III.
María estaba sola y beoda, Antonio estaba a punto de recibir el premio en
Suecia. Había viajado con su hijo, aunque no con su mujer zafia. Lógicamente,
era una situación humillante para María. En ese momento, ella estaba
conversando para sí misma, recordando o escribiendo mentalmente su biografía. «Solo
he sido feliz con Pepe, él sí que era un hombre en todos los sentidos, no el
cobarde cínico de Antonio, este nunca ha tenido el cuerpo atlético de mi Pepe,
pero claro, él era un torero y el otro es un escritor que se cree el más listo
del mundo…». María cedió sus pensamientos a causa del vacío ginebrino, fue
lentamente a la cocina y exprimió de nuevo la botella. Volvió al comedor a
mirar la televisión, Antonio era el protagonista de las noticias. «Se le ve
contento. Mi felicidad acabó hace tiempo. Recuerdo aún el día de mi boda con
Pepe… Pepe, él sí que era un hombre… Mi primer marido, y aunque luego me casé
con Antonio, Pepe sigue siendo el amor de mi vida. ¿Por qué te mató el toro?
¿Por qué no lo esquivaste? ¿Por qué me dejaste? Haber vuelto, te hubiese
perdonado todo: las infidelidades y la única vez que me pegaste. Aún recuerdo
perfectamente nuestra última noche, te chillé porque estaba harta de tu vida
nocturna, de tus juergas. Recuerdo que te grité «hijo de puta». A ti no te
gustó que insultase a tu madre y me pegaste una bofetada, solo una, que me ha
marcado para siempre. Al día siguiente tenías que torear en la plaza de nuestra
ciudad. Te fuiste temprano porque tenías miedo de la reacción de mi madre, ella
en aquella época vivía con nosotros. Te pedí perdón antes de marcharte y lo
aceptaste, te fuiste y nunca más te volví a ver».
María paró de pensar en esa época de su vida, normalmente recordaba a
Pepe por los momentos felices que pasaron y recordó su historia desde el
principio. La joven de diecinueve años acompañaba a su padre a las corridas de
toros. Una tarde en la cual José toreaba, María fue invitada por un caballero,
que decía trabajar para Pepe, a una fiesta privada del torero. Ella se negó
porque su padre estaba al lado, pero él animó a su hija hasta que ella aceptó
finalmente. El padre de María no era un cándido, era consciente de que el señor
no había propuesto a su hija ir a una exposición pictórica. Sin embargo, el
hombre pensó que si alguien tenía un deseo por su hija no era ningún problema,
sobre todo si ese alguien era el gran torero. La joven fue a la fiesta sin su
padre, acompañada de ese misterioso hombre. Fueron en coche a una discoteca
famosa de la ciudad, «la fiesta es privada y no puede entrar cualquier persona»,
comentó el caballero a María para tranquilizarla y suavizar su timidez, ya que
no habló durante el trayecto. Ella no hablaba no por la inquietud de conocer al
torero, sino porque intentaba aclarar el comportamiento de su padre, qué motivo
o qué le había pasado por la cabeza para dejar sola a su hija. El acompañante
de María se fue y ella estuvo sola una vez dentro del local. Analizó el
ambiente en que había entrado y veía curiosamente a aquellos individuos. Sus
pensamientos se quebraron cuando escuchó una voz masculina que la saludaba,
ella se sonrojó cuando vio a José.
—Hola, guapa. ¿Cómo va la fiesta?
—Muy bien, gracias por invitarme.
—Es un placer tenerte aquí con nosotros. Estás en tu casa.
—Gracias.
—¿Solo sabes decir gracias?
María rio, estaba cohibida, su mirada era una abeja que libaba al torero
y él era consciente. La joven escuchaba atentamente aquel tono de voz que
perfilaba una seguridad en sí mismo arrasadora. Pepe era la personificación del
casanova rico, era famoso en la prensa sensacionalista a causa del toreo y de sus
trabajos puntuales en la moda.
