costó unos meses de dolor. Con el tiempo volví a tener
interés por las mujeres y a tener una vida más entretenida que en tiempos
pasados.
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