—Estoy contento de haber toreado en mi ciudad.
—¿Por qué?
—Así te he conocido.
—Yo también me alegro de conocerte. Mi padre es fan tuyo. Él estaría
contento de estar hablando contigo.
—Haberlo traído.
—No ha querido venir. Dice que la noche es para los jóvenes.
—Tiene razón, es para nosotros.
María había desterrado su vergüenza en la conversación, era consciente de
su belleza y que José tenía la intención de estar con ella toda la noche. La charla
transcurrió durante horas. María analizó a Pepe, descubrió que la inteligencia
no era una de sus virtudes, no obstante, era una persona extrovertida, alegre y
cariñosa. Puede que José tuviese muchas virtudes, pero para alguien como él no
hay mayor pureza que no abrir el amor a un desconocido. Su deseo se ensanchó
más cuando María no quiso ni siquiera regalarle un beso. Pasó un mes y María
estaba galopada por los deseos de su cuerpo. ¿Para qué esperar más? Pepe
también se había enamorado de María, nunca había conocido a una chica con unos
principios tan rígidos e inflexibles. Ella tenía un orgullo y una honradez que
no vendería al primer hombre que encontrase, por muy famoso y atractivo que
pudiese ser.
Se casaron un año después. Durante este tiempo se convirtió en una mujer
conocida y su padre se aprovechó económicamente de la situación. La pareja y
los padres de ella ganaron dinero gracias a las entrevistas en la televisión.
María ganaba menos dinero porque cedía un porcentaje a su padre. «Yo no trabajo,
hija, necesito el dinero para que tu madre esté bien», decía el hombre y su
hija ante estas súplicas no podía negarse. Además, la joven estaba volando en
las nubes y únicamente recuperó los sentidos cuando se estrelló. Ahora bien, la
hermana mayor, que se llama Sofía, nunca entró en los espectáculos familiares,
se había enamorado de un guardia civil y se casaron seis meses antes que María
y José. Sofía intentó hablar con su hermana sobre su nueva vida, sobre los
lujos sin sentido y el estrés televisivo, aunque María nunca creyó que su mundo
fuese un relumbrón como denunciaba su hermana. La relación de las hermanas se
distanció y más cuando el marido de Sofía fue destinado a una ciudad ubicada al
otro extremo del país.
El primer año de matrimonio de María y Pepe fue paradisíaco, hasta que
hubo un contragolpe que la joven no barruntó. El padre se había gastado el
dinero en una amante avariciosa y haragana. El escándalo se publicó en los
medios de comunicación y María no podía creer lo sucedido. Habló con su madre y
reconoció que lo sabía todo, no se lo había confesado porque no quería
contaminar el mundo feliz de su hija con su marido. Las relaciones familiares
se rompieron y los padres se divorciaron, María ayudó a su madre y perdonó a su
padre. La joven intentó que aquella desgracia no afectase su vida matrimonial.
Consiguió tal hazaña manteniendo unas distancias no excesivas con su familia,
ella creyó que de esta forma nada rompería su felicidad, sin embargo, nada dura
para siempre. María vivía como una estrella de Hollywood, su vida era cómoda y
lujosa, la vida matrimonial era un camino ascendente y sin baches. Llegó a ser
archiconocida y querida por la gente, porque veían a una chica bella y cándida,
una cenicienta que había cumplido su sueño. José y María salían en ocasiones en
la televisión, se mostraban felices, tanta era la felicidad que parecía
imposible haber teatralidad en sus actos públicos.
El matrimonio quiso ampliar la familia cuando celebraron el segundo
aniversario, no cabe duda de que lo intentaron diez mil veces, no obstante,
María no quedaba preñada. Un año después supieron la terrible noticia de que
María era estéril. Pepe, que tenía una naturaleza viril y ruda, no pudo aceptar
la realidad, él no quiso adoptar, quería un ser de sus carnes. Gota a gota, al
ver que María no podía darle un hijo, su relación con su esposa sufrió una
crisis. Espetaba a María su «cuerpo de poco mujer». Ella imploraba perdón,
nunca lo obtuvo, e intentó hacer feliz a su marido de todas las maneras
posibles, incluso cuando se debatían infidelidades de este fue perdonado por su
mujer. Los secretos más íntimos del matrimonio eran temas que se hablaban en
tertulias televisivas, conversaciones en los bares o trabajos, el sueño de la
cenicienta se había despedazado.
María rechazó grandes ofertas económicas para ser entrevistada en un
canal de televisión, Las ofertas fueron buscadas por su padre, pero María,
influida por su madre, se negó. El padre, que no quería perder una oportunidad
tan seductora, fue finalmente el entrevistado para hablar o aclarar cualquier
detalle íntimo. Hubo varios temas que no conocía al pie de la letra, por suerte
suya era un hábil mentiroso y no tuvo ningún reparo en inventar una biografía
para María. «Mi hija ha perdonado varias veces a Pepe porque lo ama mucho. Es
mentira que ella no puede tener hijos, el problema es de él». Este hecho y
concretamente esta invención fueron la causa de la ruptura temporal entre padre
e hija. Fue el propio José quien ordenó el sacrificio, el tema de la
infidelidad le dolió poco, sin embargo, poner en duda su hombría fue como
cornear a su persona y orgullo, un acto intolerable para alguien como Pepe,
imposible de perdonar. Nunca tuvo dudas que la responsabilidad caía solo para
su suegro, María era demasiado noble para cometer un delito moral de tal
calibre, una traición, una puñalada al corazón de su marido. La madre se afincó
en casa de su hija para poder cuidar a su hija, creía que estando al lado de
ella todo iría un poco mejor, José no se atrevería a cometer ninguna bajeza. La
vida transcurrió al mismo ritmo y Pepe con ella, no le importaba lo más mínimo
que su suegra se fuese a vivir con su esposa. Una noche, le recriminó su
actitud cuando el torero salía solo a cenar en un restaurante, este contestó
vehemente a su suegra, dijo que «es mi casa y mando yo, no eres mi madre aunque
yo soy el que te ha pagado tu buena vida después de tu divorcio, así que a
callar». La suegra no respondió, porque no estaba acostumbrada a que se le
hablara de forma tan grosera. Se fue a hablar con su hija para contar la
historia. María buscó a José acto seguido.
«Maldita noche aquella, fue nuestra última noche y no cenamos juntos»,
María pensaba tras concluir sus pensamientos. «Sofía y mamá me apoyaron, en
cambio papá volvió a la televisión y dijo otras mentiras absurdas, aún recuerdo
cómo contó que Pepe y yo habíamos hecho las paces, que fuimos muy felices esa
última noche y que yo estaba destrozada, pero contenta por haber tenido una
despedida feliz… ¡Mentiroso! A partir de aquella entrevista…».
María no recordaba fielmente los sucesos, aunque continuó de todas
formas. «Creo que a partir de entonces entró como tertuliano en aquel
programucho del corazón. Yo nunca hablé para los periodistas y fui criticada
por ellos, tenía que dar la cara o algo así, decían, comentaban que tal vez estaba
contenta por la muerte de Pepe, me gustaría haber visto en mi situación a esa
gentuza. Mi padre me apoyaba en televisión con un cheque en el bolsillo, aun
sabiendo que yo no quería verlo. La única periodista que me defendió fue Ana,
estaba tan agradecida con ella que la conocí para darle las gracias por su
defensa. Desde entonces somos amigas, una amistad con un principio que no me
gusta nada…».
María quedó enmarañada en sus pensamientos, no pudo recuperar el capítulo
de su novela. Así fue interrumpida por la televisión, vio a su segundo marido
reinando en su mundo, todo el mundo reconocía su trabajo, nadie valoraba la persona.
María era la única que conocía realmente al hombre y, por tanto, la única que
podía expresar una opinión de la vida personal del autor.
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